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Cómo y por qué nos enamoramos: el proceso del

No hay tema sobre el que se haya escrito más, hecho canciones o dirigido películas que el enamoramiento o vertientes de éste.

A menudo se tiende a identificar los patrones del amor con el enamoramiento, pero esto es sólo una perspectiva, un lado de la figu- ra. El enamoramiento es una parte del fenómeno global del amor, pero no su única faceta. En primer lugar, y es una opinión personal, el amor se diferencia del enamoramiento en que en este último hay una pérdida de perspectiva sobre la persona de la cual se está ena- morado. Esto sólo se parecería a la falta de juicio que una madre –al menos en las que tienen cierto grado de salud mental– tiene sobre su hijo, que es el más guapo, el más gracioso, el más simpático... experi- mentándose un amor incondicional.

Se puede decir de manera jocosa que cuando nos enamoramos experimentamos una especie de “enajenación mental transitoria”, un estado psico-fisiológico totalmente alterado.

Paradójicamente y pese a ser un tema tan relacionado con la diná- mica humana, el tema del enamoramiento no ha sido especialmente tratado por la psicología en general y el psicoanálisis en particular. Se puede decir –además de algunos de los autores que he ido citando– que el ensayista por excelencia que se señala como básico en los estu- dios del proceso del enamoramiento es Theodor Reik. En su obra El

amor visto por un psicólogo (1944) trata no sólo sobre la naturaleza del

amor humano, sino que también intenta, la difícil labor, de definir y explicar el proceso por el cual se produce el enamoramiento. Aunque discrepo de algunos de los preceptos en los que se sustenta (se lo iré mostrando al lector) voy a resumir en qué se basa este proceso des- crito en varias fases por él:

Cuadro 3: el proceso del enamoramiento según Reik.

Tensión entre el yo real y el yo ideal

Proyección del yo ideal en otro idealizado sensación de complementariedad

Admiración e idealización de la persona amada

Envidia por las facetas positivas que tiene la persona amada

Formación reactiva

Antes de comenzar con el proceso ha de tenerse en cuenta que la naturaleza del enamoramiento es en la mayor parte de su composi- ción inconsciente. En ello se observa por qué es tan incontrolable la mayor parte de las ocasiones y tan caprichoso en sus elecciones y consecuencias el hecho de enamorarse.

El origen del amor está, según Reik, en el descontento que cada uno de nosotros tenemos con nuestro propio ideal. Descontento que se aproxima muchas veces a estados depresivos puesto que están acompañados de mucha tristeza y desdicha.

Nuestra imagen personal representada por el yo dista bastante de aquello que quisiéramos ser y que en múltiples ocasiones fantasea- mos que somos o que llegaremos a ser –el YO ideal1–. En esto con-

siste la primera fase del enamoramiento, aunque más que una fase es para el autor una condición previa para que podamos fijarnos en una persona objeto de amor.

Esta diferenciación entre lo que se es –el yo real– y el anhelado yo ideal provoca una tensión desagradable de la cual el sujeto quiere desprenderse. Cuando encontramos una persona que nos gusta por distintas cualidades que muestra o que le presuponemos que posee, se proyecta nuestro yo ideal en ella, siendo ésta una segunda fase del enamoramiento. Aquellos rasgos que la persona idealiza y que le gustaría que estuvieran en él (y no encuentra) los coloca en la perso- na amada, por ejemplo la belleza, determinados valores, la seguri- dad. Es lo que algunos llaman encontrar la media naranja o el alma gemela.

Veamos a continuación el sueño que un paciente enamorado de su pareja me contaba en una sesión:

UN CASO CONCRETO DEL AMOR: EL ENAMORAMIENTO

1. Aunque Reik suele utilizar con mayor prevalencia esta terminología, hay algu- nos autores que cuando estudian este concepto psicoanalítico en su relación con el enamoramiento, hablan de ideal del YO y no de YO ideal. Villamarzo (1996), comenta que esta diferenciación es lógica puesto que el ideal del yo muestra un paso evolutivo superior en el desarrollo psíquico del narcisismo. Para más infor- mación consultar el glosario de términos.

