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El constante temor a la pérdida: el amor compulsivo

El poder amar de modo objetivo tiene que ver con que este acto sea lo más libre posible, sin que medien apetencias subjetivas ni iner- cias de los impulsos orales. Sólo así puede haber más probabilidades de éxito en la elección de pareja.

Pero hay quien ama de una manera compulsiva o busca de modo compulsivo y ansioso una relación que le pueda ofrecer una sensación de no estar en soledad o de que no hay un vaciamiento de sí-mismo.

En el proceso de enamoramiento que he descrito por el cual la per- sona proyecta su ideal del YO en la persona amada se puede dar una doble tesitura (Villamarzo, 1996):

Una búsqueda en el otro de corte compulsivo a modo de sal- vavidas.

Una búsqueda elaborativa de un ideal del YO complementario. Lo cual puede llevar a una circunstancia donde se de un amor sano y la relación amorosa sea de cooperación.

Claramente la primera refiere a un proceso patológico y la segun- da a una búsqueda de amor más sana. En el amor compulsivo nos podemos encontrar, o bien que la persona no quiera abandonar bajo ningún concepto a su pareja por cruel que esta sea con ella; o que la persona esté en una constante elección de pareja ante la propia inso- portabilidad de su soledad. El amor compulsivo, en definitiva, es una adicción, con las cualidades de pérdida de libertad, dependencia y desautorización de sí mismo que se encuentran en cualquier otro tipo de comportamiento adictivo.

Cuando se encuentra una vía de amor compulsiva hay una clara tendencia a que se produzcan cuadros de enganche neurótico1y de

dependencia enfermiza. Una situación relacional es el enamoramien- to y otra bien distinta es esta que le menciono, que muchas veces se camufla en un parecer que la pareja está enamorada, pero que se sus- tenta por enganches emocionales que se producen a nivel de la vida inconsciente y que son desadaptativos. En estas patológicas relaciones se observan compulsiones en cuanto a la incapacidad para abandonar la relación dañina o si se deja dicha relación, hay incapacidad para prescindir de otras de carácter semejante con las que antes o después se termina enganchando.

En el amor compulsivo, estaríamos hablando en términos freu- dianos de un amor pregenital –por cuanto poco evolucionado y estan- cado en las fases oral y anal–, relacionado, a su vez, con el amor ambi- valente que Abraham (1924) señalaba.

Si, en cambio, se escoge el camino de un amor más objetivo y salu- dable para la persona no sujeto a enganches inconscientes patógenos, siendo un amor basado en la cooperación y en el respeto –de cada uno por sí mismo y por el otro– estaremos hablando de un amor genital. Pero no genital en el sentido sexual sino también en su aspecto de evo- lución superior –estadios fálicos y edípicos– en comparación con el

1. Y se habla de enganche porque precisamente así se halla la pareja enlazada en la parte neurótica del otro que le hace depender. Se pueden señalar muchas tipologías de enganche pero las más claras son la del sádico con el masoquista, la del obsesivo con el histérico, la de quien es autoritario con quien siempre quiere romper su norma o la del alexitímico hermético con quien es en buen grado afectuosamente expresivo.

otro. Aquí se da un amor postambivalente donde no hay dependencia sino complementariedad con la pareja objetiva y salubre.

La compulsividad con la que algunos afrontan las relaciones deja entrever como sostienen el eje de su vida afectiva y ponen el “centro de gravedad” en el otro, en la pareja, y no en sí mismos. Parecen per- sonas que se enamoran y adoran a su pareja con un amor objetivo pero lo que en realidad ocurre es que ellos por sí mismos no se sostie- nen, sino que necesitan del otro para que los contenga. Por ello es una forma de amar insana e inmadura.

Se puede amar con mucha intensidad pero de manera objetiva sin que necesariamente se de una desidentificación y una desautorización de la persona que ama. Es en cierto sentido parejo a quien busca la feli- cidad en algo concreto, estos buscan la seguridad en alguien determi- nado. Ambas tareas tienen, sin embargo, que realizarse desde una independencia interna.

Constituye un foco de frustración para los terapeutas el ver que nuestro paciente cae una y otra vez en la mismas relaciones patógenas y que repite patrones relacionales a lo largo de los años sin tener con- ciencia de este hecho, o sin querer tenerla por ser también más cómo- do para así no ceder a una reflexión del porqué de esos comporta- mientos. Más frustrante es aún cuando la relación en la que se ve sumergido le reporta maltrato.

A menudo escucho frases del tipo “Pero yo no lo busco” o “Lo hago sin querer, yo no me entero”. La explicación atiende a apegos infantiles producidos en la vida inconsciente de los individuos que les lleva a tener que estar continuamente acompañados por otro que les nutra la autoestima, paradójicamente en este proceso se abandonan a sí mismos en la tarea de cuidarse siendo marionetas a merced de sus terrores a la soledad.

Quienes nos dedicamos a esta ardua profesión de continuo con- tacto con el sufrimiento humano, vemos también conductas de pro- miscuidad de hombres y mujeres que se acuestan con docenas de per- sonas para en muchas ocasiones tal y como ellos me dicen, “Obtener un poco de cariño o para que me den un abrazo”.

En estos casos suele ser prototípico utilizar la sexualidad como un vehículo para obtener afecto y cariño. Aunque los hombres también se embaucan en estas conductas es más prototípico ver mujeres que se preparan seductivamente para la “cacería” del hombre, instrumenta- lizando la sexualidad para en realidad, conseguir unas atenciones que creen que de otra manera no van a recibir.

Dicha instrumentalización también la he observado en mujeres de diversas edades con dos rasgos característicos comunes: uno relacio- nado con una autoestima muy deteriorada y otro enlazado con la fan- tasía, desde que son muy jóvenes, consistente en que para lo único que valdrán en un futuro es para prostituirse.

En ocasiones un miembro de la familia es quien dicta semejante juicio condenatorio, a menudo el padre, otras veces son ellas mismas las que se embaucan en esta fantasía humillante.

Lo común de todas ellas son sus conductas sumamente promis- cuas dirigidas a cumplir, de algún modo, con ese precepto de “prosti- tutas”, además de por supuesto tratar de obtener afecto a través de la sexualidad.

Pero el temor a no ser atendidas o no ser deseables, y para ello uti- lizar conductas sexualizadas, a menudo se relaciona con sus propios temores y fantasías de exclusión. Temen mostrarse tal y como son por si son rechazadas, algo muy típico de lo que se denomina síndrome del abandonismo.