La mampara del bosque y la piedra se quitan. Una luz verde ilumina el escenario. Atrás la misma construcción. Un letrero que dice “Casa Verde”. En la habitación una mesa y tres sillas, un sillón y una camita. En la barra, una duende verde silbando y revolviendo el contenido de una olla. Entra duende verde, seguido de todos los demás.
El Verde (abriendo la puerta).– Cariño, ya llegué. La Verde.– Hola, amor mío. (Asustada.) ¿Y ellos? El Verde.– Tenemos visitas, un poco inoportunas.
La Verde.– Ay, amor, me hubieras dicho antes. De haber sabido que íbamos a tener invitados, me hubiera limpiado las orejas.
El Verde.– Ya no hay tiempo, ve por agua para el estofado para que alcance. Están en su casa, queridos amigos. (El soldado se sienta en una silla y los otros duendes se pelean las otras dos. Clarisa y Daniel se sientan en el sillón. La Verde sale del escenario y entra con un balde de agua.)
El Verde.– Rápido, mujer, que ya tenemos hambre.
Daniel (solamente a Clarisa).– ¿Ya viste? Somos nueve contra uno. Perfectamente podemos amarrar al soldado entre todos y olvidarnos de la visita al castillo.
Clarisa.– Es un soldado de la reina y se ve que conoce bien su espada. No quiero morir en el intento.
Daniel.– Esperamos a que se duerma y entonces actuamos.
Clarisa.– Y luego, ¿qué? ¿Qué vamos a hacer con un soldado amarrado?
Daniel.– No sé, pero es la única forma de salvarnos a todos. (Verde comienza a repartir la sopa y se acerca a los niños.)
Daniel.– Después vemos qué hacemos con él. Clarisa.– Gracias. (Todos comienzan a comer.)
Daniel.– Gracias, está delicioso.
Amarillo.– Verde, muchas gracias por la hospitalidad, es uno de los mejores estofados que he probado.
La Verde.– Gracias, Amarillo, viniendo de ti es un buen cumplido. Amarilla también cocina delicioso.
Daniel.– Así que los verdes son esposos y tu esposa es amarilla igual que tú. ¿Solamente se casan con su mismo color?
Clarisa.– Sh (susurrando). No preguntes eso. Se van a dar cuenta que somos extranjeros.
Morado.– Ya todos sabemos que no son de estos rumbos.
Soldado.– No son muy buenos ocultándolo. La pregunta es: ¿de dónde vienen? y ¿qué los trae por aquí?
Clarisa.– Ah, de uno muy, muy lejano.
Morado.– Si nos mezcláramos, todos terminaríamos siendo cafés. El café no es un color muy divertido. En un inicio solamente éramos amarillos, rojos y azules. Ahora ya hay verdes, anaranjados, morados y uno que otro rosita. A los cafés los desterramos.
Daniel.– ¿En serio? Eso, de donde vengo, se llamaría discriminación. Verde.– ¿Discriminación?
Amarillo.– Aquí es sentido común. (El soldado pega con su taza en la mesa.)
Soldado.– Bien, es hora de descansar. (Todos bajan su taza y todos los duendes corren y se acuestan en la cama horizontalmente en el orden del arcoiris. La Verde junta las tres sillas y se acuesta. Los niños se acuestan en el sillón.)
Soldado.– Ajam. (Los duendes se levantan con cara de tristeza y se acomodan en el piso. El soldado pone su espada debajo de la cama y se acuesta.)
El Verde.– Luces. (La Verde se levanta y apaga las luces.)
Clarisa.– ¿Y ahora qué?
Daniel.– Esperamos a que se duerma y lo atacamos. (Se empiezan a escuchar muchos ronquidos.)
Clarisa.– Wow, eso fue rápido. ¿Pero, quiénes están roncando?
Daniel.– Yo creo que todos. Déjame ver. (Daniel prende su lamparita y se levanta, esquivando a los enanos que están regados por el piso se acerca al soldado y regresa con Clarisa de puntitas.)
