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Capitulo Nueve Todos a su alrededor iban cayendo.

Brox veía morir a sus compañeros por todas partes. Garno, con quien se había criado y era prácticamente su hermano, cayó más tarde. Su cuerpo descuartizado por el tajante filo de una criatura ígnea e imponente, su diabólico rostro presentaba una boca llena de dientes irregulares. Brox asesinó ese mismo demonio

momentos después, elevándose sobre él y bramando un grito que haría titubear al mismísimo diablo, seccionó en dos al asesino de Garno a pesar de que éste llevara una ardiente armadura.

Pero la Legión avanzaba y los orcos iban disminuyendo en cantidad.

Prácticamente un puñado de defensores seguían de pie, sin embargo, uno más caía por cada minuto que pasaba.

Thrall había ordenado que se bloqueara el camino, para que la Legión no pudiese atravesarlo. La ayuda iba en camino, pero el tiempo escaseaba para la Horda. Brox y sus compañeros eran requeridos.

Pero cada vez eran menos. De pronto Duun pereció, su cabeza rebotaba a lo largo de un suelo empapado de sangre segundos antes de que su torso colapse en un abrir y cerrar de ojos. Fezhar yacía muerto, estaban todos sus restos, aunque irreconocibles. Uno de los demonios había envuelto su cuerpo en una oleada de llamaradas verdes, la flama que escupía no lo había quemado, más bien lo había disuelto.

Una y otra vez la tosca hacha de Brox hacía pedazos a sus horroríficos enemigos, y aún así, cuando levantaba la mirada para secar el turbio sudor de su frente, veía que eran cada vez eran más, y más.

Y más, y más...

Hasta que sólo quedo él de pie, ante ellos. Firme ante el rugido de un maremoto de monstruos demoníacos hambrientos de destruir todo a su paso.

En cuanto llegaron a sofocar al único ser vivo… Brox volvió en sí.

El orco tiritaba en su propia prisión, pero no era por frío. Después de haber atravesado mil veces la situación, se habría creído inmune a los horrores que su subconsciente pudiese resucitar. Pero cada vez que sus pesadillas se le hacían presentes, volvían con más intensidad, trayendo más agonía.

Brox debería haber muerto allí. Debería de haber muerto junto a sus compañeros. Ellos, quienes habían dado hasta su último suspiro en nombre de la Horda, pero él había sobrevivido, tendría que vivir con ello. No estaba nada bien.

- Soy todo un cobarde- pensó nuevamente. - De haber luchado más fuerte, me habría ido con ellos-

Pero a pesar de haberle dicho estas palabras a Thrall, el Jefe de Guerra sacudió su cabeza y dijo: - Nadie hubiera podido luchar mejor, viejo amigo. Las cicatrices están aquí, los exploradores pudieron ver tu batalla mientras se acercaban. Nos brindaste un servicio tan grande como aquellos que perecieron en batalla, a mí y a nuestra gente...-

Brox recibió la gratitud de Thrall, mas no sus palabras.

Entonces allí estaba, esperando, como espera un cerdo ser asesinado por aquellas arrogantes criaturas. Lo miraron tan fijo como si tuviera tres brazos, estupefactos por su fealdad. Solo la joven chamán lo había tratado con cariño y respeto.

En ella podía sentir el poder del que su gente le hablaba, la antigua magia. Ella había curado la profunda herida que su amigo le había causado a él sólo con rezar a la luna. Verdaderamente poseía un don y Brox estaba agradecido que ella le haya dado su bendición.

No es que haya significado algo a largo plazo pero... El orco no tenía dudas que sus captores pronto decidirían la manera de ejecutarlo. Lo que hayan aprendido de él no les serviría de nada. Había rechazado darles información alguna que pueda comprometer a su gente, ni mucho menos su posición. En verdad no sabía cómo podría regresar a su hogar, pero era mejor asumir que cualquier cosa que dijera podía ser una pista suficiente para los elfos de la noche. A diferencia de aquellos elfos con los que se habían aliado los orcos, estos sólo tenían desprecio por los forasteros... y estos significaban una amenaza para la Horda.

