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Cuatro coordenadas para no alejarnos de nuestra identidad

In document Santos de Copas - José Pedro Manglano (página 130-135)

Querría ahora sugerir cuatro puntos o coordenadas que nos ayudarán a comprendernos en nuestra relación con el mundo.

1. Yo soy sal

Tuve ocasión de preparar una paella para unas sesenta personas. Recuerdo que la compra llenó el maletero del coche: muchos kilos de muchas cosas. Fuimos echando a la paella cada ingrediente en su momento —kilos de carne, kilos de arroz, kilos de verdura…—. Llegó la hora de echar la sal y cogimos un puñadito pequeño, apenas unos gramos, probamos el caldo, estaba todavía algo soso, salpicamos con un poquito más y… en su punto.

Ser sal significa saber que soy poco con respecto a la masa. Pero no solo soy poco —

cuestión interesante, pero solo cuantitativa—, sino que soy la no masa. Ser sal es ser lo distinto con respecto al resto, y todo el resto de ingredientes es distinto con respecto a la sal. En la sociedad yo no soy masa: soy sal. Y toda la sociedad es no-sal, opuesta con respecto a mí, que soy sal. Por lo tanto, no solo soy poco, sino que lo que me caracteriza y me da mi identidad es no ser como el resto: ser distinto con respecto a la masa. Yo soy un universitario, trabajador o ciudadano distinto, soy no masa —se entiende que hablar de masa, en este contexto, no tiene ningún sentido peyorativo—.

En el hecho de ser sal, además, se encuentra implícito el ser para la masa. La tarde de la paella nadie iba a comer sal, su intención era comer un buen plato de arroz a banda, como así fue. Pero la sal estaba allí para que la paella supiera a paella. Ese poco distinto a la masa está a su servicio. Lo que busca y quiere la gente son las mil cosas que la sociedad ofrece. Sin embargo, yo vivo para que los demás tengan sabor, para que los demás sean lo que son, de la misma manera que la sal hace que el pollo sepa a pollo, y la verdura sepa a verdura. El Señor habla de que somos la levadura que hace fermentar a la masa. Somos para la masa, estamos en función de la masa, a la que damos sabor y de la que somos fermento: nuestra existencia encuentra su sentido en que la masa se desarrolle y llegue a su plenitud.

La presión que me puede deshinchar si tengo en cuenta mi identidad como sal del

mundo, no solo no me deshincha sino que me hace tomar más conciencia de la gran

necesidad que tiene el mundo de mi persona. «Nadie piensa como yo», podemos constatar. ¡Pues bien! ¡Ese es tu sitio! ¡Ahí te quiere Dios! Para que los demás puedan llegar a ser felices y grandes.

Así vemos cómo la presión se transforma en una realidad positiva, que nos hace ser conscientes de que no podemos dejar de ser como somos, ni podemos dejar de estar unidos a la vid, porque si no, el mundo se quedaría insípido.

«Si la sal se vuelve sosa, con qué se salará», pregunta Jesús con retórica. «No sirve más que para echarla al suelo para que los demás la pisen». Solo hay dos posiciones: ser sal o no-sal. Y se da el hecho de que los cristianos somos sal, queramos o no. Nuestras posibilidades, entonces, son ser sal salada o ser sal sosa.

2. Vivir así exige que yo esté enchufado con Cristo

viva para que el amor sobreviva y crezca. Si un matrimonio sufre una separación forzosa por motivos laborales, y la distancia hace que los momentos de encuentro cada vez estén menos acompañados de un afecto y cariño real, es posible que se interponga una persona extraña que fácilmente despierte los afectos, y haga que la relación primera languidezca hasta quedar ahogada por los nuevos afectos. Solo si el marido está verdaderamente conectado con su mujer estará cada día más unido y la distancia será un modo distinto de amarse.

