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COsTUmBREs y TRADICIONEs

In document El_nicaragueense_su_magia_y_su_encanto (página 111-200)

a

nécdotas

:

esbozo deUn estUdio sociocUltUraldelo cotidiano

El Diccionario de la Real Academia Española nos enseña entre otras, dos acepciones de la palabra anécdota: 1. Del griego, inédito, relato breve de un hecho curioso que se hace como ilustración, ejemplo o entretenimiento. 2. Suceso curioso y poco conocido que se cuenta en dicho relato. Partiendo de estas definiciones podemos decir que la anécdota es un término genérico que puede englobar varios tipos de narraciones de tradición oral.

Las Anécdotas, son hechos ocurridos en los que se enfocan elementos que para las personas podrían resultar vitales ya que, en algunos casos, determinan la definición de algunas actitudes ante la vida, además de retratarlas en multiplicidad de ámbitos. A través de las mismas, identificamos, las costumbres, tradiciones, creencias, así como elementos relevantes en la vida de los pueblos. Tienen, por tanto, un valor significativo para quienes las viven y escuchan, en tanto, se constituyen en modelos a imitar o a rechazar. Las mismas, testimonian historias personales y consecuentemente épocas históricas concretas.

Las anécdotas expresan nuestra idiosincrasia, en tanto, una manera de pensar o interactuar para ser considerada parte de la misma debe ser, relativamente, homogénea para un grupo significativo de personas. La forma en que los seres humanos perciben, tanto el entorno físico como el social, lo que consideran verdadero en su medio y la forma en que organizan sus respuestas al mismo, es conformada por la cultura. La misma, en algunos aspectos especialmente, en

lo referente a la conciencia mítico-religiosa, se inserta en nuestro folclore, en tanto el último, es una categoría inclusiva de mitos, que son historias sobre caracteres y hechos supraterrenales, leyendas que conciernen a personas, y otros tipos de tradición oral. Cada sociedad posee un conjunto de creencias y prácticas que se centran en las relaciones de los humanos con su medio físico y sobrenatural.

En la “Introducción al Muestrario del folklore nicara- güense”, el folclore es definido como: conjunto de tra- diciones o asimilaciones artísticas y literarias que forman el sedimento popular de la cultura de una región o país. Y agregan que: Uno de los aspectos más importantes del folklore —por cierto muy poco estudiado por los folkloristas— es como vivero de mitos, tanto de los mitos que tratan de expresar las estructuras de la existencia, las formas de la vida o de explicar los fenómenos naturales, como aquellos, más originales y profundos que fabulan, en indelebles imágenes poéticas del inconsciente colectivo, la personalidad del pueblo y sus reacciones ante la naturaleza y la historia”. [...] Recolectarlo y estudiarlo es parte del “conócete a ti mismo” de un pueblo y divulgarlo es sembrar solidaridades profundas. En este sentido, en nues- tro país en general, exis- te la observancia en que algunos seres con exis- tencia subje tiva tienen vida y perso nalidad, estos seres so br e na turales son con si derados espíritus, fan tas mas, etc. Antonio de Herrera —cronista de indias— quien escribiera la célebre Historia Gene­

ral de los Hechos de los Castellanos en las Islas y Tierra Firme del mar

Océano, encabeza a los cronistas que durante el siglo XVII

continuaron escribiendo sobre la América Hispánica. Con relación a este tema afirmó: Cada soldado se quedaba con lo que tomaba al Enemigo, salvo, que havía de sacrificar á los presos en público, i no rescatarlos, so pena de ser sacrificado. Eran animosos, astutos i falsos, por tomar hombres, para sacrificar: Grandes hechiceros, i brujos, porque se hacían perros, puercos i ximio... Históricamente, el nicaragüense cree en ceguas, aparecidos, duendes, diablos, etc., tales seres se comportan como las personas: tienen conciencia, voluntad y pueden sentir las mismas emociones que los humanos. Tales espíritus pueden residir en árboles, piedras, animales, en el ambiente, etc.

Para ilustrar, tomaremos una anécdota que nos fue relatada. Resulta que para la época de las fiestas patronales de Boaco un grupo de muchachos se fue sin permiso de sus padres a una fiesta a otro pueblo. Ellos vivían en un poblado llamado La Pita y se dirigían a otro llamado El Aguacate, el trecho de camino entre ambos lugares es como de dos horas a caballo. Estando en el lugar de destino pasaron felices, se divirtieron a lo grande. El regreso lo hicieron, aproximadamente, a las dos de la madrugada. Casi llegando a La Pita, en el camino, les sucedió algo inesperado. Resulta que ahí hay un cementerio que ellos debían cruzar y cuando estaban cruzando una pequeña colina observaron el espanto de un jinete vestido de negro y montado en un gran caballo del mismo color. Los muchachos, muy nerviosos, continuaron su camino y cuando pasaron por un gran árbol llamado el “chilamate del diablo” lo volvieron a ver, pero en esta ocasión le pudieron observar la cara, era una calavera y pensaron que talvez su alma andaba penando. Los parranderos, de los nervios, llegaron orinados a su casa y nunca más volvieron a salir de noche. Estos muchachos aún viven, fue uno de ellos quien me relató esta anécdota ocurrida hace unos 73 años. (Carmelo Téllez, 86 años, Boaco).

