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Estadio 1: el estado de naturaleza o el “paraíso de la pura sensibilidad”

Capítulo 2. El diagnóstico de la época y la narración histórica

2.4. Ficción histórica y verdades profundas

2.4.1. Estadio 1: el estado de naturaleza o el “paraíso de la pura sensibilidad”

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“[…] en lo sucesivo la verdad se nos anuncia ya a nosotros como una interioridad. […] Para obrar bien no nos es necesario remitirnos al «ser inmenso» oculto bajo el velo; es dentro de nosotros mismos donde encontraremos la conminación a hacerlo. Debemos apoyarnos en las certezas internas que no son

conocimientos objetivos, pero que no por ello dejan de ser certezas absolutas. La ley de la conciencia, que es a la vez razón universal y sentimiento íntimo, nos ofrece un apoyo inconmovible” (Starobinski 1983: 97-98; cursivas nuestras).

97 “His own effort may be viewed as the despairing quest for unity by a man who accepted neither the Christian correlation of individual and historical destiny in the Last Judgment nor the secularist assurances of natural harmony so much in vogue about him” (traducción nuestra).

tan sólo un acto animal. Una vez satisfecha la necesidad, los dos sexos no se reconocían y el propio hijo sólo estaba junto a la madre en cuanto no podía pasarse sin ella.

Tal fue la condición del hombre naciente; tal fue la vida de un animal limitado al

principio a las puras sensaciones y aprovechándose apenas de los dones que le ofrecía la naturaleza, lejos de pensar en arrancarle nada. (Segundo Discurso, II, 162; cursivas nuestras)

El “hombre naciente” no conoce otro sentimiento que el de su propia existencia y su única inclinación natural (espontánea, inmediata, prerreflexiva) consiste en mantenerla. Deberíamos aquí ser incluso más precisos –como lo es el propio Rousseau al final de la cita– e intercambiar la palabra “sentimiento” por “sensación”, porque hay indicios en este pasaje que nos señalan que aún no se ha despertado el corazón, con el cual vendrán propiamente los sentimientos. La reproducción, por ejemplo, está “desprovista de todo sentimiento del corazón”, es tan solo una necesidad instintiva para conservarse. Tanto es así que, luego del acto sexual, el “macho” no reconoce más a la “hembra”; la “cría”, por su parte, se queda con la madre solo por el tiempo en que no pueda sobrevivir por sí misma, luego de lo cual vendrá el olvido (olvido de la madre; del padre no ha tenido ningún contacto, no tiene ninguna “sensación”, no existe). El “hombre naciente” es, pues, un “animal limitado”: “Percibir y sentir será su primer estado común con todos los animales; querer y no querer, desear y temer serán las primeras y casi las únicas operaciones de su alma […] sus deseos no pasan de sus necesidades físicas […]”; “El espectáculo de la naturaleza se le torna indiferente a fuerza de hacérsele familiar: es siempre el mismo orden […]. Su alma, que no es agitada por nada, se entrega al único sentimiento de su existencia actual […]” (Segundo Discurso, I, 133-134, 135; cursivas nuestras). El “hombre naciente” no solo está limitado, también está solo: está entregado (¿encerrado?) por entero a sí mismo; no reconoce a los demás, tampoco los necesita (salvo en los casos en que está en juego su propia existencia o conservación). En ese sentido, tampoco necesita del lenguaje, de la comunicación; reina el silencio.

El estado de cosas que nos describe aquí Rousseau es bastante singular y uno no se siente inclinado de inmediato a conferirle un valor positivo. Pero debemos hacerle caso a Rousseau y no caer en el error de sus contemporáneos: no juzguemos el estado de naturaleza a partir de ideas surgidas de la sociedad98. Lo que Rousseau señala aquí, de manera hipotética99

98 El carácter ambiguo del estado de naturaleza es reforzado también en el Ensayo: “De allí las contradicciones aparentes que se observa entre nuestros antepasados: tanta naturalidad y tanta

[…] ¿quién no ve que todo parece alejar del hombre salvaje la tentación y los medios

de dejar de serlo? Su imaginación no le pinta nada, su corazón tampoco le pide nada. Sus modestas necesidades se encuentran tan fácilmente a su alcance y está tan alejado del grado de conocimiento preciso para desear la adquisición de otras mayores que no puede tener ni previsión ni curiosidad. (Segundo Discurso, I, 135; cursivas nuestras) Es precisamente la limitación del estado de naturaleza la que resguarda al hombre natural del progreso de la historia y del avance de las ciencias: “En el limitado horizonte del estado de naturaleza, el hombre vive en un equilibrio que aún no le opone ni al mundo ni a sí mismo. No conoce el trabajo (que le opondrá a la naturaleza) ni la reflexión (que le opondrá a sí mismo y a sus semejantes)” (Starobinski 1983: 37). En ese sentido, el hombre no está estrictamente “solo”, en tanto que no sabe distinguirse de lo que lo rodea; tampoco está ahogado en un profundo silencio, pues la sensación colma directamente todo su espacio. “El hombre no sale de sí mismo100

“Pero bien pronto aparecieron dificultades y fue preciso aprender a vencerlas […]” (Segundo Discurso, II, 162; cursivas nuestras): la altura inalcanzable de ciertos árboles, el enfrentamiento con algunos animales salvajes… Todas estas son aún dificultades naturales que el hombre, igualmente, aprende a afrontar con los recursos de la naturaleza: “Las armas naturales, que son las ramas de los árboles y las piedras, se encontraron bien pronto bajo su mano. Aprendió a vencer los obstáculos de la naturaleza, a combatir en la necesidad a los restantes animales, a disputar su , no sale del instante presente; en una palabra, vive en lo inmediato” (Starobinski 1983: 38). No hay noción del tiempo, del transcurrir, de modo que la historia propiamente dicha aún no ha comenzado. Es “el paraíso de la pura sensibilidad”… “[…] hasta que nuevas circunstancias provoquen en él nuevos desarrollos” (Segundo Discurso, I, 133; cursivas nuestras).