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LA EVALUACIÓN DE LA CONDUCTA ADAPTATIVA ICAP (Inventario para la Planificación de Servicios y Programación Individual)

En 1843, Voisin desarrolló una escala de valoración de la conducta adaptativa (Leland, Shelhaas, Nihira y Foster, 1967 y Montero, 1999:45), pero es a Doll (1953) con su obra “Vineland Social Maturity Scale” a quien se le reconoce como fundador de las bases de la evaluación de la conducta adaptativa (Montero, 1999:45).

Sin embargo, fueron dos proyectos en hospitales de los EEUU a principios de la segunda década del siglo XX los que se consideran como punto de partida de la historia reciente. El primero en el “Pacific State Hospital Project”, en el que investigaciones centradas en el papel que tenían aspectos sociales en el diagnóstico de retraso mental ponía de manifiesto que tanto en las escuelas públicas como en personas pertenecientes a minorías étnicas o con nivel socioeconómico bajo se daba una alta tasa de este diagnóstico en comparación con niños de raza blanca o nivel socioeconómico alto. Estos estudios llevaron a considerar la necesidad de una instrumentación para una evaluación sin sesgos.

En 1969, el mismo hospital junto con la Universidad de California, Riverside (UCR) llevaron a cabo el desarrollo la Escala ABIC (Adaptative Behavior Inventory for Children) que sirvió de prototipo para medir la capacidad del niño para desempeñar roles sociales en contextos fuera de la escuela reglada. El segundo, se desarrollo en el hospital Parson State en colaboración con la AAMR y se centró en la población adulta con retraso mental institucionalizada que concluyó con la creación de la Adaptative Behavior Scale.

El principal motivo del interés por la medición de la conducta adaptativa fue buscar una alternativa al coeficiente de inteligencia que se entendía como una medida global de la conducta humana (Windmiller, 1977) y en consecuencia una alternativa al test de inteligencia (McCarver y Campbell, 1987). No obstante, fue la inclusión de la conducta adaptativa, durante la década de los sesenta a ochenta, en el diagnóstico de retraso mental, por parte de la AAMR, que generó la necesidad de evaluarla.

Las instituciones para personas con retraso mental sirvieron como marco ideal para realizar las primeras pruebas para evaluar la conducta adaptativa ya que en estos centros se intentaba precisamente enseñar conductas idóneas para una adaptación social de las personas con discapacidad intelectual.

Meyers et al, (1979) exponen dos características de los instrumentos ideados en estas instituciones: por un lado se evitaban las consideraciones de Doll ya que destacaba su aspecto práctico y por otro, estaban muy bien estructurados por áreas e ítems que eran mucho más densas que las propuestas por Doll. Por otro lado se ha de considerar que a diversos entornos diferentes demandas, de ahí la necesidad de recoger algunas conductas tanto básicas como deseables en diversos entornos (Leland, 1983).

En la 9ª definición de la AAMR propuesta por Luckasson et al, (1992) el término de conducta adaptativa será sustituido por el de habilidades adaptativas con la intención de poder operacionalizar el constructo. Además se pretendía que aunque las anteriores definiciones Sin embargo, las áreas que se propusieron (comunicación, cuidado

personal, vida en el hogar, habilidades sociales, utilización de la comunidad, autogobierno, salud y seguridad, habilidades académicas funcionales, tiempo libre y trabajo) carecían, en los análisis factoriales que se llevaron a término, de la consistencia necesaria para considerarlas como áreas con identidad propia. A raíz de las anteriores consideraciones el término de conducta adaptativa volvió a ser restituido en la 10ª definición de retraso mental expuesta por la AAMR (Luckasson et al, 2002).

Esta nueva incorporación adopta el enfoque triádico de la inteligencia y tal y como exponen Verdugo et al, (2010:66) en su artículo “La Conducta Adaptativa en Personas con Discapacidad Intelectual” a partir de la definición del 2002 se suman cinco puntos importantes para la evaluación de la conducta adaptativa en personas con discapacidad intelectual:

1) La naturaleza multidimensional del constructo: conjunto de habilidades sociales, prácticas y conceptuales.

2) El incremento de la complejidad con la edad, hasta que llega a estabilizarse. 3) La dependencia de las demandas del contexto/grupo cultural.

4) Reflejo del comportamiento cotidiano, típico y no el funcionamiento máximo a alcanzar en una determinada tarea.

5) La evaluación debe ser crítica para aquellas personas que presentan limitaciones ligeras en su funcionamiento intelectual.

Cabe subrayar que, a consecuencia de los análisis factoriales efectuados, se elimina la dimensión “competencia física y motórica” en cuanto se refiere a conducta adaptativa, ya que su evaluación se debe realizar dentro de la dimensión de “salud” (Thompson et al, 1999, Harries, Guscia, Kirby, Nettelbeck y Taplin, 2005 y Navas et al, 2010). Asimismo, no se contempla en la evaluación la “conducta desadaptativa” debido a la irrelevancia para el diagnóstico de discapacidad intelectual la presencia de una enfermedad mental (Schalock et al, 2007, Schalock et al, 2010). Tal y como afirma

Tassé (2012:50), “la presencia o ausencia de comportamientos desadaptativos presenta una escasa relación con el funcionamiento adaptativo de una persona”.

Navas et al, (2010:30-31) cita el énfasis que se produce a partir de las consideraciones anteriores:

1) “Las limitaciones significativas en conducta adaptativa representan uno de los tres criterios para establecer el diagnóstico de discapacidad intelectual.