Brox les dio la espalda tanto como sus ataduras se lo permitieron. Una noche más y seguro habría muerto, pero no en la manera que él hubiese querido. No habría una batalla heroica ni canción épica que lo recordara.

- Grandes Espíritus- murmuró. – Oigan a este insignificante ser. Concédanme un último deseo, una última voluntad. Déjenme ser útil una vez más...-

Brox miró el cielo, y continuó orando en silencio. Pero, a diferencia de la joven sacerdotisa, tenía sus dudas que los grandes poderes que alojan el mundo pudieran escuchar las súplicas de una criatura como él.

Su fe estaba en manos de los elfos de la noche.

Malfurion no pudo decir cuál fue la causa que lo trajo a Suramar. Durante tres noches se sentó sólo en su hogar, pensando acerca de todo lo que Cenarius le había dicho, acerca de todo lo que él mismo había presenciado en el Sueño Esmeralda.

Habían pasado tres noches y seguía sin respuesta que pudiese calmar sus inquietudes. No tenía dudas que todavía se llevaba a cabo el encantamiento de Zin-Azshari y que mientras nadie actúe, la situación se tornaría aún peor. Pareciese que nadie advertía problema alguno.

Tal vez, Malfurion estaba por fin decidido, se había encaminado hacia Suramar solo para encontrar alguna voz, algún pensamiento, con quien pudiera discutir su dilema interno. Es por eso que decidió buscar a Tyrande, mas no contaba con su gemelo. Ella era más meticulosa en cuanto a sus pensamientos, mientras que Illidan tenía por costumbre pasar a la acción, indiferentemente si tenía o no un plan bien armado.

Sí, Tyrande sería alguien con quien pudiera conversar... y poder verla de paso. Mientras se dirigía al Templo de Elune, una larga escuadrilla de jinetes apareció de diferentes direcciones. Malfurion miró severos soldados y fornidas panteras que tironeaban de sus mangas, posicionándose lentamente a cada lado del camino, vestidos con armaduras verde-argenta. En lo alto, desde el centro del grupo, se apreciaba un estandarte de un vasto púrpura y una negra ave en el centro. Era el estandarte de Lord Kur'talos Ravencrest.

El elfo comandante montó al frente; su pantera era formidable, ágil y claramente la hembra dominante de la manada. Ravencrest era alto, esbelto y con un porte de realeza. Montó como si nada lo desviara de su deber, cual sea que fuere. Portaba una ondulante capa de tejido de oro y su yelmo, con un rojo emplumado,

distinguido con un símbolo de su propio nombre.

"Aviar" describe mejor sus características, su nariz larga, puntiaguda y perfilada hacia abajo con forma de pico. Su adornada barba y su mirada penetrante le daban la apariencia de sabiduría y magnitud por igual. Fuera de los Altonatos, Ravencrest era considerado uno de aquellos con mayor influencia con la reina, quien en el pasado había considerado su consejo.

Malfurion se condenó por no haber considerado a Ravencrest antes, pero aquel no era un buen momento para hablar con el noble. Ravencrest y su guardia elite siguieron el paso como si de una misión de tremenda urgencia tratase, lo cual hizo a Malfurion preguntarse si sus temores acerca de Zin-Azshari se habían

materializado. Incluso, si ese fuera el caso, dudaba si los restos de la ciudad estarían tan calmados; las fuerzas que tomaban un rol cerca de la capital seguramente habrían presagiado un desastre de tales proporciones, afectando rápidamente a Suramar también.

Los jinetes se desvanecieron en las sombras y Malfurion continuó. Tanta

muchedumbre en un solo lugar hizo sentir un poco de claustrofobia al joven elfo nocturno que había estado tanto tiempo en el bosque. Sin embargo, Malfurion afrontó esa sensación sabiendo que pronto vería a Tyrande. Sentía la misma ansiedad que se siente al estar llegando tarde, y al mismo tiempo ella amansaba su espíritu más que cualquier otra cosa en el mundo, más aún que sus estados de meditación.

