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Otras ocupaciones tempranas de la alta montaña

La ocupación mesolítica del Abric de l’Estany de la Coveta I con toda seguridad no es un caso aislado. Al inicio del capítulo ya se han mencionado indicios de la presencia humana en el interior de la cordillera pirenaica a finales del Pleistoceno, incluso coincidiendo con episodios climáticos fríos, como es el caso de Montlleó. Aunque todavía poco conocida, en los milenios posteriores parece que esta presencia se intensifica y a medida que se retira la cubierta de hielo se expande hacia pisos altitudinales superiores. Los casos del Dolmen de la Font dels Coms y, de forma más clara, del Abric de l’Estany de la Coveta I parecen ilustrar ese proceso. Pero no son los únicos.

En Andorra la Balma Margineda muestra la frecuentación humana del fondo del valle del río Valira desde hace casi 14.000 años. Al final del Pleistoceno las ocupaciones humanas de vuelven más intensas y, de hecho, el abrigo se mantendrá como lugar de asentamiento hasta entrado el Neolitico, ahora ya con restos cerámicos y vestigios tanto de agricultura como ganadería de ovicápridos (Guilaine y Martzluff, 1995; Guilaine y Martzluff, 2007). Hasta hace pocos años este yacimiento era visto como paradigmático de las ocupaciones de montaña du- rante el tránsito del Pleistoceno al Holoceno. En los últimos años, los trabajos de prospección llevados a cabo en los valles de Claror, Peradita y Madriu por el equipo dirigido por J. M. Palet y S. Riera (Palet et al., 2007) ha modificado significativamente este escenario en coherencia con los vestigios descritos en este capítulo. Estos trabajos han permitido, como en el Parque Nacional, documentar numerosos vestigios arqueológicos por encima los 1.700 m.

Una de estas evidencias fue la cabaña denominada P009, ubicada a 2009 m de altitud en el valle Perafita. El sondeo efectuado en el interior permitió documentar diversos niveles sedimentarios con vestigios de origen antrópico (Orengo, 2010; Orengo et al., 2014). El más reciente tiene una cronología medieval y, a juicio nuestro, se vincula con la construcción visible desde la superficie.

Por debajo de la base de los muros el sondeo permitió documentar diversos lechos sedimentarios con carbones y algunos fragmentos líticos tallados. El inferior proporcionó un carbón que permi- tió obtener una datación de 8764-8478 calANE. Contenía un puñado de fragmentos de esquisto claramente tallados morfológicamente similares a restos sobre la misma materia prima recupera- dos en los niveles coetáneos de la Balma Margineda (Xavier Terradas, comunicación personal). Al igual que en el Abric de l’Estany de la Coveta I, a esta ocupación del Holoceno inicial les seguía otra algo más reciente, en este caso fechada entre 5609 y 5376 calANE.

¿Y el clima?

La antigüedad de las ocupaciones de las zonas altas de las cordilleras del sur de Europa, y concretamente del Pirineo Central, ha supuesto un cierto revulsivo para la arqueología, que fundamentalmente cuando ha analizado el poblamiento prehistórico de áreas de montaña se ha centrado en zonas más bajas, de fondo de valle y de los Prepirineos. Los nuevos datos, a su vez, plantean interrogantes que también afloran en el público no académico sobre las cir- cunstancias climáticas y medioambientales en las que este primer poblamiento se llevó a cabo. Las evidencias que permiten una aproximación al paleoclima en el área de estudio pro- vienen fundamentalmente de testigos sedimentarios de lagos y turberas (Catalán et al., 2013, Catalán et al., 2014, Pélachs et al., 2012). Aunque todavía de forma poco precisa, permiten avanzar una primera imagen de cómo fue el clima en el área del Parque Nacional en la época en que se llevó a cabo la posible actividad humana documentada en el Dolmen de la Font dels Coms y el uso del Abric de l’Estany de la Coveta I como refugio. Las evidencias de dia- tomeas y crisófitos muestran un claro incremento de las temperaturas después del episodio frío del Dryas Reciente, hace unos 11.500 años. En pocos siglos se configuró una tendencia en las temperaturas que se mantuvo hasta mediados del Holoceno, con una aparente mayor amplitud términa anual que en la actualidad. Es decir, con un clima con una dinámica más continental, con veranos marcadamente más cálidos e inviernos seguramente más fríos. Den- tro de este escenario parece que se dieron marcadas oscilaciones térmicas a escala de décadas, que pudieron responder a episodios climáticos tanto a escala local como regional que, no obstante, todavía están mal definidos. Los patrones de precipitación se conocen de forma más imprecisa que las temperaturas. Sin embargo, los datos sobre la paleovegetación parecen indicar que se produjo un descenso gradual de la aridez.

La evolución de la vegetación en el Parque a lo largo de gran parte del pasado se conoce fundamentalmente por los restos de polen capturado en sedimentos lacustres y de turberas, complementados por otros restos botánicos procedentes de estos testigos y de paleosuelos (Catalán et al., 2013, Catalán et al., 2014, Cunill, 2010, Pélachs et al., 2012). En resumidas cuentas, las evidencias disponibles muestran un progresivo incremento de los bosques en detrimento del paisaje de tundras y estepas del final del Pleistoceno que sucedió a la par del aumento de las temperaturas. Este aumento de la vegetación arbórea se hace evidente en el claro aumento de la frecuencia y la cantidad absoluta de polen de árboles, especialmente de pino (Piinus sp.) junto con abedul (Betula). Posteriormente, coincidiendo con la datación más antigua del Dolmen de la Font dels Coms se observa un claro aumento de la masa de taxones caducifolios, inicialmente el avellano (Corylus) y robles (Quercus) y seguidamente de olmo (Ulnus). Este escenario lo confirma el polen obtenido en las muestras de sedimento del Abric de l’Estany de la Coveta I, donde en el nivel correspondiente a la ocupación mesolítica se documenta también una presencia significativa de haya (Fagus) indicativa de la existencia de hayedos a cotas más bajas (Gassiot et al., 2012).

En definitiva, lejos de llevarse a cabo en un paisaje estepario periglaciar, las primeras ocu- paciones documentadas en el Parque y en sus áreas inmediatas tuvieron lugar bajo condicio- nes relativamente templadas, donde los veranos quizás eran más cálidos que los actuales. Por otra parte, la menor temperatura de invierno quizás no condicionó un poblamiento humano que previsiblemente, especialmente en el Abric de l’Estany de la Coveta I se produjo entre el final de la primavera y mediados de otoño. Además, la vegetación arbórea ya había coloni- zado una gran parte de los espacios liberados del hielo por debajo de la cota que definía su límite superior en aquella época que, a juzgar por los datos de l’Abric de l’Estany de la Coveta I, no se situaba por debajo de los 2.400 m.