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EMPIRISMO INGLÉS

In document I DEL SIGLO XIX AL SIGLO XX (página 60-63)

EL FENOMENALISMO Y SUS FORMAS

B. EMPIRISMO INGLÉS

En la misma dirección que el positivismo francés opera el empirismo inglés, sólo que en éste lo psicológico ocupa el primer plano de atención, tanto en el campo de investigación como en el método. Los hombres que llevan la dirección son J. Stuart Mill y H. Spencer. Ambos han ejercido un poderoso influjo en el pensamiento posterior. Ahora todo el mundo siente comprometido su prestigio si no se apresura a declarar que lleva como base de trabajo la experiencia.

Stuart Mill

John Stuart Mill (1806-73) quiere ver lo positivamente dado tan sólo en las percepciones momentáneas. No se dan, según él, ni esencias objetivas, ni valideces intemporales, ni contenidos o actividades aprióricas del entendimiento. Lo que elabora la ciencia es exclusivamente el material de la experiencia, y su método es necesariamente la inducción. Stuart Mill interpreta la experiencia a la luz de la teoría asociacionista entendida psicologísticamente.

Lógica inductiva. Lo que particularmente le interesa en ese terreno es la lógica. El cometido de ésta es una elaboración ulterior de nuestras intuiciones sensibles. Porque no todo en nuestro conocimiento es percepción inmediata. Estas percepciones intuitivas son ciertas y contra ellas no hay apelación posible, pero no siempre tenemos a nuestra disposición tales intuiciones inmediatas. Mucha parte, más aún, la mayor parte de nuestro saber, lo obtenemos mediante deducciones (inferences). Efectivamente, después de una serie de observaciones particulares, queremos siempre establecer conceptos y leyes generales. Pero ley implica siempre una conexión y dependencia entre un A y un B, C, etc. ¿Cómo se realizan nuestras uniones de ideas? Hume fijó ya ciertas leyes de asociación, pero no las tuvo por objetivas, y consecuencia de ello fue quedarse en el escepticismo.

Stuart Mill quiere ahora mostrar los pasos legítimos y seguros en nuestras deducciones. Esto le ha merecido el título de padre de la lógica inductiva. Para él, ésta es tanto como teoría de la ciencia. El subtítulo de su obra A System of Logic, Rationative and Inductive, Londres 1843; versión cast.: Sistema de lógica inductiva y deductiva, Madrid 1917, expresa claramente la intención de Stuart Mill de tocar los fundamentos de la demostración y de la investigación científica. Ciertamente, para la técnica de la investigación en las ciencias naturales, en la psicología, sociología, ética y política, Stuart Mill establece excelentes reglas, especialmente con el montaje metódico del experimento; todo lo cual ha contribuido en buena medida a modernizar la lógica y a procurarle nueva estima.

Las principales reglas son las siguientes: l.ª Método de concordancia: Si dos o más casos, en los que tiene lugar un fenómeno, tienen una única circunstancia común, ésta es causa o efecto de aquel fenómeno. 2. Método de diferencia: Si dos casos contienen un fenómeno W siempre que se da la circunstancia A, y no lo contienen si A falta, W depende de A. 3.ª Método combinado de concordancia y diferencia: Si varios casos, en que está presente A, contienen un fenómeno W, y otros casos, en que no está presente A, no contiene W, A es condición de W. 4.ª Método de los residuos: Si W depende de A = Al A2 A3, mediante la comprobación de las dependencias de A1 y A2, queda también averiguado en qué grado depende W de A3. 5.ª Método de las variaciones concomitantes: Si un fenómeno W cambia siempre que cambia otro fenómeno U, de modo que todo aumento o disminución de U va acompañado de un aumento o disminución de W, W depende de U.

La base fundamental de estas reglas es el paso de datos particulares a proposiciones generales. En eso consiste lo substancial de la inducción. Pero esto es sólo posible bajo la suposición de una constancia y fijeza en el curso de la naturaleza. Este principio, sin embargo, no está probado ni es demostrable por mera inducción. Por este lado se queda el nuevo método en la fundamental posición de Hume de que toda experiencia es una costumbre. Consiguientemente, Stuart Mill ha superado a Hume en cuanto a la táctica, no en cuanto a los principios. El psicologismo de Hume no es suprimido, sino simplemente continuado en línea recta por el empirismo de Stuart Mill. La nueva técnica no debe engañarnos sobre este punto.

Ética utilitarista. Algo parecido encontramos en el terreno de la ética. También aquí se mueve Stuart Mill por las vías del eudemonismo y utilitarismo inglés abiertas por Hume. En el orden práctico hay que reconocer a los utilitaristas valiosas iniciativas, sobre todo en lo concerniente a los problemas sociales extremadamente actuales y vivos en la Inglaterra del siglo XIX. El «leit- motiv» es siempre la idea de felicidad. Aumento del placer, disminución del dolor, fue la consigna favorita.

No será difícil su aplicación si tomamos a ojo esa medida, sobre poco más o menos. Pero ¿qué ocurrirá si un buen día un tirano reparte sobrada ración de arroz a una multitud largo tiempo hambrienta, la hace con ella «más feliz» y promete abastecerla en adelante de arroz a condición de entregársele a él todos como esclavos? ¿No se planteará algún día necesariamente la pregunta de si el comer arroz constituye la felicidad total del hombre? ¿Qué es propiamente felicidad? Esta cuestión de principio ha hallado en Stuart Mill una respuesta tan poco satisfactoria como la otra pregunta: ¿qué es experiencia?