Sabía bien que tendría que ver a su hermano, pero esa noche la idea de verlo no le parecía tan preocupante. Era Tyrande a quien quería ver, con quien quería invertir su tiempo. Illidan podría esperar.

Malfurion pudo distinguir un grupo de personas reunidas en las barracas, pero su deseo de ver a la elfa de la noche hizo ignorar por completo la escena. Esperaba que ella esté suficientemente disponible y no tener que preguntar nada a los clérigos del templo. No es que las iniciadas de Elune fueran una molestia, ni

mucho menos sus amigos y parientes, pero por alguna razón Malfurion sentía más ansiedad que de costumbre. Poco tenía que ver con sus inquietudes en Zin-

Ashari, fue más la extraña disconformidad que ahora sentía con sus amigos de la infancia.

Un par de guardias lo acordonaron mientras entraba al templo. En lugar de un atuendo tradicional, llevaban brillantes armaduras de placa plateada, se

presentaba la notoria marca de la luna creciente en el centro de su pecho. Así como todas las iniciadas de Elune, eran mujeres bien formadas en las artes defensivas y ofensivas. La misma Tyrande era mejor arquera que Malfurion o Illidan. Las pacientes enseñanzas de la Madre Luna no excluían instruir a sus hijos más leales en el arte de la guerra para defenderse.

- ¿Puedo ayudarte en algo hermano?- preguntó muy educadamente la guardiana superior. Ella y la otra guardiana de menor rango lo miraron con atención, con las lanzas listas para virar contra él si la situación lo ameritaba.

- He venido por la sacerdotisa iniciada, Tyrande. Ella y yo somos buenos amigos. My nombre es…-

- Malfurion Stormrage- completó la segunda en rango que igualaba su edad, esbozando una sonrisa. -Tyrande comparte cámaras conmigo y otras dos. Te he visto con ella en otras ocasiones-

- ¿Me es posible hablar con ella?-

-En la medida que ella haya terminado su meditación, debería estar libre. Enviaré alguien a buscarla. Puedes esperar en la Cámara de la Luna.-

La Cámara de la Luna era el nombre oficial del centro del templo a cielo abierto, en donde se practicaban muchos de los rituales. Cuando no estaba siendo

ocupado por la Gran Sacerdotisa, el templo invitaba a todos a hacer uso de su tranquila atmosfera.

Malfurion sintió el toque de la Madre Luna en cuanto entró a la cámara. Un jardín de pulposas flores nocturnas bordeaban la habitación y en el centro un humilde podio desde el lugar que la Alta Sacerdotisa oraba. El camino en espiral de piedra que llevaba al podio estaba esculpido con la línea anual de los ciclos lunares. Malfurion había notado de visitas anteriores que sin importar en donde se pose la luna, su dulce luz siempre iluminaría la cámara.

Permaneció en el centro y se sentó en una de las bancas de piedra de las que usan los iniciados y fieles. Por más que su entorno lo intentaba calmar, la paciencia de Malfurion se iba deteriorando poco a poco mientras esperaba a Tyrande. Pensó también que su repentina apariencia pudiera retenerla. Anteriormente, solo se habían encontrado con un previo arreglo. Esta era la primera vez que había tenido la osadía de entrar en su mundo sin advertirlo. -Malfurion...-

Por un breve instante, todas sus inquietudes desaparecieron cuando levantó la vista y miró a Tyrande entrando al círculo de luz. Su vestido plateado tomó un místico resplandor, y en sus ojos ni la Madre Luna podría encontrar tal paraíso. Tyrande llevaba el pelo desatado, algo de él caía en su delicioso rostro y

terminaba justo por encima de su escote. El fulgor de la noche enfatizaba sus ojos y cuando la sacerdotisa iniciada sonreía, parecía iluminar la Cámara de la Luna. Malfurion se levantó cuidadosamente para no tropezar cuando Tyrande caminó hacia él. El druida notó que sus mejillas comenzaron a sonrojarse pero no había nada que pudiera hacer para evitarlo salvo esperar a que Tyrande no se diera cuenta.