Daniel.– Ya cayó.
Clarisa.– ¿Qué hacemos?
Daniel.– Tu tomas la espada y te acercas a las luces, cuando yo te grite AHORA, las prendes y yo brinco encima de él y lo inmovilizo.
Clarisa.– ¿Y vas a poder solo?
Daniel.– No, pero ya cuando los enanos me vean, van a ir a mi auxilio. Clarisa.– ¿Estás seguro?
Daniel.– Pues yo espero. (Daniel y Clarisa se acercan a la cama. Clarisa toma la espada y se acerca al interruptor.)
Daniel.– ¡Ahora! (Clarisa prende la luz y Daniel brinca encima del soldado.)
Daniel.– ¡Ayuda, ayuda! (Anaranjado y Rojo corren a auxiliarlo.)
Morado.– ¿Qué hacen?
Daniel.– Amarrándolo. Verde, una cuerda por favor. (La Verde se levanta agitada y va por una cuerda a la cocina y se la da a Daniel.)
Soldado.– Extranjero, no sabes lo que estás haciendo.
Daniel.– Un trapo. (La Verde le da un trapo de la cocina. Daniel se lo amarra en la boca con la ayuda de Anaranjado y Rojo.)
Amarillo.– Anaranjado, Rojo, dejen de ayudarlo. Anaranjado.– Es que gritó ayúdenme, ayúdenme.
Daniel.– Sí y la verdad es que esperaba la ayuda de todos. Hubiera sido mucho más fácil si entre nueve lo hubiéramos atrapado.
Morado.– ¿Sabes cuál es el castigo por tomar a un soldado de la reina como prisionero?
Daniel.– No, ¿ya se te olvidó que soy extranjero? (Morado hace como si se cortara la cabeza.)
Anaranjado y Rojo.– Ay no, ¡qué hicimos!
Verde.– Libérenlo de inmediato. (Anaranjado y Rojo se acercan al soldado.)
Amarillo.– No, momento. Pensemos antes de actuar. Clarisa.– No quiero que me corten la cabeza.
Daniel.– A nadie le van a cortar la cabeza. Azul.– A todos nos van a cortar la cabeza.
Morado.– No, solamente a los extranjeros y a Anaranjado y a Rojo. Anaranjado y Rojo.– ¡Ay, no!
Amarillo.– Tranquilos todos. Analicemos la situación. Extranjero. Daniel.– Mejor Daniel.
Azul.– Es un caballero.
Amarillo.– Bien, caballero Daniel, analizando tus actos deduzco que tu intención es derrotar el reinado Angelinezco.
Amarillo.– Y ¿por qué entonces hacer del soldado un prisionero?
Daniel.– El soldado nos quería llevar a Clarisa y a mí a ser juzgados por la reina. Amarillo.– Sí, eso ya lo sé, pero ¿por qué amarrarlo?
Daniel.– Era la única forma de ayudarnos a todos. Si huíamos, solamente Clarisa y yo nos salvábamos. Pero si lo amarraba, también los ayudaba a ustedes. Aunque la verdad pensé que iba a recibir más ayuda a la hora de la amarrada.
Amarillo.– ¿Y por qué ayudarnos a nosotros también?
Daniel.– No quería que la reina los juzgara injustamente también a ustedes. Si todo lo que he escuchado de ella es cierto, Angelina es más bruja que reina. No debería gobernar y mucho menos dictar leyes y crear juicios en contra de criaturas indefensas.
Amarillo.– Hablas como todo un caballero. Verde.– Tus ideas son muy nobles y justas.
Daniel.– A lo mejor, pero en verdad soy solamente un niño y no creo que pueda ayudarlos a derrotarla.
Azul.– Sí la hay.
Daniel.– No, en serio no, soy muy malo con la espada (le quita la espada a Clarisa y la desenfunda).