En este ensayo, se exponen las experiencias socioculturales de las personas que las hemos vivido y que han sido

acopiadas y transmitidas a través de las anécdotas, mismas que ejemplifican una cosmovisión y las diferentes formas en que se manifiestan. Se recuerda también a este propósito otra que nos fue narrada por Francisco Ñurinda, estudiante de Derecho, oriundo de la cuidad de Masaya, quien había escuchado que en los alrededores de la laguna, deambulan duendes, a los que muchas personas dicen han tenido la oportunidad de ver. Estos, les habían sido descritos, como seres de pequeña estatura, con los pies al revés y vestidos con ropas de colores vistosos. Él quería comprobar si en realidad era cierta su existencia y se fue con un amigo suyo a merodear por el lugar donde le indicaron. Afirma, con la certeza de quien dice la verdad, que los vio al igual que su amigo, tal y como se los describieron. Dijo que cuando ellos se aproximaron, los duendes huyeron y se introdujeron, diluyéndose, dentro de unas grandes piedras.

En el caso de las almas, que residen en los cuerpos humanos, las personas en nuestro país consideran que las mismas son capaces de dejar ese cuerpo a voluntad, temporalmente durante el sueño o, permanentemente, como en caso de muerte. Los espíritus o almas que dejan el cuerpo al morir se convierten en fantasmas que se presentan y relacionan con los vivos en una variedad de formas en nuestra cultura y en esta compilación aparecen algunas que ilustran la creencia que se tiene de que los fallecidos por algún motivo se quedan penando en el mundo de los vivos, así como la existencia de algunos seres humanos que se convierten en diversidad de animales como caballos, yeguas, monas, o ceguas que aparecen en los caminos a las personas en general y en particular a los hombres.

Al escribir este ensayo queremos señalar, entre otras cosas, que cada ser humano tiene algo que enseñar y que aprender a través de las experiencias individuales y colectivas, igual que lo hicieron nuestros antepasados, lo hacemos nosotros, luego nuestros hijos y nietos y, posteriormente, las generaciones venideras mientras exista la sociedad. Nos visualizamos y nos percatamos que somos capaces de llorar de felicidad, así como reírnos de nuestras tragedias. Lo hacemos en la guerra,

en la pobreza y hasta en las velas de nuestros seres queridos y no por falta de sensibilidad, sino que sencillamente es esa nuestra forma de ser.

Como es natural, a diario convivimos con situaciones de diversos tipos que quedan archivadas en nuestra memoria. En este trabajo se plasman: el humor, la tragedia, las ocu- rrencias de las personas, la forma sui géneris de sobrevivencia y la forma en que el güegüence que llevamos en nuestro subconsciente, es expuesto de cuando en cuando. Las anéc- dotas nos dicen de lo cotidiano, de historias íntimas, de secretos guardados celosamente —que de alguna forma alguien siempre se entera y lo recrea— de las experiencias del vecindario. Expresan nuestra espontaneidad, nuestra forma de vivir, la relación con el entorno, las diferencias culturales entre el campo y la ciudad y la naturalidad con que exponemos las cosas que nos suceden sin temor de exponernos a la burla de las demás personas.

En los años 80, en Managua, a un amigo y compañero de trabajo de aquella época le ocurrió una anécdota tragicómica. Sucede que un día de tantos se fue a tomar unos tragos, cuando ya era tiempo de volver a su casa, se fue a la parada del bus que se tardó tanto en llegar que mi amigo se quedó dormido. Pasó el tiempo y él sintió frío. Eran casi las cinco de la mañana cuando se despertó y su sorpresa fue grande cuando se vio sin camisa, sin pantalón y sin zapatos, solamente se encontraba “vestido” con su bóxer, única prenda de vestir que le dejaron. Instintivamente, se pasó la mano por detrás para ver si todo estaba bien y por suerte no sufrió otro tipo de daños. Cuando se vio en tales circunstancias, se aterró ante un hecho inesperado y no sabía que hacer, de repente se le ocurrió empezar a correr como que estaba haciendo su ejercicio matutino y nadie notó lo que le había ocurrido. Es la capacidad de improvisar del nicaragüense que ante cualquier dificultad siempre sale, o al menos trata de salir airoso.

