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Álvaro Cepeda

In document Teatro colombiano en el siglo XX (página 95-100)

3. Nuevo Teatro Colombiano

3.4. Álvaro Cepeda

Tuve que ir a Barranquilla a pedirle permiso al autor para la presentación de Soldados. Ya me habían advertido: “mire Cepeda es un tipo que es bien cuajado y de pronto de dos trompadas lo desbarata, además es agresivísimo y muy violento”. El mismo Santiago García me dijo: “para poder acceder a él, toca es a través de su gran amiga, FelizaBursztyn (1933-1982)” Se trataba de la famosa escultora colombiana que hacía sus obras con chatarras y desechos de acero inoxidable. Como también era amigo de ella, un día la llamé: “Feliza necesito que me hagas un favor, hablar con Cepeda Zamudio” Coincidió que para esos días tuve que ir a Cartagena a realizar un taller de teatro, y pues me dije: …ya que estoy en Cartagena pues cojo un bus y me voy para Barranquilla. Tenía algunos parientes allí, y dónde llegar a hospedarme. Feliza, en efecto, lo llamó. Luego lo llamé por teléfono. Al otro lado de la línea escuché: “Sí, sí, Reyes, claro, ya sé, ya sé, mire, veámonos mañana por la mañana en tal tienda, en el centro de Barranquilla”. Así fue que llegué allá. De pronto vi un tipo enorme, despelucado, que me miró animoso, algo afanado. En seguida me di cuenta de que era Cepeda Zamudio.

.- ¿Usted es Reyes?- lo dijo así gritando por encima de la gente - . .- Sí, ¿Cepeda?”

- Sí, sí, camine venga hacemos un mercado porque ya que usted vino, lo voy a invitar a comer esta noche con los intelectuales aquí de Barranquilla, en mi apartamento. Entonces ayúdeme a comprar un pescado… no sé qué, y compremos para una ensalada, ¿a usted le gusta la ensalada? Bueno…vamos…

Hicimos el mercado entre los dos, después lo acompañé hasta su apartamento.

- Vuelva por la noche, aquí vienen los intelectuales de la Costa para hablar sobre escritura, teatro y todo esa vaina…

Así hice, tal lo convenido. Llegué por la noche y vi que los intelectuales eran boxeadores viejos, entrenadores de boxeo, galleros, eran todos así; y Cepeda, puro por joder ¡claro!, remató:

91 .- Aquí le tengo el intelectual…, que fue el entrenador de Caraballo…” (risas.).

Pues claro, después de unos aguardientes y rones, la tertulia comenzó a hacerse más divertida y relajada. Del más puro mamagallismo…, risotadas van y bien, bromas y más bromas. Incluso mostró cómo escribía los cuentos. Me contó que lo que más le daba a él pereza de escribir en su máquina, era que al rato de estar escribiendo se le acababa la hoja y tenía que buscar otra: cogerla y meterla. Pero descubrió en el Diario del Caribe una cosa buenísima y era que el papel lo vendían por rollos, por metros; fue así que se le ocurrió pedir que se lo cortaran del ancho que tenía su máquina de escribir. Esto le permitió que el rollo le alcanzara para un cuento completo. Llegó a decir:

.- Yo no sé cuántas páginas tiene ese cuento, pero sí sé cuántos metros tiene; por ejemplo… este cuento tiene tres metros y medio, este cuento tiene dos metros y medio.

Fui descubriendo que era un tipo fantástico, mamagallista a morir. Desparpajado, lleno siempre de apuntes agudos, inteligentes. Él enrollaba sus cuentos como los papiros antiguos; es que antes los papiros eran así, se iba escribiendo y escribiendo y cuando se acababa el rollo, pues ahí terminaba el relato.

.- Esa es una gran lección de la antigüedad, para evitar que uno no esté sacando y metiendo hojitas…

Que sería lo mismo que se hace con el computador: digita primero y luego imprime las hojas…, pero la escritura no tendría límites.