Traducir experiencia por costumbre y felicidad por placer no es sino dar una respuesta en extremo provisional.

Spencer

Herbert Spencer (1820-1903) es el segundo representante destacado del empirismo inglés decimonónico. Es también uno de los abanderados de las dos grandes consignas del siglo: la evolución y el progreso.

Evolución. La evolución no es para Spencer un resultado de leyes o ideas como en Hegel, sino que constituye, ella misma, la esencia de toda la naturaleza, la cual, como una fuerza primitiva, produce todo de sí, cuanto se da en el reino inorgánico, en el orgánico y en el espiritual. Creeríamos escuchar a un metafísico y no a un positivista declarado. Spencer no necesita de factores especiales, v.g., la selección natural, como Darwin y otros los admitieron en el mundo orgánico. Bastan el mundo material y el sucesivo cambio para impulsar el progresivo devenir de formas, siempre nuevas, en las que lo indeterminado se va gradualmente determinando; admite, sin embargo, la herencia de cualidades adquiridas. La evolución es un principio cósmico, pero afecta de una manera especial al hombre. En primer lugar, porque también la evolución da una explicación de todo lo humano. Las verdades y valores del hombre, las que se denominan aprióricas, no son más que experiencias genéricas heredadas, que se van mejorando progresivamente. Con ello tenemos lo segundo, a saber, que la evolución debe ser una llamada al hombre para un progreso ulterior. Lo mismo que nuestro actual conocer y valorar se ha desarrollado a partir de un conocer y un valorar que en el fondo observamos ya en el animal, por ejemplo, en la mirada fiel del perro a su amo, así debemos nosotros a nuestra vez avanzar hacia nuevas y superiores verdades y valores.

Con esto se pone Spencer en la misma línea de Darwin y Haeckel. Constituyen conjuntamente el ya popular triunvirato del ideal de la evolución y progreso del siglo XIX.

Progreso. Pero, nos preguntamos nosotros, aun admitiendo que los factores hechos famosos por Spencer basten para explicar el avance en el desarrollo de nuevas formas, ¿de dónde le viene el derecho de explicar este progreso, no como un mero avance, sino específicamente como una continua superación y encumbramiento, de modo que las formas nuevas sean necesariamente mejores? ¿Sabe Spencer hacia dónde va lanzado todo este proceso ascendente? A nosotros nos ocurre pensar que un Agustín, un Cusano, un Leibniz, a base de su contención eidético-teleológica del ser, tuvieron pleno derecho para subscribir una teoría optimista de la evolución. Para un empirista, en cambio, la teleología no pasa de ser, a tenor de la Crítica del juicio, de Kant, un «como si», no llega a ser una realidad. Le faltan las medidas obligantes del valor, ya que no admite más que lo fáctico, y, por consiguiente, mirada la cosa más a fondo, tiene que resultar sumamente problemática esta evolución en mejor. Es verdad que a nuestra mirada superficial sobre lo que nos rodea aparece hartas veces como evidente esta evolución hacia arriba. ¿Quién no designará como un efectivo progreso in melius el vapor, el ferrocarril, el auto, el avión, el teléfono, el telescopio, etc.?

Tal fue la reacción instintiva del hombre moderno desde que Bacon lanzó la consigna de montar la ciencia como instrumento para el dominio de la naturaleza y para hacerla servir y aliviar la suerte del hombre, y desde que, con

un optimismo desbordado, se puso el renacimiento a buscar en el hombre y en su ilimitada metamorfosis la universalidad de todos los valores. R. Turgot en su Discours sur 1'histoire (1750) y A. Condorcet en su Esquisse d'un tableau historique des progrés de 1'esprit humain (1794), convirtieron esto en teoría central de la filosofía de la historia; la historia es cultura y civilización; su sentido es perfeccionar la existencia del hombre. Ésta fue también la persuasión de Marx y Engels y de todos los socialistas, y, desde luego, de los utilitaristas ingleses. Así se llegó a una convicción general arraigada en el hombre moderno sobre su propia definición y su historia. «Esta idea de la civilización - escriben C. A. y M. R. Beard en The American Spirit (1942) - encierra un concepto de la historia como lucha del ser humano en el mundo por el perfeccionamiento individual y social, por lo bueno, lo verdadero y lo bello contra la ignorancia, el mal y las asperezas de la naturaleza física, contra las fuerzas de la barbarie en los individuos y en la sociedad.» Es sintomático, a este respecto, el hecho de que en el proceso de tecnificación de la Unión Soviética se repite a cada momento la palabra progreso. Es una asociación de ideas que tiene toda la sugestividad de un iudicium per se notum adherido a lo más medular de la autoconciencia del hombre moderno. Y así es comprensible que Spencer, todavía bajo la impresión de los «destellos» de la Ilustración y de los adelantos científicos y técnicos de su siglo, pudiera creer en el progreso al unísono con todo su tiempo.

Pero desde aquellas fechas la ciencia y la técnica han descubierto nuevos aspectos. El desarrollo de los acontecimientos políticos y sociales del tiempo más cercano a nosotros, la «masificación» del hombre, las amenazadoras concentraciones de poder de diversa índole, el pavoroso potencial de destrucción de la guerra, fenómenos todos concomitantes de los adelantos de la ciencia y civilización modernas, dibujan un tétrico horizonte de inseguridad, abierto por el hombre, en el que peligran el hombre y la misma tierra. Esto nos hace palpar ahora lo precipitado que fue creer que el curso de la historia, que el mismo hombre hace, puede caracterizarse, sin más, como progreso.

C. POSITIVISMO Y NEOKANTISMO ALEMANES

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