CAPITULO I Il contesto storico 11
2.2. Las nociones de “Generación del 98” y de “Modernismo”: reseña histórica
2.2.5. El “Modernismo” español: una propuesta de trabajo
Tras exponer cabalmente la evolución de la historia crítica sobre los términos
“Modernismo” y “Generación del 98” y sus respectivas nociones, pretendemos, conscientes de la dificultad, aportar nuestro punto de vista sobre un debate hoy día muy abierto. Recordando nuestro simétrico esfuerzo por lo que se refería a la literatura italiana, nuestra elección del marbete “Decadentismo” para designar un fenómeno a ella pertinente, ubicado entre 1885 y 1915, fue en cierta medida obvia (a la vista de la unanimidad con la que se ha adoptado a lo largo de toda la historiografía del siglo XX); mientras que en lo tocante al ámbito español se nos ofrecen múltiples opciones: generación del 98, modernismo, fin de siglo. De todas maneras, después de que se haya contestado la definición generacionista un predominio excesivamente duradero y se haya desenredado el nudo del enfrentismo, se afianza paulatinamente entre los críticos el uso del marbete
“Modernismo” para referirse al camino hacia la renovación literaria y cultural recorrido por los artistas españoles de entresiglos269. Suscribimos, plenamente convencidos, esa inclinación, puesto que las razones que las motivan tienen que ver con un enfoque menos simplista, menos manipulador, y más objetivo de la fase cultural en cuestión. De hecho, los planteamientos de los nuevos estudios ponen de relieve la complejidad de una época de transición y persiguen nuevas y más estimulantes perspectivas de estudio.
Se trata de un resultado derivado, por una parte, del más reciente proceso de revisión, como se ha explicado anteriormente, en las últimas dos décadas de la crítica hispanística; y, por otra, de los intentos de abrir el estudio del panorama literario español al diálogo que se instituye entra esa realidad nacional y las otras literaturas europeas contemporáneas. Esa perspectiva nos facilita un conveniente punto de partida para ilustrar nuestra manera de entender el concepto de “Modernismo” español y refuerza nuestra decisión de atribuirle una acepción histórica y denotativa270.
269 Una elección terminológica que, desde luego, no está exenta de ambigüedad semántica, considerando la homonimia con la escuela poética de matriz rubendariana y con el modernism anglosajón..
270 A este propósito, cabe recordar que las definiciones de “Modernismo” en la línea instituida por el poeta onubense Juan Ramón Jiménez y por Federico de Onís, y continuada por Ricardo Gullón en su Direcciones del Modernismo o por Giovanni Allegra en El reino interior, contribuye a la transformación en metáfora del término. Se trata de una conversión resultante de la extensión de algunos caracteres distintivos del movimiento cultural en examen a toda una época histórica. Hasta qué punto pueda ser aproximativa tal operación queda patente en un examen más atento de los hechos concretos. Más que nunca en la historia de la cultura occidental se asiste, en el cambio del siglo, a la simultánea estratificación de fenómenos y tendencias diferentes, y la situación española no es una excepción. A este propósito, en 1914, Ortega se pronunciaba así: “el renacimiento idealista a que asistimos no renuncia a los progresos de las ciencias naturales. No significa un paso atrás. Pero corrige la aberración positivista que reducía el orbe a las
Como para el término “Decadentismo”, también con el marbete “Modernismo” nos referimos al conjunto heterogéneo de las manifestaciones artísticas que se dieron en concomitancia con un confuso y turbulento período de cambio de un país que, al par del nuevo Estado italiano, estaba siendo involucrado en las profundas transformaciones sociales y culturales que concernían a toda el área europea. Se trató de una realidad literaria caracterizada por un amalgama indescifrable de elementos, a veces antitéticos, pero originados por la común reacción al sistema estético de la tradición decimonónica.
Por ello, se pueden singularizar aspectos relacionados tanto con la actividad meditativa de los intelectuales sobre el problema de España y sobre la necesidad de un cambio de mentalidad que consintiera al pueblo encontrarse a sí mismo, como con las novedades que florecían en toda la cultura y filosofía occidental finisecular.
Se repropone, pues, el arduo problema de los límites cronológicos. No cabe duda de que el proceso de modificación estético-literaria que arranca al final del siglo XIX como expresión “del alma desengañada del fin del siglo”271 y manifestación “del ansia de liberación” y de “regeneración espiritual” tuvo consecuencias reconocibles durante varias décadas. En efecto, alrededor de los años ochenta del siglo XIX se perfilaba un movimiento emergente de “renacimiento” de las letras, de experimentación, que trazó una parábola de cuarenta años involucrando a todos los géneros. Fue una línea de actuación connotada, de manera general, por el rechazo de las prescripciones del Realismo/Naturalismo y por un gran impulso modernizador, que reunía tanto distintas modas literarias, como una sorprendente multiplicidad de proyectos estéticos. De tal forma que, sobre esas bases, podemos enumerar la poesía y la prosa del esteticismo modernista, la nivola de Unamuno, los esperpentos de Valle-Inclán, las originales soluciones narrativas plasmadas por Azorín, Pérez de Ayala o Gabriel Miró, las greguerías de Gómez de la Serna, el teatro de Federico García Lorca, Alberti, Jorge Guillén, e incluso el surrealismo y el ultraísmo.
