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LA ASISTENCIA EN EL DESARROLLISMO

Para abordar al denominado “desarrollismo” se vuelve necesario en- tender que el mismo se enmarca en una época signada por convul- siones sociales y políticas, es decir desde mediados de los años 50 y principios de los años 60 se encuentra un contexto internacional convulsionado y en términos de autores como Terán (1990) con una

“acumulación de elementos contestatarios y rebeldes”.

Si bien antes de la Segunda Guerra Mundial el predominio eco- nómico, militar, etc. de Estados Unidos ya había comenzado, una vez concluida la guerra en el año 1948, este país pasó a ocupar el lugar hegemónico y el principal liderazgo en el concierto de las naciones a nivel mundial. El proyecto estadounidense se en términos de defensa de la democracia, y lucha contra la miseria y el atraso de los pueblos, como freno y en oposición al avance de la alternativa socialista.

Es decir, el desarrollismo se constituye en una estrategia de re dis-

ciplinamiento social en un contexto convulsionado desde los centros

del poder económico internacional y asumida por los organismos internacionales. Al respecto, la llamada Alianza para el Progreso, será constituida como herramienta política para la dominación sobre América Latina. Esta estrategia estará acompañada política y técnica- mente entonces, por los organismos internacionales como la ONU y la OEA que difundirán la ideología desarrollista.

Entre la década del 60 y del 70 casi todos los países latinoamerica- nos adoptaron con diferentes intensidades la propuesta de “desarrollo de la comunidad” como, en términos de Arias (2012), “parte de las

cráticos con gobiernos militares en nuestro continente y -tomando una denominación ya clásica de O´Donnell (1982) - se caracteriza como “Estado burocrático autoritario”. Se caracteriza por una situa- ción de “… economía de posguerra con fuerte impronta keynesiana que favorecía las capacidades estatales a la par que los movimientos de masas en el tercer mundo forjaban identidades políticas con fuer- tes cargas de nacionalismo” (Arias, 2012; 42).

Esta avanzada entonces de la política norteamericana sobre Amé- rica Latina tendrá su sustento teórico desde las concepciones funcio- nalistas que van a impregnar a las Ciencias Sociales en el período. En términos generales, postularán que, siguiendo a Ríos (1997), “se

esperará un desarrollo auto sostenido cuyos obstáculos serán las estruc- turas arcaicas, la inercia y la resistencia al cambio de los sectores tra- dicionales”. En este convulsionado clima se institucionalizan las cien-

cias sociales en América Latina, “…la sociología se consolidó en esta

etapa y las disciplinas interventivas en lo social, como el Trabajo Social, tuvieron un crecimiento notable a la luz de la imagen del desarrollo”

(Arias, 2012; 46).

Este proceso puso en marcha una dinámica “modernizadora y ex-

cluyente” (Torrado, 1992). A partir de la década del 50, por la imagen

del progreso indeclinable, esta idea que impregna la vida social de las sociedades occidentales y a las ciencias sociales. Al respecto, señala Arias (2012), “la imagen del desarrollo asociada al avance de la indus-

trialización y de las tecnologías en un momento de mejoras crecientes en la calidad de vida de conjuntos poblacionales importantes era su- mamente potente en términos políticos e implicaba una confianza en la modernidad en el conjunto de Occidente” (Arias, 2012; 42).

En este momento histórico se instala el “modelo de asistencia y promoción” (Arias, 2012). La autora citada utiliza esa denominación en relación a la instauración de una “forma institucional específica de

tratamiento de la pobreza” que prevalece hasta la actualidad. En este

sentido, se sitúa como “novedad” del período, la incorporación de la “promoción social”. Arias encuentra a su vez que la estrategia desa-

rrollista supuso “tecnificar las operatorias estatales” y la creación de organismos nacionales de planificación. La presencia de los técnicos y de lo técnico incluyó también el avance de una serie de recomenda- ciones técnicas sobre la pobreza. En esto, la idea de que el desarrollo requería de condiciones previas a las vinculadas condicionantes so- ciales fue un planteo “técnico” de gran relevancia política.