- ¿Esta todo en orden?- preguntó preocupada la sacerdotisa. - ¿Ha pasado algo?- - Estoy bien. Espero no haber molestado.-

Su sonrisa regreso, más aferrada que nunca. - Jamás podrás molestarme

Malfurion. De hecho, estoy muy encantada de que hayas venido. También quería verte.-

Si ella no había notado sus oscurecidas mejillas antes, ahora se habría dado cuenta, ya que no eran tan oscuras, más bien estaban enrojecidas. Sin embargo Malfurion prosiguió. - Tyrande ¿podemos ir por un paseo afuera del templo?- - Si eso te hace sentir cómodo, si.-

Mientras se desplazaban fuera de la cámara empezó. - Recuerdas haberte contado acerca de unos sueños recurrentes.-

- Lo recuerdo.-

- Hablé de ellos con Cenarius luego de que tú e Illidan partieron y nosotros tomamos las medidas necesarias para tratar de entender el porqué de su reitero- Su tono de voz creció preguntando - Y ¿averiguaron algo?-

Malfurion dubitó pero aguardo su palabra mientras pasaban las dos columnas saliendo del templo. La pareja comenzó a bajar las escaleras y fue entonces que él continuó.

-He progresado Tyrande. Progresé mucho más de lo que tú o Illidan se imaginan. Cenarius me ha enseñado un camino hacia el mundo del mismo inconsciente de los pensamientos... Lo llaman "El Sueño Esmeralda". Pero es más que eso. A través... a través de él fui capaz de ver al mundo real como nunca antes lo había visto-

La mirada de Tyrande volteo hacia un pequeño grupo cerca del centro del emplazamiento. - Y ¿qué pudieron ver?-

Tomó el rostro de Tyrande y volvió su mirada hacia él, necesitaba decírselo y que ella esté concentrada en lo que había descubierto. - Pude ver Zin-Ashari... y el Pozo desde donde se ve todo-

Hasta el mínimo detalle, Malfurion describió la escena y la inquietante sensación que había experimentado. Describió sus intensiones de entender la verdad y de cómo su mismo sueño había sido rechazado después de intentar saber que había sido de los Altonatos y su reina.

Tyrande lo miró fijo sin decir una palabra, claramente estaba tan sorprendida como él cuando había presenciado tal descubrimiento. Luego volvió en sí y pregunto: - ¿La Reina? ¿Azshara? ¿Estás seguro?-

- No del todo. En realidad no he visto mucho por dentro, pero no puedo imaginar la demencia de los actos que puedan llevarse a cabo sin su conocimiento. Si bien es verdad que Lord Xavius es una gran influencia, ella nunca llegaría a tal grado de inconsciencia. Elijo pensar que conoce las consecuencias de sus actos...pero no creo que sepan con exactitud ¡Lo terrible que son esas consecuencias! El pozo...si pudieses sentir lo que yo sentí cuando entré al Sueño Esmeralda, Tyrande,

hubieras temido tanto como yo.-

Ella apoyo su mano sobre su hombro en un intento de calmarlo. - No te cuestiono, Malfurion, ¡Pero necesitamos saber más! Para declarar que Azshara está

exponiendo a su gente en riesgo...tenemos que llegar al fondo de esto.-

- Tal vez sería lo más razonable.- diciendo esto sus ojos volvieron a mirar al centro del emplazamiento.

Malfurion casi dijo algo, pero en lugar de eso siguió su mirada, preguntándose que podía estar llamando su atención que sea más importante que sus revelaciones. La mayor parte de los que se habían juntando estaban vacilando, revelando al fin algo que él no había tenido en cuenta antes.

Una jaula custodiada...y encarcelada, una criatura nada parecida a los elfos de la noche.

- ¿Qué es eso?- preguntó elevando sus decibeles.

