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Empezaremos el undécimo entrando a Jerusalén, en seguida os presentaré mis huéspedes de Betania, María de Magdala y muchas

In document Dictada por El Mismo (página 178-200)

CAPITULO X1

Jesús, fué a Jerusalén, solo, apersonándose a José de Arimatea, quien le acompañó por todas partes en que convenía fueran vistos para los fines de la obra del Maestro. Necesidad del sacrificio de Jesús, solamente por él comprendida. La parábola del mal rico. Asocia a sus discípulos más íntimos a su gloria futura, siempre que supieran hacerse acreedores de ello con sus virtudes y dentro del concepto de que “mi reino no es de este mundo”, como siempre decía. Fustiga a los mercaderes del Templo y a los hipócritas. Conversión de Magdalena.

NTRÉ

solo en Jerusalén. El lugar para reunirnos había sido fijado en Betania. Yo tenía así que salir todas las tardes.

Privado de noticias desde algún tiempo me acerqué a la casa de mis amigos con mucha aprensión. José de Arimatea me recibió con expansión de alma y noble devoción de Espíritu. Me acompañó por todas las partes en que teníamos que ser vistos, como iniciadores de la libertad y de la verdad, de que todos tenían sed y cuya expresión todos deseaban. José era ahora de mi parecer, pero contaba con que se obtendría el objetivo sin que nosotros sucumbiéramos materialmente en la empresa.

Respeté la ilusión de mi amigo, porque si hubiera intentado destruirla, la indecisión de José habría cansado mi alma y tal vez debilitado mi resolución. Me hacían falta testimonios de las laboriosas manifestaciones de mí Espíritu. — ¿Qué me importaba, después del éxito moral, la ruina material? — ¿Qué me importaba un poco más o un poco menos de celebridad en el presente, si sólo me preocupaba el porvenir?

“El sacrificio de Jesús, me decía, no comprendido en el momento de su realización, será más tarde un llamado hacia la resignación, hacia el sentimiento de la fe, hacia el desahogo del alma y hacia la paz del corazón para todos los infelices. Por grande que sea la soledad de Jesús ahora y el silencio de la historia contemporánea, su personalidad habrá dictado leyes de fraternidad y de amor a todos los hombres y esas leyes serán inmortales.”

Por medio de José conocí a muchos personajes importantes y a Marcos, de quien hablaré más tarde.

Nicodemus era un rico vecino de Jerusalén. Me acordaba de sus liberalidades, cuando yo vivía separado de mi familia y

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Que me había comprometido como revolucionario. Fuí a su casa. Él, la esposa, sus hijos, sus hermanos, toda su familia me recibieron con la más grande cordialidad. Amplia hospitalidad, ternura activa, armonía de corazón y de voluntad. — ¡Cuán dulce y consolador es el honraros por medio del recuerdo!

Hermanos míos, acusando a los depositarios de la autoridad religiosa, a los depositarios de la ley, a los afortunados y poderosos yo tenía en vista tan solo reformas sociales. Glorificando la pobreza, exhortando a los ricos a sacrificar los bienes de la Tierra para conquistar los tesoros de la luz de Dios, yo estaba convencido que el Espíritu se emancipa cuando sufre el martirio de la pobreza, con la sabiduría y con la resignación; y mi desprendimiento de las riquezas tenía su razón de ser en mis observaciones de la debilidad humana y por las vergüenzas inherentes a los goces carnales. Pero entonces como ahora yo sabía que en todas las clases se encuentran naturalezas fuertes, dignos mandatarios, Espíritus independientes capaces de hacer germinar los designios de Dios, y mis amigos me hacían bien la justicia de tomarme por un filósofo religioso y no por un utopista o soñador.

Mis parábolas respecto de los malos ricos y de la participación de los pobres a la majestuosa felicidad del cielo, tenían todos los caracteres de estrechez que me imponían las condiciones de los Espíritus, y las figuras de Lázaro como la de Abraham me eran familiares para hacer resaltar la justicia de las represalias y la participación de los grandes hombres, que veneraba el pueblo hebreo, en las manifestaciones de esta justicia.

“Lázaro, abreviativo de Eleázaro, era un nombre muy esparcido en la Judea, y Abraham a quien la leyenda convertía en un padre desnaturalizado, un sacrificador impío, representaba ante los ojos de estos hombres crueles, en la infancia espiritual, la idea de la obediencia pasiva y el modelo de las virtudes religiosas.

“Lázaro, el pobre, cubierto de úlceras, recogía las migajas que caían de la mesa del rico, y el rico, lleno de alegría y rodeado de numerosos comensales, aleja sus miradas del pobre y cierra su corazón a toda piedad.

