• No se han encontrado resultados

De la identificación imaginaria al ideal totalizante

Capitulo VII Un retorno que da inicio

7.4 De la identificación imaginaria al ideal totalizante

Retomando la identificación imaginaria, aquella de la unidad corporal anticipada en el espejo y reconocida por la mirada del Otro. Resulta que el sujeto a veces prefiere confundirse con ese lugar fálico, olvidando que es un lugar que le da el Otro y creyendo de esta forma ser el falo que le falta al Otro. En este caso el sujeto se identifica al falo imaginario de la madre.184

En principio al cuerpo de la madre no le falta nada, si el niño puede atribuir esa ausencia es porque el significante la nombra como tal. Así, el falo como marca de una ausencia, la del objeto, es al mismo tiempo la marca significante que produce esta ausencia. La posibilidad de ubicar al falo como objeto quedaría de esta manera del lado de la imagen que supliría esta ausencia. Es así como se le da forma al vacío, se lo “imaginariza”, creando una imagen que haga mas tolerable esta ausencia, de esta manera se construyen ficciones como: “soy lo que el otro necesita para vivir”, “su paño de lágrimas”, “su salvadora”. Si el sujeto se marcha, cambia de paño de lágrimas, no necesita más ser salvado o se las arregla para vivir solo, quien ocupó hasta entonces ese

184.-No tomemos esta elección como un acto conciente cuya voluntad podría expresarse, si hay una

elección esta se produce bajo una lógica distinta. En todo caso, es la lógica del fantasma que se irá construyendo en la transferencia analítica. Recordemos también que esta identificación al falo imaginario cumple una función en la constitución del sujeto y será fuente de sufrimiento neurótico en la medida en la que el sujeto se aferre a ese lugar en contraposición al entrar y salir que propone la temporalidad de lo inconsciente.

lugar quedará destrozado aunque antes se quejara amargamente; quedando en suspenso su lugar en el deseo del Otro.

Esto es un poco también lo que estaría jugándose en un proceso de duelo pues aquello que se pierde es ese lugar que uno ocupó en el deseo del Otro: ¿Qué soy si no soy para el otro? ¿Qué soy si no soy ese eres tu Pedro que la mirada nombra? Es preferible entonces ser algo que supla esta ausencia de respuesta.

Este sufrimiento esta marcado por la identificación imaginaria a la cual se aferra el sujeto en su intento de cubrir el vacío que la falta descubre: la castración. Contrario a esta suerte de detención imaginaria del discurrir, se trataría de circular por estos lugares que la identificación simbólica permite y que propone la lógica del deseo. De esta forma el sujeto estaría simbólicamente sostenido en un fluir en donde los ideales, identidades y objetos más que venir al auxilio de una subjetividad desfalleciente, funcionarían bajo la misma lógica del deseo inconsciente: lógica de sustituciones en movimientos metafóricos y metonímicos; en contraposición a acentuar la vía imaginaria que siempre es plausible de desmoronarse.

Sostenerse en un “soy lo que le falta al otro” conlleva siempre la trampa de negar la castración y de esta forma sostener la existencia en el propósito de negarla, con las consecuencias que esto produce. Y negar la castración es negar la muerte, la incompletud del Otro, lo incierto de la existencia, el límite del saber y la palabra. Rellenar estos agujeros que la castración denuncia es como inflar un globo suponiendo que es irrompible.

Detrás de esta “escena especular” podemos adivinar la presencia del vacío, la imagen detenida del niño que “ya fue”, imagen entonces de una ausencia. Este vacío de imagen alude a la muerte, pero al mismo

tiempo se lo puede pensar como el vacío del cual surge la creación, entendiéndolo como un vacío que se rebalsa, que insiste; esto es lo real. La idea de un vacío que se rebalsa invitaría a pensar acerca de las consecuencias que se desprenden del intento de rellenarlo. Pues más allá de pensar al vacío como algo quieto y sin movimiento, nos encontramos en el trabajo clínico con aquello que insiste, se desborda, se hace oír; con el grito mudo que se aproxima a la palabra, en el limite de lo interpretable como señalara ya Freud al referirse a la roca viva de la castración.185

Este vacío separa al sujeto de algo que a su encuentro podría tornarlo uno indivisible, idéntico a si mismo. La temática de “lo idéntico” quedaría sustituida, en psicoanálisis, por la identificación. Al hablar de sujeto dividido nada será posible en torno a “lo idéntico”, aunque éste sea un lugar siempre soñado “fantasmáticamente”186

por el neurótico. La imagen en el espejo no es otro ni es uno, sino un reflejo, una simulación de unidad. Imagen a la cual por otro lado, el sujeto se identifica sobre la base de, no lo olvidemos, la respuesta del Otro. Es decir que sin la mirada del Otro esta unidad no sería interiorizada. Es pues este soporte proporcionado por el Otro con su palabra, el que sostiene esta identificación. La identificación a esa imagen de si mismo estaría articulada al deseo de un Otro que le otorgaría soporte simbólico, entendiéndola desde esta perspectiva como una pura diferencia, mientras que la identificación imaginaria a lo que apunta es a la semejanza.

185

.- Adelantemos que este vacío que se rebalsa tiene que ver con la pulsión, tema que trabajaremos en el capítulo IV

Documento similar