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Empacando, el regreso, pero no el final Yo tenía necesidad de hablar, y tenía un arsenal de historias,

de problemas, de preguntas, de asociaciones, de fantasmas, de juegos de palabras, de recuerdos, de hipótesis, de explicaciones, de teorías, de referencias, de refugios. Recorría alegremente los bien señalizados caminos de mis laberintos. Todo quería decir algo, todo se encadenaba, todo estaba claro, todo se dejaba descortezar sin diicultad, en un gran vals de signiicantes que exponían sus amables angustias. (Perec 2008).

Llegando el inal de los tres meses de vivir en Santa Bárbara, las dos pensábamos en cuáles eran las ideas que nos habíamos hecho sobre todos los aspectos de este viaje, frente a aquellas con las que habíamos llegado y las que luego habíamos experimentado; los prejuicios del inicio enfrentados a los encuentros en el espacio, el impulso del comienzo con el cansancio por las inusuales condiciones, las incomodidades, prolongadas en ese tiempo. Entonces, ¿cuál era nuestra sensación en medio del vertiginoso paso de los tres meses en el barrio? ¿Se

habían formado, reconformado o habían perdido forma esos pensamientos con los que habíamos empezado? Ni para el barrio, ni para sus habitantes y menos aún para la ciudad habían cambiado las cosas durante el tiempo de nuestra estadía en Santa Bárbara(tal vez solo un poco para Teresa, por lo acompañada que se sentía) y, sin embargo, para nosotras, todo había cambiado.

Durante la mitad de las vacaciones de mitad de año, otra vez con muchas dudas e incertidumbres, como al principio, decidimos que nos iríamos. Decidimos que partiríamos o que regresaríamos, dos sentimientos, dos acciones que parecen contrarias pero que tenían mucho de lo mismo; estábamos partiendo de un destino. No sabíamos, como al salir de las casas, qué “pasaría ahora”, cómo sería volver, no sabíamos ahora qué extrañaríamos y qué costumbres y rituales adquiridos sin ni siquiera darnos cuenta empezaríamos a perder; tres meses pueden parecer muy poco como para desacostumbrarse de cosas, tal vez, pero no son pocos para poder extrañar, recordar, querer, añorar.

Aun cuando no estábamos seguras racionalmente de si era ya tiempo de dejar la experiencia de lado, de si habíamos conocido lo suiciente, lo que queríamos, sentimos que un ciclo nuestro ya estaba cumpliéndose en el lugar. Por lo económico y por decantar lo vivido también desde la distancia, quisimos parar; No era un requisito, no había alguna forma de estimar el tiempo necesario, el adecuado o el perfecto, pero ese fue el que para nosotras signiicó un desarrollo, desde la novedad, a lo habitual, lo familiar, lo desgastante. El inal. Empezaron las ganas de tomar un poco de distancia y desde ésta, continuar la ruta

a partir de otro punto focal; nuestro proceso no paró allí, solo lo hizo la parte de ocupar juntas un lugar que antes no nos “había pertenecido”, solo terminó la parte de ocupar “otro lugar” y en sentido estricto, la parte de viajar dentro de la ciudad.

Claro que debemos confesar que esos desgastes que hace un momento mencionamos no pesaron menos que las relexiones sobre nuestro espacio y lugar: nuestras costumbres dejadas en pausa, algunos lugares o recorridos que no frecuentamos más durante estos meses, las limitaciones de movilidad por los horarios, la escases de recursos y por lo tanto la mala comida, las sardinas enlatadas, el té sin azúcar, la granola que seguía esperándonos como nuestra única forma de calmar el hambre, la falta de comida casera, del colchón, la comodidad y el recuerdo de esa enorme sensación de espacio propio e intimidad, nos tentaban de gran manera a volver ya a nuestras respectivas casas sin contemplarlo más.

Tristeza: eso había. Una tristeza que empezó dos días antes de la llegada (del inal), cuando por primera vez aceptamos de lleno que al día siguiente entraríamos en la etapa inal. Oh, qué poco duró el viaje. Un triunfo nublado de lágrimas. (Cortázar y Dunlop 2004).

El viaje tuvo momentos difíciles y momentos hermosos para agradecer, conocimos, aprendimos, nos inquietamos, paseamos, descansamos y nos agotamos; los meses con diicultades y dulces beneicios, rápidamente se habían pasado.

Los últimos días, algunos cansancios que traíamos encima, como el no tener llaves, el duro genio de Teresa, el frio en las noches, el baño con el papel higiénico y la

caneca escondidos, parecían insigniicantes. Caminábamos más despacio en cada recorrido que hacíamos, mirábamos los ediicios con la conciencia plena de que si pasábamos en una semana por ahí ya no sería lo mismo, ya no nos dirigiríamos por la misma ruta trazada al que en ese momento era nuestro destino. Parábamos a comer arepa y chorizo y la nostalgia la sentía cada una, a ratos diciéndolo y a ratos guardando silencio: “vamos a dejar también esto” decía cualquiera de las dos, reiriéndonos a costumbres adquiridas y disfrutadas durante el viaje.

