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Castelló (2001) argumenta que la conducta observable no puede considerarse como inteligencia, aunque mediante ésta se pueden inferir recursos relacionados con microprocesos o macroprocesos, que sí tienen carácter intelectual. Si se tiene por objetivo medir recursos de procesamiento, las conductas tienen un valor indicativo de algunos recursos que los sujetos emplean o de funciones que utilizan.

Un hándicap, relacionado con la inferencia de recursos o funciones, es que no tiene por qué coincidir en dos sujetos las mismas secuencias de recursos de procesamiento para realizar una función determinada. Puede darse el caso que la utilización de diferentes recursos conduzca a una misma función. Esto conlleva que en una conducta determinada sólo pueden inferirse algunos recursos (de carácter genérico) que forman parte de la ecuación de la misma pero es virtualmente imposible determinar los elementos exactos que lleven a esa conducta. A modo de ilustración, se puede llegar a garantizar que determinadas tareas solamente se pueden realizar si, para poner el caso, quien las realiza dispone de una representación de un espacio y puede manipularla (digamos, por ejemplo, realizar rotaciones de dicho espacio). En cambio, los detalles de cómo realiza dicha representación o de qué manera lleva a cabo las rotaciones son inalcanzables en la práctica.

En relación a los sistemas de evaluación, se ha de considerar que cualquier situación de medición ha de ser suficientemente representativa y que, aún así, se deben admitir la posibilidad de la existencia de márgenes de azar (que redundarán en errores de medida).

En bastantes instrumentos de medición se suele relacionar con la inteligencia el tiempo empleado en emitir una respuesta en una tarea determinada. Sin embargo, la rapidez no es por sí mismo un indicador de inteligencia. La calidad de determinado proceso no depende del tiempo empleado en él, sino en la efectividad de la respuesta o lo que es lo mismo la calidad de los recursos obtenidos. Por consiguiente, el factor tiempo no

determina la inteligencia aunque sí es un recurso que, unido a otros, forma parte de ella. Sin embargo, el tiempo de respuesta puede ser un buen indicador del tipo de operaciones empleadas. Por ejemplo, se tarda menos tiempo en recuperar un resultado de unas tablas de multiplicar que en manipular unos números para realizar una multiplicación. No obstante, la calidad intelectual de la recuperación de un dato de la memoria es muy escasa, mientras que la manipulación de números (entre muchos otros objetos representacionales) sí que incluye recursos intelectuales.

Un punto importante en la construcción de los tests es la selección de comportamientos que configurarán los ítems ya que de ellos se inferirán los mecanismos cognitivos que se pretendan medir. Para ello será necesario evitar posibles variables extrañas en el control de las condiciones de aplicación, comprender aquello que se mide, evitar el cansancio y potenciar la motivación.

Las funciones son organizaciones de recursos físicos que el sistema posee, propiciadas por acciones instruccionales o presiones menos intencionales del entorno. Estas funciones no tienen por qué ser estables, sino que se han podido crear para una determinada tarea y desaparecer después. Pero al considerar si es factible aislar funciones, considerar los macroprocesos que las componen o los microprocesos necesarios, la respuesta es afirmativa para las funciones más genéricas, bastante factible para un buen número de macroprocesos y prácticamente imposible para los microprocesos (Castelló, 2002). Delimitando el contexto y las informaciones que constituyen una tarea se puede establecer que dicha actividad sólo sea factible en el caso de disponer de alguna función que represente el tipo de objetos implicados en dicha actividad y los manipule adecuadamente. Restringiendo todavía más las condiciones de la actividad, puede también dilucidarse si se ha empleado uno u otro tipo de macroproceso. Pero los microprocesos que se han utilizado, es decir, de qué manera el cerebro ha dado soporte a la actividad cognitiva son, hoy por hoy, imposibles de precisar.

Tal como se ha mencionado en el epígrafe anterior, los tests que son actualmente más utilizados para la evaluación de las personas con discapacidad intelectual son las escalas Wechsler (WISC-R, WISC-IV, WIPPSI, WAIS III). El WAIS III (Escala Wechsler de

inteligencia para adultos, 1980) permite obtener los coeficientes intelectuales verbal, manipulativo y total, así como los cuatro índices específicos (comprensión verbal, organización perceptiva, memoria de trabajo y velocidad de proceso). Es una herramienta que permite la evaluación del funcionamiento intelectual de adolescentes y adultos en el contexto escolar o profesional, así como la evaluación de personas con funcionamiento cognitivo deficiente en un contexto de diagnóstico clínico.

Dejando de un lado la consideración de los diferentes coeficientes de inteligencia tratados en el punto anterior, las escalas manipulativas y verbales del mismo permiten una aproximación a los mecanismos cognitivos que componen estas escalas. No hay que olvidar, sin embargo, que la aplicación de las mismas se realiza en contextos de aprendizaje y que no se refieren a una consideración general de los mecanismos cognitivos que un sistema pueda poseer.

Otra de las escalas que se utilizan es la BAS-II, Escalas de Aptitudes Intelectuales. La BAS-II se emplea para evaluar la capacidad intelectual y las aptitudes importantes para el aprendizaje. Se basa en el principio de que las aptitudes humanas no se pueden expresar únicamente en términos de un solo factor cognitivo sino en dimensiones múltiples en las que los individuos muestran diferencias observables. Así mismo, se basa en la consideración que las aptitudes están interrelacionadas, pero no completamente superpuestas; en consecuencia muchas de ellas son diferenciables.

En resumen, estos tests son una muestra de los que se aplican en la clasificación de discapacidad intelectual. No obstante, en la exploración de mecanismos cognitivos en la discapacidad intelectual se debe tener en cuenta que los componentes cognitivos que han determinado la cualificación de estas personas como casos de discapacidad intelectual son precisamente los implicados en el aprendizaje académico, con una intensa carga del componente verbal, así como del razonamiento lógico y la memoria. Más allá del uso del CI como criterio para establecer el diagnóstico, este tipo de pruebas no pueden aportar nuevos matices; de hecho todas las pruebas que contengan elevadas cargas de procesos verbales, lógicos o de memoria serán poco o nulamente informativas: sólo confirmarán el criterio que se ha utilizado para sustentar el

diagnóstico de discapacidad intelectual. Por otra parte, si se quiere concretar cuáles son los recursos o funciones existentes en estas personas, se debe realizar esa medición lejos de contextos formales de aprendizaje. En otras palabras, es necesario observar sus capacidades en contextos familiares o vida independiente. Así mismo, si se quiere saber si un sujeto posee o no determinados recursos o funciones debemos asegurarnos que comprenda la demanda que se le hace y que conozca los elementos que debe manipular para elaborar una respuesta. Cuando los enunciados, las instrucciones o las indicaciones son verbales se puede dar por sentado que la comprensión de los mismos es el primer obstáculo con el que van a topar (cosa que ya se sabía por el bajo CI), en consecuencia, si la persona no resuelve la tarea propuesta puede deberse tanto a que no puede resolverla por falta de recursos intelectuales específicos o bien a que, incluso disponiendo de dichos recursos, no puede entender qué se espera que haga.

2.6. INFLUENCIA DE LAS PATOLOGIAS Y SU MEDICACIÓN EN EL SISTEMA DEL FUNCIONAMIENTO COGNITIVO Y SUS

REPERCUSIONES EN EL TRABAJO DE REHABILITACIÓN CON EL