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El descubrimiento del ideal de la unidad

Experiencia del crecimiento personal a través de doce descubrimientos

B) El descubrimiento del ideal de la unidad

Al vivir interiormente estos frutos del encuentro y sen- tirnos realizados, descubrimos de golpe, con la lucidez de las iluminaciones fuertes, que el valor más grande de nues- tra vida, el supremo, el que nos da las máximas posibilida- des de realización personal, es el encuentro, o –dicho en ge- neral– la fundación de los modos más elevados de unidad. Ese valor que los corona y ensambla a todos como una cla- ve de bóveda constituye el ideal de nuestra vida. El ideal no es una mera idea; es una idea motriz, que impulsa nuestra vida y –si es un ideal auténtico– le da pleno sentido. Un ideal falso dinamiza también nuestra existencia, puede darle una fuerza devastadora, pero la vacía de sentido porque la desorienta y desquicia.

Del ideal depende todo en nuestra existencia, al modo de una clave musical. Cambias la clave y todas las notas adquie- ren un sentido distinto. Si descubres el ideal verdadero y te orientas hacia él, experimentas una transfiguración que cam- bia toda tu vida:

La “libertad de maniobra” se transforma en “libertad v

creativa”.

La vida anodina se colma de sentido. v

La vida pasiva se vuelve creativa. v

La vida cerrada se torna relacional. v

El lenguaje pasa de ser mero medio de comunicación v

La vida temeraria –entregada al vértigo– se torna pru- v

dente –inspirada por el ideal de la unidad–. La entrega a

v l frenesí de la pasión se trueca en amor personal.

El descubrimiento de estas siete transfiguraciones comple- ta la experiencia de nuestro desarrollo personal. Vale la pena analizar cada uno de estos descubrimientos porque de ellos pende nuestra excelencia como personas. Veamos de qué forma rápida y quintaesenciada nos revelan su más profundo sentido cuando los vemos a la luz del ideal de la unidad.

Sexto descubrimiento: la transformación de la libertad de maniobra en libertad creativa

La verdadera libertad no se reduce a la libertad de manio-

bra, la capacidad de liberarse de trabas externas y satisfacer,

en cada momento, las propias apetencias. Consiste en distan- ciarse de las pulsiones instintivas y elegir la actividad que más contribuya a realizar el verdadero ideal de nuestra vida. Esta forma de libertad es tanto más elevada cuanto más lo- gramos superar el apego a nuestros intereses.

En otros lugares21 he expuesto diversas formas de liber-

tad: a) las que se dirigen a liberarse de trabas externas y son modos diversos de libertad de maniobra, b) las que tienden a liberarse de trabas internas y a crear los modos más altos de unidad. Estas formas de libertad creativa las adquirimos cuando acogemos gustosamente el ideal de la unidad e, im -

21. Cf. El amor humano, Edibesa, Madrid 32004, págs. 107-125 y el curso terce-

pulsados por la energía que él nos otorga, respondemos posi-

tivamente a la llamada o apelación de los grandes valores

vinculados a él: la bondad, la justicia, la verdad, la belleza. Esa actitud de responsabilidad es la adecuada al inmenso privilegio de ser verdaderamente libres, es decir, capaces de elegir el ideal de la unidad como nuestra meta y orientar to- da nuestra existencia hacia él con la fuerza que él irradia.

Séptimo descubrimiento: cómo colmar de sentido incluso las vidas aparentemente anodinas

Nuestra vida está bien orientada y tiene, por tanto, pleno

sentido cuando la ponemos al servicio del verdadero ideal.

Una vida que corre en pos de un ideal falso puede obtener energía suficiente para lograr éxitos brillantes en el nivel 1, el de la posesión y el dominio, pero carece de sentido al no crear relaciones valiosas y hallarse descentrada y vacía. Este

vacío existencial es causa de múltiples desarreglos psíquicos,

como bien mostró a través de toda su obra el psiquiatra vie- nés Viktor Frankl.