Azul.– Ella sí. Es portadora de un dije de jade. Morado.– ¿En verdad una portadora?
Clarisa.– Azul, ¿de qué estás hablando? Verde.– Azul, con eso no se juega. Azul.– Enséñales el dije.
Clarisa.– ¿Mi dije? (Sacándolo. Todos los duendes y el soldado se asombran.)
Clarisa.– Es el dije que me regaló mi abuela.
Morado.– Niña, tienes en tus manos un jade ancestral. Sus poderes son sorprendentes. ¿Qué acaso no conoces su magia?
Clarisa.– Solamente conozco un truco.
Daniel.– ¿En verdad creen que el dije nos puede ayudar?
Verde.– Podría ser nuestra salvación. (El soldado intenta decir algo con la boca vendada. Nadie le hace caso.)
Daniel.– Pues sí nos trajo hasta aquí.
Anaranjado.– Pero si no conoce ningún otro poder, ¡estamos perdidos!
Rojo.– Podríamos mandarla a un universo paralelo, algo así como el infierno. Verde.– ¿Pero cómo forzarla a entrar a una pirámide?
Rojo.– La amarramos, como al soldado. (El soldado sigue intentando hablar.)
Verde.– Sí, claro, tan sencillo como eso: vencemos a todos los soldados que cuidan el castillo, despojamos a la reina de su dije mágico y la amarramos. Si pudiéramos hacer eso, Rojo, no necesitaríamos ayuda.
(El soldado intenta hablar pero nadie le hace caso.)
Clarisa.– ¿Entonces la reina Angelina también tiene un dije de jade? Anaranjado.– Sí, así de grande (haciendo un puño).
Daniel.– Seguramente más mágico que el tuyo.
Morado.– El tamaño no importa, la pureza es más importante, y aún más la fuerza interna de quien lo porta. Si dos portadores se enfrentaran, ganaría el que más fe tuviera en su magia.
Daniel.– Ok, entonces no nada más está imposible acercarnos a la reina resguardada en el castillo por sus fieles soldados, sino que también estamos en una obvia desventaja en cuanto a magia.
Anaranjado.– Estamos perdidos. (El soldado se tira al piso y por fin voltean a verlo.)
Rojo.– ¡Qué quieres! (Le quita la venda de la boca.)
Anaranjado.– ¿Qué haces? Rojo.– No te va a hacer nada. Amarillo.– Dejen que hable.
Soldado.– Señores, deben de saber que no son los únicos inconformes con la reina. Habemos unos soldados que ya nos cansamos de sus maltratos. Azul.– ¿Ya no los dejan entrar a los mesones?
Soldado.– Eso sí.
Soldado.– Sí, todavía; pero nos ha rebajado las vacaciones y las prestaciones ya no son lo que eran antes, ya no tenemos seguro médico.
Rojo (sarcásticamente).– Ay, pobrecitos.
Soldado.– Para un soldado que arriesga su vida diariamente, sí es un problema. Verde.– Problemas los de los duendes; nos han quitado todos nuestros derechos.
Las ridículas leyes nos han rebajado a simples animales del bosque. Amarillo.– Tranquilos, duendes, se están enfocando en los problemas y no se
han dado cuenta que ante nosotros podríamos tener una respuesta. Anaranjado.– ¿Una respuesta?
Daniel.– Yo sé (levanta la mano.) Un aliado. Un soldado. ¿Pero cómo sabemos si realmente podemos confiar en él?
Rojo.– No, no podemos confiar en él, es un soldado ingrato que nos iba a llevar al castillo a ser juzgados por la reina. Si no estuviera amarrado, ya estaríamos en el calabozo.
Anaranjado.– Ay no, ¡al calabozo no! Rojo.– O sin cabeza.
Anaranjado.– ¡Mi cabeza!
Amarillo.– Anaranjado, control, por favor.
Soldado.– Escúchenme, si hubiera querido llevar al caballero y al hada al castillo, ya estaríamos ahí, era sólo cuestión de tomar el camino corto.
