CAPITULO I Il contesto storico 11
2.2. Las nociones de “Generación del 98” y de “Modernismo”: reseña histórica
2.2.4. Estado actual de la cuestión
obras de arte, constituyen unos factores que se tienen todavía muy en cuenta en la interpretación del significado cultural de los textos de la época. Con la diferencia de que, casi huelga decirlo, ya no se confunden tales circunstancias materiales con el sentimiento de crisis general que se difunde en los ambientes intelectuales finiseculares.
manera independiente de cualquier influencia ideológica o de los perjuicios subyacentes a unos rótulos institucionalizados por los académicos anteriores.
En tal línea se sitúa el polémico artículo de John Butt, “The ‘generation of 98’: a critical fallacy?”246. Explora, en primera instancia, los significados originarios de los conceptos de “generación” y “modernismo”, con la finalidad de denunciar su posterior manipulación. Señala, pues, a la crítica tradicional como a la mayor responsable de la mistificación de los hechos reales, ya que ésta, al quitarle importancia a la existencia contemporánea de distintas experiencias literarias y culturales, había privilegiado el fenómeno denominado “Generación del 98”, al tiempo que levantaba una arbitraria división entre dos elementos constitutivos de la escena española247. A continuación presenta sus argumentaciones para justificar la tesis por la que no existen verdaderas razones históricas y literarias para considerar la “Generación del 98” un movimiento.
Concluye el artículo proponiendo una resolución drástica, la abolición de esa categoría historiográfica, e invita a tomar conciencia de la complejidad y heterogeneidad de la literatura del período en relación tanto al variopinto contexto cultural como al declive experimentado por la sociedad de la Restauración española.
Los primeros pasos hacía la revisión de los conceptos críticos en examen provienen del estudio etimológico de los términos, como hemos señalado, y se apoyan en la exploración de las circunstancias en las que se acuñaron las respectivas definiciones. De manera que se pretendía no sólo recuperar, en relación a un conocimiento puntual del contexto, el significado originario, sino también evidenciar las distorsiones ideológicas posteriores. Por lo que concierne a la génesis de la noción de “Generación del 98”, el uso del vocablo generación se enlaza con la intuición de la crítica coetánea que percibía el carácter novedoso de la producción de los jóvenes escritores, también denominados gente nueva. Se trataba de un grupo que respondía de manera unitaria a las exhortaciones de los intelectuales, para que operaran en dirección de la modernización de un país abatido, no sólo militarmente sino también moralmente, por la derrota colonial.
En este sentido, Carlos Serrano desbroza tres momentos sucesivos en la evolución de ese término, pero, sin embargo, anteriores a su consolidación como categoría
246 Vid. J. Butt, “The ‘Generation of 98’: a critical fallacy?”, Forum for Modern Language Studies, 16 (1980), pp. 136-153.
247 Butt mantiene al propósito que: “The transition from a sensible recognition of various trends in literature of the period, to the quite unjustified invention of a literary movement called the “Generation of 98”, was the consequence of a crucial development in Hispanism; one which, it may be fair to say, has bogged down Hispanists in futile disputes ever since. [...] The modern notion of a “Generation of 1898” “movement” was the work of four scholars, Jeschke, Laín Entralgo, Salinas and Guillermo Díaz-Plaja”, cfr. Ibidem, pp. 141-142.
historiográfica248. Volviendo a considerar los documentos de la época, el estudioso observa que, en un primer momento, la palabra generación se adoptaba por comodidad expresiva, referida casi espontáneamente a una fecha concreta: 1898. Ponían en relación las nuevas exigencias intelectuales de algunos escritores con la necesidad de regeneración que emergía de la difícil situación española. El término “Generación del 98” hacía referencia en sus orígenes al nexo de causa-efecto que existía entre la toma de conciencia de la decadencia nacional, provocada por la grave derrota en el conflicto con los Estados Unidos, y la urgente cuestión del renacimiento cultural y moral del país, con la que se enfrentaban los escritores y los pensadores. En un segundo momento, ese vocablo se convertía en tema de confrontación entre Ortega y Azorín, en los años de su rivalidad para adjudicarse el papel de guía intelectual de la nación. Cada uno proponía dos definiciones distintas de “Generación del 98”, en conformidad con sus propias aspiraciones e ideas, que se refieren sin embargo a dos generaciones diferentes. El uso disímil del mismo término, antes que comprobar su ser legítimo, dejaba divisar las aspiraciones personales que cada uno nutría para ascender a lo más alto de la sociedad literaria de comienzos del siglo XX249. En la anécdota afloran posibles desarrollos futuros de una noción que pronto adquiere un peculiar valor ideológico y político250.