“Sueño que estoy leyendo un pergamino en el que vienen varias cosas poé- ticas y románticas relacionadas con el amor, sin embargo lo único que recuerdo es que está escrita la frase: eres la parte que le faltaba a mi alma. Y esta parte es mi novia”.

Observamos claramente en este sueño la notoria sensación de ena- moramiento percibida por el soñante, el cual se siente enamorado y complementado por su pareja en algo tan profundo como es el alma.

Este ejemplo muestra claramente lo que ocurre en los enamora- mientos. Se hace una permuta –como si de un cambio de guardia se tratara– produciéndose el relevo de su imagen ideal por la de la per- sona de la cual se enamora porque ilusionadamente cree que contie- ne todos esos elementos dignos de idealización y que le fascinan.

La francesa Chasseguet-Smirgel (1975) señala también como paso fundamental para que se dé el enamoramiento la presencia de un proceso de proyección del ideal del YO sobre la persona elegida como objeto de amor. De este modo se produce una satisfacción per- sonal al sentir, en cierta manera, que se recupera una propia parte del sí idealizada que parecía pérdida e inalcanzable.

Así en este proceso se produce un tercer movimiento consistente en una admiración sin parangón de la persona que es amada. El que ama coloca muy por encima a la persona de la cual se ha enamorado produciéndose en la primera una fuerte sensación de inferioridad. Pero no es objetivo en cuanto al otro del que se enamora, pues se la idealiza en extremo. Sus defectos no son tales mientras que sus vir- tudes se ensalzan y exageran.

Pareciera como si enamorado y objeto de amor guardaran una gran distancia y fuera imposible llegar al pedestal donde la persona amada se encuentra, es muy clásico aquello de “es imposible que se fije en mi”. Dice el autor a colación de esta circunstancia:

“No afirmo que la admiración debe llevar al amor, sino que es una condición preliminar absolutamente esencial” (Reik. 1944, p 60).

Aquí realizando un receso en la teoría de Reik vemos desde una perspectiva más adleriana cómo el que se enamora puede sufrir un

aumento de su sentimiento de inferioridad, que incluso puede pro- vocar y acrecentar un complejo de inferioridad posterior que le lleve a comportarse de manera extremadamente servil incluso renuncian- do a derechos humanos básicos.

En esta admiración que Reik señala, encuentra, y aquí es donde discrepo de manera concreta con su teoría, que el sujeto enamorado tiene una envidia inconsciente que le lleva a desear ser esa persona con afán de poseerla.

En mi opinión, esta admiración que se alimenta constantemente de una fuerte idealización no tiene porqué connotar un sentimiento de envidia, aunque diga Reik que luego se supera encontrándose el verdadero amor. Ese amor no seria tal porque un amor que nace de la envidia se puede trasformar en muchas cosas pero desde luego no en algo que comporte altruismo, donación afectiva, incondicionali- dad y cesión por el otro.

Si entendemos que hay envidia no se supone solo que el amante- envidioso que nos muestra Reik quiere ser la otra persona, sino que hemos de suponer también que quiere destruirle, pues el destruir al otro es una cualidad intrínseca de la envidia. Por ende, se entiende mejor que se puede producir un enamoramiento desde un anhelo por tener lo que el otro posee más que desde una envidia tal cual, dado que esto son palabras mayores. El cuarto paso del enamoramiento se debe, bajo mi punto de vista, más a un anhelo que lleva a un deseo de identificarse con la figura amada que con una envidia.

Puede ser que en algún caso, pero esporádico, ocurra lo que Reik teoriza y que en medio del proceso de enamoramiento haya ciertos gradientes de envidia y rivalidad con el otro, pero si esa persona está evolucionada mentalmente y tiene buena capacidad de introspección puede superarlo para llegar a un grado coherente de amor. Sin embargo no creo que esta sea la regla general por la cual se produce el enamoramiento, sino más bien una de las contadas excepciones en las cuales pueda darse.