En esta dirección, se puede visualizar como rural y lo urbano-mar- ginal serán los escenarios privilegiados por la mirada de los nuevos y modernos métodos desarrollistas. Los mismos son planteados como

“más tecnificados, con más sustento teórico, con mayores grados de pla- nificación y con un estilo de gerenciamiento programático”. La pobreza

desde esta perspectiva es entendida como falta de integración asocia- da a carencias (de pautas culturales, socio-educativas, laborales, etc.) de los grupos a los que a su vez se identifica como “atrasados”. En otros términos, se postulaba que la “posibilidad de salir de la situación

de pobreza era la modernización de estos sectores marginales, y esta modernización tenía que ser del conjunto de las dimensiones vitales”

(Arias, 2012; 53).

La relación entre pobreza y desarrollo planteada en esta teoría se presenta en un momento histórico particular en el cual el desarrollo, pensado como progreso, era visualizado como una posibilidad cier- ta y en algunos casos inevitable. Para el caso de la Argentina, Arias (2012) señala que esta etapa coincide con la industrialización cre- ciente y con la identificación de pobreza urbana que tendrá por pro- tagonistas principales a los migrantes internos que se incorporarán a los centros urbanos en condiciones desfavorables. La “intervención” entonces en el campo de lo social va a estar atravesada por dos ejes principales: el “desarrollo” y la “participación”. La centralidad de estas nociones en los discursos desarrollistas de la época supone a su vez una concepción centrada en identificar a la “ignorancia”, el “atraso”, la “falta de pautas culturales modernas”, etc. como las causas de la pobreza. Esta última además es identificada como la creadora de las

que se caracteriza como de “marginalidad”, aborta cualquier posibi- lidad de potenciación colectiva. Desde esta perspectiva, entonces, se supone que la intervención debe a partir de la modificación de los patrones conductuales y culturales, es decir, “capacitar a los margina-

les” (Arias, 2012).

El planteo sobre la falta de integración y cambio social se relaciona con la “mentalidad típica de los latinoamericanos” como problema para el cambio social. “Se entiende que esta mentalidad se estructura a partir

de la dicotomía amo-esclavo que conforma un tipo de mentalidad que da soporte psicológico a conductas que impiden el cambio social” (Arias,

2012; 56). Se observa con claridad entonces como “lo popular” es es- tigmatizado e ignorado, se lo considera irracional, atrasado, y rápida- mente es asociado con las ideas de resistencia al cambio y peligrosidad. Como apunta Carballeda (2006), la identificación de los problemas so- ciales a partir de explicaciones raciales, de problemas de adaptación al medio, etc. se re vitalizan en el marco del desarrollismo.

Se ve entonces cómo esta forma de considerar las necesidades no está asociada a la idea de derecho, sino que se presenta en un marco en donde el otro, el sujeto de la intervención, es pensado con capa- cidades limitadas para identificar sus problemas. En contraposición con la idea de promoción, la asistencia queda para Arias, “en un lugar

estático, considerada un que provisorio, hasta que lo sujetos promo- cionen. A partir de esta configuración de la idea de promoción social la asistencia cobrara un lugar de práctica considerada transitoria y en pequeña escala” (Arias, 2012; 64).

Y por último es necesario enfatizar cómo para los autores men- cionados, el desarrollismo paradójicamente, “… se aleja de las expli- caciones morales o individuales de la pobreza, pero también de la idea de derecho social o de la idea de derecho alrededor de la política asistencial” (Arias, 2012; 64). Es decir, si antes –en el modelo de asis- tencia legitimada- había una población igualada conceptualmente alrededor de la idea de derechos, esta nueva etapa se caracteriza por la generación de diferencias. El profesional, entendido como un “téc-

nico” que define necesidades, problemas y soluciones. Esto llevará a considerar al sujeto de las prácticas como un sujeto pasivo. Este “sujeto” que ya no va a ser considerado portador de un déficit moral como en el Modelo Liberal Positivista, sino que se entenderá como portador de problemas sociales estructurales, propios de las comuni- dades atrasadas.

LA ASISTENCIA Y LAS PERSPECTIVAS