1. ClimayfenómenosmeteorolóGiCos
El pleno municipal de Granátula de 22 de febrero de 1730 resumía un período de calamidades públicas con varios factores, sobre todo climatológi-cos, que duraba años:
“Que por cuanto por la grande falta de aguas, abundancia de hielos, nieves y ocurrencia de otros adversos temporales que ha padecido esta villa y sus moradores juntamente con la imponderable plaga de langosta por tanto espacio de 9 o 10 años contiguos desde el pasado de 1718 además de otros casos fatales y melancólicos de que han sufrido y han experimentado los correspondientes efectos, ha sucedido el perderse, destruirse y aniquilar gran parte de los heredamientos de todos los vecinos”53.
Ese período adverso era considerado como “injuria de los tiempos”, como devenir histórico conjugado con las adversidades meteorológicas propias de un variable clima mediterráneo continentalizado, los cuales se consideraban castigo de Dios por los pecados e injurias de los hombres.
La comarca del Campo de Calatrava se sitúa en la Submeseta sur, con clima mediterráneo continentalizado de veranos secos y calurosos e inviernos fríos con heladas. Existen períodos de transición entre ellos en los que se re-parten las precipitaciones, con una media de unos 400 l/m2 anuales con gran irregularidad interanual e intraanual (Gosálvez, 2011: 352). Los veranos son secos y calurosos, pero los inviernos son de dos tipos: secos y fríos (continen-talizados) o templados y húmedos (con flujos oceánicos de vientos de ponien-te). Esta sección trata de dilucidar el efecto social de los fenómenos meteoro-lógicos que aparecen en los documentos del siglo xviii según los interpretaban los vecinos. En Argamasilla resumían en 1782 los tipos de invierno así como los fenómenos meteorológicos en relación con la agricultura:
“tierras de este término tienen mucha parte de arena y así sufren más bien la falta de agua (que) por la abundancia, porque esta las disipa y enfer-ma sus plantas, principalmente siendo el invierno muy lluvioso hasta enfer-marzo;
porque desde este mes hasta primero de junio, aunque caiga con abundancia, no daña a los sembrados y los demás frutos de árboles, plantas y vegetales, no solo en este término, sino es en los demás de esta provincia. Tienen otro enemigo más poderoso y perjudicial que los destruye principalmente en los meses de abril y mayo, que son los aires desde el oriente por el norte hasta el poniente que llaman los labradores solano, cierzo y gallego. Estos vienen a este país muy secos y fríos en sumo grado, de manera que desgracian las primaveras, hielan y consumen los pimpollos, flores y frutas, siendo menos perjudiciales a la salud de racionales o irracionales, cuya causa dicen los fí-sicos es el dilatado terreno seco, árido y frío que pasan estos aires por aque-llas partes desde los mares hasta esta provincia… Por el contrario, los que corren y vienen a ella desde el poniente, por el sur hasta el oriente, son hú-medos, frescos y salutíferos, movedores de lluvias temporales y oportunas a las siembras, frutas y salud humana, diciéndose que estos buenos efectos de estos aires provienen de la inmediación y humedades recientes que traen de los mares. El axioma común en La Mancha es que si no hubiese en el año mes de abril, no harían falta las Indias en esta provincia, por ser este mes el destructor de sus frutos. De aquí viene que los vecinos de esta villa son po-bres y sus caudales no se adelantan por ser único sustrato de labor” (Al-Ba-latiha, 1985: 90-92).
En este resumen explican la tragedia del mes de abril con heladas tar-días y sequías propias de un clima mediterráneo continentalizado por su si-tuación lejana a los mares. En comparación con otras zonas de España como Castilla (La Vieja y la Nueva-Alcarria), el fraile fray Juan de Valenzuela escribía que en la zona “el verano es algo caluroso, aunque no con exceso, y en el invierno es más templado el frío que en Castilla, pues aunque nieva, no subsiste mucho la nieve. Es por la mayor parte saludable” (Romero y Rioja, 2005: 130).