Todas estas anécdotas, se constituyen en el producto de situaciones que para los protagonistas son reales. Origen

de los apodos, personajes inolvidables de los pueblos, entre otros, lo cual nos da una visión clara de lo que somos y, que al paso de los años se vuelven remembranzas familiares, políticas y culturales. Las mismas nos enseñan que detrás de cada persona, familia o pueblo, hay vivencias enriquecedoras y, consecuentemente, nos enteramos de las formas de vida de nuestros antepasados y los cambios ocurridos, de tal suerte que se podrían redactar a través de ellas textos de nuestra historia local, regional y nacional.

Al respecto, nos viene a la memoria un funeral granadino, que sucedió cuando vivimos en la Calle Real de Xalteva, un poco después del año 81. Teníamos de vecina a doña Cristina, una señora hermosa, risueña y atenta, dueña de la ”Chichería París”, ubicada en una esquina entre la Iglesia y la afamada Fortaleza “La Pólvora”. El vigorón, el chingue y la chicha que degustamos durante todo ese tiempo en que habitamos en este lugar nos resultó el más sabroso de la ciudad. Un día de tantos, se murió el hermano de esta señora. Por supuesto, quiso que la ocasión fuese con “gran estilo” y alquiló el más bello coche fúnebre que encontró disponible. Tallado, exquisitamente en madera, halado por dos bien cuidados corceles, enfundados en sus hermosas chalinas y guiados por un cochero vestido con traje “formal” de particular elegancia que, en lo personal llamó atención nuestra. Su atuendo era inmaculado y la expresión que mostraba en su rostro era completamente relajada y tranquila, a pesar del sofocante calor. Después de realizada la misa de cuerpo presente, todas las personas amigas, acompañantes de la familia, pensamos que el cortejo fúnebre, lógicamente, se encaminaría hacia el cementerio que quedaba a unas pocas cuadras hacia el sur. Pero no fue así. Resulta que doña Cristina consideró que era demasiado el gasto que había hecho en el alquiler de tan bello vehículo para lucirlo ante tan pocas personas y, además, creyó justo y oportuno pasear por última vez al difunto en los alrededores de su ciudad natal. Así se dijo y así se hizo. Al respecto, vale la pena rescatar el comentario del granadino Enrique Alvarado Martínez para explicar, de alguna manera,

el comportamiento de sus coterráneos: Por esa relación con Europa se generó la idea de aristocracia proyectada por algunos que, cuando estaban en situación económica precaria, procuraban guardar las apariencias, es decir, había un predominio de la apariencia sobre la realidad. Existe una anécdota que pertenece al ámbito de nuestro mundo privado que no resistimos la tentación de relatar porque, realmente, resulta divertida y muestra, de manera simbólica, un problema común en las relaciones de pareja. Con el paso de los años nos resulta graciosa y nos reímos cada vez que la recordamos o la compartimos tanto en las reuniones familiares como de amigos. La hemos titulado:

Por falta de comunicación

Hace aproximadamente diez años, mi esposo y uno de mis hijos se fueron a caminar por los alrededores de nuestra casa, les pregunté a que hora regresarían y me contestaron que antes del noticiero de las 10 p.m. Vi la novela, el noticiero y mucho tiempo después se aparece mi hijo y dice: ¡Mamá, mi papá se me perdió! ¿Pero cómo va a ser posible si vienen caminando juntos?, explicame con detalles que pasó. “Pues veníamos conversando por la calle principal y, de repente, me percaté que él no venía a mi lado, volví y no estaba y lo he pasado buscando hasta ahora por todos lados y no está en ninguna parte”. Por mi mente pasaron muchas cosas y todas espeluznantes. Imaginé que a lo mejor al pasar por algún lugar montoso lo agarraron del cuello, le cortaron la yugular con un cuchillo, lo mataron para robarle y lo dejaron tirado por ahí.

Decidí buscarlo en todas las casas del vecindario en que habita una parte de sus compañeros de trabajo con los que tomaba tragos y ninguno se encontraba despierto. Cada instante estaba más aterrada. De repente, como a la una de la madrugada, llega David Lara, un vecino, y observando en mi casa a todos en una situación poco común viene a preguntarme que pasó y le conté “la tragedia”. Me ofreció su compañía solidaria y nos fuimos en su camioneta por la

rotonda a buscarlo en todos los restaurantes y no estaba, pasamos por todos los alrededores incluyendo una pista que va del cruce de Villa Progreso a la Rotonda Larreynaga, en este lugar le pido que disminuya la velocidad porque divisé en la distancia un gran “bulto” en el cauce que atraviesa dicha pista y como mi esposo es un hombre de 300 libras y más, le digo con un nudo en la garganta: ¡David allá está mi marido y está muerto! ¡Ahí lo dejaron tirado! Nos bajamos al cauce y era un gran saco de basura que alguien, amparado en la oscuridad de la noche, llegó a dejar. Pasamos de nuevo por la Rotonda y regresamos a la casa... y yo, sintiéndome viuda y desconsolada...