Daniel.– Es cierto, fue su idea pasearnos por el bosque. En el momento no tenía ninguna lógica.
Soldado.– Exacto, quería tiempo para conocerlos, para saber cuáles eran sus intenciones. Sabía que eran extranjeros, pero no sabía cuál era su misión.
Clarisa.– ¿Y por qué amenazarnos con llevarnos al calabozo?
Soldado.– Estábamos en el mesón, el dueño es un fiel seguidor de la reina, además, es difícil saber en quién confiar en estos días.
Verde.– ¿Y por qué amenazarnos a nosotros los duendes?
Soldado.– No los amenacé, querían huir y no se los permití. Cuando escuché su plática entendí que por fin había encontrado a más seres inconformes. Hoy en la mañana salí del castillo con la intención de escaparme de este reino. Sentía una enorme impotencia. No me creía capaz de hacer nada en contra de Angelina.
Verde.– ¿Y por qué no nos dijiste esto antes?
Soldado.– No podía revelar mi traición sin antes estar seguro de que no hubiera ningún espía de la reina entre ustedes. ¿Saben cuál es el castigo para un soldado desertor? (Rojo y Anaranjado hacen como si se cortaran la cabeza.)
Soldado.– Exacto.
Soldado.– Cuando el caballero se puso en su defensa en el bosque, entendí que no tenía nada que temer, y fue así como pude dormir tranquilo. Ahora estoy seguro de que estoy entre aliados.
Daniel.– Entonces, ¿estás dispuesto a ayudarnos? Soldado.– Cuenten conmigo.
Clarisa.– ¿Ayudarnos a derrotar a la reina? ¿Eso es lo que estás diciendo, Daniel? Creo que a todos se les ha olvidado un pequeño detalle: seré la portadora del dije, pero no sé nada de magia.
Daniel.– Pero ellos sí, son duendes mágicos, ¿o ya se te olvidó? (Los duendes mueven la cabeza en negación.)
Daniel.– ¿Por qué mueven la cabeza? ¿Qué, no son mágicos?
Morado.– Los libros cuentan que fuimos, pero la teoría dice que perdimos los poderes poco a poco desde que se empezaron a talar los bosques. Los árboles nos daban la magia y finalmente nos la quitaron.
Anaranjado.– Somos unos duendes inútiles. No hay forma de ganar esta batalla. Verde.– No digas eso, no debemos perder la esperanza.
Azul.– Y tenemos el dije, de algo nos debe servir. Rojo.– No, si no sabemos cómo usarlo.
Morado.– Para eso sí hay una respuesta. Daniel.– Tú sabes cómo usarlo.
Morado.– No, pero tengo el libro indicado. (Morado saca de su morral varios libros hasta que encuentra un libro viejo y empieza a ojearlo.)
Morado (leyendo).– El jade …mmm. Historia, extracción, mitos, primeros hallazgos, portadores, magia. ¡Aquí está!
Clarisa.– ¿Qué dice?
Morado.– Paciencia. (Silencio.) Muy bien. Es conocido que un portador de un dije de jade puede transferir cuerpo, alma y mente de un mundo a otro a través de portales. La explicación científica es que la magia del jade gobierna la tercera y la cuarta dimensión. (Todos callados.) Es decir, manipula el tiempo y el espacio.
Daniel.– Guau.
Morado.– Impresionante, ¿cierto?
Azul.– Y en términos prácticos, ¿qué podría hacer Clarisa con un dije de jade? Morado.– Teóricamente, podría detener el tiempo para todos los que la rodean. Daniel.– Eso puede funcionar, imagínense: el soldado…
Soldado.– Gabriel.
Daniel.– El soldado Gabriel nos lleva al castillo como prisioneros. Anaranjado.– Esa no es buena idea.
Amarillo.– No interrumpas.
Daniel.– Ya estando en el castillo, Clarisa detiene el tiempo de todos, excepto el de ella y el mío.