Se consideraba que los fenómenos meteorológicos eran la conjugación de cuatro aspectos que a su vez sustentaban la vida del hombre. Predominaba la teoría de los cuatro humores en el hombre a semejanza de los cuatro elementos del clima y de los cuatro elementos de la naturaleza (fuego, tierra, aire y agua):
bilis amarilla, bilis negra (o melancolía), sangre y flema (líquidos trasparentes como lágrimas o sudor). Se correspondían con las contraposiciones entre frío o caliente y seco o húmedo y se correlacionaba con los planetas y la astrología:
Saturno se asociaba a frío, y su contrapuesto era el Sol, calor, y de ahí la cali-dez de la sangría frente al sudor de la fiebre. Por este concepto explican el clima de la zona: “la vida del hombre se conserva con humedad, sequedad, frialdad y calor, siempre que cualquiera de estas cuatro partes sea dominante,
perturba la naturaleza y la postura, ya con una clase de accidentes, ya con otros, según las constelaciones e intemperies”54.
Cada estación conllevaba una conjunción equilibrada de esos cuatro elementos y era inesperable y nefasto el frío en el verano. Y era calamidad pública cuando había un defecto o exceso de alguno de esos elementos, por ejemplo en 1786 señalan los daños del exceso de precipitaciones tanto in-traanual como interanualmente: “la situación de este país en el centro de la Península ocasiona que no sean frecuentes los años de copiosas lluvias a muchos de los anteriores que han sido escasos o cuasi secos algunos, siguie-ron los dos inviernos últimos sumamente abundantes y continuados de aguas”55.
La variabilidad en las precipitaciones explicaba la abundancia o calami-dad según los años. Joaquín de Villalba hace un repaso en España por otras calamidades y epidemias de finales del siglo xvii y siglo xviii y la correlación entre lluvias, enfermedades y calamidades como langosta y menciona la varia-bilidad climática en algunos años con fenómenos impropios de la estación correspondiente:
“En 1672 hubo sequía y peste… manifestar la variación y la vicisitud de estos tiempos calamitosos. Empezaron desde luego a invertirse las estacio-nes del aire primaveras frías y secas, estíos fríos y húmedos, otoños húmedos y calientes, con flores y frutos vernales, inviernos cálidos por el solsticio invernal, aire sutil y penetrante, ponientes fríos y secos...
Cuatro años prosiguió el desarreglo de los tiempos pero tomó mayores bríos la fatalidad el año 1677… Fueron tan secos los años de 1682 y 1683, que se vieron secar los árboles...
Se siguieron después las lluvias, desde fines de otoño, y continuaron todo el invierno y primavera de 1684, con tanto exceso, de que no había memoria... En los meses de mayo y junio fue muy moderada, pero se malició en los de julio, agosto, setiembre y octubre de suerte, que muchas poblacio-nes perdieron la mitad de sus moradores, y algunas casi todos” (Villalba, 1802: 17-20).
Juan Díaz-Pintado (1991b: 125-126), ha categorizado en la provincia de Ciudad Real los períodos de lluvias y de sequía, frío y calor, y agrupa tres períodos: período templado-húmedo (1700-1727), período de aridez (1728-1754); período frío (1755-1807).
Hay pequeñas referencias en archivos a los fenómenos meteorológicos que refrenda este clima y que podrían contrastarse con la recaudación de diez-mos, signo inequívoco, por ejemplo, de las sequías, dado que en los años más secos se sembraba más panizo en las huertas. Una primera aproximación al
Datos Gráficos, 1. Distribución de la producción de granos año por año del sigloxviii según la relación de granos de vestuarios de la catedral de Toledo. ACT, vestuarios. Libros de 1700 a 1800 (excepto tres años que faltan). Las referencias a los años lluviosos y secos provienen de varios archivos. Se observan los períodos de grandes hambrunas del segundo tercio del Sigloxviii.
