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El apego en adultos de mediana edad y viejos

Nos referimos en este apartado a dos grandes eta- pas de la vida adulta que coinciden con dos etapas del ciclo evolutivo del sistema familiar: el adulto en torno a la mitad de la vida (sistema familiar de adul- tos con hijos mayores), y el adulto viejo (siste ma familiar de los adultos sin hijos que continúan jun- tos hasta el final de su vida). Aunque no es fácil in- dicar la especificidad del apego en cada una de estas etapas, las presentamos por separado para ser cohe- rentes con los ciclos evolutivos del sistema familiar.

4.1.  El apego en adultos en torno a la mitad de la vida

Desde que los adultos tienen hijos adolescentes hasta que éstos dejan de forma habitual la casa de los padres, el sistema familiar tiene características propias, como veíamos al comienzo de este ar- tículo. Los esposos pasan por la denominada crisis de la mitad de la vida y los padres e hijos tienen Figura 2.4.

que reestructurar sus relaciones continuamente para permitir que los hijos vayan conquistando diferen- tes campos de autonomía. Esta relación puede su- poner un gran costo y estrés para la pareja de adul- tos (los esposos). Es también propio de este período el tener que afrontar los cuidados de los padres de una u otra forma y la muerte de éstos, quedándose como última generación con vida. Por otra parte, ellos mismos (los esposos que son, a la vez, padres de hijos adolescentes e hijos de padres muy viejos) tienen que afrontar los procesos de su propio enve- jecimiento que empieza a afectarles de manera evi- dente (climaterio y menopausia en la mujer y pro- cesos generales de envejecimiento de la figura corporal y de la fisiología global en ambos).

Las dificultades en este período pueden venir, por tanto, de tres procesos distintos: la propia crisis de la mitad de la vida, los cuidados y la muerte de los padres y el proceso de independencia de los hi- jos. Se trata, pues, de una época que puede ser es- pecialmente difícil, ya que todas las responsabilida- des recaen en esta generación de adultos, sin que, en muchos casos, tengan apoyos de miembros de otras generaciones. En este momento crítico de la vida, en medio de la propia crisis vital que suponen los propios cambios de la crisis de la mitad de la vida, ni siquiera gozan de la comprensión de esas otras generaciones, porque es propio de los muy viejos depender de los hijos y plantearles nuevas exigencias, y propio de los hijos adolescentes y jó- venes mantener una relación de ambivalencia, con- flictiva en uno u otro grado, con los padres (figu- ra 2.5).

Si las relaciones entre los esposos son adecua- das, las relaciones de apego, amistad, intimidad se- xual y de cuidado mutuo pueden seguir profundi- zándose y verse beneficiadas por la seguridad de los numerosos años de convivencia y las experien- cias vividas juntos. Si, además, las relaciones con los hijos son satisfactorias y se consigue darles au- tonomía, sin grandes conflictos, el proyecto de vida en común y, más en concreto, el proyecto de pater- nidad y maternidad se verán colmados.

Pero si alguno de estos subsistemas (el de los es- posos, el de los padres con los hijos adolescentes, el de los esposos con sus propios padres) entra en grave conflicto y, más aún, si varios de ellos lo ha- cen, el sufrimiento de los esposos y de los padres puede llegar a ser tan grande que el bienestar del sistema familiar en su conjunto, de cada subsistema y de cada persona concreta, se vea amenazado hasta provocar problemas o desgarros que sean irrepa- rables.

Los adultos, a partir de este período, pueden aca- bar estableciendo vínculos de apego con los pro- pios hijos, porque éstos van siendo mayores y pue- den cumplir las funciones del apego. No es fácil indicar cuándo esto puede empezar a ocurrir, pero es indudable que pasa con frecuencia, especial- mente en la última etapa de la vida de las personas, como veremos a continuación. En todo caso, pa- rece que es necesario que los hijos sean relativa- mente mayores, para que puedan cumplir las fun- ciones del sistema de apego y convertirse así en figuras de apego de otras personas, normalmente su propia pareja y sus propios padres. Las diferencias individuales son muy importantes también en este caso, porque dependen de dos conjuntos de facto- res: lo que los hijos sean capaces de ofrecer a los padres y el estado de necesidad de los propios pa- dres. Por un lado, parece razonable pensar que hi- jos más eficaces en el cuidado de los padres y más comprometidos con ellos favorecen el que éstos les conviertan en figuras de apego; por otro, parece también razonable pensar que padres menos ampa- rados en la relación de pareja o más débiles en ra- zón de posibles enfermedades o de procesos de en- vejecimiento avanzados estén más inclinados a establecer relaciones de apego con sus propios hi- Figura 2.5.—Adultos en la mitad de la vida.

jos. Esto es especialmente frecuente en la etapa que pasamos a describir.

