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La ética deontológica sostiene que hay acciones correctas o incorrectas independientemente de cuál sea el estado de cosas que se dé como resultado de llevarlas adelante. De este modo, lo correcto resulta independiente de lo bueno. Las éticas de los derechos se fundamentan comúnmente en posiciones deontológicas.

El legado kantiano en la determinación de la ética deontológica es su búsqueda de la autonomía, tanto en el razonamiento como en el comportamiento moral. De esta manera:

“la facultad de determinarse uno a sí mismo o a obrar conforme a la representación de ciertas leyes”254

nos permite someternos a las leyes morales emanadas de nuestra propia voluntad, racionalmente conducida. Dicha la ley racional, o imperativo categórico, debiera tener validez universal para todo ser racional porque es un principio emanado

253Horta (2011, b), P. 66. 254Kant (1984), P. 101.

de la razón autónoma, y representa un criterio que permite discernir cuáles actos son moralmente correctos, y cuáles no. El imperativo categórico kantiano:

“obra sólo según aquella máxima que puedas querer que se convierta, al mismo tiempo, en ley universal”255

es una de sus formulaciones modélicas para plantear una ética conforme a la ley autónomamente estipulada. Ésta, para ser universalizada, debe ser evaluada de manera que sea una regla que todas las personas quieran seguir.

En la ética deontológica, “lo correcto” o “lo justo” es aquello donde se adecua la máxima a la ley. Dicha ética es deontológica –y no consecuencialista– porque enfatiza el deber de cumplir la ley sin considerar las consecuencias de este acto, es decir, la ley es la fuente de mandato moral y su cumplimiento es un deber. Este tipo de ética es, al mismo tiempo formalista, porque define unos lineamientos generales—con la autonomía y la libertad como requisitos del imperativo categórico—para dar contenido a una ética que busca tener un carácter universal.

Tom Regan es probablemente el filósofo más conocido entre quienes han defendido una posición deontológica a favor de la consideración moral de los animales. Regan ha creado una teoría ética deontológica256 cuya máxima

universalizable incluye a los animales no humanos como seres moralmente considerables, lo que les dotaría de unos derechos, y a nosotros, nos obligarían ciertos deberes hacia ellos. Regan defiende una teoría de los derechos prima facie, donde los derechos no son absolutos sino que han de ponderarse cuando entran en conflicto con otros derechos. De esta ponderación se establecerá la mayor o menor importancia de los derechos en términos comparativos, y se determinará cuál tiene mayor peso o relevancia moral. Nos dice Regan que esta teoría posibilitará dos momentos: uno de evaluación moral de nuestras acciones hacia los animales, donde verificaremos si estas acciones se encuentran –o no– justificadas, para luego detenerse en un momento

255Op. Cit. P. 104.

256A diferencia de Singer, que asume su defensa de los animales no humanos desde una teoría utilitarista pre-existente.

práctico en que se concluyen las aplicaciones de esta teoría en nuestra relación con los animales, así como en nuestra vida misma como individuos y como sociedades.

3.3.1 La ética deontológica de Tom Regan

En su obra The Case for Animal Rights (1983), la primera cuestión que plantea el autor es que ningún filósofo acepta que los animales sean tratados de cualquier manera. Sin embargo, el escrutinio moral al que tenemos que someter nuestras ideas, creencias y prácticas ejercidas sobre los animales, es un escrutinio que no difiere en nada a la ponderación moral sobre otros actos humanos. De esta manera, para Regan, un juicio moral ideal (en este caso, respecto a los animales) debe tener las siguientes características: claridad conceptual, información real, racionalidad (habilidad para reconocer las conexiones entre diferentes ideas, o para entender que si algunos enunciados son verdaderos, otros serán falsos; observando las leyes de la lógica), imparcialidad (relacionado al principio formal de justicia, en el sentido de que la justicia es el tratamiento similar –y la injusticia, diferente– de individuos similares) y serenidad (en el sentido de mantener un estado emocional calmado, pues el emocionalmente excitado es más propenso a llegar a conclusiones morales erradas).

Si somos capaces de plantearnos en esta situación ideal al momento de ejecutar el escrutinio sobre la moralidad de nuestros actos, luego tenemos que satisfacer ciertos criterios mínimos para la evaluación de los principios morales, a saber:

1. Consistencia: Regan la define como:

“la posible verdad conjunta de dos o más enunciados. Cualquier combinación de dos o más enunciados es consistente sí y solo sí es posible que todas las sentencias que sean parte del conjunto puedan ser verdaderas al mismo tiempo.”257

Si analizamos las sentencias y nos damos cuenta que una es inconsistente con el resto –y por lo tanto, el conjunto de sentencias es inconsistente– existe un fallo que no permite utilizar esos enunciados como una guía racional para determinar la moralidad

de un acto. Analizando, por ejemplo, las sentencias (i) “todos los animales son moralmente considerables”, (ii) “los murciélagos son animales”, por lo tanto (iii) “los murciélagos son moralmente considerables” no implican ninguna objeción lógica a su planteamiento. Sin embargo, el conjunto (i) “todos los animales son moralmente considerables”, (ii) “los peces son animales”, por lo tanto (iii) “los peces no son moralmente considerables” es un argumento inválido.

