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3. LA TEATRALIDAD REVELADA DE CUESTION DE HÁBITOS

3.1.1 Los artificios espaciales

El espacio de la novela, o la novela misma, puede transformarse en un escenario de teatro donde, de igual manera, pueden aparecer los artificios de las técnicas espaciales. En este espacio teatral de Cuestión de hábitos es posible observar tanto un juego de espejos, como la verbalización de espacios y la creación de un espacio ilusorio. Así bien, nuestro principal ejemplo se da a lo largo de la novela y, especialmente, en el último capítulo donde el narrador nos revela que somos nosotros los mayores espectadores, porque no sólo nos hemos dado cuenta del acto espía del amanuense, sino que también somos espectadores de lo que ocurre con los demás personajes. En este sentido, la multiplicación de representaciones se crea en la medida en que se suma un plano donde además aparece otro espectador. En este caso, los lectores constituimos un tercer plano en el espacio de la novela porque, del mismo modo que sucedía con el cuadro de Velázquez, nosotros somos los espectadores que concebimos la totalidad de las representaciones: observamos a un personaje que tiene a su vez, cómo escena, la acción de observador otra escena.

Otro ejemplo de espejismo se muestra al inicio del capítulo dos:

En medio de la fuente y rodeada de arbustos y flores, la mujer parece regodearse con su espléndida desnudez. El cuerpo moreno, acariciado por el sol del desierto, realza la redondez de los senos gracias a los negros vellones de las axilas, que los brazos en alto ocupados en el aseo de la larga cabellera han puesto al descubierto. La rotundidad de la cadera no alcanza a ocultar el vello del pubis y esto es lo que parece ganar la atención de los ancianos que la espían, tras el limonero. Cautivados por el magnífico damasco que reproduce este paisaje, algunos de los invitados comentan la sagacidad y peripecia de Daniel al poner de presente la malidicencia de los jueces, cebados en la castidad de Susana, a quien no obstante sus infundios, no han podido doblegar (31).

El espejismo que se construye aquí se hace a partir de, en primera instancia, una acumulación de referentes que nos permite, a los lectores-espectadores, hacernos una idea de que esa imagen es parte de la narración o de la descripción de los hechos de la trama. Intentamos como lectores descifrar quien es esa mujer desnuda que se baña, asimismo, intentamos descifrar ese lugar y ese momento a los cuales nos ha llevado la voz narrativa. Sin embargo, conforme vamos avanzando en estas descripciones de referentes, nos damos cuenta de la presencia de otros dos personajes que, al igual que nosotros, observan la escena de esa mujer bañándose. Más adelante, una vez más, nos damos cuenta de que esa mujer, junto con esos otros dos personajes que la espían, hacen parte de la representación de un cuadro que está siendo observado por algunos personajes de la novela, los cuales a su vez, están siendo observados por un amanuense, observado, asimismo, por nosotros. Así pues, estos espejismos, o escenas dentro de escenas, funcionan como ficciones implantadas que se hacen pasar por realidades hasta que un nuevo espectador descubre el artificio de su ficción. En este caso, es gracias al lenguaje, y a su acumulación de descripciones, que la representación del damasco de Daniel, logra implantarse como escena que hace parte de los hechos de la narración y que, hasta cierto momento, el lenguaje nos revela o desenmascara su artificio.

Si los espejismos nos permiten jugar con la multiplicación de planos espaciales, también podemos ver que gracias a la palabra de los personajes y a la voz del narrador, se da cavidad para otros espacios alternativos. Vale la pena reiterar que el único espacio en que se desarrolla la novela, es el espacio interior de un convento, de modo que todo espacio exterior o diferente a éste es creación artificial que se da, como en la obra de Sor Juana Inés, Los empeños de una casa. A partir del recuerdo o alusión de los personajes, en el caso de Cuestión de hábitos, cabe decir que los espacios exteriores cobran materialidad.Estos espacios referidos son otros conventos, en los cuales, según nos muestran algunos personajes, se infringen las leyes por culpa del desbordamiento sexual que tienen las monjas.

La versión frente a dichos hechos que tienen estos personajes, como Fray Octavio y Consuegra, se distingue por la exageración y la vulgaridad con que se cuentan, pero sobre

todo, por la manera en que dichos hechos crean un imaginario de la mujer en estos personajes, imaginario que, en cierto, modo de se entiende como una forma que crea el autor para parodiar a dichos personajes:

FRAY OCTAVIO — (...) Recordad, si no, los escándalos que sacudieron hace apenas quince días El convento de La Severa.

DON CARLOS — ¿Y eso qué tiene que ver con esta tertulia?

FRAY OCTAVIO — Los motines se desataron so pretexto de una de las obras de sor Juana. Fue tal el tumulto que de nada sirvieron los ruegos de la prioresa.

CONSUEGRA — Es cierto. Casi eunucan al padre provincial, y solo porque quiso arbitrar en el escándalo.

FRAY OCTAVIO — Y todo para demostrarse al final que dos de las monjas de conducta harto relajada estaban preñadas.

CONSUEGRA — Se dice que algún Grande les hizo crecer la barriga. (120- 121).

No obstante, la mayoría de espacios exteriores se desvirtúan de su realidad cuando son concebidos por los personajes de manera exagerada, incluso cuando el mismo lenguaje juega a favor de ello: así por ejemplo, el nombre que adquiere el convento, La Severa, resalta y hace evidente la extravagancia y el sentido burlesco que tienen los hechos que allí suceden. Cabe decir que, no sólo los conventos aludidos son los únicos espacios que sufren este tipo de desfiguración, puesto que tambiénel espacio geográfico adquiere unas connotaciones culturales que lo desvirtúan:

FRAY OCTAVIO:—Cierto. Dicen que Santa Fe es un páramode donde Dios ha huido. Muy montaraces y silvanas con sus gentes.

CONSUEGRA — Abundan allá los bellacos y malandrines

EL ARZOBISPO — Poco cabe esperar entonces de un país semejante. Fijaos si no que hasta los civiles andan calentándoles los cascos a monjas que viven a cinco mil millas de distancia.

LA VIRREINA — ¡Dios mío, como anda el clero!

EL ARZOBISPO —Gente harto degenerada, no cabe Duda.

FRAY OCTAVIO — Se matan entre sí, como si nada. Ahora viven lo que denominan Los Tiempos de Ruido, y agonizan de una cosa que llaman El Abrazo de Pato.

CONSUEGRA — No hay cultura ni nada. Pero todos alardean de poetas.

DON JUAN — Sois injusto, padre. Recordad que en Tunja vive nuestra hermana, La madre Francisca Josefa de Castillo y Guevara

FRAY OCTAVIO — ¿Tunja? Tengo entendido que esa ciudad es tan ilustrada y digna como nuestra Puebla. (63)

De nuevo, es evidente cómo los espacios exteriores se vuelven imágenes desvirtuadas por la exageración y extravagancia de los hechos que allí ocurren y que, de algún modo, aunque puedan ser hechos históricamente reales, son modificados no sólo por los personajes, sino por la intencionalidad que tiene el discurso literario de crearles una apariencia que se distancie de la realidad. La deformación y exageración de los espacios, que hacen parte del sentido caricaturesco que tiene la novela, también se asemejan, de algún modo, al efecto de anamorfosis de las imágenes. No olvidemos que este efecto consiste en observar la deformación de una imagen a partir de la perspectiva en que se ve.

De igual modo, puede decirse que el punto de vista de los personajes, o la versión de sus hechos, repliegan una serie de imágenes, en este caso de espacios, deformados y desvirtuados más de lo que en realidad pueden ser.