4.2. El apego en la última parte de la vida

El sistema familiar durante la última parte de la vida es aún más variable, porque, junto a la diversi- dad propia de los adultos, se añaden todas aquellas situaciones en las que los esposos se quedan solos, permanecen en casa con los hijos mayores (reali- dad hoy frecuente), uno de los esposos se queda viudo con o sin hijos en casa, ambos o uno solo se incorpora al sistema familiar de alguna de las hijas o hijos, ambos o uno solo pasa a vivir en una resi- dencia, etc. Imposible es, por tanto, indicar qué es lo convencional en este caso, porque la mayor parte de las diferencias las provocan situaciones de nece- sidad que no dependen de la voluntad de las per- sonas.

De todas formas, de una u otra manera, podría considerarse habitual que se haya producido el abandono de los hijos de la casa familiar y se pase por dos períodos más o menos diferenciados: el de pareja autónoma y con capacidad de ayuda a los propios hijos y nietos, y el de pareja o viudo/a en situación de uno u otro grado de dependencia de los demás hijos o asistencia social.

4.2.1. El apego en torno a la jubilación

Este período entraña dificultades, como la deno- minada crisis de nido vacío, que suele sufrir más la mujer, o la de jubilación, que presenta en general más dificultades para el varón. El subsistema mari- tal tiene que organizarse de nuevo ante los cambios que supone quedarse solos, jubilarse, descender en el nivel de ingresos, tener nuevos roles como el de abuelo o abuela, aceptar los procesos de envejeci- miento que no dejan de acelerarse, posibilidad de sufrir los primeros problemas de salud, posibles muertes de algún hermano y de amigos, disponer de mucho tiempo de ocio, etc. Pero este primer pe-

ríodo de la vejez puede ofrecer también grandes ventajas si se cumplen determinadas condiciones, como son la salud, un grado razonable de bienestar económico, capacidad para disfrutar de aficiones, juegos o actividades de tipo cultural y social, y se tienen relaciones satisfactorias con la pareja. En este caso, el verse liberados de los esfuerzos que supone el cuidado de los hijos, tener el control so- bre los cuidados que se desea ofrecer a los nietos, tener tiempo de ocio casi ilimitado para las diferen- tes aficiones o actividades, disponer de la posibili- dad de pasar todo el tiempo que se quiera con la pareja, etc., puede hacer que este período se con- vierta en uno de los más satisfactorios de la vida.

Las relaciones de apego con la pareja y, mucho mejor aún, con la pareja y con los hijos son espe- cialmente importantes en este período, para disfru- tar el bienestar de la presencia de todos ellos, el gozo de tareas realizadas en la seguridad de estar juntos y, sobre todo, para tener la seguridad de que todos y cada uno de los miembros del sistema fa- miliar están protegidos y recibirán la ayuda de los demás. Esta situación puede darle la serenidad de afrontar la parte final de la vida acompañado y acompañando a los demás hasta la muerte. Es un período de madurez en las relaciones de apego en- tre los miembros de la pareja, sin las perturbacio- nes y atenciones que anteriormente les exigían los propios padres y los hijos. En la soledad acompa- ñada de la pareja, después de haber perdido a los padres, con conexiones fuertes con los hijos y nie- tos, aún con capacidad para gozar y ayudar a los demás, el apego entre los miembros de la pareja puede poner de manifiesto todos sus logros y refor- zarlos definitivamente.

También puede ocurrir, claro está, que los con- flictos y carencias de la pareja, más o menos camu- flados en períodos anteriores, se pongan de mani- fiesto ahora irremediablemente al quedarse solos, sin distracciones posibles. En este caso, los sufri- mientos pueden llegar a ser extremadamente des- tructivos, hasta llegar a hacer perder el sentido de la vida, tanto si provocan una ruptura de la pareja después de tantos años de convivencia, como si permanecen juntos compartiendo su propio drama relacional.

4.2.2.  El apego en los años finales

de la vida

Algunas parejas tienen la fortuna de acompa- ñarse hasta prácticamente el final de la vida; pero es frecuente que una parte significativa de este pe- ríodo lo tenga que hacer uno de ellos solo, la es- posa con más frecuencia. Por supuesto, aunque la media de vida es hoy muy elevada, son bastantes las personas que mueren antes y que, por consi- guiente, no tienen la oportunidad de vivir juntos los últimos años de la vida.

Este período final de la vida puede estar lleno de sentimientos de autorrealización personal, familiar, profesional, etc., o puede vivirse con la sensación de haber perdido la vida, según las personas.