2. Adecuación del alcance: un principio ético debe tener un alcance adecuado, pues éstos suponen ser una guía para la evaluación moral que debe aplicarse a circunstancias concretas. A más alcance, mayor su potencial de uso, y por el contrario, a mayor estrechez de su alcance, menores son sus aplicaciones prácticas.

3. Precisión: un principio ético debe ser específico y determinado para no comprometer su utilidad, por lo que debe estar suficientemente definido. “No matar a tu hermano” debe entenderse a partir de una exacta definición de qué se entiende por “hermano”: consanguinidad, amistad, compadrazgo, etc.

4. Conformidad con nuestras intuiciones: para Regan este es el criterio más controversial, por el concepto mismo de “intuición” que, filosóficamente, no carece de variantes. Más allá de éstas, el significado para él relevante es el de las intuiciones como “convicciones morales no examinadas”, incluyendo nuestras respuestas o reacciones innatas para enfrentar el escrutinio moral, esto es, nuestros juicios pre-reflexivos. Aquí se involucra el sentido reflexivo, donde nuestras intuiciones son las creencias morales que mantenemos después de haberlas examinado bajo la luz de los criterios anteriores. Cuando el “llamado a las intuiciones” se entiende como un llamado a considerar nuestras propias creencias morales, dice Regan, se debe exigir su conformidad con estas creencias como una prueba legítima de la validez de los principios morales. Estos cuatro criterios son las bases para determinar la moralidad de los actos, desde un punto de vista deontológico, y son los que sirven de base a Regan para

determinar la relevancia moral de los animales. Para desarrollar su teoría, Regan propone el aumento progresivo de razones (cumulative argument) sobre la que se irá construyendo la teoría sobre la importancia moral de los no humanos. Partiendo del principio del respeto y el daño, agregando la posesión de intereses, el concepto del sujeto de una vida, valor inherente y los principios de la minimización de la desatención y el principio del más perjudicado; Regan afirmará que tal como los humanos presentan similitudes moralmente relevantes, en el caso de que otros seres vivos las presenten también, eso les hará necesariamente portadores de valor inherente, lo que implica el derecho a ser tratado con respeto. De esta manera, lo que el autor intenta no es darnos sólo una, sino diversas razones sobre las cuales sería posible pensar la considerabilidad de los animales no humanos.

El primer paso en su argumentación es la discusión sobre los principios éticos: el respeto y el daño, dos principios formulados, podría decirse, en versión positiva y negativa. Para el primero dice Regan que:

“hemos de tratar a aquellos individuos que tienen valor inherente de manera de respetar ese valor inherente,”258

procurando no confundir nunca el valor inherente con ningún otro tipo de valor que conlleve un menoscabo al respeto, como podría ser la consideración de un sujeto con un valor instrumental a los fines de otro.

El principio del daño, por su parte, está formulado de manera negativa por cuanto implica la protección frente a un daño o menoscabo de los animales. En él, los humanos somos portadores de un deber prima facie de no dañar a los individuos que son agentes morales,259 a quienes define a su vez como:

“individuos que tienen una variedad de habilidades sofisticadas, incluyendo la de darse principios morales imparciales para

258Op. Cit. P. 248.

259Regan, Op. Cit. P. 187. Decir que un deber es prima facie significa, para Regan, que aunque el deber pueda ser invalidado en algunas circunstancias (como la autodefensa), la carga de demostrar por qué y cómo se justifica esta invalidación corresponde a quien lo ejecuta, es decir, al agente moral que suspende o invalida el deber prima facie.

determinar lo que, todo considerado, se debe hacer moralmente y, habiendo hecho esta determinación, a elegir libremente actuar o no como se requiere moralmente.”260

En la categoría de los agentes morales incluye Regan a los humanos adultos normales. En contraste con esta categoría, clasifica a los pacientes morales, y los define como aquellos que:

“carecen de los prerrequisitos que les permitirían controlar su comportamiento de manera que los hicieran moralmente responsables por lo que hacen... En una palabra, los pacientes morales no pueden hacer lo que está bien ni lo que está mal.”261

Incluye en esta categoría a los bebés humanos, niños pequeños y las personas mentalmente discapacitadas de todas las edades. Una vez llega aquí con su argumento, Regan hace un alcance diferenciando a los pacientes morales entre los individuos que tienen consciencia y que sienten (que pueden experimentar placer y dolor) pero que carecen de otras habilidades mentales; y aquellos individuos que son conscientes, sintientes y poseen otras habilidades cognitivas y volitivas (como las creencias o la memoria). Los animales pertenecerían, de manera diferenciada, a ambos grupos de pacientes morales.

