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Elizabeth Yarce Ospina

In document Con el apoyo de: Con el apoyo de: (página 70-73)

elizabethy@elcolombiano.com.co enviada especial Bojayá (Chocó)

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80 JÓVENES de Bellavista (Bojayá), dramatizan hechos de mayo de 2002

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DICEN QUE no quieren que se olvide lo ocurrido aunque duela tanto

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LAMENTAN QUE en veredas sigan combates: 1.500 desterrados

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EN MARZO de 2005 los habitantes serán reubicados. Avanzan obras.

La gente corre. Al costado izquierdo del pueblo están las autodefensas. Al cos-tado derecho las FARC. La comunidad se re-fugia en la iglesia y las balas y las bombas caen por todos lados.

Adentro de la iglesia rezan. Afuera explosiones y disparos. Se escucha un zum-bido y luego un cilindro que lanzan desde la derecha mata a medio pueblo metido en el templo.

Así dramatizan 80 jóvenes de Bellavis-ta, la cabecera del municipio de Bojayá, Chocó, la imagen que dicen tener a diario metida en la cabeza y que vivieron el 2 de mayo de 2002 cuando las FARC, en comba-tes con las AUC, lanzaron un cilindro a la iglesia con el que asesinaron a 119 personas.

Con esta obra de teatro, que se ensa-ya desde hace una semana, la comunidad recordará hoy a sus muertos y pedirá que cesen los enfrentamientos en las veredas donde el conflicto se agudizó hace un mes y 1.500 indígenas y afrocolombianos están desplazados.

La obra se presentará después de la eucaristía, a las 9:30 de la mañana, en la iglesia, hoy reconstruida en su totalidad, y a la que muy pocos visitan. Luego, en

compa-ñía de una delegación de la Diócesis, la go-bernación y organizaciones no gubernamen-tales, visitarán las tumbas de los muertos, a cinco minutos en lancha de Bellavista.

“Esto sigue siendo la pesadilla diaria.

La gente está muerta de miedo. Teme otro ataque similar. Los sacerdotes no tuvimos más opción que sacar la misa del templo y celebrarla en los barrios, al aire libre”, indi-ca el sacerdote Moisés Palacios.

“En estas paredes hay mucho miedo guardado y a la gente le da algo cada vez que está aquí rezando. Aunque no se ha debilitado la fe de la gente, sí está recelosa en quedarse encerrada. Primero venían 40 ó 50 a misa, ahora son 4 ó 5. Entonces en los barrios celebramos misas”, agrega.

Arden los recuerdos

Con un machete, Yesid, de nueve años, le da forma a la madera y la convierte en una silueta de una M-60. Dice que nunca quiere coger un arma de verdad y que ésta la necesita para el drama.

Minutos después se reúne con los jó-venes y niños que en un teatro al aire libre, improvisado en el barrio Pueblo Nuevo, se preparan para presentar la obra.

Las armas son de madera. Los radios de comunicaciones son de alambre y las bombas de plantas y bolsas.

Comienza la primera escena y muchas madres comienzan a llorar. Otros corrigen a los actores. “Por ahí no fue que entraron. Más para allá. Ponga cara de malo”, dice una.

“Queremos que la gente sepa cómo fue que vivimos ese momento. Desde el lu-nes empezaron los ensayos pero desde hace dos semanas comenzaron a buscar los ele-mentos”, dice Dionisio Valencia, de la Aso-ciación Revivir mi Cultura Bojayá que agru-pa a los jóvenes de la localidad y quien dirige la puesta en escena de la tragedia de 2002.

Continúa el dramatizado: “!Por qué se refugian en ellos…entréguense¡”, gritan los muchachos mientras que la gente empieza a tocar todas las casas de madera al mismo tiempo. El ruido es insoportable y se escu-chan gritos con mucho dolor.

Los actores que representan a los civi-les se meten a la igcivi-lesia y afuera siguen com-batiendo. Lanzan lo que simula un cilindro y retumban las tablas de las casas de Bojayá.

“Mataron a los civiles”. “Eso no es lo que queríamos”. “Entréguense”, son los gritos en el dramatizado.

Mensajes de perdón

Minutos después, el director de la obra explica que el final que se verá a continua-ción no fue tal, pero es el deseo de Bojayá,

“estamos hablando con el corazón y nues-tro mensaje es perdón, pero necesitamos respuestas, que dejen de matar civiles, de combatir, que no se olviden que somos chocoanos, todos colombianos”.

En ese momento, tanto los de las FARC

como los de las AUC se arrepienten y un joven que representa al padre Antún Ramos, (quien estuvo el día del ataque en la iglesia) les reci-be las armas. Todos se abrazan y piden per-dón. Los civiles también los perdonan.

“Esta cochina arma que hoy entrego es por la paz”, dice uno de los actores que hace de guerrillero. Luego todos gritan: “No a la guerra, sí a la paz”.

“Esto es la historia por la que nos cono-cen en el mundo, o si no, ni siquiera sabrían que existimos. Eso es muy triste. Vamos a mostrar todo nuestro dolor. Muchos no es-tuvieron de acuerdo, pero luego dijeron que con eso se desahogaban”, explicó Néiber Martínez, quien actúa en la obra y sobrevi-vió a la matanza. “Eso fue un milagro de Dios.

No pensé en salvarme. Me paré y cayó el cilindro y caí inconsciente. Cuando fui reac-cionando empecé a salir y me encontré a otros amigos. Encontramos un bote y nos transportamos hasta la ciénaga, estoy vivo, pero esta fecha me mató muchas cosas”.

Al final de la obra no hubo aplausos.