Años secosAños secos
Años lluviososAños lluviosos Años
Producción de cebada en toneladas (según tazmías declaradas)
Relación de lluvias y producción de cebada en Granátula durante el siglo xviii 1 200 1 000 800 600 400 200 0
1700 1701 1702 1703 1704 1705 1706 1707 1708 1709 1710 1711 1712 1713 1714 1715 1716 1717 1718 1719 1720 1721 1722 1723 1724 1725 1726 1727 1728 1729 1730 1731 1732 1733 1734 1735 1736 1737 1738 1739 1740 1741 1742 1743 1744 1745 1746 1747 1748 1749 1750 1751 1752 1753 1754 1755 1756 1757 1758 1759 1760 1761 1762 1763 1764 1765 1766 1767 1768 1769 1770 1771 1772 1773 1774 1775 1776 1777 1778 1779 1780 1781 1782 1784 1787 1788 1789 1790 1791 1792 1793 1794 1795 1796 1797 1798 1799
clima es la interrelación entre fenómenos meteorológicos y producción de granos.
Se pueden relacionar los períodos de lluvias con la producción de cerea-les, en este caso, cebada, según los años en los que se mencionan sequías o bien abundancia de lluvias (y en algunos casos inundaciones del río Jabalón). Hay años excepcionales, como 1732, cuyos datos parecen erróneos en los docu-mentos originales, si bien se han contrastado con primicias de la iglesia parro-quial, que confirman un año excepcional, ya que se describen todas las tazmías y las primicias importaron casi cien fanegas solo en trigo, pero no tan extraor-dinario; no cuadran los datos con ningún porcentaje de reparto de diezmos y en Valenzuela fue buen año, pero incluso algo mejor 1733, pero nefasto en Aldea o Puertollano.
Se puede decir que hay una constante de dos años muy secos y uno muy húmedo en un período de siete años, aproximadamente, y el factor más deci-sivo es la distribución de las lluvias, en especial en la primavera, que marcaba los períodos de sequía y las buenas/malas cosechas. En el caso del cultivo de la aceituna advierten que “en 5 años (hay) dos de buena cosecha, dos de me-diana y uno de escasa”, y sobre el cultivo de cereales un vecino señala: “tengo la experiencia que en 4 años… ha de haber una mala cosecha y una muy me-diana cuanto menos”56.
Para los vecinos del siglo xviii, el fenómeno meteorológico más destaca-do y con mayor influjo en la vida cotidiana era la distribución de las lluvias, en especial en primavera. Pero los fenómenos atmosféricos de temperaturas ex-tremas inusuales eran igualmente decisivos, como las heladas, ya que apenas aparecen datos de inusuales altas temperaturas más allá de las propias noches tropicales veraniegas: “se iría a dormir al corral porque en la celda había chin-ches y tenía mucho calor”57.
El ciclo del sol y las temperaturas definían las estaciones para los vecinos.
Tras el frío invierno entraba la primavera en marzo, mes en el que hay mujeres haciendo encajes en los patios tras la puerta de la calle, pero en otros casos señalan un marzo frío y ventoso por el 20 de marzo: “quince o veinte días poco más o menos que un día hizo muncho aire, salió este testigo a matar palomas…
por hacer frío”58. Marzo era la transición a la primavera, unos años con lluvias y, en algún caso, final de los resfriados del invierno, como señalan en esta carta particular de 5 de marzo de 1743: “Mariquita se ha quedado en cama de resfriado, de que hay general epidemia que creemos cese ahora con haberse puesto el tiempo de llover mucho”59. Marzo era mes ventoso, fenómeno que se repetía al llegar el otoño, como a finales de octubre de 1750, que un arrenda-tario de bellota de Zurracón de Almagro lamentaba “causando crecidísimos
daños por estar casi toda la bellota de sus encinas caídas en el suelo por los grandes aires que han sucedido”60.
