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Deténgase, observe y escuche

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Uno de los empresarios de seguros de más éxito en la costa del Oeste de Estados Unidos se levantó para dirigir la palabra a un grupo selecto de personas muy importantes. Era una convención de asesores de seguros celebrada en San José. El había sido nombrado como “súper vendedor”, de modo que el ambiente estaba cargado de emoción y expectación. El “súper vendedor” iba a revelar sus secretos.

Cuando al fin se puso de pie para hablar, resultó decepcionante observarlo después de tanta propaganda acerca de él. Tenía una mirada indiferente, y se recostó contra el borde de una mesa, con una mano en el bolsillo y su corbata ligeramente ladeada.

No obstante, este hombre había vendido más seguros que cualquiera de los que estaban en la sala.

— Quiero informarles que no tengo mucho que decir

— comenzó lentamente —. Sólo hablaré algunos minutos. Sé que todo el mundo ha estado hablando acerca de los muchos seguros que he vendido. Cuando comencé en este negocio hace algunos años, tenía un amigo que realmente había tenido éxito en esto, y él me dio algunos consejos. Lo único que he hecho es simplemente seguir esos consejos.

Todos los presentes parecían inclinarse hacia adelante, aguardando una elocuente exposición de la teoría de la motivación.

— Lo que mi amigo me dijo fue esto — continuó diciendo el conferenciante —. Usted podrá lograr que un hombre haga cualquier cosa que usted desee si sólo usted lo escucha el tiempo suficiente. Así que, cuando voy a hablarle a alguien, primeramente lo escucho. Después que lo he escuchado lo suficiente, le digo simplemente: “Bien. ¿Por qué no firma usted aquí?” Y él firma. Cuando usted le ha hecho bastantes preguntas y lo ha escuchado lo suficiente, llega su turno de hablar, y todo lo que usted debe hacer es pedirle la firma.

Dicho eso, se sentó.

A algunas personas les gusta hablar. Otros prefieren escuchar. Aquel que escuche antes de haber hablado es el que tendrá éxito.

Todo lo que este vendedor hacía era establecer en su propio lenguaje un antiguo y básico principio de ventas. Es decir, escuchar hasta que usted oiga cuál es la necesidad, y luego, simplemente, satisfacer esa necesidad.

Una esposa tiene una necesidad, y un hombre escucha hasta que la oye. Escuchar no es una función casual de los órganos auditivos.

Escuchar es un ministerio.

Una y otra vez en su Palabra, Dios dice: “El que tiene oídos para oír, oiga.” Dios establece un premio por el hecho de escuchar.

Aquel padre al cual le di instrucciones para que escuchara en silencio a su hija durante treinta días aprendió por un duro camino que el escuchar es la clave para el ministerio de un padre en el hogar. Cuando le puse esa condición, el hombre me dijo más adelante que nunca se había

sentido tan cerca de la posibilidad de golpear a un predicador en toda su vida. Sin embargo, ese extraño experimento demostró que es así: los hombres deben aprender a escuchar.

La Biblia nos enseña que debemos estudiar la Palabra de Dios para presentarnos aprobados. Como hombres, debemos estudiar a nuestra esposa y a nuestros hijos, y hacerlo a la luz de la Palabra de Dios. Debemos escucharlos con atención si queremos aprender de ellos y esto como un primer paso fundamental hacia la posibilidad de servirles.

Una encuesta reciente mostró hechos asombrosos. El setenta y cinco por ciento de los hombres dijo a los encuestadores que sus matrimonios marchaban bien. Pero sólo el veinticinco por ciento de las esposas de esos mismos hombres dijeron que su matrimonio iba bien. De ese modo, un cincuenta por ciento de los hombres quedaban con problemas en sus matrimonios, y ¡ni siquiera se habían dado cuenta de que esa era su situación! ¿Por qué? Ellos no habían escuchado con atención a sus esposas. No habían estudiado a su compañera de matrimonio. No se habían educado a sí mismos con referencia a lo singular de sus esposas, sus necesidades sus anhelos íntimos, sus umbrales de satisfacción.

En la actualidad empresas muy importantes gastan increíbles sumas de dinero para lograr solamente que sus ejecutivos escuchen. Sin la capacidad de escuchar con atención resulta imposible detectar las necesidades.

He sido consejero de personas durante miles de horas en mi vida, luchando muchas veces contra el sueño, lo lamento. Pero la consejería no es otra cosa que la sublimación del escuchar atentamente, en la mayor medida posible, hasta que la persona ha hablado recorriendo los estratos de su vida y comienza a explorar áreas que nunca antes habían sido traídas a la luz. Como el famoso vendedor, el consejero debe escuchar el tiempo que sea necesario para descubrir la necesidad.

El hombre de la casa es un líder, administrador, ministro y consejero. El hombre debe ser para su casa todo lo que Cristo es para la Iglesia.

Y vemos que no es la descripción de un puesto de segunda línea. Por eso es que hace falta un hombre.

Por eso usted debe lograr la hombría al máximo.

Los hombres son diferentes de las mujeres. Diferentes de verdad. Por ejemplo: Los hombres representan los titulares mientras que las mujeres los más bellos diseños y detalles.