A algunos las piernas no les resistían el peso del cuerpo y por momentos se caían mien-tras se les escapaba el llanto. Otros grita-ron al unísono: “Lo que pasó aquí nunca se puede repetir”.

Sigue el dolor

Serafina Palomino Palacio no quería mirar el ensayo de la obra. “Es que es muy duro. Ese día perdí a 20 de la familia por el lado de los Palacio. También a amigos y ve-cinos. No estaba en Bellavista y cuando vuelvo sola del todo. Desde entonces más sola”, comenta.

Ella reclama que dos años después Bojayá está mal. “No tenemos energía des-de hace tres meses. Lo des-de la reubicación des-del pueblo está muy lento. Aquí nos morimos de tedio”, explica.

Raquel Rentería perdió a ocho nietos, el más pequeño de seis meses, un hijo y dos nueras. También a los amigos, ahija-dos y compadres.

Ella y su esposo Marcelino Martínez se salvaron porque ese día estaban en la parcela.

Quedaron dos de sus hijos viudos: Élmer y Eliécer. Ahora se aferra a su nieta Mayerli de un año.

“Perdí a Juan Alberto Martínez, mi hijo, de nueve años. El niño quedó con el pan en la mano, se veía tan asustadito…

De este solo sector de Pueblo Nuevo fue-ron 76 los muertos”.

La mujer no ha recibido aún el auxilio como víctima de la violencia y sólo le entre-garon dos salarios mínimos por los daños materiales.

“Esto nunca se le sana a uno cuando siempre se tiene la zozobra de que vuelve.

Hasta ahora la cosa está calmada. En las veredas hay hostigamientos.

“En el camino desde Quibdó a Bojayá le pueden quitar a uno todo. La cosa está más fea. No se puede ir al monte. Cómo se va a curar uno si ve siempre este país tan mal. En la ciénaga tengo una finca y no puedo ir. El pueblo tiene hambre”, dice.

“Por daños materiales el gobierno nos dio a cada familia dos salarios mínimos. El otro dinero, que es el de víctimas por la vio-lencia, ya nos advirtieron que se va a demo-rar. Ajustamos tres meses sin energía, así cómo no se siente uno solo. No nos expli-camos por qué seguimos estando tan po-bres si muchas naciones han aportado re-cursos. No nos dan tantos estímulos. No sabemos para dónde va todo esto”.

El encierro

En Bojayá dicen que “aunque suene raro” es más soportable tener hambre que miedo. Y que, peor aún, después de una tragedia como la que vivieron los violentos insistan en hacer daño a los civiles.

“La verdad es que la guerra sigue aquí.

Si el Ejército se va, nosotros nos vamos

de-muy grave”, explica un morador.

“En el pueblo estamos padeciendo un encierro. La gente no puede ir a pescar tran-quila, no se pueden visitar las parcelas, no se puede cazar animales. En las veredas la gente se está muriendo de hambre, y los únicos alimentos que tienen son los que lle-ven el Comité Internacional de la Cruz Roja, la Diócesis o la Red de Solidaridad”, indica.

En las veredas La Loma, Mesopotamia, Napipí y Opodegado persisten los comba-tes y 1.500 indígenas están desplazados.

El teniente coronel Juan José Buena-ventura, comandante del Batallón Alfonso Manosalva de la IV Brigada, dijo que está asegurado el casco urbano de Bojayá y el transporte por el río Atrato, pero se man-tienen “algunos focos” de violencia en las veredas. Hace 15 días, en Mesopotamia fue asesinado el campesino, José Dimas, luego de combates entre las FARC y las AUC.

“La gente se quiere desplazar, pero si lo hacen la acusan de simpatizantes de la gue-rrilla. Están llevados”, agrega una mujer.

Por eso hoy, dos años después de la tra-gedia, los habitantes expresan su miedo “ya ha terminado la tristeza y viendo lo que está pasando la gente está tensionada. Después de lo que pasó en 2002 estaba de psicólogo.

Veo un niño y pienso que así estaría el mío.

Veo a niñas que las arreglan para una piña-ta, y me imagino las nietecitas. Eso está ahí comiéndome el alma”, comenta Raquel.

Los habitantes de Bojayá que trabajan con la Red de Solidaridad en la construc-ción del nuevo pueblo, a cinco minutos en lancha del sitio de la tragedia.

“Se verá”, así le dicen al lugar al que se trasladarán en marzo de 2005 las 264 familias y en el que el gobierno invirtió 14.000 millones de pesos.

“Pasarnos nos despejará la mente un poco. Pero es que lo que pasó no está en las paredes, eso está en la cabeza, dice Néiber Martínez.

Implicaciones

Delegaciones de apoyo llegaron ayer desde Bellavista, Bojayá

Desde ayer comenzaron las activida-des en Bellavista (Bojayá) para recordar las 119 víctimas de 2 de mayo de 2002.

Al cierre de esta edición se esperaba que el Presidente de la república, Álvaro Uribe, y una delegación de la Gobernación de Antioquia confirmaran su asistencia a los actos que se iniciarán a las 9:30 de la ma-ñana con una Eucaristía.

Una comisión de la Diócesis y la Go-bernación de Quibdó y de ONG nacionales e internacionales se encuentran desde ayer en Bojayá con el propósito de acompañar a la comunidad en conmemoración de los dos años de su tragedia. Desde Quibdó llegó un grupo de habitantes acompañados por el padre Antún Ramos, quienes llevaron una ofrenda floral en memoria de las víctimas.

Mientras que desde Medellín, la Brigada trasladó personal médico y odontológico con el propósito de hacer una jornada cívi-co-militar en la región. Desde la semana pa-sada la Red de Solidaridad había traslada-do también personal médico para atender a la comunidad.

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