“Cada tiempo tiene su neurosis y cada tiempo necesita

su psicoterapia”. “Así, nosotros en la actualidad ya no estamos confrontados con una frustración sexual, co- mo en tiempos de Freud, sino con una frustración existencial. Y el paciente típico del momento presente ya no padece tanto complejos de inferioridad, como en tiempo de Adler, cuanto sentimientos abismales de falta de sentido, asociados con una sensación de vacío; razón por la cual hablo de un vacío existencial”22. 22. Cf. Der Mensch vor der Frage nach dem Sinn, Pieper, Munich, 71989, p. 141.

De aquí se infiere que descubrir el verdadero ideal de la vida y optar por él es la meta de la formación humana, ya que nos centra espiritualmente y nos libera de innumerables conflictos interiores. Lo destaca una y otra vez el pedagogo y psicólogo alemán Josef Kentenich:

“Como psicólogo, puedo subrayar en principio que el secreto de la maduración de los jóvenes radica en el desarrollo del ideal personal”. “Las dificultades juve- niles son superadas en lo esencial cuando los jóvenes encuentran su ideal personal”23.

¿Sabe el lector por qué no se suicidó Beethoven? Lleno de amargura debido a la desgracia de su sordera, el genial com- positor se retiró a la soledad de Heiligenstadt, aldea cercana a Viena. Allí redactó prematuramente su testamento, ensom- brecido por oscuros presagios de muerte. En él acon seja a sus hermanos lo siguiente:

“Recomendad a vuestros hijos la virtud; sólo ella pue- de hacer feliz, no el dinero, yo hablo por experiencia; ella fue la que a mí me levantó de la miseria; a ella, además de a mi arte, tengo que agradecerle no haber acabado con mi vida a través del suicidio”24.

Si Beethoven hubiera sido un hombre entregado al vér- tigo, es decir, al afán de dominar lo que encandila los instintos para ponerlo al propio servicio, no hubiera podido superar,

23. Cf. Ethos und Ideal in der Erziehung, Schönstatt, Vallendar-Schönstatt, 1972, p. 186.

24. Una traducción directa del original alemán de dicho testamento puede verse en mi obra Estética musical. El poder formativo de la música, Rivera Edito- res, Valencia 2005, págs. 295-297.

a la hora del infortunio total, la tentación del suicidio, por- que la estación término del proceso de vértigo es la des truc- ción. Pero su vida estuvo consagrada, afortunadamente, al cultivo del arte y la virtud, es decir, al ejercicio de los modos más altos de creatividad. Recordemos, como ejemplos des- tacados, el himno a la solidaridad humana en la Novena Sin-

fonía y a la fidelidad conyugal en la ópera Fidelio25.

Octavo descubrimiento: la capacidad de ser eminentemente creativos, aun no siendo geniales

La creatividad no es una capacidad reservada a los genios, como suele pensarse desde el Romanticismo. Ser creativo sig- nifica asumir activamente las posibilidades que nos ofrece el entorno para dar lugar a algo nuevo dotado de valor. Esa asunción de posibilidades se da en el encuentro. Somos creativos cuando creamos una verdadera relación de encuen- tro de uno u otro orden. Miguel Ángel fue creativo al plasmar en la Capilla Sixtina del Vaticano el mundo religioso cuyas posibilidades expresivas había asumido. Una madre que amamanta a su hijo con ternura es creativa en alto grado por tejer con él la “urdimbre afectiva” (J. Rof Carballo) que le permitirá desarrollarse plenamente como persona. Colaborar a fundar modos de encuentro en el hogar, en el puesto de tra- bajo, en el centro académico... es una actividad rigurosamen- te creativa, no inferior –aunque menos espectacular– que las llamadas creaciones artísticas.