Volé por el continente y luego manejé durante horas para ver ami recién nacida nieta en el hospital. Cuando la vi, la observé detenidamente.

Allí estaba: brazos, piernas, ojos, nariz, boca. Todo estaba allí, todo estaba bien. Para mí eso fue suficiente. Estaba listo para volver.

No fue así con mi esposa y mi hija. Media hora más tarde todavía estaban examinando el largo de las pestañas, la forma de las uñas y la textura de la piel.

“Hermoso diseño, hermoso diseño.”

El hombre regresa a su casa del trabajo. La esposa pregunta: “¿Cómo te fue hoy?” —Bien.

— Trabajé. — ¿Vendiste algo? — Sí.

— ¿Qué vendiste?

— Un contrato a una gran tienda por departamentos.

— ¿Ese por el que habías estado luchando durante seis meses? — Sí.

— ¿Quiere decir que vas a tener una comisión? — Sí.

— ¿Cuánto?

— No sé. Por favor deja de hacer tantas preguntas.

Ella quiere tener los detalles de los diseños. Lo que él le está dando son los titulares. Pero los detalles son parte del ministerio. Ella necesita saber. Para servirla a ella usted necesita darle algunos detalles del diseño.

El hombre del diálogo anterior estaba cometiendo un pecado de omisión. El pecado de omisión consiste en no hacer algo que se debe, es el pecado fundamental de la humanidad.

La única razón por la cual usted obra el mal es porque no hace el bien.

Escuché a un evangelista que le decía a algunas personas que irían al infierno si hacían ciertas cosas, tales cómo embriagarse, cometer adulterio y otros pecados similares. Sin embargo, las personas no se dirigen a una eternidad sin Dios a causa de lo que ellas hacen sino por aquello que no hacen.

El pecador va al infierno por algo que no hace, y es porque no cree en el Señor Jesucristo ni lo recibe como su Salvador personal. Ese pecado de omisión — de no creer y recibir a Jesucristo — es la base de la separación eterna de Dios.

Por el hecho de no haber nacido de nuevo y en consecuencia de no haber recibido el Espíritu de Jesucristo en su vida, un hombre termina por cometer toda clase de transgresiones y pecados repetitivos. Ese principio fundamental tiene implicaciones y resultados eternos.

Pero a su vez, el pecado de omisión es un pecado de todos los días; es un pecado que lo asediará en forma continua hasta que usted haga algo al respecto.

La frustración de las mujeres con relación a los hombres no se debe a lo que ellos hacen sino a lo que ellos no hacen. Los maridos no tienen ningún problema cuando arreglan una puerta o cuando reparan una teja que gotea; pero sí lo tienen cuando no lo hacen.

Si tomáramos todas las decisiones correctas e hiciéramos todas las cosas correctas cada momento del día, jamás haríamos nada incorrecto. Pero, como fallamos en no llenar nuestra mente con pensamientos piadosos y con verdades divinas, dejando de meditar en lo que es verdadero, entonces no invaden miles de partículas de impureza.

Cada hombre debe luchar contra el pecado de omisión. Debe ministrar a su familia escuchándolos a cada uno de ellos y desarrollando la capacidad de prestar atención para descubrir sus necesidades y de esa forma estar en condiciones de ayudarlos a cubrirlas.

La comunicación es esencial a la vida. Cuando la comunicación se interrumpe aparece de inmediato la anormalidad. Y esa anormalidad, si no se la corrige, conduce a la muerte de la relación. Es por ese motivo que insisto aquí en mi advertencia en cuanto al abuso de la televisión.

Un hombre no puede escuchar los reclamos de su familia mientras que está prestando atención a las exigencias de la televisión. Tampoco es posible que su familia alcance una comunicación saludable a través de un intercambio accidental sentado delante de un televisor impersonal. Hoy se pone en marcha un nuevo movimiento.

Es el movimiento de “la hombría al máximo”.

Las familias se están reencontrando de nuevo, el papá está volviendo a prestar atención, los miembros perdidos están siendo redescubiertos allí en el hogar y se están volviendo a encender los viejos amores. Los padres se están reencontrando emocionalmente con sus hijos; se están restableciendo relaciones que estaban rotas; los niños están aprendiendo una vez más a interactuar con los adultos.

Se trata de una transformación asombrosa.

Caminé en un edificio de Texas para prepararme para la charla y el ministerio de la tarde. El lugar estaba repleto de gente. Durante el mensaje hablé acerca del título “hombre en su totalidad” con el televisor apagado.

Después de la reunión se me acercó un hombre joven, enérgico, de personalidad agradable, sonriendo alegremente y con la mano extendida hacia mí para que la estrechara. “Sólo quiero informarle — me dijo — que la noche del sábado último me hice cargo de mi televisor. Sólo que lo hice de un modo diferente: lo saqué, crucé la calle y lo coloqué en el lugar de la basura. Usted no puede imaginarse qué bien está marchando desde entonces mi familia.” Como el líder, administrador, sacerdote, ministro y consejero, usted tiene que tener el valor de ser el hombre que su familia necesita. Deténgase y preste atención a sus necesidades. Así será también el hombre que Dios quiere que usted sea.

Capítulo 14

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