Lo mismo con Cristo. Solo si estoy conectado con Cristo, con su persona, seré capaz de vivir sin dificultades especiales la presión que ejerce el mundo sobre mí. Porque posiblemente no entenderé por qué la Iglesia enseña no sé qué acerca de las relaciones sexuales, o por qué el Papa tiene guardas suizos armados en el templo del Vaticano, o por qué no se ordenan sacerdotisas en la Iglesia, o yo qué sé. Pero me importará poco, pues el cristianismo no es una ideología, un sistema de pensamiento que debo sostener con argumentos y que deba cuadrarme intelectualmente en todos y cada uno de sus detalles. El cristianismo es la confianza en una persona que es Jesucristo, que hizo lo que hizo, y resucitó, está vivo, y me ama. Si estoy conectado con Jesucristo, todas esas cuestiones me interesarán, pero admitiré sin problemas que son cuestiones secundarias. Sin conexión con Cristo, el cristianismo se convierte en un andamio enorme y complejo que resulta insostenible.

No tengo que sostener un aparato intelectual, no tengo que defender la integridad de ninguna ideología. Lo que necesito es mantener viva una relación entre alguien que está dispuesto a todo por mí y yo que quiero estar dispuesto a todo por Él. Es una relación entre nosotros y ahí se resuelve todo. «Y entonces, ¿qué pasa con el Purgatorio?». No te preocupes, le contestaremos a quien, angustiado, nos pregunte. Todas las cuestiones tienen su lógica, pero la tienen a partir de Jesucristo, de cómo hace las cosas, de lo que dice y hace… Sin Cristo es como una exposición de cuadros sin paredes donde colgarlos: ¡una verdadera locura en la que nada se sostiene!

Me decía hace poco un universitario sometido a esta presión: «En medio de la presión, lo que escucho en la Iglesia me suena como el cuento de Papá Noel o de Caperucita Roja. Sostenerlo mientras todos me están pinchado continuamente me resulta complicadísimo y agotador». Cuando convertimos en eso nuestro ser cristianos nos hemos equivocado: no sostenemos una teoría ni una ideología. El cristianismo es vida, relación vital con un Cristo que está vivo, confianza en su persona. Aquí se resuelven todas las dudas: en el silencio con Él, escuchándole y mirándole, preguntándole y aprendiendo. En la confianza en Él. ¡Ya entenderé cuando llegue mi momento, cuando madure en ese aspecto, cuando sea capaz de entrar en el misterio del Amor!

Hace poco escuchaba a una chica preocupada con qué iba a pasar con sus hijos si pasaba no sé qué cosa. No me costó ayudarla a aterrizar: «Primero espera a encontrar un novio, luego a ver si la cosa va bien y os casáis, luego a lo mejor tenéis algún hijo, le educaréis y entonces quizá llegue el momento de pensar en esta cuestión». Y es que el matrimonio no es una teoría: el matrimonio es vida, y la vida va dando fuerza a la vida y resolviendo sus cuestiones. Otros se angustian por lo que harán si a su marido o mujer les pasa algo concreto y en tales circunstancias; se lo plantean como una cuestión teórica en abstracto, disecan la vida y quieren estudiarla así. Lo único que consiguen convirtiendo la vida en un problema teórico es vivir con miedos y precauciones que les ahogan.

Es mejor casarse y meterse en esa espiral viva del amor matrimonial que cambiará a cada uno y cambiará la relación misma y que permitirá resolver la cuestión desde el amor vivo entre la pareja, situación en la que no pueden ni siquiera imaginarse. ¡Quiérele, su forma de pensar te irá gustando, le entenderás y… vete a saber adónde llegarás! ¡Déjate sorprender mientras recorres el camino! ¡No pretendas reducir las realidades vivas y existenciales a prospectos médicos o problemas matemáticos! ¡Entiende que las realidades misteriosas no son problemas! ¡Los misterios se resuelven desde dentro, y los problemas se resuelven en un papel! ¡Enchúfate a tu marido y disfrutarás en toda circunstancia! ¡Enchúfate a Cristo y disfrutarás en la presión del mundo!

3. Este Cristo está vivo en la Iglesia

Para vivir esta presión en la que yo soy sal me encuentro enchufado a Cristo en la Iglesia.

