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La basura debajo de la alfombra

In document Abuso Sexual y Malos Tratos Contra Niños (página 128-130)

Habíamos sido invitados a una mateada por la juventud del Pacará, el barrio más humilde y marginal de Santiago del Estero.

Empezaron las advertencias: que no vayamos, que era peligroso, que no llevemos nada de valor, que se entra pero no se sale, que con sólo arrimarse la vida corría peligro, y que como mínimo te desnudan y te desvalijan.

Obcecados hasta la médula, ahí llegamos, escoltados por Ada Albanesi y Fernando Graray.

En la entrada de una modesta vivienda, con los pasillos y el patio de tierra recién regado para recibir las vivitas nos espera Gladis, la dueña de casa. Dios los bendiga, gracias por venir, nos dijo en una natural humildad. Pasen, en el patio de atrás están mis hijos. Alrededor de una mesa grande, con varios mates, azucarera y yer- bera estaban sus hijos, es decir muchos jóvenes del barrio que tení- an ganas de contarnos como ya lo habían hecho con la hermana del presidente, con la CIDH y con Duhalde y Lanusse.

Percibimos que con nosotros era distinto, veníamos con Ada, una mujer que pese a ser una blanca ya es parte de ellos por todo lo que les ha venido demostrando.

El mate empezó a correr, una pila de chipacos recién amasados y horneados allí hizo las delicias que no obstante no lograron suavizar la laceración que producía el relato.

Nos dimos vuelta porque el murmullo de niñas a nuestras espaldas era cada vez más invasivo. Ahí estaba Gladis y las madres humildes del

Pacará dando la merienda a los 100 niños que asisten al comedor que han armado. Sólo para 100, se lamenta Gladis; necesitamos para 200 pero no conseguimos. Es el castigo por no ser juaristas, agrega. El otro comedor del barrio, solventado por la Iglesia, sólo acepta dos miembros por familia en un barrio de proles numerosas. El Pacará ha sido declarado por el gobierno responsable de los delitos que en general comete la policía o sus protegidos. La humildad hace creíble este mito creado para una provincia prejuiciosa, patriarcal y con insalvables distancias de clase social.

Hasta la llegada de los enviados por el Gobierno nacional, la policía custodiaba el barrio y no dejaba salir de allí a los jóvenes... ¿El peca- do?: todos trabajaban en el Mercado de Abasto, hasta que el año pasa- do se privatizó y los nuevos dueños decidieron que no querían a los delincuentes de ese barrio, y a los delincuentes se les antojó pedir expli- caciones, creerse por un momento que tenían derecho. 20 jóvenes del barrio están alojados en el penal, la mayoría con causas armadas, según constató la CIDH; en realidad, 19: uno no toleró la espera del despertar santiagueño y se suicidó la semana pasada.

No obstante, el cerco sigue porque está en la cabeza de los santiague- ños, de muchos, y ellos, por ende, no tienen derecho a circular. Palizas y torturas son parte de la cotidianeidad. Ahora han cesado. parece que tuvieran miedo, dicen, algo está pasando en la provincia. La otra tortura sigue... ¿cómo llenar el día, qué hacer?; ¿el futu- ro? ¿qué es eso?

De la cocina nos traen, ahora con confianza, a un niñito desnu- trido que están recuperando. Es por él que se armó el lío el año pasado, el que salió en todos los diarios. Lo tenemos escondido porque, como no se puede hablar de desnutrición, vienen de Salud Pública y se lo llevan y no nos dejan verlo. Ya ha pasado con otros. Los secuestran.

Allí estábamos, en una provincia que oficialmente no tiene desnutri- dos estábamos frente a uno de ellos. Tampoco hay analfabetismo. Somos la basura, la lacra bajo la alfombra. Si conseguimos traba- jo nos echan cuando saben que somos de acá. Dicen que nos dro- gamos... a veces podemos, ni para eso tenemos. No hay peor tor- tura que esperar que pase el día para que llegue otro igual. Ahora parece que algo está cambiando pero... nosotros somos del Pacará.

Un abrazo y un beso emocionado a cada uno fue la despedida. Habíamos pasado la prueba de saborear el mate sin asco a la bom-

billa compartida. Nosotros salíamos con nuestro dolor en el corazón. Ellos en la piel y el alma... tuvieron tiempo y ánimo de una ironía de consciente a inconsciente, por si algo se había colado: alguien los va a acompañar hasta la salida del barrio para que no los desnuden. Sólo conté una parte de una experiencia muy fuerte.

Por la noche nos volvimos a abrazar en la marcha. Están en la lucha desde el principio, y allí van con sus banderas, cuando pue- den, porque a la noche tienen que volver solos y la verdadera delincuencia, la policía santiagueña, los asedia, como la noche siguiente a las visitas oficiales, que decenas de camionetas rode- aron el barrio con armas largas en una actitud amenazante y des- pués se fueron cuando se garantizaron el insomnio y la intranqui- lidad del barrio; como cada vez que un blanco visita el barrio... tal vez como esta noche. ¡Un abrazo!

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