Los pacientes morales son receptores de los actos buenos o malos ejecutados por los agentes morales, y se relacionan de una manera que no es recíproca: los pacientes morales no podrían realizar ninguna acción moralmente evaluable que involucre a los agentes morales, pero los agentes morales sí podrían llevar a cabo acciones moralmente evaluables que afectasen a los pacientes morales, y de hecho, lo hacen.Si bien coincido con este segundo enunciado, creo que la primera afirmación no se puede sostener, si pensamos en las acciones de los pacientes morales que pueden, efectivamente, dañar o beneficiar a los agentes morales. Por ejemplo, un caballo que patea a un transeúnte o un perro que, con sus ladridos, previene la entrada de un ladrón en una casa. En ambos casos, las acciones de los pacientes morales, si bien

260Op. Cit. P. 151. 261Ibid.

carecen de intencionalidad moral, efectivamente tienen consecuencias, positivas y negativas, para los agentes morales. Esta es una de las consideraciones que se hacen en el ámbito del Derecho, que considerando a los animales como bienes muebles, previene el derecho a la indemnización cuando una persona resulta afectada por las acciones de un animal propiedad de otra persona. El hecho de que estas acciones tuviesen estos efectos nos lleva a plantear que hay razones morales para evitar que las acciones de los pacientes morales que causen daños sean evitadas y promover las que sean beneficiosas para los agentes morales.Desde estos principios, Regan nos dice que tenemos deberes morales directos con los animales. En contraste con la visión de los deberes indirectos,262 que serían arbitrariamente aplicados a los animales

(especialmente por el utilitarismo, el contractualismo rawlsiano y la deontología kantiana); los deberes directos se aplican a los animales porque si son pacientes morales, el deber prima facie de no dañar a otros nos previene de hacerles daño en tanto son sujetos de una vida.

3.3.1.1 El concepto de valor inherente

Regan sitúa el valor en los individuos capaces de tener ciertas experiencias. A diferencia del utilitarismo, los individuos no son receptáculos o recipientes cuyo valor está relacionado a sus capacidades, sino que alude al valor inherente que cada individuo posee.263 De esta manera, todos y cada uno de los individuos están dotados

de valor inherente que los constituyen como seres moralmente relevantes, y por tanto, poseedores de derechos. Aquí radicaría el centro del principio de respeto por estos seres con valor inherente, porque dicho valor es el que poseen los individuos que son sujetos de una vida, sujetos conscientes que procuran la satisfacción de sus necesidades e intereses, de manera independiente al valor que puedan tener para otros (digamos, agentes o pacientes morales) y su correlativo interés o bienestar.

En esta categoría, entonces, Regan clasifica a los animales constituídos como “sujetos de una vida”, lo que trascendería al hecho de que los individuos estén vivos y

262Que nos vienen a decir que no tenemos deberes directos hacia los animales sino más bien deberes que involucran a los animales.

sean conscientes. La diferencia la marcaría la capacidad de experimentar malestar o bienestar de acuerdo a la subjetividad vital del individuo. En otras palabras: el sujeto de una vida es aquel individuo que puede vivir su propio malestar o bienestar. Literalmente, Regan nos dice que los sujetos de una vida son:

“los individuos con creencias y deseos, percepción, memoria y sentido del futuro, incluyendo su propio futuro; una vida emocional junto a sentimientos de placer y dolor; preferencias e interés por el bienestar; la habilidad para comenzar acciones que persigan sus propios deseos y metas; una identidad psicofísica extendida en el tiempo; y un bienestar individual en el sentido de que sus experiencias vitales sean buenas o malas para ellos, lógicamente independiente de su utilidad para otros y lógicamente independiente de ser objetos para los intereses de otros.”264

Los individuos que cumplen estos criterios son, a juicio de Regan, los mamíferos que tienen a partir de un año de edad.265 El autor se basa en la cuestión de la

consciencia de los mamíferos, que son seres capaces de tener creencias y deseos, como un asunto propio del sentido común, de su comportamiento y porque la teoría evolucionista apoya la postura que los animales frecuentemente se comportan de acuerdo a sus deseos y creencias.

Para el autor, cuando los animales son sujetos de una vida significa que poseen un valor inherente que no puede reducirlos ni convertirlos en meros instrumentos para los fines que persigan otros individuos.

