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Dinámica y participantes del acoso escolar

CAPTULO I: BULLYING, INTIMIDACIÓN Y ACOSO ESCOLAR

1. Conceptualización del Acoso escolar

1.2. Definición y características del acoso escolar

1.2.2 Dinámica y participantes del acoso escolar

Al hablar de dinámica del acoso escolar se hace hincapié en la manera en la que se relacionan los involucrados en tal situación, es decir, para hablar de la presencia de acoso escolar hay que considerar a los actores participantes en ella. Un buen número de autores han planteado diferentes clasificaciones, sin embargo, los roles que suelen repetirse y destacarse como prioritarios por todas las investigaciones realizadas son tres: el acosador, la víctima y el observador.

30 A continuación, se describirán las características de los mismos para luego exponer otros que se mencionan en la literatura y luego esbozar la forma en la que estos roles interactúan.

El primer rol frecuentemente identificado es el de agresor, intimidador o también denominado acosador. Según los definió en un principio el autor pionero en esta temática, Olweus (1998), los típicos acosadores se caracterizan por una excesiva tendencia violenta con sus compañeros y, en algunas situaciones, con los profesores y otros adultos. Son impulsivos, tienen la necesidad de someter y controlar a los demás y suelen ser ansiosos e inseguros. A lo anterior, Arroyave (2012) agrega que, por lo general, son corporalmente más fuertes, reaccionan súbitamente al conflicto por su actitud tendente a la violencia y por interpretar cualquier comportamiento de otros como una agresión hacia su persona.

Además, muestran una baja tolerancia a la frustración, evitan seguir normas, se creen autosuficientes, no tienen empatía con el dolor de la víctima y no se arrepienten de sus acciones.

Entre otras características observadas también resaltan: un entorno social negativo con personas cercanas que refuerzan su actitud violenta, tendencia a abusar de su fuerza física, pocas habilidades sociales, problemas para seguir normas, relaciones estresantes con adultos y rendimiento escolar deficiente (Muños, Saavedra y Villalba, 2007; Polo, León, Felipe, Fajardo y Gómez, 2015).

Desde la perspectiva de los cinco grandes factores de la personalidad Fajardo, León del Barco, Polo del Río, et. al. (2014) encontraron que el factor de personalidad llamado Conciencia, que involucra la autonomía, orden, precisión, perseverancia, seguimiento de las normas y compromisos, parece estar influyendo en los comportamientos e iniciativas de los abusadores en las dinámicas de acoso escolar. Es decir, los acosadores presentan menor grado de Conciencia, menos cumplimiento de las normas, escasa perseverancia y compromiso, de manera similar a los rasgos de psicoticismo descritos por Eysenck.

31 Finalmente, con respecto a este rol, Olweus (2006), describe tres perfiles del acosador. El activo, que maltrata directamente, estableciendo relaciones personales con la víctima. El social-indirecto, que busca inducir a sus seguidores a actos de violencia y persecución. El pasivo, quien se involucra como seguidor del agresor, pero no necesariamente acosa.

El segundo rol es el llamado víctima, acosado o intimidado. Suelen ser físicamente más débiles, con algunos o ningún amigo, provenientes de familias sobreprotectoras, presentar baja autoestima, escasa valoración de sí mismos y dificultad para confiar en otros (Arroyave, 2012). Además, se perciben a sí mismos deficientes en el entorno social y emocional (Estévez, Martínez y Musitu, 2006).

En diferentes investigaciones se ha demostrado que las víctimas de acoso escolar presentan más sentimientos de soledad, más cuadros de ánimo depresivo y ansiedad (Buelga, Cava, Musitu y Murgui, 2012; Hendry, Ramos y Varela, 2011; Hodges y Perry, 1999; Povedano, Putallaz, Grimes, Kristen, Kupersmidt, Coie y Dearing, 2007; Smith, 2004). Además, muestran una elevada ansiedad social y timidez sintiéndose rechazadas y poco reconocidas socialmente en el grupo, lo que produce en ellas sentimientos de soledad y aislamiento (Polo, León, Felipe, Fajardo y Gómez, 2015).