Al concluir la tertulia, me dijo: .- ¿Me invitas a la función? Yo voy…

El estreno lo íbamos a hacer un miércoles, si mal no recuerdo; me parece que era el dieciséis de junio de 1966. Cepeda llegó el quince, que era un martes, cuando íbamos a empezar el ensayo general, ajustando luces, telones. Habíamos pasado la primera escena cuando de pronto unos golpes durísimos en la puerta. Corro a ver y estaba Cepeda Zamudio ahí, afanoso. Como la puerta era de cristal, entonces uno veía a la gente que estaba afuera. Decidí abrirle y le dije:

.-No Álvaro, el estreno es mañana, todavía no, estamos apenas terminando…

.- Mira, Carlos José, mañana es el estreno para el público, para los cachacos, pa’ la gente de acá, hoy es para mí.

Fue entrando derecho, casi me empuja...:

92 .-…Espere un momento, y le aviso a los actores…,

Entré corriendo y les dije a todos:

.- …Miren ahí está Cepeda Zamudio, tenemos que hacer ya la obra, sin corte ni nada, esto no es ensayo general sino de verdad es la función ya, es la función de estreno, asumámoslo así...

Casi ningún actor estaba maquillado, ni listo ni nada. Las luces ya se habían organizado, sólo faltaba armar un pequeño cuadro de dos reflectores.

.- Dirijamos esos reflectores a toda prisa y hagamos la función.

En efecto, así se hizo. Cuando la función terminó y prendimos las luces de la sala, vimos que Cepeda no estaba. No me di cuenta en qué momento se paró y se fue. Pensamos:

.- Esto sí es gravísimo, le pareció una mierda la obra, y ahora ¿qué vamos a hacer?

En medio de la angustia, me acordé que él se había hospedado en el Hotel Continental, que era donde se quedaba siempre. El que queda ahí en la Jiménez con carrera cuarta, donde siempre ha existido. Llamé al hotel y pregunté por el escritor Álvaro Cepeda Zamudio:

.- ¿Se encuentra el señor Cepeda?”

.- Sí, estaba aquí pero se fue esta mañana temprano.

Eso fue el mismo día que teníamos el estreno. Lo llamé como a las once de la mañana para no molestarlo tan temprano.

.-… a las nueve de la mañana se fue, remató el operador. .- ¿Pero de verdad se fue…? –pregunté con cierta esperanza.

– Sí, sí, sacó su maleta y todo. Se fue seguramente para Barranquilla…

Claro, era cliente asiduo del hotel, ya le sabían su itinerario. Siempre que venía a Bogotá se hospedaba en ese hotel.

.- Esto sí fue terrible. –concluí-

Llegó la noche del estreno. Bien, la obra funcionó, aplaudieron con entusiasmo, la sala estaba llena, vinieron muchos invitados, más de los que esperábamos. De Cepeda ni idea, pero tampoco me atrevía a llamarlo a Barranquilla. Pensé:

.- Si salió así, sin decir nada, tuvo que ser que la obra le pareció horrible; habrá que esperar que alguien… de pronto Feliza, si va a verlo, que le pregunte qué fue lo que pasó.

Cuando ya nos dábamos por rendidos, después de tres días, me llamó: .- …¿qué hubo Reyes? Oiga, ¡buenísima la obra! (Risas.)

93 .- Hombre, me dijo, es que tenía una cita, me habían invitado a comer, se me olvidó decirte, y como yo estaba sólo por dos días en Bogotá, no más, tuve que correr porque al otro día tenía que venir, por una cosa aquí urgente en Barranquilla. Luego no me pude quedar nada, ni te pude explicar, pero bueno, te estoy explicando ahora, te estoy diciendo: ¡me encantó! Además, muy raro para uno al escribir, ver lo que uno escribió en boca de otro, y claro, yo sabía que los soldados eran cachacos - porque los soldados que llegaron a la costa eran soldados traídos de afuera para que la gente no disparara contra su propia gente -, pero me pareció rarísimo cuando los oí. Y me di cuenta que así debían de hablar ¡claro! – porque no hablaban en tono costeño – Y cómo yo soy costeño puse a los soldados así, y al oírlos hablar, ahí capté la cosa, primero que eran gente extraña, tuve la sensación de gente que venían de otra parte.

Concluyó su intervención con dos o tres impresiones más. Pero cómo es la vida, pensamos todo lo contrario a lo que realmente sucedió.

Soldados, una obra relevante.