La variabilidad interpersonal vuelve a ser, en este caso, el dato más destacado: unas personas pa- san por enfermedades graves crónicas, de larga du- ración y gran sufrimiento, mientras otras disfrutan de condiciones de salud hasta los últimos días de su vida. El grado de salud, mantener la capaci- dad de autocuidarse o depender de los demás, dis- poner de adecuadas condiciones económicas o vivir en la penuria, conservar el juicio o entrar en un proceso de demencia, el tener compañero de pareja o carecer de él, contar con la ayuda de los hijos o no disponer de ella, mantener una historia de rela- ciones de pareja y familiares satisfactoria o de frus- tración, etc., están entre los factores más determi- nantes de este período.

En todo caso, todas las personas tienen que en- frentarse ineludiblemente ante el hecho de la muerte de la pareja y/o la propia muerte. Y, en la mayor parte de los casos, ante el hecho de la enfer- medad de uno o los dos miembros de la pareja. Si tenemos en cuenta estos dos hechos y el resto de los factores señalados anteriormente, es fácil com- prender que en este período sea muy frecuente el sufrimiento por las pérdidas (de la pareja, herma- nos y amigos) y la soledad consiguiente. Soledad emocional, por pérdida o ausencia de figuras de apego y soledad social por la pérdida de la mayor parte de la red de relaciones sociales (Weiss, 1982). La soledad emocional es sentida como la falta de vínculos con personas que sabemos que

son incondicionales (sentimientos de pérdida irre- parable, de desamparo, de inseguridad, de no tener a nadie disponible y próximo, que nos acompañe en la vida y nos de seguridad, etc.) justo cuando más los necesitamos, en un momento de inevitable sufrimiento y aflicción; la soledad social hace refe- rencia a la ausencia de red de relaciones sociales extrafamiliares, muy importante a lo largo de la vida para satisfacer nuestras necesidades lúdicas y sociales, pero menos importante en estos momen- tos finales de la vida, en los que lo que fundamen- talmente se necesita es disponer, al menos, de una persona que sea eficaz en los cuidados e incondi- cional. Así se comprende que cuando se le pregunta a los viejos cuáles son sus problemas más impor- tantes, citen, en los primeros lugares, los problemas de soledad (López, 1997).

En este período, por consiguiente, es fundamen- tal tener la fortuna de mantener la figura de apego del compañero o compañera de pareja y contar con otras figuras de apego como los propios hijos y, tal vez, los hermanos. Las red de amigos es también importante, pero suele ser menos eficaz en estos momentos de la vida y estar mucho menos compro- metida frente a los problemas de la enfermedad y la muerte.

La figuras de apego son especialmente importan- tes en este período, además, porque es muy fre- cuente que la persona se deteriore en uno u otro sentido o que, en todo caso, sea débil y depen- diente. En esta situación la persona tiene poco que ofrecer en reciprocidad a los demás y no es tam- poco infrecuente que su deterioro y los cuidados que necesita conlleven esfuerzos importantes. Por ello, es decisivo que pueda contar con personas, fi- guras de apego, que le sean material y, sobre todo, emocionalmente incondicionales. Los buenos cui- dados profesionales son muy útiles, pero los cuida- dos emocionales que una persona necesita en las situaciones límites de la vida sólo los pueden pres- tar satisfactoriamente las figuras de apego.

En cierto sentido podríamos decir que aquí se cierra el círculo de la vida, en una situación que, siendo el contrapunto del nacimiento (muerte- vida), coloca a la persona en la misma situación de desvalimiento del recién nacido; pero con alguna

diferencia muy importante, porque, por un lado, mientras la naturaleza casi asegura que la madre se entregue en cuidados incondicionales al hijo, el viejo cuando muere puede encontrase, y no es in- frecuente, con que no haya una persona totalmente disponible para él y, por otro, porque, mientras el niño se despierta con uno u otro grado a la con- ciencia exultante de la vida, el viejo se sabe al final de sus días, con una conciencia más o menos an- gustiosa ante el hecho inevitable y cercano de la muerte. Comprender esto es comprender la impor- tancia decisiva de las figuras de apego en este pe- ríodo de la vida y en todos aquellos que nos colo- quen ante situaciones límites de sufrimiento y aflic- ción a lo largo del ciclo vital: sentir la protección y la seguridad de la presencia disponible y los cuida- dos incondicionales de una figura de apego es siempre, pero de forma especialmente clara en es- tas situaciones, la mayor necesidad emocional de todas las personas. Así somos y así nos necesi- tamos.

5.  las dIfErEncIas dEl apEgo