Las lluvias de septiembre y octubre marcaban el final del verano e inicio de otra estación, el otoño. Se habla del inicio del otoño en una carta de Toledo de 2 de octubre de 1796: “Aquí ha llovido infinitamente, pero hoy está el día más despejado y el aire ha refrescado alguna cosa”61. Comenzaba un nueva estación que en algún libro definen como los dos tiempos de vendimia, vera-niego y otoñal en terminología periodística actual: “acuden en aquel tiempo de la vendimia dos tiempos, el uno caliente y sereno, el otro airoso y fresco”. Ya se ha señalado que un 20 de marzo se constata frío, e incluso protegerse del frío arrimados a la lumbre el 31 de marzo. Hay detalles que mencionan el co-mienzo de los fríos invernales, por ejemplo el 23 de octubre de 1729 hacía frío y llegó un forastero “con una carga de coles. Estaban con lumbre en el corredor que hay en la lonja”62.
El invierno como tal, con heladas (e incluso nieves) “entraba” en la zona en diciembre, como señalan el 11 de diciembre de 1796: “Ha llovido infinita-mente. Ayer empezó a nevar y sigue sin traza de dejarlo”63. El invierno, por sus fríos y ausencia de cosechas, era la estación más temida, porque suponía, ade-más, un gasto en leña para calentarse. Pero hay años, como 1801, que el 11 de noviembre estaba muy entrado el invierno: “a las fatalidades que en este rigu-roso invierno nos amenazan”64. Había ordenanzas que permitían cortar ramas si los inviernos se alargaban y estaban inusualmente nevados, como las de Almagro de 1628: “era costumbre inmemorial que en tiempo de nieves y falta de pastos se cortase ramón para que se sustentase dicho ganado”65. Hay neva-das insólitas, por ejemplo en Aldea del Rey el 6 de marzo de 1609 “de marzo de 1609 miércoles a las nueve de la noche comenzó a nevar… con ventisco grande, yelos y aire¿ por partes estaba de hasta 4 varas ¿ la nieve y no se des-hizo en dos meses ni se descubrió el campo en 4 días… Fue buen año de todo si no fueran los almendros¿ que se helaron”. O en enero de 1734 advierten en Argamasilla: “afligidos de la mucha nieve que en este país ha caído que no se ha visto el suelo más tiempo de diez días”66. A finales del siglo xvii construyen pozos de nieve en Almagro o el Sacro Convento fabrica uno en una casa de Aldea del Rey. En la década de 1710 se construyen pozos de nieve en Graná-tula, Añavete, Daimiel o Torralba, pero no había habitualmente nieve en la zona, de tal manera que a Almagro tenían que acarrear nieve de Villanueva de la Fuente, El Bonillo, Alcaraz, e incluso del priorato de santa María del Monte de San Juan.
La sequía y las heladas eran los dos fenómenos más temidos. Por un lado, las heladas tardías afectaban a las cebadas de huertas y hondonadas. Pero las
heladas rigurosas afectaban al olivar, cultivo que se extendió desde el siglo xvi
hasta convertirse en una fuente primordial de los ingresos de los vecinos. Esas heladas extraordinarias afectaban sobre todo a los olivares, con la muerte de los árboles o su daño por varios años. Según esas constancias meteorológicas, gran parte de los inviernos eran fríos y secos, pero en algunos inviernos había heladas rigurosas, como señalan en la venta de un olivar: “Tomado posesión de él por el mes de diciembre del año pasado de 1697, por haber sobrevenido nieves se helaron algunas olivas que ha cortado y conducido a su casa”67.
Así comenzó el siglo xviii, con gran parte de los olivares dañados por las heladas del invierno de 1697/1698. Se observan en el siglo xviii inviernos con heladas fuertes, que se repiten periódicamente, como en 1727 en la mención de los olivares de una capellanía: “desde el año pasado de 1727 por haberse helado las olivas de dicha capellanía y las demás de todo el sitio de la Caridad, no han rendido cosa alguna en todo aquel pago… si no fuera por él, se hubieran secado los árboles”. Los daños de las heladas de 1727 perduraban en 1729:
“rentas de esta capellanía a causa de haber sido muy cortos y no alcanzar el cumplimiento de sus cargos y subsidio por haber estado heladas las olivas y las cepas ser de mala calidad”68.