Soldados se tornó una obra recurrente de ese periodo de la Casa de la Cultura, e incluso del comienzo del Teatro La Candelaria. Era una obra relativamente sencilla, no había tanto inconveniente para trasladarla y presentarla en distintos escenarios. Los inconvenientes se dieron fue con uno de los actores, con Mauro Echeverri, tenía problemas con la bareta y el trago. Empezó a faltar mucho, a desorganizársele la vida. Cierto día llegó bastante ebrio a una función. El público se dio cuenta: …curioso un soldado borracho. Decidimos parar la temporada y cambiamos al actor. Surgieron problemas de otro orden: por ejemplo, que en una gira había que alquilar un camioncito, porque no solamente llevábamos Soldados, sino también La manzana de Jack Gelber, que había dirigido Santiago García, estrenada en septiembre de 1966. Sucedió que yendo de viaje, pararon el camioncito para ver qué llevábamos entre la caja de escenografía; encontraron los rifles de los soldados, pero eran de juguete, de madera; y cuando vieron los uniformes dijeron:

.- Eso es privativo de las fuerzas armadas, cómo llevan ustedes aquí cosas militares… .- Son para una obra de teatro…

.- No, qué obra de teatro no qué nada, esos son los cuentos que tienen siempre.

Tenían trancado el camión, no nos dejaban mover. Tocó llamar a Bogotá, iban a poner censura a la obra, a los actores los iban a meter a la cárcel… ¡terrible! Después de que se llamó se explicó, bueno y ya nos dejaron continuar. Dijeron que había habido una equivocación, que esto

94 y que lo otro.

Soldados fue una obra muy importante. En algunos lugares produjo controversia. Se presentó en muchas ciudades de Colombia y se mantuvo en cartelera por lo menos durante dos o tres años. Era, como decimos los teatreros, el caballito de batalla. Creo que llegamos a tener más de cien funciones.

En otro momento volvimos a Soldados, en los inicios del Teatro La Candelaria. Ya se abandonó la nominación Casa de la Cultura. Se estrenó en 1969, La buena alma de Se-Chuande Brecht, dirigida por Santiago García. Ya me había retirado por un tiempo del grupo y estaba trabajando en la Universidad Externado de Colombia, donde escenifiqué algunas obras: los cuentos de García Márquez, Las monjas de Eduardo Manet, y volví al Teatro La Candelaria para montar Divinas palabras de Ramón del Valle-Inclán. Dejamos de presentar Soldados; después hubo varios montajes de la obra que hicieron grupos de teatro de barrios y de otras ciudades. Habíamos publicado un folleto con el libreto y luego también en el Festival de Teatro de Manizales, en el periódico Con-textos, se divulgó el texto completo de Soldados con las notas de montaje. Se explicaba cómo se había hecho, y el de haber llegado a la máxima austeridad, a tomar solamente lo mínimo, lo indispensable. En una parte de la publicación contrasté nuestro montaje con Los Persas de Esquilo; en esta obra no asoman los griegos, lo mismo que los huelguistas de las bananeras, siendo éstos el asunto principal de la obra, pero están implícitos. Constituye pues, un estudio sobre la ausencia del significante, lo cual necesariamente no es una carencia. Es, en otras palabras, cuando aquello que no está pesa e incide sobre lo que está, sobre lo que acontece. Por ejemplo, la no presencia de Godot en la obra de Samuel Becket, Esperando a Godot: Godot nunca llega, pero ese no llegar, esa larga espera tiene una gran importancia, se transforma en una ausencia significativa. Los persas es la obra teatral más antigua que se conserva, y está situada en el triunfo griego en la Batalla de Salamina, y el lamento de los persas por la derrota. Esquilo, era un griego que estaba hablando de la terrible derrota que sufrieron los persas por haberse osado a luchar contra los griegos. ¿Quién escribía eso? ¿Quiénes eran los griegos? Unos seres omnipotentes, irresistibles, contra los que es mejor no batallar. Entonces se hablaba de los griegos sin que nunca salieran en escena, siendo los causantes de la tragedia de los persas. Como si la obra nos estuviera diciendo: …miren, métanse con los griegos y verán lo que les pasa. Luego la el rol de los griegos es muy poderoso en la obra, sin que aparezcan. Asunto curioso, los que no están cobran una fuerza inusitada. Y si hubieran aparecido, así fuera un solo

95 griego, quién sabe cuál hubiera sido el impacto de la obra, su trascendencia.

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