En una quinta fase, dice Reik que se produce una formación reac-

tivade la envidia y los sentimientos hostiles hacia la persona amada.

Es decir, que se convierten los sentimientos agresivos en su contrario, constituyendo un mecanismo de defensa de la persona. Entonces se convierte esa beligerancia en amor verdadero e incondicional hacia el otro: el enamoramiento.

Insisto una vez más que no hay tanto una transformación de envi- dia en amor, sino una superación de un sentimiento hostil inicial de naturaleza distinta. Este sentimiento está motivado por el temor a desidentificarse en el otro, en perderse en la persona amada como fru- to de esa perdida de perspectiva que hay cuando se ama ciegamente. En la fase final del proceso del enamoramiento que Reik nos des- cribe –cuando la identificación con la persona amada produce una unidad emocional sin ambivalencias– hallamos la premisa de que el individuo recupera la confianza en sí mismo haciéndose una perso- na más segura. Dice el autor:

“Existe este sentido de nueva humildad en el enamorado, mientras a la vez tiene confianza en sí mismo...esta humildad no excluye un nuevo sentimien- to de confianza en sí misma, mientras el centro de gravedad se sitúa en la persona amada”. (1944, p. 90).

Es cierto que una persona que encuentra una media naranja se puede sentir muy feliz y dichosa, a la vez que su autoestima pueda sufrir un aumento –sobre todo al verse capaz de hacer conquistas y de ser querido por quien idealizaba–. Pero esto, en mi opinión, se ale- ja mucho de la idea de que la persona, de repente, sea más segura y confiada.

Estoy de acuerdo en que el amor nos hace ser mejores personas, es obvio que el mejorar a nivel de altruismo y dedicación incondicio- nal hacia otro hace progresar al individuo y al entorno que lo con- textualiza (también valga decir que esto se ha de generalizar a otros referentes y a otras personas al menos en cuanto amor humano, pues si no será un amor demasiado parcial a un solo referente, siendo por ello limitado).

Pero una cuestión es que la persona se sienta mejor y otra que parámetros tan complicados como la seguridad interna y una sólida

confianza, que dependen de multitud de factores de personalidad, puedan verse modificados a nivel estructural y profundo. Muchas veces esto no es más que un espejismo, cuando no un parche en toda esa inseguridad interna que el individuo tiene, por ello hay gente capaz de tragar “carros y carretas” por no sentirse abandonado por la pareja, dado que esto les pondría, otra vez, en el abismo de los pro- pios temores y de su inseguridad. Una prueba de ello son las patolo- gías psicológicas severas en las que algunos individuos caen cuando les dejan la pareja, sobre todo en esos casos en los que parecía que había una gran seguridad pero de golpe todo se desvanece.

Tiene lógica que en una ruptura de pareja, sobre todo si se han vivido buenos momentos, haya un periodo de duelo más o menos prolongado en el cual el individuo sienta tristeza y otros síntomas psicológicos displacenteros. Sin embargo esto difiere de un estado en el que la persona no levante cabeza y caiga en una depresión severa. Al respecto de esta diserción tenemos el caso de varios pacientes, por ejemplo el de Irene:

Irene tiene 29 años lleva seis de relación con su novio, tiene un buen trabajo en el que lleva desde que acabó sus estudios universita- rios, su entorno inmediato le aprecia y demanda sus consejos y ayu- da cuando tiene problemas. Salvo algunos conatos de tristeza tem- poral de los que parece recuperarse con relativa facilidad, lleva unos años siendo una mujer ejemplar con escasas problemáticas y de la que todo el mundo parece querer tomar ejemplo.