Las heladas severas se repitieron en el invierno de 1765/1766 y el invier-no siguiente, como se constata en 1775: “en 1766 se helaron los olivos de todo el país y desde entonces no han echado fruto”69, y se reitera el drama de esos años fríos: “con las nevadas y yelos que sobrevinieron por los años pasados de 1766 y 1770 que llora y llorará por siglos este común por los mismos gritos”, ya que las heladas más severas impedían sobreponerse a los olivares dañados durante décadas si se repetía un ciclo frío, como explican en 1785: “decadencia por los estragos que los yelos y nieves han ocasionado en los olivos desde el año de 1765 y sucesivos”70. En esos años se repitieron las fuertes heladas, con graves consecuencias económicas y sociales, y en Almagro denunciaban las talas de olivas secas por las heladas que realizaban vecinos que no eran propie-tarios: “debe hacer presente ser notorio que después del daño causado por los yelos del año de 1770 en los olivares de este término, se ha seguido otro, no de menor gravedad, originado de la mala versación de las cortas que en ellos se han ejecutado y ejecutan en las estaciones más rígidas”71.
Las heladas y las podas indiscriminadas destrozaron los olivares durante varios años e impidieron su fructificación, con la ruina de labradores y hacien-das, como señalan en 1773 de la suma de calamidades: “a causa de la esterili-dad de los presentes años y habérsele helado los olivos”72. En 1785 señalan que el cultivo del olivar es decisivo en las haciendas, junto a los cereales y a las viñas, pero que no se habían repuesto de las graves heladas desde el invierno
de 1765/1766 tras veinte años de recuperación: “este que ha sido el más con-siderable aún cuando se logre algunos, buena o mediana cosecha, jamás puede llegar al estado que tuvo, porque las nieves y yelos furiosos que se han experi-mentado se llevaron más de una tercera parte de los olivos. Y los demás que-daron tan quebrantados que aún no han vuelto ni volverán muchos a la frondo-sidad en que estaban 20 años”73. Este texto parece indicar que la nieve se congeló en los olivos con bajísimas temperaturas y muchos muchos árboles.
Las nevadas eran infrecuentes y no eran bien recibidas, a tenor de consi-derarlas de manera negativa con las heladas, no con las lluvias, como argumen-tan el 22 de marzo de 1730: “la grande falta de aguas, abundancia de hielos, nieves y ocurrencia de otros adversos temporales”74. Los inviernos anticicló-nicos eran los más dañinos, ya que unían sequía y heladas, con la ruina de las cosechas como en 1738: “la cosecha… por su desgracia nacida de la falta de aguas, ocurrencia de hielos y otros adversos temporales”75. Es una concatena-ción de malos fenómenos, que describen en Granátula en 1748, año que no pudieron cobrar en agosto las contribuciones de la cosecha de cereales porque la sequía y langosta malogró el grano, y cuando esperaban cobrarlas a finales de año con la cosecha de aceite, “como en los años fatales en que se experi-menta quiebra en los frutos principales de granos esta desgracia suele tocar en todos, se ha reducido el del aceite por yelos y adverso temporal a menos que la mitad de lo que se juzgaba”76.
En la zona de Almagro, Granátula o Moral se criaban mejor los olivos que en la cercana Argamasilla de Calatrava, donde expresan que “los olivos prue-ban mal en esta tierra por ser muy fría y de inferior calidad, los que se yelan los más de los años, por cuya causa, aunque de pocos años a esta parte se empezó a hacer dicho plantío, y ya muchos vecinos los van arrancando y se persuaden continuarán otros por servirles de mayores gastos que de utilidad”.