El valor inherente es independiente de la sensibilidad o la capacidad de sintiencia que tengan los individuos que lo portan. Su fuente es, por tanto, la subjetividad del ser que puede y tiene la capacidad de sentir, sea éste un humano, una mosca o un delfín. El valor inherente en estos seres es igual y el mismo para todos los seres que lo tienen, sean éstos paciente morales o agentes morales:

264Op. Cit. P. 243. 265Op. Cit. P. 78.

“si postulamos el valor inherente en el caso de los agentes morales y reconocemos la necesidad de ver su posesión como ser igual, entonces estaremos racionalmente obligados a hacer lo mismo en el caso de los pacientes morales. Todos los que tienen un valor inherente lo tienen igualmente, sean agentes o pacientes morales... El valor inherente es, entonces, un concepto categórico. Un ser lo tiene o no lo tiene. No hay intermedios. Es más, todos los que lo tienen, lo tienen por igual. No se presenta en grados.”266

Matizando esta idea, Regan nos viene a explicar que el valor inherente es fácil de entender cuando pensamos en el valor que la vida misma tiene para cada individuo que la posee, pues para cada ser vivo, su vida sería tan importante como nuestra vida lo es para nosotros. Y eso no se relaciona con contenidos tales como una vida más rica o mejor, por cuanto se refiere al hecho básico de que cada individuo (mosca, hormiga, delfín o humano) tiene la única vida de la que dispone, finita, limitada y que se termina cuando se agota. En este sentido, cada ser vivo sintiente tendría un valor inherente que lo hace igualmente considerable en la esfera de lo moral.

En este argumento, se van superponiendo diferentes argumentos para reconocer finalmente que tal como los humanos presentan similitudes moralmente relevantes, en el caso de otros seres vivos también la tienen, y como los humanos, poseerán valor inherente, el que implica el derecho a ser tratado con respeto.

3.3.2 Sintiencia e intereses

Se podría afirmar que Regan comienza su obra como una crítica o respuesta a los argumentos cartesianos y neo-cartesianos sobre la supuesta no existencia de consciencia, capacidad de sentir y subjetividad en los animales. Como bien resume Searle, después de declarar que la consciencia es un proceso biológico que ocurre en el cerebro y que es una parte de la historia biológica natural de los animales, tal como lo es la mitosis o el crecimiento; Descartes y sus seguidores deben aceptar el hecho de

que los animales son seres conscientes. La posición cartesiana suele identificar la racionalidad y la subjetividad, de manera que los seres incapaces de racionalidad también serían incapaces de tener un mundo subjetivo interior y ser, por lo tanto, conscientes de sí mismos y del mundo que los rodea. Sin embargo, tanto para Regan como para otros autores,267 no existe nada como un salto incomparable entre los

humanos y los no humanos: la biología evolutiva ha dejado en evidencia el hecho de que las separaciones (entre especies, variedades o grupos) son más o menos arbitrarias porque responden a nuestra manera de clasificar el mundo.268

Es así como de manera acertada Regan considera la teoría evolucionista y la existencia de consciencia en el ser humano como un hecho que difícilmente podría detenerse en el Homo sapiens como única especie cuyos miembros posean ese atributo. Por la similaridad entre la anatomía y la fisiología humana y animal, por el hecho de que las formas complejas de vida evolucionaron desde formas más básicas o simples, y más importante aún, por el valor de supervivencia de la consciencia269

debemos suponer que los miembros de otras especies son, también, conscientes.270 La

cuestión radica, para Regan, en que los animales son también seres conscientes que, a

267Relevantes en campos de las ciencias naturales y la biología, tales como Allen&Bekoff (1997), Bekoff (1998), Dawkins (2000), Griffin (1976, 1984, 1992, 2000, 2001), Griffin&Speck (2004), Nagel (1974), Rachels (1990), Searle (1998), Sheets-Johnstone (1996), entre otros muchos.

268Hay que tener en cuenta que la taxonomía y las clasificaciones que hacemos sobre el mundo natural son siempre guiadas por un propósito práctico: “La realidad biológica es que todas las clasificaciones son artificiales. Establecen, forzándolo, un determinado orden e la confusión bastante caótica del mundo natural. Las especies, tal como las describimos, son más bien una cuestión de conveniencia que una realidad biológica. El mundo real consiste sólo en individuos que están más o menos estrechamente relacionados entre sí en virtud de su descendencia de un antepasado común o más.” Dunbar, R.I.M.: “¿Qué hay en una clasificación?”. En: Cavalieri y Singer (1998), Pp. 141-145. 269El hecho de que la consciencia tuviese un valor positivo en la lucha de las especies –y sus

individuos– para adaptarse y sobrevivir en un medio ambiente cambiante.

270Regan destaca al respecto la siguiente cita de D.R. Griffin (1976): “Se convierte así casi en una perogrullada, una vez que se reflexiona sobre la cuestión, que la conciencia podría tener un gran valor