25. Una descripción pormenorizada del sentido de la Novena Sinfonía y de varias obras de W. A. Mozart (Don Giovanni, La flauta mágica)y R. Wagner (Tann -

Al hacerse cargo de esta posibilidad creativa, millones de personas pueden superar graves carencias de autoestima y superar situaciones oprimentes de aburrimiento e incluso de

tedio, el temido “tedium vitae” o cansancio vital. El tedio y

el aburrimiento proceden de la falta de creatividad y del so- metimiento consiguiente al tiempo marcado por el reloj (ni-

vel 1). Descubrir la posibilidad de ser creativos en toda cir-

cunstancia nos abre un horizonte insospechado de rea- lización personal y de entusiasmo (nivel 2), que es el antípo- da y el antídoto del aburrimiento y el tedio.

Noveno descubrimiento: la importancia de las interrelacio- nes y del pensamiento relacional

Como hemos visto, todo ámbito –por ser una realidad abierta– tiende por naturaleza a relacionarse con otros y en - riquecerse mutuamente. Si nos acostumbramos a ver nuestra propia realidad y las realidades que nos rodean como ámbi- tos, no sólo como objetos, observaremos que nuestro entorno vital no es un mero conjunto de cosas, sino una trama inmen- sa de ámbitos que en unos casos se crean, se entretejen e incre

-

mentan, y en otros se destruyen. Este descubrimiento amplía de forma insospechada nuestra forma de mirar y contemplar todo lo existente. Dejamos de ver rígidamente la mayoría de las realidades como algo delimitado, cerrado en sí, para verlas flexiblemente como un tejido de relaciones.

Un trozo de pan parece, a primera vista, un mero objeto, por ser medible, pesable, asible, manejable, situable en un lugar o en otro. Pero, si lo vemos en su génesis, advertimos

que es elaborado a base de frutos de la tierra, por ejemplo el trigo. Una espiga de trigo no la produce un agricultor, al modo como un industrial produce materiales de cons- trucción o artefactos. El agricultor recibe de sus padres unos cono cimientos agrícolas y unas semillas. Deposita éstas en la madre tierra y espera a que el océano evapore agua, se for- men nubes, las arrastre el viento, caiga la lluvia, se rieguen los campos y, al fin, el sol dore la mies... Esta múltiple inte- rrelación de elementos da lugar, un día, a que florezcan las espigas y obtengamos una cosecha de trigo. Esta cosecha es un don, no sólo el producto de nuestro trabajo. Es el fruto de una confluencia múltiple de realidades y acontecimientos. Por eso tiene un alto valor simbólico: remite a esa vinculación y se presta, por ello, a expresar de forma perfecta la unión entre una persona y el amigo que le invita a compartir con él el pan de la amistad.

El pensamiento relacional nos lleva, asimismo, a ver una sencilla ermita como un punto de confluencia de todo cuan- to existe: la tierra, que facilitó los materiales de cons trucción y la base para edificar; el espacio, que alberga la edificación y la ilumina con su luz; los creyentes, que de cidieron crear un punto de encuentro entre ellos y el Dios al que adoran, y pusieron sus capacidades al servicio de tal empresa; el santo al que se dedica la ermita y, en definitiva, el Señor de cielos

y tierra. Al terminar las obras, estamos ante un “edificio”,

no ante una “ermita”. El edificio adquiere carácter de tem-

plo cuando la comunidad de fieles se reúne en él, bajo la di-

rección de su cabeza visible, y entra en relación orante con Dios. Por humilde que sea, la ermita es un lugar en que se

entrelazan activamente todas las realidades existentes y ad- quiere, así, una dimensión infinita26.

Décimo descubrimiento: El lenguaje y el silencio, vehículos del encuentro

Lenguaje auténtico es aquel que no sólo sirve de medio para comunicarnos sino de medio en el cual establecemos

formas de encuentro. El hecho de que los seres humanos sea- mos “locuentes” significa que venimos del encuentro amo - roso de nuestros padres, que nos llamaron a la existencia, y estamos invitados a crear nuevas formas de encuentro. El he- cho de poder ser apelados y responder nos insta desde la pri- mera infancia a movernos en el nivel 2, el de las relaciones personales, inspiradas en una actitud de respeto, estima y co- laboración generosa. Ser locuentes significa mucho más que

poder hablar; indica que desde antes de nacer estamos inmer-

sos en una trama de ámbitos interrelacionados, en la que debemos configurar nuestra vida de modo activo, creando relaciones y dando lugar a nuevos ámbitos.