Se unían las heladas rigurosas a otro problema de un clima mediterráneo con-tinentalizado, la aridez, como explican en Pozuelo sobre el cultivo del olivar ese año 1752: “aridez de la tierra, su cortedad y no participar este clima como otros de continuados rocíos y de consiguiente faltarles robustez a resistir los aires solanos y temperie fría que en la mejor sazón productiva… destruye su fruto”77.
Los inviernos anticiclónicos eran secos y fríos, y pese a helar y nevar en el invierno, también se constata ausencia de hielo y nieve en dicha estación por los flujos continuos oceánicos, como se dice del pozo de la nieve de la cofradía vieja de las ánimas de Granátula que reaprovechó una cueva-bodega: “se fa-bricó por el mes de enero de 1714... se hace cargo de 300 rs que procedieron del año de 1714 de la nieve que se vendió del pozo, porque por la cuenta se
reconoció 800 rs, se gastaron los 500 en volverlo a llenar de hielo en el invier-no de 1717... los años 1718 y 1719 invier-no tiene cargos por invier-no haber encerrado en el pozo por no haber nevado ni helado”78.
Se trata de inviernos ciclónicos, suaves y lluviosos. Esas lluvias eran en forma líquida o solidificada en nieve. Las excesivas lluvias de algunos años provocaban la ruina de edificios. Por ejemplo en 1728 un barrero no puede en-tregar diez arcaduces encargados y pagados: “respondió que no se los podía dar por tener el horno hundido con las aguas que no los podía cocer”79. En marzo de 1797 señalan de una casa: “con la injuria de los tiempos y muchas lluvias del presente invierno se han puesto en tan lastimoso estado que se le ha hundido una cuadra, y lo restante está por lo mismo”80. El pósito antiguo de Granátula amenazaba ruina en 1769: “que con las continuadas lluvias y blandura de tiem-po no tiene espera dicha obra sin el riesgo de la ruina del mismo pósito con pérdida del enser de granos que en él se halle” y en Valdepeñas lamentan en 1786 la quiebra del pósito “con el motivo de haberse encamarado el trigo en cámaras de casas antiguas y con las crecidas lluvias haberse destrozado y caído en aquellas diferentes goteras, hemos experimentado la quiebra (de 287 fs)”81.
Hay años, como 1726, en que se constatan nevadas de casi una vara de espesor en el mes de marzo; en concreto estuvo nevado el campo del día 6 al 10 de marzo, con gran nevada el día 6, el 7 y el 10 de marzo. Fue un año muy lluvioso, de tal manera que las precipitaciones se prolongaron durante el mes de junio, lo que impidió la siega hasta bien entrado el verano. Y venían de un mes de octubre de 1725 que advierten extraordinariamente lluvioso.
Las grandes lluvias de 1783 a 1786 obligaron a planificar obras hidráuli-cas para desecar las lagunas, lagunas en las que incluso se asentaban los hidráuli-cascos urbanos. Hay datos de años lluviosos a tenor de inundaciones de cuevas de los pueblos, la mayor parte situados en lagunas de origen volcánico; por ejemplo la cueva-bodega de la tercia del vino de Granátula estaba inundada en 1713, y en 1717 señalan que la cueva-bodega de la Clavería en Miguelturra “tanteado el terreno y medidas las alturas de las aguas naturales de este sitio nunca pue-de usarse pue-de ella por este inconveniente y hoy se halla inundada pue-de agua” o en el lluvioso 1775 la Sacristanía debe alquilar una cueva-bodega en Calzada por estar la cueva-bodega propia inundada de agua.
En los años de muchas lluvias los ríos y arroyos eran intransitables con daños por inundaciones que se constata en escritos como los del ayuntamiento de Almagro en peticiones de arreglo de puentes en los años 1775, 1776 y 1784.
“1776… Fueron continuando así los riesgos y desgracias más o menos rígidas las estaciones de invierno. Llegó el anterior (1783) tan tenebroso, dilatado y de continuas horrorosas lluvias como es sabido, en el cual fueron muchos los