Ante un panorama tan articulado y complejo, nos ha parecido oportuno, siguiendo la autoridad de Germán Gullón, demarcar con el término “Modernismo” un período de más corta duración, que se extiende entre la experiencia del Romanticismo y la época dorada de la novela de la Restauración por una parte, y la experimentación de las Vanguardias de los años veinte y treinta, por otra. Fijamos, pues, un arco temporal de dos
manifestaciones materiales”, cfr. Ortega y Gasset, Meditaciones sobre la literatura y el arte, ed. de E. Inman Fox, Madrid, Castalia, 1987, p. 240.
271 La serie de locuciones, traídas a colación en el texto, están tomadas del artículo de Eduardo Chavarri,
“¿Qué es el Modernismo?”, Gente Vieja, 48 (10-4-1902), pp. 1-2.
décadas, aproximadamente, que va desde 1890 hasta 1910-15272. Cabe observar el desajuste de unos años, los iniciales, con respecto al intervalo cronológico que habíamos establecido para el “Decadentismo” italiano, algo más precoz.
De todas maneras, tal y como habíamos apuntado, también para la literatura ibérica esas fechas se refieren al progreso de las letras españolas hacia la modernidad literaria con recorridos que se balacean entre la tradición y la innovación. De hecho, a pesar de que los jóvenes escritores de los años noventa se opusieran netamente a los viejos tanto por motivos de orden estético como ideológico, también es cierto que desataron solo parcialmente los lazos que los unían a las experiencias anteriores. Algunas pruebas fehacientes de tales líneas de fuerzas en el ámbito literario entre los siglos XIX y XX son, por ejemplo, el hecho de que Bécquer jugara un decisivo papel intermediario entre la poesía modernista inspirada al repertorio impuesto por Rubén Darío y la tradición romántica autóctona. O también que nuevos prosistas, como Unamuno y Baroja, tuvieran muy presente las fórmulas narrativas de Galdós, Leopoldo Alas o Juan Valera.
Sin embargo, retomando el problema cronológico, es preciso hacer hincapié en un importante elemento de distinción. Por lo que se refiere a la situación del intelectual en la sociedad, las condiciones y los factores que caracterizaron la actividad de los artistas finiseculares se transformaron profundamente en la segunda década del siglo XX. Después de la experiencia juvenil de autores como Unamuno o Azorín, que habían militado en el partido socialista o defendido las ideas anarquistas, o como Maetzu, que había asumido actitudes de un polémico anti-tradicionalismo, los literatos de la generación sucesiva no fueron tan radicales y prefirieron apoyar posturas más moderadas, a la vista también de los hechos dramáticos de la Semana Trágica de Barcelona (1909). Consiguieron, de tal forma, entrar y participar activamente en la vida política del país mediante la constitución de un Partido reformista. No sólo se robustecía así su presencia en la sociedad con respecto al pasado, sino que iban mejorando las condiciones materiales de los artistas. Es decir que, alrededor de 1910, se sedimentaban muchas de las tendencias surgidas a finales del siglo anterior. Pero, a la vez, constituían unos elementos de diversificación profunda con el pasado que, junto a la difusión de nuevas corrientes culturales, contribuyeron a modificar el ambiente demasiado provincial donde habían crecido los escritores del final del siglo XIX y a facilitar el conformarse de nuevos parámetros de acción intelectual y artística273.
272 Vid. G. Gullón, “El modernismo español y la imprenta”, Monteagudo, 1 (1996), p. 95.
273 A propósito del cambio intervenido en el ambiente intelectual, remitimos a V. Cacho Viu, “Ortega y el espíritu del 98”, Revista de Occidente, 48-49 (mayo 1985), pp. 9-53; y también a la polémica entre Ortega y
Volviendo al ámbito especificadamente literario, cabe añadir que, en nuestra opinión, el “Modernismo” se refiere a obras y a líneas poéticas con una marcada vocación simbolista-decadentista. El término representa la nueva dirección de la actividad poética, que se mueve en sentido contrario al Naturalismo-Realismo, pero no comparte los presupuestos de las experiencias sucesivas. Se trató, sin duda, de un conjunto de manifestaciones literarias que, sin ser homogéneas, manifiestan claramente un carácter peculiar distintivo. Asistimos a una fértil estación connotada por la renovación del lenguaje, de los procedimientos artísticos y de los programas poéticos.