Serrano concluye su trabajo evidenciando el uso convencional del término, carente a tenor de lo expuesto de la necesaria adherencia a hechos históricos. Además, subraya que, como ya había anticipado Gullón, la historia de la etiqueta “Generación del 98”, que
248 Vid. C. Serrano, “La Génération de 1898’ en question”, en S. Salaün - C. Serrano (ed. de), Histoire de la littérature espagnole contemporaine XIX e – XX e siècles. Questions de méthode, Paris, Presses de la Sorbonne Nouvelle, 1992, pp. 93-106.
249 Para mayores aclaraciones sobre ese capítulo de la historia intelectual española, que concierne la génesis del término crítico “Generación del 98”, Serrano remite al artículo de Vicente Cacho Viu, “Ortega y el espíritu del 98”. En ese trabajo, subraya como Azorín, para designar al grupo de escritores que eran sus coetáneos, se apoderó del rótulo ya anteriormente usado por Ortega. Sin embargo este joven intelectual lo empleaba para referirse a la generación de autores nacidos después del desastre. A este propósito, en el artículo se lee que: “el término “generación del 98” fue acuñado en febrero de 1913 por Ortega, para sí y para sus amigos, con una clara intencionalidad pública: convocar a los “nuevos españoles”, a la juventud estudiosa del momento, para que enderezasen los torcidos destinos del país. Ese mismo mes, Azorín se apodera del término para convertirlo en fecha epónima de un grupo literario que se da a conocer hacia el año del Desastre”, cfr., V. Cacho Viu, “Ortega y el espíritu del 98”, Revista de Occidente, nº 48-49 (1985), pp. 9-53, p. 9.
250 Se ha considerado ya en la primera parte de nuestra exposición cómo los críticos manipulaban este término en los años treinta, cuando, con la instauración del régimen franquista, se le daba un significado con matices nacionalistas. Interpretaban la manera de plantearse el “problema de España” por parte de la generación noventayochista (por la que el país para regenerarse tenía que redescubrir sus tradiciones y su pasado heroico y glorioso) como la celebración de la supremacía de los peculiares valores españoles, o mejor castizos. Daban una importancia trascendental al vínculo que unía cierta literatura finisecular y la producción ensayística tanto con la importante vertiente del pensamiento krausista, difundida en España por Sanz de Río en la segunda mitad del siglo XIX, como con la teoría literaria de los años ochenta moldeada por Joaquín Costa a partir de conceptos tomados de la Etnopsicología
data de 1913, parece reducirse a la estéril adición de los significados que los críticos fueron atribuyendo al movimiento individualizado durante el panorama literario posterior al Desastre de 1898.
En la misma perspectiva, unos años antes, Pamel Finnegan había propuesto una lectura del texto de los cuatro celebres artículos de Azorín profundizando en el valor cultural que el novelista atribuía a la palabra “generación” 251. Es decir tomando en consideración el concepto de “Generación del 98” con respecto al peculiar método
“generacionalista” empleado por el autor y a sus ideas sobre la estética idealista, demostrando cómo la crítica sucesiva había tergiversado los términos de su explicación.
En este sentido la profesora Finnegan declara que el haber separado el sistema de referencia adoptado por Azorín para su definición, explica el provincialismo crítico que ha dejado aislada la literatura española del contexto europeo252. Así, por ejemplo, la narrativa española de principio de siglo, con su peculiar conexión entre la búsqueda de un nuevo lenguaje y el momento histórico, protagoniza un hecho literario que rompe con los modos del Realismo y crea obras nuevas, en línea con las actuales tendencias del arte occidental modernista.
Retomando el hilo del discurso, cabe subrayar que la revisión del concepto de
“Generación del 98”, de la que hemos dilucidado algún ejemplo, impulsa notablemente las nuevas investigaciones literarias. Por lo demás, permite a la crítica deshacerse de la visión nacionalista y de los límites etnocentristas establecidos por los expertos en la materia. De ahí que se imponga la necesidad de reproponer el estudio de las obras y de los autores, antes incluidos en la corriente noventayochista, en un contexto cultural e histórico no sólo más complejo, sino también más auténtico.