Decido, con la guía telefónica en las manos, llamar a todos los hospitales —varias vecinas me ayudaron con la búsqueda de los números para agilizar la comunicación— para que me informen si han llegado heridos o cadáveres a la morgue y me dicen que no. Decido llamar a la policía y se aparece una patrulla con todas las luces de colores encendidas, por cierto, único momento que he visto iluminada la calle —a pesar de que en el recibo de luz incluyen lo de las luminarias públicas. Me piden las señas particulares: estatura, color de la piel, de ropa, etc., y yo, bañada en lágrimas brindo toda la información requerida. La policía circula la noticia para que lo busquen por toda la capital. Estoy esperando alguna información y, de repente, se aparece mi marido como a las tres de la madrugada haciendo un esfuerzo suprahumano para no tambalearse, al borde de ser internado por intoxicación alcohólica y cuando tan solo intento abrir la boca para preguntarle dónde estaba —frente a todos los vecinos que lo miraban expectantes— y sin permitirme pronunciar ni una sola palabra, haciéndome señas pendulares con el dedo índice levantado me dice: ¡Celina, sin show! Inmediatamente, pasó en medio del grupo sin ver a nadie, iba muy serio, hasta parecía que caminaba dormido y se dirigió a su cuarto.

Resulta, que estaba a unas pocas cuadras de distancia, en la Farmacia “Los Andes”, donde el único amigo que no lo busqué, y cuya familia, se encontraba en una pequeña

celebración, éste salió, casualmente, unos instantes a la calle, se saludaron, lo invitó a entrar y él aceptó sin comentar nada con su hijo. Desde entonces la expresión que usó en este caso se hizo proverbial y cuando mis primas quieren reclamarle algo al marido, éstos les dicen: fulanita, como dijo el primo ¡Sin Show!

Las anécdotas son una forma de expresar la alegría de un pueblo que expone su ingenio, su creatividad, su fe en Dios, su optimismo, su amor por la patria, sus raíces y su apego a las tradiciones. Son la expresión de una diaria y fecunda creación popular, que expresa los rasgos culturales del pueblo que las produce.

En el Prólogo a La Comida Nicaragüense, Carlos Mántica narra un incidente ocurrido al Cronista Oviedo y que, posiblemente, sea una de nuestras anécdotas más antiguas. Cuenta Oviedo que: Aquella noche, ciertos indios que me llevaban mi ropa, comían sapos grandes assados, y estos indios eran de la plaza de Nicaragua, é por amistad me llevaban las cargas hasta veynte de ellos, é el día antes avían comido muchos alacranes assados. Y como yo maravillado de su manjar los miraba, ellos con mucha risa me convidaban a él e decían que era bueno. Mántica señala que: El autor de este libro piensa que quizás el cronista confundió también los alacranes asados con alguna variedad de camarón, cosa difícil de pensar pues Oviedo menciona a los camarones y langostinos por su nombre en el libro XX, capítulo XII de su obra. Yo más bien me pregunto si no será esta la primera muestra del buen humor de unos nicaragüenses —que con mucha risa le convidaban... e decían que era bueno- maquinaron esta una simpática broma, vacilando al Capitán don Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdez, miembro de la Corte de los Reyes Católicos, ex notario de la Inquisición, Veedor de Castilla del Oro, Gobernador de Cartagena y a mi juicio el más acertado de los cronistas de Indias...

A continuación, presentamos la siguiente anécdota que ahora también es histórica ya que de alguna manera refleja los acontecimientos vividos en la primera de las guerras que se

sucedieron en Estelí, en el año 78 —fueron tres en total—, que muestra la capacidad de improvisar del nicaragüense ante el peligro, cualquiera que éste sea y es la siguiente: Estaban bombardeando la ciudad y a todas las personas que nos encontrábamos en nuestras casas, la Cruz Roja nos ubicó en un lugar relativamente seguro que fue en esa ocasión el Colegio Nuestra Señora del Rosario, del que su Directora y resto de Religiosas eran mujeres absolutamente extraordinarias y había también algunos médicos con los cuales se conformó un puesto para curar heridos.

Entre los galenos estaba el doctor Néstor Benavides Cerna, quien para aquel entonces era un joven recién egresado y, por supuesto, con las ideas marxistas merodeando por su mente. Imprudentemente, cargaba entre sus cosas, el famoso

Manifiesto Comunista de Carlos Marx. Como era de

esperarse, entra la Guardia al Colegio y él se dirige a una tía

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