Esas son las motivaciones de base que nos autorizan a utilizar la etiqueta para agrupar, según unas coordenadas históricas, culturales y literarias comunes, a los numerosos escritores que intentaron renovar las letras españolas (aunque, luego, en el transcurso del tiempo cambiaran sus programas poéticos). Por lo que se refiere a la poesía, hay que mencionar, entre los más representativos, a Juan Ramón Jiménez –con la producción anterior a Diario de un poeta recién casado (1917)-, Francisco Villaespesa y Antonio Machado. En la vertiente de la prosa, entre los exponentes más relevantes hay que reseñar a Azorín, Unamuno, Valle-Inclán (que supera la fase modernista y llega a la poética del esperpento) y Pío Baroja.
A la vista de lo expuesto, cobra evidencia que, como en el uso del concepto de
“Decadentismo”, nos ha parecido acertado asignar al término “Modernismo” la función de contenedor de distintas líneas poéticas que emergen en un determinado momento histórico y social. De hecho, en la escena artística “fini” e intrasecular caben tanto el esteticismo, como el decadentismo, el simbolismo de escuela francesa, las innovaciones formales introducidas en el género de la novela, por citar algunos ejemplos. Y alberga también ese sentimiento de decadencia que, florecido al resquebrarse de los valores tradicionales, ya impregnaba la cultura europea del tiempo e incrementaba la actitud crítica de los escritores hacia la realidad española. Por otra parte, paralelamente, vinculados a la reflexión sobre los males de España, se habían elaborado durante la segunda mitad del siglo decimonónico, los temas y motivos de la literatura regionalista y costumbrista, que pasó a la obra de algunos autores modernistas que sintieron el agudizarse de esa crisis después del desastre. Es preciso aclarar, de hecho, que un examen de las manifestaciones literarias españolas del período que nos ocupa implica reconocer la simultaneidad de una doble crisis: por una parte, la crisis de la conciencia española causada por la perdida de las
Gasset y Unamuno documentada en el Epistolario completo Ortega-Unamuno, ed. de L. Robles, con la colaboración de A. Ramos Gascón, Madrid, El arquero, 1987.
colonias y el final del Impero, y por otra, la espiritual, la que interesaba al individuo, y connotaba el panorama europeo del final del siglo. De la primera se originaba el carácter introvertido patente en ciertas obras sumidas en la investigación de las causas y peculiaridades del pueblo español, situándose en ocasiones en el límite de la narración y del ensayo. De la segunda procedía la nueva sensibilidad que impregnaba el acto literario transformándolo en un vector de la distinta visión de la realidad y del hombre, e inscribiendo las letras españolas en el horizonte de las contemporáneas experiencias europeas.
Los textos y las mismas trayectorias artísticas de los principales intérpretes del
“Modernismo” español oscilaban entre esos dos polos, pero los escritores estaban muy concienciados en ambos casos de que se movían en el plano de un proyecto estético. En esta óptica hay que considerar trabajos como La voluntad (1902) de Azorín, Camino de Perfección (1902) de Pío Baroja, Campos de Castilla (1912) de Antonio Machado y varios ensayos de Azorín, Castila y Lecturas españolas (1912), donde España, su pasado, sus leyendas y su paisaje, sirven como material para una recreación artística del todo novedosa. De tal manera que se puede considerar la práctica historiográfica del enfrentismo algo superada. Los estudiosos, sobre ese punto, parecen haber uniformado sus posturas. Afirma Iglesias Feijoo categórico que: “Es el momento de afirmar con toda la rotundidad posible que los miembros de la generación del 98 conforman la primera oleada modernista española”274. Nosotros también lo creemos. De hecho, si en vez de focalizar sólo los temas, los consideramos en cuanto textos literarios, nos percataremos de su indiscutible novedad, tanto por lo que se refiere a la sintaxis narrativa, como al trabajo sobre el lenguaje. Queda de manifiesto, de hecho, en esas elaboraciones, el afán de los autores por superar los moldes tradicionales y los principios de la poesía de las cosas, en perspectiva, según hemos apuntado, modernista.
Cabe añadir que esos cambios, digamos superficiales, ya detectados antes como comunes a todas las realizaciones artísticas del momento que nos ocupan, se moldean sobre otros más profundos. De manera que las distintas innovaciones estilístico-formales parecen ser consecuentes con el intento del arte por adecuarse a la nueva visión del mundo y del hombre entreabierta por las corrientes filosóficas irracionalistas que surgieron al terminar el siglo XIX en clara oposición al poderoso sistema positivista.