“La muerte cae sobre el rico y el pobre. El rico sufre los tormentos sufridos ya por el pobre, y mucho más, puesto que del fondo de la Gueenna, en donde se encuentra encerrado

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Retumban sus alaridos. Después su voz se enternece suplicando una intercesión.

“El cielo se abre, pero tan sólo para aumentar los sufrimientos del rico. Lo divisa a Lázaro y después de esta visión, las tinieblas se cierran a su derredor.”

Por Gueenna yo quería significar un lugar lúgubre, sinónimo de

infierno. La palabra Gueenna era aún más expresiva que la de infierno en algunas localidades.

En la época a que hemos llegado, hermanos míos, mi posición podía permanecer estacionaria todavía por mucho tiempo. Por lo que me convenía crear una escuela y esperar, en medio de luchas sordas, y pacientes un nuevo estado de cosas. Mis amigos así me lo aconsejaban. Se decían mis discípulos y me hablaban sin descanso de las aspiraciones del pueblo hacia la libertad, del odio del pueblo en contra de la familia sacerdotal que reinaba entonces. Pero yo no quería apoyarme en probabilidades aun que no fuesen tan sólo aparentes, y tenía que garantirme en contra de la vergüenza de escudarme detrás de la amistad, salvaguardando mi vida a expensas de mis aspiraciones espirituales mientras era necesario el afirmar mi título de Mesías con la fuerza de la publicidad de mis enseñanzas, así como mi título de Hijo de Dios, con la aureola del martirio.

José, y con él algunos hombres de buena voluntad que comprendían mi doctrina, cuyos preceptos divulgaban, tuvieron que someterse a mi resolución cuando se demostró que no era posible cambiarla por medio del razonamiento. José, y con él algunos hombres de buena voluntad que me rodeaban en Jerusalén, me amaban y me daban pruebas diarias de ello. Después de haberme abierto el camino de los honores populares me defendieron en contra de los odios de casta. Después de haberme defendido en contra de los devotos y de los hipócritas, intentaron defenderme del furor de las muchedumbres. Después de mi muerte se apoderaron de mis restos mortales, con la intención de honrarlos mediante piadosas demostraciones y ahorrar una profanación a mi memoria, que hacía probable la creencia en mi resurrección corporal, divulgada por fanáticos, a quienes los acusadores y los negadores de Jesús, Hijo de Dios, hubieran querido darles un grosero desmentido.

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Mis amigos, pues, no fueron culpables de ninguna maquinación, pero preferían dar pábulo a la superstición antes que abandonar mi cuerpo a la posibilidad de una mancha, sin duda insignificante delante de la razón, pero dolorosa para el alma penetrada de la emanación humana, para el mismo Espíritu conmovido aún por los acentos fraternales.

Di libre curso a mis pensamientos, cada vez más desprendidos de la vida de relación y libres de los temores humanos. Mis formas oratorias tomaron desde estos momentos una gran semejanza con las negras imágenes y proféticas amenazas de Juan. Me separé repentinamente de esa dulce y plácida expresión del semblante, que me atraía la confianza y el afecto de mis oyentes, de esa dicción llena de humildad y de benevolencia, que cicatrizaba las heridas del alma y provocaba las resoluciones del Espíritu. Lancé anatemas, no ya como antes, en medio de transiciones hábilmente desarrolladas y medidas, fijas, por así decir, en todos mis discursos. La dureza de mis afirmaciones con respecto de los tormentos de la vida futura tenía el propósito de poner de manifiesto los excesos de la fuerza bruta, erigida en lugar del derecho común. Yo acometía en contra de todas las alturas, quemaba todos los ideales, desalojaba todas las autoridades, denunciaba todas las potestades de la Tierra ante las iras de mi Padre predilecto.

“Mi reino no es de este mundo. Los que quieran seguirme deben distribuir todo lo que poseen entre los pobres. Felices de los que se empobrecen voluntariamente; la luz los acompaña y la fuerza los sostiene; la gracia los colma y la virtud los corona. Yo soy el consuelo y el maná celeste; la luz y el pan de vida.

“Los que creerán en mí vivirán en la abundancia, el que huya de los honores del mundo, recibirá honores en la casa de mi Padre.

“Quien quiera que ame a los hombres como a sus hermanos, será recompensado, pero los egoístas, los orgullosos y los hipócritas, los patrones y los poderosos del mundo serán maldecidos y arrojados como leña seca en el fuego eterno.

“Se oirán gritos y rechinar de dientes, blasfemias y quejidos; mas Dios permanecerá sordo a todos los ruidos de las tinieblas y la paz de los justos no se verá turbada.”

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Asocié a mi gloria futura mis discípulos más íntimos, pero hacia depender el cumplimiento de mis promesas del cumplimiento de sus deberes.