Sin embargo, para precisar mejor el rol de víctima se hace necesario establecer la diferencia entre los tipos de víctimas. Los autores suelen distinguir entre la víctima pasiva y la activa o provocativa. Por un lado, la víctima pasiva, suele ser sumisa e insegura, cautelosa, sensible y tranquila y, generalmente, presenta una opinión negativa de sí misma y sus circunstancias lo que le impide responder a las agresiones (Castillo, 2012). Suele encontrarse en una situación social de aislamiento presentando problemas de asertividad y comunicación, miedo a la violencia y sensación de vulnerabilidad (Álvarez et al. 2015; Collell y Escudé, 2006).

32 Por otro lado, la víctima activa o provocativa se caracteriza por altos niveles de ansiedad y reacciones agresivas, por problemas de concentración y por un patrón de comportamiento general que provoca irritación y tensión en su entorno (Castillo, 2012). También, se halla en una situación social de aislamiento e impopularidad que la ubica entre los estudiantes más rechazados por sus compañeros, ante lo que suelen responder con acciones agresivas e irritables (Díaz y Jalón, 2005; García, Joffre, Saldivivar, 2011). Según Collell y Escudé (2006), este tipo de víctima tiene un patrón conductual parecido al de algunos agresores, con una clara ausencia de control emocional y que, dependiendo del contexto puede también tomar también el rol de acosador.

A los dos tipos anteriores, Collell y Escudé (2006), añaden el de victima inespecífica, aquella que es percibida como diferente por el grupo y, por tanto, puede convertirse en el objetivo de los agresores.

El tercer rol principal es el de espectador u observador. El espectador, de acuerdo a su acepción es quien mira las agresiones del acosador hacia la víctima. Los espectadores no impiden la acción, ya sea por creerse intimidados o temerosos o porque empiezan a apoyar esas conductas al sustentar que proceden del más fuerte. En la escuela, es posible que exista justificación o permisividad de la violencia como forma de resolución de conflictos (Arroyave, 2012). No en todas las circunstancias el observador puede ser considerado como cómplice, ya que de la inacción no se puede deducir una condición de apoyo al agresor (Olweus, 1998). Una particularidad paradójica del rol de observadores es que al preguntarles sobre lo que piensan respecto al fenómeno, gran parte de ellos, reconocen, desaprueban y rechazan el daño ocasionado por los agresores a las víctimas. Sin embargo, su actitud se encuentra en discordancia con su cognición, siendo esta uno de los motivos por los cuales ha perdurado el fenómeno del acoso (Cuevas y Marmolejo, 2106). Esto se puede deber a que en los observadores se antepone el temor o el miedo de intervenir, anticipándose a probables represalias que los conviertan en posteriores víctimas. Este miedo opera, entonces, como un obstáculo de cualquier posible conducta de mediación a favor de las víctimas (Cuevas y Marmolejo, 2016). En este sentido, Hazler

33 (1996) plantea tres razones por las cuales los observadores no defienden a las víctimas: (a) porque desconocen cómo ayudar; (b) porque tienen miedo de pasar a ser víctimas de las agresiones de los intimidadores y, (c) porque creen que podrían hacer mal las cosas, lo que produciría aún más problemas a las víctimas.

Es así que, los observadores sostienen la creencia de que la conducta más adecuada es la de no interponerse, lo que a largo plazo conlleva a la indolencia por el sufrimiento de las víctimas.

Salmivalli (1999) clasifica a los observadores en:

- Observadores activos. Pertenecen al círculo de amigos cercanos al acosador o quienes, sin atacar directamente a la víctima, brindan retroalimentación positiva al acosador. Por ejemplo, incitan o animan el acoso a través de risas o gestos estimulantes.

- Observadores pasivos. Son los que prefieren mantenerse a distancia, por lo que ignoran lo sucedido sin abogar a favor de víctimas o de quienes acosan. De cualquier forma, fomentan el acoso escolar, pues su inacción es considerada como aprobación silenciosa al hecho.

- Observadores proactivos. Cumplen el rol de defensores. Adoptan actitudes visiblemente contrarias a la intimidación, al proteger a la víctima, pedir ayuda y tratar de contener los actos de acoso. Disminuyen el daño emocional originado por el intimidador a la víctima pues su apoyo y protección les proporciona bienestar y seguridad.