2) Los resultados en conducta adaptativa a menudo se entienden como un criterio a tener en cuenta en la planificación de intervenciones.

3) La consecución de habilidades de conducta adaptativa se incluye como objetivo en adaptaciones curriculares.

4) Las medidas de conducta adaptativa actúan como indicador de la efectividad de una intervención/programa.

5) Las medidas de conducta adaptativa se convierten en ocasiones en un determinante de la elegibilidad de los servicios a los que acudirán las personas con discapacidad intelectual”.

Así mismo, siguiendo la definición de Luckasson et al, (2002), los instrumentos que deben emplearse para medir la conducta adaptativa han de ser psicométricamente válidos, centrarse en los términos del enfoque tríadico de las habilidades y estar estandarizados en personas tanto con retraso mental como sin él. El fin que se persigue es conseguir un instrumento estandarizado que permita a los profesionales considerar las limitaciones existentes en conducta adaptativa y establecer sistemas y niveles de apoyo.

Las limitaciones significativas en conducta adaptativa se operacionalizan como: “un desempeño que se encuentra aproximadamente dos desviaciones típicas por debajo de la media en uno de los tres tipos de habilidades adaptativas: conceptuales, sociales y prácticas” (Luckasson et al, 2002:76, Schalock et al, 2010:43). Esta definición

operacional se aleja de la estipulación clásica de corte en pro de unas limitaciones significativas que se basan en la media y desviación típica de la población de referencia (Tassé, 2012).

Este criterio se adopta, en primer lugar, por la falta de precisión de los tests estandarizados que existen. En segundo lugar, se resta énfasis en una puntuación de corte de estricta interpretación. En tercer lugar, se precisa cuando se define la palabra “significativo” al relacionarlo con la medida en que las puntuaciones se alejan de la media poblacional. Y, en cuarto lugar, se evita la asunción de que todos los instrumentos estandarizados han de contemplar una media de 100 y una desviación típica de 15 (Tassé, 2012). En esta línea Schalock (2010) manifiesta la necesidad de considerar el error estándar de medida del instrumento utilizado en una evaluación de la conducta adaptativa de una persona (Tassé, 2012).

Existen, en la actualidad, más de 200 pruebas que evalúan la conducta adaptativa aunque sólo cuatro se consideran válidas en contextos ingleses (Tassé et al, 2008): Vineland Adaptive Behavior Scales-II (Sparrow, Balla y Cicchetti, 2005), Adaptive Behavior Assessment System-II (Harrison y Oakland, 2003), Scales of Independent Behavior-Revised (Bruininks, Woodcock, Weatherman y Hill, 1996) y AAMR Adaptive Behavior Scale-School Edition (Lambert, Nihira y Leland, 1993).

Para evaluar la conducta adaptativa en el contexto español existen dos pruebas que se han adaptado a esta población. El primero y más reciente es la Escala de Diagnóstico de Conducta Adaptativa (DABS) desarrollada por Tassé, Schalock, Balboni, Bersani, Borthwick-Duffy, de Valenzuela, Spreat, Thissen, Widaman y Zhang, (2008) y que se estaba adaptando a la población española por Verdugo, Arias y Navas en el 2011.

La segunda, es el inventario ICAP (Inventory for Client and Agency Planning; Bruininks, Hill, Weatherman y Woodcock, 1986 y adaptada por Montero en 1994, 1996 y 1999) cuyos autores definen como: un instrumento estructurado que sirve para valorar distintas áreas del funcionamiento adaptativo y de las necesidades de servicios

de una persona. El ICAP puede utilizarse para registrar información descriptiva, diagnóstico actual, limitaciones funcionales, destrezas de conducta adaptativa, problemas de conducta, estatus residencial, servicios de rehabilitación y de apoyo, actividades sociales y de tiempo libre. Su propósito principal es contribuir a una evaluación inicial, orientación, seguimiento, planificación y evaluación de servicios para personas con deficiencias, discapacidades o para ancianos (Bruininks et al, 1986, citado por Montero, 1993:74 y 1999:82 y Verdugo, 2009:56). Así pues, este instrumento es aconsejable para saber los aprendizajes alcanzados de las personas que están recibiendo un servicio, seguir los problemas de conducta que puedan tener o la idoneidad de los apoyos recibidos.

El ICAP evalúa: destrezas motoras, destrezas sociales y comunicativas, destrezas para la vida personal, destrezas para la vida comunitaria, comportamiento autolesivo o daño de sí mismo, hábitos atípicos y repetitivos-estereotipias, retraimiento o falta de atención, heteroagresividad o daño a otros, destrucción de objetos, conducta disruptiva, conducta social ofensiva y conductas no colaboradoras.

La evaluación de la conducta, que realiza este instrumento, permite extraer aquellos posibles mecanismos cognitivos que aún poseyéndolos, el sujeto no los puede manipular, provocándole una adaptación conductual. Y que deben ser tratados con anterioridad a la aplicación de una terapia rehabilitadora que intente enseñar objetivos relacionados con la cognición y que sirva para desarrollar una actividad inclusiva.

El ICAP es un instrumento habitualmente utilizado no tan sólo en los centros ocupacionales de Cataluña, sino también en otros servicios como los de residencias o viviendas para personas con discapacidad intelectual. Los motivos de esta utilización generalizada, a la falta de una escala mejor como la Escala DABS que está en su último proceso, radica en que es un instrumento adaptado a la población española, es rápido de administrar y fácil de cuantificar. Por esta causa será utilizado como instrumento de la investigación en la presente tesis.

INSTRUMENTOS DE MEDIDA DE LA CALIDAD DE VIDA.