“Os reconoceré, les decía, si habréis prestigiado mis doctrinas con vuestras obras y habéis sembrado virtudes con vuestros ejemplos, más, que con vuestras palabras; si me habréis honrado con la humildad y pobreza de vuestra vida, con la marcha hacia Dios de vuestros Espíritus y con vuestro amplísimo amor para con todos los hombres.

“Anunciad mi ley, pero dad al mismo tiempo pruebas de vuestras esperanzas, despreciando los bienes de la Tierra y diciendo como yo: nuestro reino no es de este mundo.

“Acostumbraos a defender a vuestro Maestro, poniendo en práctica lo que él mismo puso en práctica. El ejemplo impone la fe y produce el respeto, mucho mejor que las bellas armonías del lenguaje y que las más sólidas demostraciones de Espíritu a Espíritu. Los dones del Espíritu son improductivos cuando no emanan de la ciencia adquirida en un estado de pureza de intención y de seguridad de vistas; son efímeros cuando no determinan cada vez mayormente la emancipación de la fe y del amor

Predicad mi doctrina, pero sostened válidamente el derecho que tenéis para predicarla. Este derecho consiste en el abandono de toda supremacía humana y en el sacrificio completo de vuestros intereses terrestres.

Os daré fuerzas para triunfar de vuestros enemigos y mi casa será vuestra casa; pero si vosotros os volvéis prevaricadores de la ley, me retiraré de vosotros”.

Mis discípulos me alcanzaron y rodeado de todos ellos fué como yo me hice de un círculo de oyentes en el Templo, y principalmente en las dependencias del Templo Entre ellos había más denunciadores que verdaderos creyentes

La costumbre de esos tiempos, hermanos míos, era la de que los hombres colocados en evidencia por su erudición e inclinación del Espíritu a las cosas públicas, se viesen honrados con atención de los otros hombres, en todas las circunstancias que les permitieran establecer nuevas ideas y sostener una opinión ya formulada. En el Templo las piadosas demostraciones eran seguidas a menudo de

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Discusiones científicas y de atrayentes conferencias, pero esas discusiones científicas y esas conferencias de alto valor no tenían por lo general al pueblo como testigo. El pueblo prefería los análisis rápidos de lo que había tenido lugar en las asambleas, en las mismas asambleas, y la multitud, es decir, el pueblo menos iluminado pero más impresionable, se alimentaba de emociones en los sitios públicos, y principalmente en las galerías del Templo, en donde se encontraban reunidos los accesorios de una devoción ignorante y de excitación hacia todos los atractivos banales de la curiosidad y de la vanidad humana. Como simple jefe de escuela, yo habría podido inspirar confianza en los hombres más letrados del pueblo, exponiéndoles el extracto de las doctas asambleas y no mezclando, sino con prudencia, a las opiniones de cada uno las expansiones de mi propio Espíritu; mas el sentimiento de mi destino era demasiado dominante en mí, para que yo me sometiera a la lentitud de un éxito paulatino (ya hablé de ello al referirme a las instancias de mis amigos al llegar a Jerusalén). Y me coloqué en frente de los odios y de las venganzas.

La ley judaica no representaba a mis ojos sino el código grosero de un pueblo esclavizado por las fuerzas especulativas de dos aristocracias: la de la inteligencia, guardiana severa de la superioridad relativa; la de la materia libre, luchando sin descanso por los derechos que dan y conservan la posesión del mando feroz. Usurpación de clases privilegiadas, acciones restrictivas de la libertad del Espíritu humano, creado para la libertad, fanatismo degradante, devotas impiedades, holocaustos sacrílegos, delaciones e hipocresías, yo empleaba para combatirlos todo el ardor de mi alma, todas las potencias de mi voluntad, todos los recursos de mi Espíritu, a través de las vergüenzas morales y de las vituperables exacciones.

Me sostenía en ese ardor del alma calculando los pocos instantes de vida que me quedaban y alimentaba y mantenía vivas esas energías de mi voluntad, esos estremecimientos de cólera en el recuerdo y la contemplación de delictuosos deseos de contagiosas depravaciones, de cobardías y de asquerosidades humanas. Las dependencias del Espíritu me inspiraban un profundo disgusto por la humanidad entera. No decía ya: “Acatad la ley del César”, sino:

No hay más que una ley y ésa es la que yo os traigo. Todos los hombres son iguales y tienen que dividirse entre ellos todos los bienes de la Tierra”.

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La continua tensión de mi Espíritu hacia los honores espirituales me ocultaba lo que estas enseñanzas tenían de defectuoso; y después de dieciocho siglos no, veo todavía el mundo de mis aspiraciones sino mediante la óptica de mis esperanzas.