Cabe decir que la labor que preside la redimensión del término resulta al final bastante radical; no sólo se pone en evidencia la inutilidad de la antigua etiqueta como instrumento de la crítica literaria, sino que numerosos estudiosos le restan protagonismo inclinándose por el vocablo antagonista de “Modernismo” 253. Sin embargo, este último ni
251 Vid. P. Finnegan, “La generación del 98: un problema crítico”, Crítica Hispánica, 9, (1985), pp. 125-135.
252 Vid. Ibidem. Para la estudiosa, el uso del término fuera de su contexto originario y libremente interpretado dentro de distintas líneas interpretativas, llevó a numerosos errores históricos. De hecho, nos aclara que Azorín no quería definir un grupo reducido de autores noventayochistas a raíz de unos temas comunes, ni siquiera había indicado en ningún momento “el espíritu regeneracionista como el elemento unificador” de unos escritores, puesto que éste afectaba a toda una generación de intelectuales.
253 José-Carlos Mainer hace hincapié en esa tendencia de la crítica actual cuando en la premisa al capítulo
“El Modernismo como actitud” empieza diciendo que: “el afianzamiento del término modernismo como definición omnicomprensiva de la literatura finisecular ha sido, sin duda, el balance más claro de los últimos años de bibliografía sobre este período”, cfr. J. C. Mainer (ed. de), Modernismo y 98, vol. VI/1..., p. 60.
siquiera está aceptado tout court, ya que la noción elaborada en el pasado ha experimentado un enérgico reajuste, en relación con el intento de definir el concepto de Modernidad.
Es preciso subrayar otro aspecto de la nueva etapa del debate crítico. Una vez superada la tradicional y resbaladiza identificación entre “Modernismo” y Esteticismo, entendido como la novedosa escuela poética inspirada por la lírica de Rubén Darío y los simbolistas franceses, quedaba por analizar al detalle el verdadero alcance universal de ese movimiento. Surgía, pues, el problema de definir las ideas de “moderno” y “modernidad”
sobre los que se fraguaba su significado epocal.
A este propósito reseñaremos un excelente trabajo sobre el modernismo catalán escrito por Eduard Valentì. En la introducción aborda el problema del significado conceptual del vocablo. En su opinión, hay que considerar el “Modernismo”, con respecto al significado estrechamente etimológico, un concepto general que se refiere a “una cierta actitud que se adopta en una situación determinada, casi como una solución que se activa o se propugna para salir de un estado que se quiere corregir” 254. En este sentido, tal situación puede repetirse. Es necesario, pues, delimitar el significado del vocablo al fenómeno literario reconocible en el panorama español del siglo XX. Valentí logra demostrar que a partir del uso espontáneo de la pareja “moderno”-“modernismo” se ha llegado a designar, de una manera convencional, una escuela estética específica, mientras que la pareja “modernidad”-“modernismo” se refiere a “coyunturas bien determinadas en el espacio y en el tiempo en que se dan una serie de condiciones que podríamos llamar los
‘supuestos del modernismo”255. No hay que confundirse pues con la equivalencia establecida por Onís entre “Modernismo” y “búsqueda de la modernidad”. Por ello Valentì llama la atención sobre la necesidad de distinguir entre el objeto y la palabra con la que se designan las múltiples modalidades de las representaciones artísticas.
Con el fin de ofrecer un cuadro del fenómeno modernista en su conjunto, el crítico declara que las distintas manifestaciones de la época tienen en común una tendencia representada por: “una profesión de fe en lo moderno en tanto moderno”256. No se olvida, pues, de subrayar las profundas conexiones existentes entre las expresiones literarias y la
254 Cfr. E. Valentí, El primer modernismo literario catalán y sus fundamentos ideológicos, Barcelona, Ariel, 1973, p. 20.
255 Cfr. Ibidem, p. 22.
256 En su definición del concepto de “Modernismo”, Valentí pone de relieve ese ímpetu renovador: “en general el modernismo, es, pues, un movimiento “reformista”, que no pretende destruir nada sustantivo. Es índice de una crisis que viene dada desde fuera y en lo que se plantea la posible caducidad de valores que siempre se habían tenidos por absolutos”, cfr. Ibidem, pp. 24- 25.
crisis finisecular. Y justamente en simultaneidad con esa crisis, empieza a madurar la conciencia de los intelectuales de la situación conflictiva que se estaba creando con la gradual degeneración tanto de las formas sociales y políticas del Antiguo Régimen como de los valores decimonónicos.