Las palabras auténticas dan concreción y densidad a los ámbitos. Notas que entre tú y otra persona se está creando un ámbito de malquerencia. Éste es algo difuso, y la vida sigue su curso normal. Mas un día aciago surge la temida confesión: “¡Te odio. No quiero verte!”. Estas breves pala-

26. La importancia del pensamiento relacional es destacada en mis obras Cinco

grandes tareas de la filosofía actual, Gredos, Madrid 1977; Inteligencia crea- tiva, págs. 289-299. Un análisis de la descripción relacional que lleva a cabo

Martín Heidegger de un templo griego y del cuadro de Van Gogh “Las botas de campesina” puede verse en mi obra La experiencia estética y su poder

bras se desvanecen rápidamente, pero ponen ante tus ojos con tal fuerza el ámbito de aversión que se ha ido formando que la vida en común se torna inviable. Con razón, en ciertas obras literarias se exclama a menudo: “¡No me lo digas: que lo que hace daño es el lenguaje!”27.

También sucede a la inversa. Se va creando entre tú y otra persona un ámbito de afecto y no sabes con precisión si se trata de mera camaradería o de amistad o incluso de amor. Un buen día, uno de los dos pronuncia la frase adorada: “¡Te quiero!” Esa corriente de afecto un tanto desdibujada se adensa, cobra relieve e intensidad, de tal modo que parece haberse dado un incremento súbito del afecto mutuo. Pero la única novedad fue una expresión huidiza, que tiene el poder de delimitar un ámbito de atracción y darle perfiles definidos.

Una vez descubierto este poder del lenguaje, resulta com- prensible que una palabra dicha con ánimo creativo pueda construir toda una vida, y una palabra dicha con intención negativa sea capaz de destruir una existencia entera.

El silencio auténtico no se reduce a falta de sonidos; impli- ca una actitud de atención a las realidades complejas, que son

tramas de relaciones. Las muchas palabras pueden distraer

27. Teresa, la protagonista de La salvaje, de Jean Anouilh, está a punto de aban- donar a su novio. Ante la resistencia de éste a dejarla marchar, ella le dice: “Sí, Florent, no habrá más remedio... Deberías dejarme subir a mi cuarto sin

decirme nada. Irás a trabajar como de costumbre, y esta noche te darás cuen- ta de que ya no estoy, sin saber en qué momento me fui para que no podamos hablarnos todavía otra vez. Esto es lo que hace más daño: hablar”. (Cf. O. cit., en Teatro. Piezas negras, Losada, Buenos Aires, 41968, págs. 123– 124.

nuestra atención. La actitud de silencio nos permite atender, a la vez, a diversos aspectos de la realidad y captar, así, la rique- za de las realidades y los acontecimientos que no están delimi- tados como los objetos sino que abarcan mucho campo por estar abiertos a otros acontecimientos y realidades.

Cuando una palabra es pronunciada desde el silencio, ex- presa mucho más de lo que dice; sugiere todas las relacio- nes que implica la realidad aludida. Pronuncio las palabras “pan”, “vino”, “ermita”... con recogimiento interior, y no aludo a meros objetos sino a realidades que son fruto de una serie de interrelaciones. El silencio permite dar a las palabras todo su relieve. Por esta profunda razón, las “palabras silen- ciosas” –palabras inspiradas en el recogimiento– forman la base de la comunicación humana auténtica. Al hablar así, unidos a la trama de ámbitos que forma nuestro verdadero entorno personal, creamos un espacio de enriquecimiento para nosotros y para quien nos oye. Pues, en ese caso, con- versar no es sólo intercambiar palabras; es participar de una trama de ámbitos desbordante de posibilidades.