Pero su pareja se traslada a otra ciudad a trabajar y empieza a haber problemas en la relación. Después de tres meses en esta situa- ción la pareja se rompe. Irene entonces comienza a sentirse tremen- damente triste, tiene problemas con la alimentación y su trabajo se empieza a ver muy perjudicado paulatinamente.

Pasan los meses e Irene, lejos de recuperarse, va cada vez a peor. Alentada por la familia acude a un psicoterapeuta bajo el diagnósti- co dado por otros profesionales de un cuadro de depresión combina- do con un estado inicial de trastorno de la alimentación. Cuando

comienza sus sesiones de psicoterapia, la mujer que se presenta ya no es aquella triunfadora segura de sí misma y a la que todo el mundo de su contexto social tomaba como referencia.

El tiempo va pasando, Irene ahora comienza a tener problemas en sus relaciones sociales dada su actitud derrotista y depresiva. Sus amigos, que la valoraban por su tenacidad y que estaban acostum- brados a ese tipo de rasgos en ella, ahora ya no la respetan como antaño. Se descubre, a través del análisis de su personalidad, que en realidad está repitiendo patrones de la pubertad y de la adolescencia, en la cual se sentía inadaptada e insegura en las relaciones sociales, en sus estudios y en sus interacciones con los chicos.

En realidad los mayores logros de su vida estaban relacionados directamente con el hecho de sentirse querida y objeto de deseo por su pareja, todo ese halo que parecía emanar no era más que una más- cara artificial propiciada por una borrosa sensación de seguridad.

Según recuerda la paciente, desde los 12 años había tenido múl- tiples problemas en las relaciones con los chicos, además en la ado- lescencia y en los primeros años de facultad había flirteado varias veces con la bulimia –comiendo de manera desordenada en algunas ocasiones y vomitando lo ingerido en otras–. En realidad la depre- sión que manifiesta y los otros desajustes de la personalidad, no son más que viejos dispositivos de una personalidad desajustada, que pareció encauzarse cuando conoció al chico del que se enamoró y con el que compartió varios años de noviazgo. Esto causó de alguna manera que hubiera un parche en toda la problemática anterior, olvi- dando Irene sus antiguos problemas de manera temporal, tapándo- los y haciendo caso omiso de sus anteriores conflictos.

Este ejemplo, resume acontecimientos que les han ocurrido a muchas personas relacionados con la creencia de que por encontrar una pareja sus problemas internos están resueltos. Muestra cómo no siempre quien parece tener un adecuado nivel de seguridad y con- fianza interna en sí misma a partir de tener pareja, queda mágica- mente liberado de sus conflictos. Ejemplos también lo son aquellos que van a menudo a remolque de la pareja apoyándose en ella como

si fueran constantemente una muleta, cuando por una razón o por otra ésta se quita, la persona ya no se tambalea sino que se cae direc- tamente. Ingenuamente hay quien fantasea que por encontrar novio o novia, él va a ser su salvador/a en todos los trances de su vida.

Tomemos por tanto como orientativas las palabras de Reik, más desde la perspectiva de que el enamoramiento puede ser una piedra angular que tenga como consecuente la mejora en la salud mental del individuo, pero no como la pieza clave y mágicamente transforma- dora, pues esto es extremadamente idealista.

Por la misma razón, es bastante peligroso el hecho de que el YO ideal sea muy extremo y entonces esa persona venga a hacer el papel de amortiguador ante la ansiedad interna por el descontento que tie- ne consigo mismo. Es mucho más sano, en la medida de lo posible, tolerar la frustración de quien se es y aceptarse, que hacer castillos en el aire o volverse literalmente loco por creer que se es quien no se es. He observado en la consulta a más de un paciente con un brote psicótico creyendo ser quien le gustaría. Lo que hace falta para empe- zar a admitirse uno a sí mismo es la tolerancia a la frustración, algo que es un bien escaso en nuestra sociedad, en la que prima el triun- far (y los parámetros de este triunfo son casi siempre frívolos e infructuosos en su uso comunitario).