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LA BATALLA DEL BIEN Y EL MAL

In document Sapiens – Yuval Noah Harari (página 195-198)

El politeísmo dio origen no solo a religiones monoteístas, sino a religiones dualistas. Las religiones dualistas aceptan la existencia de dos poderes opuestos: el bien y el mal. A diferencia del monoteísmo, el dualismo cree que el mal es un poder independiente, ni creado por el buen Dios ni subordinado a él. El dualismo explica que todo el universo es un campo de batalla entre estas dos fuerzas, y que todo lo que ocurre en el mundo es parte de la lucha.

El dualismo es una visión del mundo muy atractiva porque ofrece una respuesta breve y simple al famoso problema del mal, una de las preocupaciones fundamentales del pensamiento humano. «¿Por qué hay maldad en el mundo? ¿Por qué hay sufrimiento? ¿Por qué a las buenas personas les pasan cosas malas?» Los monoteístas tienen que hacer un ejercicio intelectual para explicar cómo un Dios omnisciente, todopoderoso y perfectamente bueno permite que haya tanto sufrimiento en el mundo. Una explicación bien conocida es que esta es la manera que tiene Dios de permitir el libre albedrío humano. Si no existiera el mal, los humanos no podrían elegir entre el bien y el mal, y por lo tanto no habría libre albedrío. Sin embargo, se trata de una respuesta no intuitiva que plantea inmediatamente toda una serie de

nuevas preguntas. La libertad de voluntad permite que los humanos elijan el mal. Son muchos, en realidad, los que eligen el mal y, según el relato monoteísta común, esta elección debe conllevar el castigo divino como consecuencia. Si Dios sabía por adelantado que una persona concreta utilizaría su libre albedrío para elegir el mal, y que como resultado sería castigada por ello con torturas eternas en el infierno, ¿por qué la creó Dios? Los teólogos han escrito innumerables libros para dar respuesta a estas preguntas. Algunos consideran que las respuestas son convincentes y otros que no lo son. Lo que es innegable es que a los monoteístas les cuesta mucho abordar el problema del mal.

Para los dualistas, es fácil explicar el mal. Incluso a las personas buenas les ocurren cosas malas porque el mundo no está gobernado por un Dios omnisciente, todopoderoso y perfectamente bueno. Por el mundo anda suelto un poder maligno independiente. El poder del mal hace cosas malas.

La concepción dualista tiene sus propios inconvenientes. Es verdad que ofrece una solución sencilla al problema del mal, si bien resulta perturbado por el problema del orden. Si el mundo fue creado por un único Dios, es evidente por qué es un lugar tan ordenado, donde todo obedece a las mismas leyes. Pero si en el mundo existen dos poderes opuestos, uno bueno y uno malo, ¿quién decretó las leyes que rigen la lucha entre ambos? Dos estados rivales pueden luchar entre sí porque ambos obedecen a las mismas leyes de la física. Un misil lanzado desde suelo paquistaní puede alcanzar objetivos en territorio indio porque en ambos países se cumplen las mismas leyes de la física. Cuando el Bien y el Mal luchan, ¿a qué leyes comunes obedecen, y quién decreta dichas leyes?

Así pues, el monoteísmo explica el orden, pero es confundido por el mal. El dualismo explica el mal, pero es perturbado por el orden. Hay una manera lógica de resolver el enigma: argumentar que existe un único Dios omnipotente que creó todo el universo y que es un Dios maligno. Pero nadie en la historia ha tenido el estómago para un credo como este.

Las religiones dualistas florecieron durante más de 1.000 años. En algún momento entre 1500 a.C. y 1000 a.C., un profeta llamado Zoroastro (Zaratustra) desplegó su actividad en algún lugar de Asia Central. Su credo pasó de generación en generación hasta que se convirtió en la más importante de las religiones dualistas: el zoroastrismo. Los zoroastristas veían el mundo como una batalla cósmica entre el buen dios Ahura Mazda y el dios maligno Angra Mainyu. Los humanos tenían que ayudar al dios bueno en esta batalla. El zoroastrismo fue una religión importante durante el Imperio persa aqueménida (550-330 a.C.) y posteriormente se convirtió en la religión oficial del Imperio persa sasánida (224-651 d.C.). Tuvo una influencia importante sobre casi todas las religiones posteriores de Oriente Próximo y de Asia Central, e inspiró a otras religiones dualistas, como el agnosticismo y el

maniqueísmo.