Hermanos míos, la dependencia de los Espíritus de la Tierra tendrá lugar hasta el momento de su elevación en la jerarquía de los Espíritus de la patria universal, y hagamos resaltar aquí la aberración del Espíritu de Jesús, aberración propia de todos los Espíritus adelantados, a objeto de examinar las causas y los efectos de estas aberraciones. La desproporción de luces espirituales de un Espíritu, con la situación temporal de este Espíritu en la naturaleza carnal, establece luchas y transiciones que se parecen a turbaciones intelectuales.

El Espíritu oprimido por una ciencia que se excede de la fuerza de concepción de los que lo rodean, desvía a menudo su mirada de los horizontes luminosos y deja invadir su pensamiento por las combinaciones de un orden material, para asociar fuerzas diferentes hacia la consecución de un objetivo, si no glorioso inmediatamente, al menos aprovechable para una gloria futura. El Espíritu honrado por productivas alianzas en el pasado, de visiones y de realidades llenas de promesas en la hora presentes camina con paso seguro, especialmente en medio de las dificultades y de las insidias que le crean y le sublevan en su contra los ignorantes y los perversos. En seguida este Espíritu desfallece y no recobra su coraje mas que convulsivamente y se arroja en las extravagancias de las ideas de acuerdo con las opiniones de los hombres y da a la linterna que posee las dimensiones de una tea incendiaria. Así procedió el Espíritu de Jesús en los últimos años de su vida de Mesías.

Para que la aplicación de los preceptos de igualdad y de fraternidad tengan fuerza de ley, en un mundo, es necesario que la mayoría de los Espíritus de ese mundo estén penetrados de la misma fuerza moral para conseguir idéntico fin. Conviene que la espiritualidad se encuentre muy por encima de la materialidad y que esta se encuentre libre de todas las deprimentes formas de conservación, así como de todas las estrechas modalidades del gusto y de los deseos. 1

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1 Quiere decir que no lo domine el apego a la vida material, sino que se encuentre superior

al instinto de conservación y a todas las atracciones, gustos y deseos de la vida de los sentidos. — O. R.

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En una palabra: La ley de Dios en su expresión más pura no puede ponerse en práctica sino por Espíritus perfeccionados, que se encuentran en un medio también perfeccionado.

Jesús era, pues, un mal Espíritu cuando decía: Todos los hombres son iguales y deben dividirse los bienes de la Tierra.

Jesús, y después de él todos los que han pronunciado esta máxima se han equivocado de fecha: Jesús y todos los que querían o quieren el desarrollo de una humanidad., no debían y no deben, en ninguna circunstancia, determinar acciones con teorías no apropiadas a la inteligencia de los miembros de tal humanidad. Permanezcamos firmes, hermanos míos, sobre las ideas procreadoras del porvenir; hagamos resplandecer en la soledad de nuestra alma el rayo de oro que ha de calentar todas las almas; pero no arrojemos nuestras esperanzas, nuestra ciencia, nuestra felicidad como juguete de los estudios juveniles y procuremos no exponer la llama en los parajes en que sopla el vendaval.

El porvenir empieza a la hora siguiente, preocupémonos en saber medir bien la parte de cada hora. No confiemos nuestros tesoros sin saber antes a quien los entregamos; no introduzcamos en el mundo la confusión de las, lenguas; hablemos de conciliación y de esperanza a todos, pero hablemos de libertad tan sólo con los sabios. La fraternidad sin la luz de la fe es imposible. El amor separado de la fraternidad universal no es más que un simulacro de amor. Descubridlo a Dios, ya lo sabréis adorar. Descubrid vuestro destino y os amaréis los unos a los otros y Dios os amará. Consultad la moral que se desprende de la ley de Dios y despedazad las armas homicidas, en nombre de la fraternidad de los pueblos.

Siempre existirán pobres y ricos, jefes y subordinados en el mundo Tierra, pero la emancipación gradual les dará a todos la comprensión, y de la emancipación completa surgirá el bienestar general.

Jesús tenía que contemplar con impaciencia el espectáculo de la falsa devoción, de la incuria moral de las ilógicas creencias, del embrutecimiento de los Espíritus y trataba con dureza en las galerías del Templo a los detentadores de los pobres animales, destinados al suplicio, a los mercaderes de objetos fútiles, de muestras de amuletos, de sortilegios y de pretendidas imágenes religiosas.

“Vosotros convertís la Casa de mi Padre en una caverna de ladrones, decía él; y tiraba al suelo los bancos, juntando el furor del gesto con la cólera de la voz y de las miradas”.

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Los corrompidos hipócritas lo hacían sufrir aún más y no les perdonaba en ninguna circunstancia.

“Vosotros sois sepulcros blanqueados. El ojo de los hombres no se detiene sino en las apariencias; pero Dios ve la podredumbre que reina bajo de

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