274 Cfr. L. Iglesias Feijoo, “Modernismo y modernidad...”, p. 33.
Sobre este punto, es necesario precisar que en un país como la España de la Restauración, ese sistema de pensamiento, que en otros lugares había constituido el trasfondo ideológico del proyecto social y económico de la burguesía, al no encontrar las condiciones favorables, no pudo arraigarse. De ahí que para España no se pueda hablar de la formación de una fuerza cultural anti-positivista275.
No obstante, a la par que sus homólogos europeos, también los narradores españoles en su personal reformulación de la obra de arte, modifican la convencional relación entre mundo ficticio y real basada en el mimetismo. Se trataba de un fundamental principio de la anterior poética realista y naturalista. De ahí que en las obras modernistas prevalezca un planteamiento simbolista e introspectivo. La escritura, concebida en la tradición decimonónica como el espejo de la realidad –según la célebre metáfora de Stendhal– y usada como instrumento analítico y descriptivo, aspira a romper la superficie de las apariencias, para profundizar en la interioridad del hombre y de las cosas. Cobran protagonismo las percepciones, las sensaciones, los mecanismos psicológicos. De hecho, considerando que el renacimiento idealista había cancelado los estrechos límites que circunscribían la realidad empírica, el dato objetivo ya no es evaluado en sí mismo, sino como el producto de la conciencia del sujeto. La frase que pronuncia Fernando Osorio, personaje de Baroja, para quien: “el mundo de afuera no existe; tiene la realidad que yo le quiera dar”276, refuerza, ejemplificándolas, nuestras consideraciones sobre la prosa modernista. La imagen de la realidad es subjetiva y está recreada en una obra de arte, cuya fuerza referencial se disuelve paulatinamente a causa de la reacción anti-realista y de la general voluntad de experimentación.
Para terminar, con el objeto de definir el “Modernismo”, se han destacado los vectores sociales, culturales y artísticos que cimientan un determinado período de las letras españolas, a la vez que individualizan, consideradas en su conjunto, su carácter específico.
A la vista de lo expuesto, queremos añadir que el panorama literario y cultural español entre finales del siglo XIX y comienzos del XX es, como el italiano, ya examinado anteriormente, muy complejo y heterogéneo. Por tanto, para ambos es ardua
275 En definitiva, el Positivismo no alcanzó una difusión igual a la que tuvo en otros países europeos más avanzados. Por tanto el debate anti-positivista recubrió una importancia menor en la escena cultural española, donde se redujo a la crítica de la ideología conservadora burguesa por una parte, y por la otra a la reacción que desató en los krausistas. Sobre ese argumento véanse: D. Nuñez, La mentalidad positiva en España, desarrollo y crisis, Madrid, Túcar, 1975.
276 Cfr. P. Baroja, Camino de perfección (Pasión mística), en Obras, Madrid, Biblioteca Nueva, 1948, pp. 7-131, p. 58.
tarea configurar una poética común de la que se desprendan los distintos programas artísticos desarrollados por sus distintos protagonistas. La dificultad de reducir a una unidad orgánica las diferentes actuaciones literarias de ese período, remite a un aspecto fundacional de la época que se abre con el nuevo siglo, es decir, el relativismo axiológico que impregna todos los sectores del saber tanto científico como humanístico. Es evidente además que tanto la rápida sucesión de las experiencias estéticas, como el cerrado aparecer y desaparecer de modas literarias, se debe al gradual abandono de usos estilísticos preceptivos, rígidamente codificados, y al incremento de la reflexión metaliteraria de cada escritor, que elabora sus propios parámetros. Se trata de una manera de actuación, de matriz sin duda romántica, que justifica la dificultad de realizar una sistematización conceptual y, sobre todo, para definir un programa poético orgánico tanto del fenómeno del “Modernismo” español, como del “Decadentismo” italiano.
Desde un punto de vista terminológico, hoy día los especialistas de ambos ámbitos que se ocupan de la literatura del período, recurren a esos términos para referirse a la multiforme realidad histórico-cultural que se materializa dentro de los confines nacionales entre los siglos XIX y XX; pero, sin embargo, son conscientes de sus continuos intercambios con la civilización literaria europea contemporánea. Según esa misma línea, quisimos orientar nuestras “definiciones” sobre categorías y conceptos que despertaron el interés de numerosos críticos y estimularon animados debates. Hemos puesto la palabra definición entre comillas porque lo que se ha pretendido llevar a cabo es más bien una propuesta operativa, metodológica. Creemos, como ha quedado de manifiesto, que a esos términos no corresponden unos objetos específicos fácilmente delimitables. Es por ello que en nuestra sucesiva investigación nos vamos a mover dentro de las coordenadas generales establecidas con el fin de comprobar la historicidad y el carácter distintivo de estructuras y paradigmas, evidenciados en el análisis atento de las trayectorias de escritores italianos y españoles en su paso por el intervalo temporal fijado, intentando fijar algunos puntos de convergencia entre ellos.
CAPITULO III
Italia y España entre los siglos XIX y XX