Frente a este modo de silencio constructivo se halla el si-

lencio de mudez, propio de quien se calla porque rehuye crear

relaciones personales. Recordemos que –en la película de Ing- mar Bergman El silencio– una joven se muestra sa tisfecha por no poder hablar con su amante al ignorar su lengua. ¿Lo hubiera celebrado si tuviera una idea clara de la actitud que implica ese tipo de silencio y de los daños que puede acarrear- le? Pensar que su reacción responde sólo a una excentricidad inocua supone una ceguera espiritual harto peligrosa.

Undécimo descubrimiento: fecundidad del proceso de “éx- tasis” y carácter destructor del proceso de “vértigo”

El proceso de desarrollo personal realizado a través de los diez descubrimientos anteriores hubiera sido imposible si, al descubrir al principio la existencia de los ámbitos y la nece- sidad de tratarlos de modo respetuoso y colaborador (nivel

2), hubiéramos adoptado frente a ellos, por egoísmo, una ac-

titud dominadora, posesiva y manipuladora (nivel 1).

El proceso de vértigo –o fascinación–. Supongamos que me

hallo ante una persona que me resulta atractiva debido a las dotes que ostenta. Si soy egoísta y me muevo sólo en el nivel

1, tiendo a tomarla como un medio para mis fines; no la con-

sidero como un ser dotado de personalidad propia, de seosa de realizar sus proyectos de vida, crecer en madurez, estable- cer relaciones enriquecedoras para todos en condiciones de igualdad. La rebajo a condición de mera fuente de sensacio-

nes placenteras y procuro dominarla para ponerla a mi ser-

vicio. En el nivel ético, el dominio se logra a través de la se-

ducción y la fascinación. Fascinar y seducir a una persona

equivale a arrastrarla, a doblegar su libertad interior y reba- jarla al nivel 1.

Cuando logro ese dominio, siento euforia, exaltación in- terior. (Notémoslo bien: No digo exultación, gozo, sino

exaltación, euforia. Es decisivo matizar bien el lenguaje si

queremos evitar la corrupción de la mente y, con ella, la de la vida personal y comunitaria). Esa forma de exaltación es tan llamativa como efímera, porque se trueca rápidamente

en decepción al advertir que no puedo encontrarme con la realidad apetecida por haberla reducido a mero objeto de

complacencia. (Recordemos que con los objetos no podemos

encontrarnos porque son realidades cerradas). Al no en - contrarme con ella, no desarrollo mi personalidad, pues soy un “ser de encuentro”. Ese bloqueo de mi crecimiento se traduce en tristeza, que es un sentimiento de vacío, de ale- jamiento de la plenitud personal a la que tiendo por natu- raleza.

Si no cambio mi actitud básica de egoísmo, ese vacío cre- ce de día en día hasta hacerse muy profundo. Al asomarme a él, siento esa forma de vértigo espiritual que llamamos an-

gustia. Tengo la sensación de que no hago pie, que me falla

el fundamento de mi vida –que es el encuentro– y estoy a punto de destruirme como persona, pero no puedo volver atrás. Es el sentimiento de desesperación, la conciencia amar- ga de haber cerrado todas las puertas hacia mi realización personal. El presentimiento angustioso de estar bordeando el abismo desemboca, finalmente, en una soledad asfixiante, frontalmente opuesta a la vida de comunidad que me veía llamado a fundar por mi condición de persona.

El proceso de vértigo es falaz y traidor: nos promete, al principio, una vida intensa y cumplida, y nos lanza súbitamen- te por una pendiente de excitaciones crecientes, que no hacen sino apegarnos al mundo fascinante de las sensaciones (nivel

1) y alejarnos irremediablemente de la vida creativa y del

ideal de la unidad (niveles 2 y 3). Al hacernos cargo de esta condición siniestra del vértigo, comprendemos por dentro el desvalimiento que sentía el joven ludópata de la entrevista