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29 El Human Brain Project

3.2 Diferentes clasificaciones en neuroética

Casi una quincena después de su nacimiento, la neuroética ya ha sido clasificada de muy diversas formas, atendiendo a sus contenidos teóricos, prácticos, niveles de desarrollo, ciencias de las que parte, etc.

Si la neuroética tuviera una sola línea de estudio, por ejemplo que fuera solamente una rama más de la ética médica como algunos creen (Echarte, 2004),

40«La consecuencia involuntaria de acallar la evolución clínica de pacientes históricamente marginados que podrían ser ayudados por los avances de la neurociencia» [Traducción propia].

41Los trabajos de Joseph J. Fins (2005, 2006) sobre sobre el caso de Karen Quinlan así como de Terry Schiavo permitieron avanzar en el estudio del persistent vegetative state (PVS) y minimally conscious state (MCS).

tendría sentido realizar una clasificación de los distintos niveles de tratamiento clínico. Si esto fuera así, quedarían fuera todos aquellos horizontes que trataran de ofrecer, a partir de hallazgos neurológicos, nuevas o diferentes caracterizaciones del ser humano ―en cuanto a toma de decisiones, moralidad, libertad, responsabilidad, etc.― como parece que la neuroética pretende hacer. En efecto, para poder estudiar las cuestiones que traspasan lo clínico, no sólo son importantes los nuevos descubrimientos neurológicos, sino también la idea que se tenga de “ser humano”. La concepción antropológica dirigirá el debate y la argumentación neuroética, no sólo de sus experimentos, sino también de sus clasificaciones epistemológicas.

En primer lugar, la clasificación de A. Roskies (2002) es quizá la más seguida y con más repercusión en neuroética. Supone una clasificación dicotómica en la que se cambia el orden de los términos «ética» y «neurociencia» para designar dos categorías de contenido teórico y práctico. La neuroética se divide así en «ética de la neurociencia» y «neurociencia de la ética». La primera tiene un carácter eminentemente práctico referente a las prácticas éticas que implica el tratamiento clínico del cerebro humano. La investigadora la divide a su vez en dos subgrupos: por un lado (1), los problemas éticos de las consideraciones que deberían ser tenidas en cuenta en el curso del diseño y la ejecución de estudios neurocientíficos y, por otro lado (2), la evaluación del impacto social y ético de los resultados que los estudios podrían tener, o deberían tener, en las estructuras e instituciones sociales, éticas y legales existentes (Roskies, 2002, p. 21). La neurociencia de la ética supone la investigación en las nociones filosóficas más trascendentales del ser humano

―libre albedrío, identidad personal, intención y control, relaciones emoción y

razón pero desde la perspectiva de las funciones cerebrales (Roskies, 2002, p. 22). La clasificación es A. Roskies ha sido seguida por otros muchos expertos. En España, esta clasificación se dio a conocer por primera vez de la mano de A. Cortina (19 de diciembre de 2007) y se ha mantenido en sucesivas ocasiones (Cortina, 2011b, p. 44, 2010a, p. 131-133). También N. Levy toma esta clasificación dual de A. Roskies y de A. Cortina (Levy, 2007, p. 1, p. 281), aunque su definición de neuroética y su tratamiento sea diferente, como se ha visto anteriormente. Asimismo, la filósofa K. Evers ofrece también una clasificación dual, entre «neuroética fundamental»42 y «neuroética práctica» (Evers, 2010: 24-31). La primera consiste en:

Interrogarse acerca de la manera en que el conocimiento de la arquitectura funcional del cerebro y de su evolución puede mejorar nuestra comprensión de la identidad personal, de la conciencia y de la intencionalidad, lo que también incluye nuestra comprensión del desarrollo del pensamiento moral y del juicio moral (p. 28).

42Es preciso señalar que el sentido de “fundamental” al que hace referencia K. Evers no es el mismo al que nos referiremos en el capítulo 4. En ese capítulo se hará referencia a fundamental como una fundamentación de la moral en el cerebro, mientras que el término para la filósofa sueca se remite al estudio de las bases cerebrales y cómo pueden ayudarnos a entender mejor algunos aspectos del comportamiento moral del ser humano.