Esta precoz confutación de la etiqueta de “Modernismo” precede a la etapa más reciente del debate, pero, sin embargo, nos parece que proporciona interesantes anticipaciones. Por ejemplo, unos años más tarde, Giovanni Allegra focaliza en los conceptos de “modernidad” y “modernismo” 257. El hispanista italiano, antes de trazar su análisis pormenorizado en torno a los elementos ideológico-culturales que componen la unidad orgánica del movimiento estético que surge en España en las últimas décadas del siglo XIX, expone una definición de lo moderno a partir de su significado histórico, revelando, así, lo paradójico que llega a ser la fundación del fenómeno modernista ibérico sobre ese concepto. Es evidente que esta corriente literaria y cultural surge justamente de la negación de lo que se representaba con el adjetivo “moderno” en la segunda mitad del siglo. Una época que había asistido al triunfo de la burguesía y el racionalismo y culminaba con los notables mejoramientos materiales de las condiciones de vida del hombre, debidos a la aplicación tecnológica de los descubrimientos científicos. A la inversa, ideológicamente, el “Modernismo” ensalzaba lo que ese sistema intentaba reprimir; lo que no respondía a los parámetros de lo utilitario y productivo. La reflexión sobre los valores espirituales y estéticos llevada a cabo por los artistas polemizaba abiertamente con el establishment decimonónico. Una vez presentados los términos en cuestión, de manera que quedara de manifiesto la ambigüedad del uso del vocablo, Allegra propone su definición de “Modernismo”:
aquel movimiento estético que reproduce en España, en modos distintos, el mismo disgusto ante la modernidad que habían anticipado en Europa los primeros románticos y que después acentuaron los teóricos del simbolismo en las últimas décadas del siglo XIX [...] no es generalizar demasiado sugerir de este modo la amplitud y la variedad del movimiento, ya que existe un punto que unifica y polariza las conciencias: el rechazo de la mentalidad utilitaria,
“concreta” y “realista” que había constituido la gloria de todo el siglo XIX. 258
La esencia de ese nuevo movimiento está identificada con el clima espiritual y las actitudes que definían, a su vez, la generalizada crisis finisecular. Sucesivamente el estudioso individualiza las motivaciones estéticas subyacentes al desarrollo de un movimiento multiforme, estudiando las manifestaciones en las que se materializa la nueva
257 Vid. G. Allegra, El reino interior. Premisas y semblanzas del modernismo en España, Madrid, Encuentros, 1986.
258 Cfr. Ibidem, pp. 47-48.
realidad artística. Para ello, desarrolla un estudio con una perspectiva comparatista, superando las fronteras nacionales y de género, de manera que cada texto o las ideas específicas de cada autor quedan entrelazados, y acaba por conformar la peculiar Koiné europea que surge a final del siglo.
A este propósito, no podemos soslayar la importancia de la observación de Allegra, su metodología y finalidad última, ya que inscribe la literatura española en el mismo plano cultural donde se desarrolla la europea, poniendo de relieve, además, las sorprendentes similitudes con otras corrientes, como la simbolista o la decadentista. En la misma perspectiva se sitúa el notable ensayo de Hans Hinterhaüser sobre el estudio comparado de las figuras y los mitos que definen la literatura fin de siglo259.
Recordamos la significativa labor del crítico alemán, que propone, a partir del análisis tematológico de obras pertenecientes a diferentes ámbitos nacionales, una nueva categoría historiográfica que pueda aunar todas las literaturas de este período, y que constituya una alternativa al término de “Modernismo”. Volverá a insistir en su propuesta con ocasión del congreso celebrado en Córdoba en 1985 sobre el tema del Modernismo español e hispanoamericano260. En aquella ocasión, incidía una vez más en ilustrar cómo la locución fin de siglo indica la actitud hacia la vida y las circunstancias concretas típicas de un determinado período e impregna las nuevas manifestaciones artísticas europeas. Es importante reseñar la original aportación de Hinterhaüser porque, como reconoce Abellán, el membrete así ha enriquecido el vocabulario crítico de los hispanistas, ya que designa el cuadro sincrético de las manifestaciones artísticas europeas de entresiglos, incluida la española261.