Morado.– Solamente el portador controla el tiempo. (Daniel y Clarisa se ponen el collar del dije.)
Morado.– Ingenioso.
Daniel.– Cuando todos estén congelados, amarramos a la reina, armamos la pirámide, la metemos en ella y puff, la desaparecemos.
Anaranjado.– No va a funcionar. Azul.– Es una idea brillante. Daniel.– Gracias Azul.
Amarillo.– No seas pesimista, puede funcionar.
Clarisa.– Podría, excepto que no sé cómo. (Asomándose al libro.) ¿Qué palabras mágicas se supone que tengo que decir o qué?
Morado.– Ningunas, todo está en el poder de la mente. Clarisa.– Ay, no.
Anaranjado.– ¿Ay, no? No va a funcionar.
Morado.– Es sólo cuestión de práctica y un poco de fe.
Daniel.– Clarisa, yo creo en ti y, como dice Morado, es cuestión de práctica. Clarisa.– ¿Y quién me va a enseñar? ¿Tú? (A Daniel.)
Morado.– No, yo seré tu maestro, si me lo permites. Podemos empezar las lecciones al amanecer.
Daniel.– Yo te ayudo.
Azul.– Yo también, ¿puedo? Morado.– Sí.
Amarillo.– Bueno, ya que tenemos eso resuelto, es hora de descansar.
Soldado.– ¿Podrían, si son tan amables, desamarrarme para poder dormir un poco más cómodo?
Rojo.– Podríamos, pero no queremos.
Amarillo.– Rojo, Azul, desamarren al soldado Gabriel. (Rojo y Azul lo desamarran.)
Soldado.– Gracias.
Amarillo.– Ahora todos a dormir, que nos espera un largo día. (Todos los personajes se acuestan, los duendes se acomodan en la cama y el soldado en el piso, y la duende verde apaga las luces. Oscuro.)
ESCENA VI
EL ENTRENAMIENTO
Se prende una luz anaranjada. El escenario contiene la mampara del bosque y un árbol. Clarisa, Morado, Azul, Anaranjado y Daniel en el escenario.
Morado.– Bien, que comience el entrenamiento. Como te expliqué ayer, Clarisa, no hay palabras mágicas, ni encantamientos, ni movimientos extraños por realizar; lo único real es el poder de la mente.
Daniel.– Clarisa es muy inteligente, saca puro diez en la escuela, no va a tener ningún problema.
Clarisa.– Yo no estoy tan segura.
Morado.– Tienes que tener fe en ti misma, piensa que tu abuela te escogió a ti para portar el dije. Confía en su elección. Repito, el poder está en tu interior.
Daniel.– No pierdes nada en intentarlo. Clarisa.– Bien, ¿y ahora qué?
Morado.– Para detener el tiempo tienes que visualizarnos a todos y a tu entorno, completamente estáticos. Piensa la imagen, deséala con tu corazón y siéntela en tu interior. Cierra los ojos, si eso te ayuda a concentrarte. (Todos alrededor de Clarisa observándola, Clarisa cierra los ojos. Silencio. Después de un momento los abre.)
Clarisa.– Mmmm, creo que la técnica de cerrar los ojos no tiene ningún sentido. ¿Cómo voy a saber si detuve el tiempo si no vi nada?
Morado.– Una sabia observación. Inténtalo nuevamente, pero con los ojos abiertos. (Clarisa se concentra, pone las manos en su cabeza. Todos estáticos.)
Clarisa.– Ah, ¡lo logré! Daniel.– ¿En serio?
Anaranjado.– Estamos salvados.
Clarisa.– Noooo, pensé que los había congelado pero no, más bien no se movían. Necesitan moverse para que me pueda dar cuenta si detengo el tiempo o no.
Azul.– Movámonos. (Azul empieza a bailar y todos se mueven cómicamente.)
Clarisa.– Jajaja, no, eso no va a funcionar; me distrae.