- Es de lo que quería hablarte, Malfurion. Su nombre es Broxigar... y es un ser que nunca había visto o del que había escuchado. Sé que tu cuento es importante, pero quiero que lo conozcas, hazme el favor.-

Mientras Tyrande lo guiaba, Malfurion notó a los guardias alarmarse. Para su asombro, luego que se miraron uno al otro, los guardias se inclinaron haciendo una reverencia.

- Bienvenida de nuevo, hermana- expresó uno. - Nos honras con tu presencia- Tyrande estaba claramente avergonzada ante tal muestra de respeto - ¡Por favor! ¡Levántense!- En cuanto retomaron su posición ella preguntó:

- ¿Alguna novedad acerca de él?

- Lord Ravencrest tomó el control de la situación- respondió el otro guardia. - En este mismo momento está inspeccionando la zona de captura en busca de más evidencia y un posible caso de ataque, pero se dice que en cuanto regrese

interrogará al prisionero personalmente. Eso significa que para mañana es posible que la criatura sea llevada a las celdas de la Fortaleza Cuervo Negro.- La

Fortaleza Cuervo Negro era el dominio amurallado de Lord Ravencrest, una impenetrable fortaleza.

El hecho que los guardias tengan la libertad de dar esa información sorprendió a Malfurion, luego entendió cuan intimidados se sentían los soldados por Tyrande. Es verdad que era la iniciada de Elune, pero algo tendría que haber pasado para hacerla tan importante frente a los soldados.

Tyrande parecía bastante perturbada por las revelaciones. - Esta interrogación... ¿En qué culminará?-

Las guardias no pudieron sostener la mirada. - Culminará en lo que satisfaga a Lord Ravencrest, hermana.-

La sacerdotisa no preguntó más. Su mano que estaba suavemente apoyada en los brazos de Malfurion, oprimió con firmeza.

- ¿Sería posible hablar con él?-

- Solo por un momento, hermana, pero debo pedirte que la conversación sea alta para que podamos escucharte. Lo entiendes ¿verdad?-

- Lo entiendo- Tyrande guió a Malfurion hacia la celda, donde ambos se inclinaron. Malfurion inspiró con asombro. En frente, una figura tosca y rústica lo había

pasmado. Había aprendido acerca de muchas extrañas e inusuales criaturas en su tiempo con Cenarius, pero nunca había conocido tal ser como éste.

-Chamán...- masculló con una voz grave, balbuceante y herida.

Tyrande se aproximó, evidentemente preocupada. - Broxigar... ¿Estás enfermo?- - No, chamán...sólo recordando- y no explicó nada más.

- Broxigar he traído un amigo mío. Quiero que lo conozcas. Su nombre es Malfurion.-

- Si eres amigo de la chamán es un honor.-

Acercándose, Malfurion se esforzó por sonreír. -Hola, Broxigar- -Broxigar es un orco, Malfurion-

Dubitó. -Nunca había escuchando de los orcos antes.-

La criatura encadenada resopló - Mas yo conozco bien a los elfos de la noche. Lucharon lado a lado con nosotros contra la Legión... pero la paz se desvaneció en el aire por lo que veo.-

Sus palabras no tenían sentido, e incitaron a Malfurion por otra pregunta: - Cómo... ¿Cómo llegaste hasta aquí Broxigar?

- Solo la chamán puede llamarme Broxigar. Para ti...solo Brox- Emanó, luego miró a Tyrande.

-Chamán... preguntaste por mí la última vez y no respondí. Te lo debo. Ahora te diré lo que les dije a ellos- Brox hace un gesto derogatorio a los guardias cercanos -…y sus superiores, pero no me creerás más allá de lo que ellos me creyeron.- El relato del orco comenzó fantástico y creció con cada respiro que daba. Daba cuidado a sus palabras para no revelar donde estaba o donde vivía su gente, solo dijo que por órdenes de su Jefe de Guerra, él y un compañero habían emprendido un viaje hacia las montañas a investigar un inquietante rumor. Allí encontraron algo que el orco solo pudo describir como un hoyo en el mundo... un foso que

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