No queríamos ir tan cargadas el día del trasteo de regreso, no sabíamos cómo organizarlo, era como un trámite por el que no queríamos pasar, dejar a Teresa, la despedida, la empacada, la última noche, eran momentos que deinitivamente preferíamos no pasar pero que, claro, iban a llegar igual; nos llevamos con anticipación algunas cosas: ropa, la olla, alguna silla, libros, y así tendríamos menos que trastear el día inal, para cuando el cuarto se veía más vacio que de costumbre y la tristeza, aunque suene tonto, invadía el lugar.

Taira empacó todo la noche anterior al trasteo, un poco por ansiedad, pero más porque cuando Dayana se acostó a dormir, no había otra actividad por realizar. Solo le quedaron faltando las cobijas y las colchonetas; luego, la mañana de la partida, Dayana empezó a organizar. Cuando casi todas las cosas estuvieron empacadas, empezamos a barrer (ya era hora de barrer ese lugar), a alistar la basura y a tomar las últimas fotos del lugar. Había mucho de desgano en nuestros movimientos y tal vez en nuestras conversaciones, había nervios en el estomago, nudo en la garganta, polvo, arrume de trasteo chico, vacío, Lucas (o

nosotras, más bien) triste sabiendo que algo pasaba, Teresa afuera esperando y un poco, solo un poco, de afán. Esa noche, para cada una, si bien se podría decir que todo volvería a su curso, a la normalidad, no sería tan fácil de pasar.

El tiempo que ha seguido lo hemos pasado, sí, dentro de lo que solía ser nuestra normalidad, pero llenas, como ya lo hemos dicho, de nuevas memorias, intereses e historias; de nuevos lugares y personas a las que regresar. Pensamos constantemente en los días que pasamos en Santa Bárbara, miramos el diario que allí hicimos y lo hemos replanteado, retomado, aprovechado para hacer un nuevo registro, ya desde esta etapa inal de toda la experiencia, de todo nuestro proyecto; pero no, no es realmente una etapa inal, hay muchas cosas que sabemos que aún podemos hacer con lo que vivimos dentro de nuestro viaje, hay posibilidades de volver, de ir a nuevos destinos, diferentes formas en que podríamos hablar de los sitios que vimos y de la gente que conocimos; no sentimos que nuestro proyecto o nuestras intenciones e impulsos estén concluidos, solo una parte, una etapa y una forma de mostrarlo y de compartirlo. Aunque lo que observamos, sentimos o vivimos, nos gustó, sabemos que solo nos pasó a nosotras y que tal vez solo afecte nuestra historia individual, pero hay algo que nos impulsa a compartirlo, aunque sea algún fragmento, algún pedacito, no sabemos si a manera de incentivo, de relato, de icción o de entregar un poco de lo que ambas somos y de lo que nos ha comprometido, conformado y conmovido en un momento de nuestras vidas, en este momento.

Todo el viaje nos abrió posibilidades de encuentro y de cambio en lo cotidiano; para nosotras, antes de pasar por Santa Bárbara, el arte era, entre otras cosas, una posibilidad

de generar rupturas con los modos de experiencia rígidos, establecidos dentro de nuestros esquemas sociales; hoy, lo sigue siendo.

«¿Ya me dejan sola?» Nos preguntó Teresa cuando le contamos que ya nos íbamos. Luego, nos preguntó qué era lo que nos había aburrido y dijo estar segura de que era en gran medida culpa de Lucas, de esas visitas nocturnas que nos hacía. Nos invitó a volver cuando quisiéramos y concluyó, “y que perdonen”.

Cuando de vuelta los amigos nos rodearon para divertirse con la versión oral del viaje, una visión diferente del viaje se abrió paso en muchos comentarios. Casi en seguida hubo quienes quisieron saber si nuestras intenciones habían sido meramente lúdicas o si detrás alentaba una búsqueda de otra naturaleza, la inmersión en un paisaje no solamente geográico, el enfrentamiento de la vida ordinaria y de ese

no mans land desaiante instaurado en pleno vértigo de la civilización. ¿El viaje tenía por verdadero objeto un encuentro interior, una liberación de tensiones en el orden personal e incluso histórico?

(...)

¿No estamos dando al mundo de hoy un buen ejemplo de que la imaginación puede REALMENTE tomar el poder si se olvida de las rutinas?.

Anexo: sobre una experiencia previa en