Durante los siglos III y IV d.C., el credo maniqueo se extendió desde China al

norte de África, y por un momento pareció que ganaría al cristianismo a la hora de conseguir el dominio del Imperio romano. Pero los maniqueos perdieron el alma de Roma ante los cristianos, el Imperio sasánida zoroastrista fue vencido por los musulmanes monoteístas, y la oleada dualista amainó. En la actualidad, solo unas pocas comunidades dualistas subsisten en la India y Oriente Próximo.

No obstante, la marea creciente del monoteísmo no barrió realmente el dualismo. El monoteísmo judío, cristiano y musulmán asimiló numerosas creencias y prácticas dualistas, y algunas de las ideas más básicas de lo que denominamos «monoteísmo» son, de hecho, dualistas en origen y espíritu. Incontables cristianos, musulmanes y judíos creen en una poderosa fuerza maligna (semejante a la que los cristianos denominan el Diablo o Satanás) que puede actuar independientemente, luchar contra el Dios bueno y causar estragos sin el permiso de Dios.

¿Cómo puede un monoteísta ser partidario de una creencia dualista de este tipo (que, por otro lado, no puede encontrarse en parte alguna del Antiguo Testamento)? Lógicamente, es imposible. O bien uno cree en un Dios único y omnipotente o bien cree en dos poderes opuestos, ninguno de ellos omnipotente. Aun así, los humanos poseen una maravillosa capacidad para creer en contradicciones. De manera que no debería ser ninguna sorpresa que millones de piadosos cristianos, musulmanes y judíos consigan creer a la vez en un Dios omnipotente y en un Diablo independiente. Incontables cristianos, musulmanes y judíos han ido más lejos y han llegado a imaginar que el buen Dios necesita incluso nuestra ayuda en su lucha contra el Diablo, lo que, entre otras cosas, inspiró la convocatoria de yihads y cruzadas.

Otro concepto dualista clave, en particular en el gnosticismo y el maniqueísmo, era la distinción clara entre cuerpo y alma, entre materia y espíritu. Los gnósticos y maniqueos argumentaban que el dios bueno creó el espíritu y el alma, mientras que la materia y los cuerpos son la creación del dios malo. El hombre, según esta concepción, sirve de campo de batalla entre el alma buena y el cuerpo malo. Desde una perspectiva monoteísta, esto es un disparate: ¿por qué distinguir de manera tan tajante entre cuerpo y alma, o entre materia y espíritu? ¿Y por qué aducir que el cuerpo y la materia son malignos? Al fin y al cabo, todo fue creado por el mismo Dios bueno. Pero los monoteístas no pudieron dejar de sentirse cautivados por las dicotomías dualistas, precisamente porque les ayudaban a afrontar el problema del mal. De manera que dichas oposiciones acabaron siendo piedras angulares del pensamiento cristiano y musulmán. La creencia en el Cielo (el reino del dios bueno) y el Infierno (el reino del dios malo) fue también dualista en su origen. No hay rastro de tal creencia en el Antiguo Testamento, que tampoco afirma que el alma de la gente continúe viviendo después de la muerte.

De hecho, el monoteísmo, tal como se ha desarrollado en la historia, es un caleidoscopio de herencias monoteístas, dualistas, politeístas y animistas, mezcladas

en un revoltillo bajo un único paraguas divino. El cristiano cree en el Dios monoteísta, pero también en el Diablo dualista, en santos politeístas y en espíritus animistas. Los estudiosos de la religión tienen un nombre para esta admisión simultánea de ideas distintas e incluso contradictorias y la combinación de rituales y prácticas tomadas de fuentes distintas. Se llama sincretismo. El sincretismo, en realidad, podría ser la gran y única religión del mundo.

In document Sapiens – Yuval Noah Harari (página 195-198)