La Iglesia no es algo etéreo, sino que se nos presenta en la comunidad. No hay cristianismo sin conciencia de pertenecer a una comunidad con la que se adora, se reza, se celebra el misterio de Cristo, se ayuda, se es ayudado, se comparte en caridad… Hay mil comunidades en las que se hace presente la Iglesia; uno puede sentirse parte de una de ellas y darle vida, y recibir vida a su vez. Es en la comunidad donde Cristo se nos hace presente.

No puedo plantearme ser cristiano en el individualismo, pues es contrario al mismo espíritu de Cristo. Vivo en la familia suya que es la Iglesia, a través de la que Cristo me hace gozar en la alabanza y me hace llegar su perdón, su comprensión, su compañía y su ayuda. La comunidad es vital en la vida del cristiano, vital en el sentido más propio de la palabra: ahí recibe la Vida.

Sin la comunidad todo me puede, y con la comunidad puedo con todo. En esta

comunidad me llegan los sacramentos, celebraciones en las que tengo contacto directo con el mismo amor de Cristo: Cristo vivo en la Eucaristía, en la confesión… Cristo llega hasta mí a través de algo material. Estar con Cristo vivo en la Iglesia incluye también el acompañamiento espiritual. Comunidad es dejarme hablar por Cristo en la vida de los otros y permitir que Él se dé a los otros sirviéndose de mí; comunidad es dejarme enseñar por los pastores; en la comunidad realizo actos de mi entrega a Cristo.

La primera vez que escuché a san Juan Pablo II me encontraba en mis primeros años de universidad. Fue en Ávila. En mis recuerdos solo habló de algo que a mí me sorprendió: los cristianos necesitamos vivir la fe en comunidad. Entonces me pareció curioso; ahora me parece imprescindible.

La presión del mundo no tiene fuerza cuando experimento la presión de la comunidad.

4. El cristianismo es realidad de amor en el mundo

No tengo que ir explicando muchas cosas en la universidad o en el trabajo, lo que tengo que hacer es amar en la universidad y en el trabajo; no tengo que ir explicando muchas cosas a mis amigos o en mi casa, lo que tengo que hacer es amar a mis amigos y amar a cada uno en casa. Y amo cuando no hablo mal de nadie; amo cuando escucho una crítica y salgo en defensa del criticado —tengan razón o no, porque no me da la gana que se hable mal de uno que no está presente—; amo cuando alguien necesita algo que yo puedo hacer, y sea quien sea se lo hago. Esto es llevar la realidad del amor al mundo.

No hagamos trincheras. No entramos a la pelea ni a la discusión. Y si alguien nos critica y nos ofende, Cristo nos dice que sigamos amándole; y si alguien atenta contra nosotros, nos pide que sigamos amándole. Cristo lo hace así, y muere, y muere perdonando.

El cristianismo es realidad de amor en el mundo. Y si el grupo de amigos me hace el vacío por el motivo que sea, no importa; no me pongo a la defensiva, no ataco, no busco la venganza… Ahí se me presenta la ocasión de amar. ¡Amar, amar y amar! Así es como vivimos los cristianos, y el amor es capaz de anular el mal y de vencer. ¡Amar es nuestra arma, nuestra única arma!

Algunos cristianos no entienden que se hagan burlas de nuestra fe y no reaccionemos, mientras que otras religiones, si son ridiculizadas o atacadas, salen en defensa propia. No reaccionar con violencia lo consideran mediocridad o conformismo. Pero no es así. Cristo nos ha enseñado otra cosa: que el amor es el arma que puede incluso a la muerte.

Nuestra reacción deberá estar inspirada y ser llevada a cabo según el espíritu de Cristo: «Mi Reino no es de este mundo. Si lo fuera, enviaría personas armadas contra vosotros. Pero mi Reino no es de este mundo».

Sufrimos presión al estar en el mundo. Y el mundo debe sufrir la presión del amor donde se encuentre un cristiano.

In document Santos de Copas - José Pedro Manglano (página 130-135)