Desde la mitad de los años ochenta, la historia de las nociones sometidas a examen está protagonizada por considerables trabajos centrados en la labor de transformación de la visión de la literatura española moderna. Vamos a hacer referencia a algunas de las obras más representativas con el fin de perfilar, de manera esquemática, el cuadro de los estudios que han contribuido a refrescar los instrumentos y los conceptos de la crítica literaria con nuevos modelos interpretativos. Sobresalen las aportaciones, tan importantes como la de Hinterhaüser, recogidas en las actas del ya mencionado Congreso Internacional de Córdoba de 1985, y también las que compila Ivan Schulman en el volumen Nuevos
259 Vid. H. Hinterhäuser, Fin de siglo. Figuras y mitos, Madrid, Taurus, 1980.
260 Vid. H. Hinterhäuser, “El concepto de fin de siglo como época”, en Actas del Congreso Internacional sobre el modernismo español e hispanoamericano..., pp. 9-20.
261 Vid. J. L. Abellán, Historia del pensamiento contemporáneo. La crisis contemporánea (1875-1936). Fin de siglo, modernismo, generación del 98 (1898-1913), vol. V, t.2, Madrid, Espasa-Calpe, 1989, pp. 13-35.
asedios al modernismo262. Por otra parte, Javier Blasco lleva a cabo una exhaustiva recopilación bibliográfica con la que pretende pasar revista a los nuevos estudios sobre el
“Modernismo”, en un artículo titulado Modernismo y Modernidad, que abre dos suplementos monográficos publicados por la revista Ínsula en 1987 sobre el Estado de la cuestión263. Hemos de mencionar también entre los publicaciones más recientes el volumen ¿Qué es el modernismo? Nueva encuesta. Nuevas lecturas al cuidado de los estadounidenses Cardwell y McGuirk264. Se trata de un proyecto colectivo donde hallan cabida estudios que se sustentan en nuevas modalidades de acercamiento a la literatura española de la primera parte del siglo XX y proponen nuevos objetos de investigación. Los ensayos en su conjunto, más allá de perseguir una amplia heterogeneidad de intereses y perspectivas, responden a las intenciones programáticas enunciadas en la introducción, por lo que su finalidad última es remediar las carencias de la crítica tradicional. Por lo que concierne al problema terminológico e historiográfico, se plantean zanjar de manera definitiva el nudo crucial representado por el enfrentismo entre los conceptos de
“Modernismo” y “Generación del 98”, mostrando la lógica mistificadora y manipuladora de un discurso de poder que suprimió y oscureció el significado real de la dimensión modernista. Además, se proponen inscribir el “Modernismo”, considerado como fenómeno peculiar de las letras hispánicas, en el movimiento más general del Modernism europeo. Unas intenciones operativas que tendrán vasto eco en el quehacer crítico de 1998.
En esa misma línea, pues, se sitúan los trabajos realizados en coincidencia con el centenario del famoso Desastre colonial, presentados en el marco de distintos congresos, seminarios y reuniones científicas. Todo ello ha representado tanto un momento de reflexión y balance sobre los adelantos de los estudios más actuales, como una buena oportunidad para que se consolidaran y afirmaran nuevas líneas de investigación. Cabe recordar, de todas formas, que entre tantos buenos propósito, no se ha llegado a suscribir ningún acuerdo común sobre qué término utilizar, así como sus límites cronológicos, para referirse a la producción literaria española entre finales del siglo XIX y principios del XX.
Se trataba, de todas formas, de un acontecimiento cultural básico para la comunidad científica comprometida con ese período de la literatura ibérica.
262 Vid. I. A. Schulman (ed. de), Nuevos asedios al modernismo, Madrid, Taurus, 1987.
263 Los artículos están firmados por Rafael Gutiérrez Girardot, Lily Litvak, Giovanni Allegra, John Macklin, Richard A. Cardwell, Saúl Yurkievich. Vid. J. Blasco Pascual, “Modernismo y Modernidad I y II”, Ínsula, 485-486 (1987), pp.37-40; y 487 (1987), pp. 21-24.
264 Vid. R. A. Cardwell-B. McGuirk (ed. de), ¿Qué es el modernismo? Nueva encuesta. Nuevas lecturas, Boulder, Univ. of Colorado, 1993.