La segunda, en cambio, se refiere a «los problemas éticos que suscitan las técnicas de imagen cerebral, el perfeccionamiento cognitivo o la neurofarmacología» (Evers, 2010, p. 28).

Para E. Bonete, en cambio, además de una «neuroética práctica» y una «neuroética filosófica» ―en la misma línea que las clasificaciones anteriores― es necesario introducir una «neuroética social» (Bonete, 2010, p. 17). El objetivo de distinguir entre estas tres es según E. Bonete, por un lado, contribuir a una mayor clarificación de las aplicaciones prácticas ―para expertos en medicina, enfermería y bioética―, por otro lado, los debates teóricos ―filósofos y psicólogos morales― y finalmente las implicaciones sociales ―para economistas, políticos, educadores, teólogos, etc. Es decir, que la necesidad de clasificación sigue siendo en este caso debido a la propia interdisciplinariedad y trabajo conjunto de expertos en la materia. Una clasificación triple también es la que hicieron las investigadoras J. Illes y S. Bird, en la misma línea en la que E. Bonete la realizó años más tarde. Estas investigadores diferenciaban entre: a) Neuroscience of the self, agency and responsibility, b) Social policy, c) Clinical practice (Illes & Bird, 2006, p. 514-515). También contiene tres partes la clasificación que, anterior a las mencionadas, realizó Albert Jonsen en el Congreso de San Francisco en 2002. Esta clasificación no atiende a los niveles teóricos o prácticos, sino a la profundidad del nivel de conocimiento sobre las cuestiones planteadas por la neuroética. Éste diferencia así entre un «nivel tectónico», en el que se replantean viejos problemas filosóficos a la luz de las nuevas neurociencias; un «nivel geográfico», en el que se abordan cuestiones epistemológicas de forma interdisciplinar entre filósofos y neurocientíficos; y por último un «nivel local», de ámbito práctico para el control de la investigación cerebral con seres humanos (Jonsen, 2002, p. 274-277).

Otro buen intento de abordar las cuestiones de la neuroética lo realizan los investigadores del Centre for Neuroscience & Society de la Universidad de Pennsylvania (2009), quienes definen de categorías dentro de la neuroética que engloban varios problemas. Por un lado, los problemas «what we can do», basados en los avances de la neuroimagen funcional, la psicofarmacología y las interfaces cerebro-máquina. Por otro lado, los problemas «what we know», que englobaría los problemas éticos que se derivan del progresivo entendimiento de las bases neurales del comportamiento, la personalidad o la conciencia.

Las definiciones apuntadas anteriormente no carecen de críticas. Una de las más relevantes es precisamente una de las más seguidas, como ya se ha comentado arriba, la propuesta de A. Roskies. A este respecto, George Northoff (2009) señala un punto débil con respecto a la clasificación de la autora. Se trata de los puntos de convergencia, es decir, cuestiones que atienden tanto a la ética de la neurociencia como a la neurociencia de la ética. Cita como ejemplo el consentimiento informado (a) y el juicio moral (b). Sin embargo, hay que tener en cuenta que esta crítica se realiza desde el ámbito clínico y psiquiátrico. A continuación se muestra cómo se argumenta la crítica.

En el caso del consentimiento informado (a), ¿cómo de válido es el consentimiento informado de pacientes cuyas capacidades emocionales y cognitivas son alteradas o deterioradas por la naturaleza de su discapacidad, como por ejemplo la demencia o la esquizofrenia? Si debemos informar o no será un tema de la ética de la neurociencia, pero no se podrá realizar ese consentimiento informado si no sabemos el grado ni la forma del daño cerebral de esa discapacidad porque estaríamos yendo en contra del beneficio y la seguridad de esa persona ―le daríamos la capacidad de decidir cuando no la tiene en términos mentales. Y este último problema corresponde a la neurociencia de la ética. Con lo cual, el consentimiento informado en este tipo de casos escapa a la clasificación propuesta por A. Roskies.