Daniel.– Mejor hay que caminar en círculo alrededor de Clarisa.
Morado.– Buena idea. Caminen. (Todos comienzan a caminar. Clarisa pone sus manos en la cabeza. Anaranjado silba.)
Clarisa.– Shhh. (Dos vueltas.)
Morado.– Intenta, en vez de detener el tiempo, alentarlo. Como si pusieras todo en cámara lenta. (Clarisa comienza a hacer caras chistosas de concentración.)
Clarisa.– Shhhhhhhh.
Anaranjado.– Jijiji. (Todos se detienen.)
Morado.– Anaranjado, ¿por qué no mejor te das una vuelta por el bosque a ver qué encuentras?
Anaranjado.– Ahhhh. (Se va. Siguen dando vueltas.)
Clarisa.– ¡Esto es inútil!
Morado.– Clarisa, todo viene de adentro. ¿Por qué no intentas meditar unos minutos para encontrar tu fuerza interior? (Clarisa se sienta y se tapa la cara. Azul, Morado y Daniel platicando a un lado.)
Daniel.– Morado, ¿no hay alguna otra técnica que le puedas enseñar?
Morado.– Caballero, recuerda que los duendes ya no conocemos la magia, eso ha quedado en el pasado. Todo lo que sé es porque lo he leído en los libros ancestrales.
Daniel.– ¿Pero qué más dicen?
Morado.– Son muy repetitivos con la parte de la confianza, la fuerza interior y la fe en uno mismo.
Daniel.– Si pudiéramos hacer que Clarisa confiara más en su fuerza. Azul.– Podemos echarle porras: Clarisa, Clarisa. Tú puedes. ¡Tú puedes! Morado.– Ehhh.
Daniel.– Ya sé, tengo una idea. Cuando veamos que Clarisa está muy concentrada, comenzamos a caminar despacio. Si ella ve que su esfuerzo está dando resultados, su autoestima va a mejorar.
Morado.– Podría funcionar, caballero. Azul.– ¿No la estaríamos engañando?
Daniel.– Solamente un ratito, Azul, mientras encuentra su fuerza interior. Una mentirita piadosa.
Azul.– Ok.
Morado.– Intentémoslo nuevamente. La fuerza está contigo, joven Clarisa. (Clarisa se para en el centro, los demás caminan en círculo. Clarisa se lleva las manos a la cabeza. Todos empiezan a caminar en cámara lenta. Clarisa pone cara de emoción.)
Azul.– ¡Achuu! Daniel.– ¡Azul!
Clarisa.– ¡Qué! ¿Estaban actuando? Azul.– Yo les dije que no era buena idea. Daniel.– Sólo era para darte más confianza.
Morado.– Clarisa, tenemos tiempo. La práctica requiere paciencia. (Todos se sientan. Llegan el soldado, Amarillo, Rojo y Verde.)
Verde.– ¿Cómo va el entrenamiento? Azul.– No muy bien.
Rojo.– Lo sabía.
Clarisa.– Empiezo a dudar de la famosa magia.
Morado.– Los libros no se equivocan, si dicen que es real, es porque en verdad existe.
Clarisa.– La única magia que me ha tocado es nuestro viaje a este lugar. Azul.– A pesar de todo, yo todavía creo que ese dije es nuestra salvación.
Amarillo.– Puedes tener razón, Azul, pero probablemente el dije nos va a ayudar de una forma diferente a la que nos imaginamos.
Daniel.– Y, ¿a fuerza tenemos que vencer a la bruja con magia? Morado.– Nada de eso se ha escrito aún.
Verde.– Si nada más tuviéramos que vencer a la reina, no sería una hazaña imposible, pero también están los fieles soldados que la protegen.
Soldado.– Y todos los soldados tememos el poder de los hechizos de Angelina. Somos fieles a ella porque le tenemos miedo al dije.
Daniel.– ¿Y qué si fueran fieles también a nuestro jade?