A los tres roles principales desarrollados, algunos autores añaden otros.

Por ejemplo, Mendoza (2014) agrega el rol de compañero no involucrado, es decir, el escolar que no participa como víctima, ni acosador y que no cumple con las características del observador. Sin embargo, un cuarto rol que ha sido más explicado en los estudios, es el del doble rol de acosador-víctima. Estos escolares son los que hacen de agresores y víctimas en momentos aislados. Se determinan por su tendencia a compaginar la ansiedad y agresividad en respuesta a la agresión y a competir y producir tensión en el grupo. Cuando actúan como acosadores, tienden a justificar sus acciones. En sus actitudes acostumbran ser irritables, provocadores y violentos. Suelen tener bajo

34 rendimiento académico, menor competitividad social y ser más impulsivos puesto que devuelven el ataque. Además, se ha observado que habitualmente molestan a niños menores (Arrovaye, 2012).

Cabe destacar que, al interactuar los distintos roles en un momento real, estos se suelen mostrar de distintas formas. Gran parte de alumnos agredidos son víctimas pasivas, es decir, no reaccionan violentamente, no se defienden y suelen ser discriminados por sus compañeros. Por otro lado, las víctimas activas o provocativas son minoría y revelan un comportamiento agresivo que puede inducir a ataques de otros. Este tipo de víctimas padecen un mayor rechazo social y, en función de variables contextuales o situacionales, pueden llegar a aceptar un doble rol, como acosador y/o víctima (Monjas y Avilés, 2003). En la familia de las víctimas cuando se sabe del maltrato al hijo se convierte en el tema central y se visualiza en los padres una sensación de impotencia por el control de la situación y en los hijos la sensación de ausencia de confianza en ellos mismos para manejar esta situación, por lo cual pueden sentirse irritables y tristes (Arroyave, 2012).

De otra parte, los acosadores activos comienzan por cuenta propia el maltrato y, por lo general, son secundados por otros alumnos que asumen el rol de acosadores pasivos. Con la actitud y conducta que toma frente a la víctima, el acosador origina una situación de desigualdad frente a esta al sentirse apoyado por un grupo mientras que la particularidad de la víctima es que esté desprotegida (Díaz-Aguado, 2006). Los acosadores al lograr sus objetivos con éxito, tienden a elevar su estatus dentro del grupo puesto que sus acciones fortalecen de forma directa su actitud de matonismo (Arreoyave, 2012). Otro tipo de observadores, llamados pasivos, si bien no incitan al acosador a incurrir en acoso, solamente observan, no hacen más y se muestran indiferentes ante lo ocurrido, esa inacción también puede definirse como una forma de fortalecer la conducta de acoso. Sin embargo, puede existir otro tipo de observadores, quienes escogen un rol prosocial, de apoyo a la víctima pudiendo incluso recriminar al acosador, de manera verbal o gestual (Monjas y Avilés, 2003).

35 Lo expuesto, puede entenderse como un círculo vicioso, tal como lo plantean Sevilla, Ortega (2015) quienes determinaron que las víctimas son rechazadas y apartadas por sus compañeros mientras que los acosadores sustentan el rol popular. La fragilidad social de la víctima percibida por sus compañeros, nutre el esquema de dominio-sumisión y las atribuciones de vulnerabilidad e incompetencia social de los agredidos. Contrariamente, la elevada popularidad del agresor contribuye a que reafirme su impunidad y fortaleza, alimentando su deseo de poder social. El hecho de que las víctimas y sus agresores tengan estos estatus proporciona información sobre la naturaleza y consolidación de la dinámica que se afianza en el grupo. De esta forma, el rechazo a las víctimas, les imposibilita acceder a contenidos sociales apropiados en el entorno social, los cuales dejarían reforzar perfiles populares que buscaran protegerles o dotarles de estrategias efectivas para defenderse y así abandonar el rol de víctima. Por el contrario, el rechazo permanente que sufren no hace más que socavar su autoestima y seguridad personal, que les permitiría ajuste social apropiado para superar su posición de desprestigio social.