En cuanto al juicio moral (b), ¿qué es y cómo afecta a las decisiones éticas? La búsqueda de la naturaleza del juicio moral ha dado lugar a muchos trabajos que versan sobre los mecanismos subyacentes al juicio moral (Phillips & Knobe, 2009; Hauser, 2008; Moll & Oliveira Souza, 2007), y eso es algo que pertenece a la neurociencia de la ética. No obstante, el impacto que puede tener conocer el mecanismo del juicio moral en términos neurales y su influencia en nuestras decisiones éticas, es algo que afecta principalmente a la ética de la neurociencia. Como se puede apreciar también aquí se da el problema de la convergencia.

En opinión de G. Northoff, en vista de que esta clasificación no es del todo satisfactoria o clara, propone otra clasificación diferente a las estudiadas hasta ahora: la división entre «neuroética empírica» y «neuroética teorética».

Por un lado, la «neuroética empírica» se referiría a las condiciones psicológicas o neurales que engloban a conceptos éticos tales como el consentimiento informado, el libre albedrío, etc., y englobaría tanto la «neurociencia de la ética» como la «ética de la neurociencia» (Northoff, 2009, p. 566). Por otro lado, la «neuroética teorética», se referiría a los problemas derivados de las reglas y estrategias metodológicas para enlazar conceptos éticos y descubrimientos neurocientíficos (Northoff, 2009, p. 567).

Si la neuroética empírica trataba con aspectos prácticos sobre la unión entre conceptos neurocientíficos y éticos, la neuroética teorética, por el contrario, se centra en los aspectos conceptuales y metodológicos de esa conexión, que permiten unir los conceptos éticos y los hechos neurocientíficos, las dimensiones descriptiva y normativa. Conceptualmente los términos neuroéticos son conceptos híbridos, es decir, son conceptos que implican dos o más términos diferentes tanto de la dimensión normativa como de la dimensión descriptiva. La naturaleza híbrida de los conceptos neuroéticos significa que unen esas dos dimensiones, y por consiguiente normas y hechos. Pero ¿cómo pasar de una dimensión a otra sin caer en la falacia naturalista?

La solución que da el autor no parece del todo satisfactoria. Aunque descarta la posibilidad de que el nivel normativo se reduzca al descriptivo ―unilateral replacement— y la posibilidad de un paralelismo bilateral en el que se consideran normas y hechos de forma paralela ―bilateral parallelism― propone una estrategia

circular pero no la explica. Tan sólo explica sus beneficios (Northoff, 2009, p. 568- 569).

Según su opinión, el punto inicial de la neuroética empírica sería un concepto ético que está unido a una observación neurocientífica. El objetivo es “neuronalizar” el concepto ético, como «neurociencia de la ética», o bien recalcar su relevancia en la investigación neurocientífica, como «ética de la neurociencia». También se podrían hacer modificaciones conceptuales en los conceptos neuroéticos dependiendo de los descubrimientos neurocientíficos. De esta forma, los conceptos neuroéticos revisados y modificados pueden proporcionar diferentes enfoques empíricos y diseños de estudio en las subsecuentes investigaciones neurocientíficas necesarias para dar un mayor soporte empírico. A esta circularidad o bucle entre las normas y los hechos el autor la denomina circularidad norma-hecho (Northoff, 2009, p. 568-569).

Tras haber repasado algunas de las definiciones así como de las clasificaciones más influyentes de la neuroética que desde su nacimiento en 2002 se han realizado, tenemos más herramientas para justificar la neuroética como una ética aplicada y descartar su pretensión como ética fundamental, aunque sin negar que merezca un campo de estudio propio. Por ello, a continuación se procederá, en primer lugar, a analizar las pretensiones de la neuroética como ética fundamental, indicando su imposibilidad. En segundo lugar, se abordará la neuroética como ética aplicada, indicando además de su pertinencia, su necesidad.

Capítulo 4. La neuroética desde la filosofía (I): la pretensión de la neuroética

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