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Capítulo 2 Fundamentación teórica

2.2 Las tres grandes dimensiones de una propuesta de formación valoral:

2.2.1.3 Filosofía política: ¿Qué se entiende por educación?

Para iniciar este apartado es importante precisar la concepción de la Educación. Término muy en concordancia con las filosofías predominantes en el campo educativo, ya que de la concepción que se tenga de la educación depende la orientación que se den a los propios procesos formativos y el papel que se adjudique a los agentes que participan en ellos.

Desde tiempos inmemoriales se ha establecido una anfibología con relación al significado del término Educación: Si se desprende del verbo latino Educo, de donde se desprende educare, significaría “alimentar”; pero si parte del verbo latino educere (Real

a afuera. A través de los estudios y aportaciones realizadas por especialistas en este terreno, se pudiera rebasar las diferencias conceptuales para precisar posturas conciliatorias que fundamenten científicamente el doble proceso que se efectúa en el sujeto de la educación al momento de ser educado; porque indudablemente que la educación lo alimenta, al tiempo que extrae de él lo mejor de sus potencialidades (Schmelkes, 2004).

Shultz (citado por Elizondo y Almaguer, 2003, Pp. 22) expresa que educar significa “extraer o sacar de una personal algo potencial y latente que tiene dentro de sí; significa desarrollar moral y mentalmente a una persona, de manera que se haga sensible a las alternativas y opciones individuales y sociales, y que sea capaz de actuar de acuerdo con ellas”. Esta concepción tiene su origen en los planteamientos de grandes pedagogos como Rosseau, Pestalozzi, Herbart y Dewey (Savater, 2004) y nos lleva replantear el acto de educar como un preparar a las personas para que sean competentes en cualquier ámbito de la vida en el que se desempeñen, concepción que se considera sin referir a la concepción didáctica que determinó la praxis de esta concepción en algún momento histórico determinado. Aspecto que se considera como un ámbito a ser desarrollado en le escuela primaria por el PIFCyÉ.

Otro planteamiento que refuerza la concepción anterior es el de Durkheim (Citado por Almaguer y Elizondo, 2003, Pp. 9), al sostener que la educación “tiene por objeto suscitar y desarrollar en el individuo cierto número de estados físicos, intelectuales y morales que le exigen la sociedad política en su conjunto y el medio especial, al que está particularmente destinado; en síntesis, se encarga de formar al ser social”, desde una concepción contructivista en el marco de la didáctica crítica.

Por su parte, para Colom y Núñez (Citado por Ramírez, 2001, Pp. 17), educar es “creer en las capacidades del educando –por tanto conocerlo y estudiarlo para saber cuáles son estas capacidades y cómo se ponen en activo- al mismo tiempo que confiar en la bondad de los métodos e instrumentos educativos que en manos de un educador pueden lograr y facilitar la tarea educativa”. Pablo Latapí, va más allá al precisar una pregunta de fondo como búsqueda

de respuestas a las grandes utopías del siglo veintiuno: ¿Qué es una buena educación? (Latapí, 2006, Pp. 41). Según el mismo autor existen cuatro rasgos de una buena educación, que “resumen a mi manera de entender una educación deseable (…) y pueden ser vertientes de reflexión en la eterna búsqueda del para qué de la educación” (2006, Pp. 42):

Lo primero que valoro en una buena educación es el carácter (…). Carácter era para los griegos uno de los primeros significados de la palabra ethos: la disposición moral de la persona, su temperamento y compostura, el conjunto de sus convicciones o de las virtudes y actitudes adquiridas. (…). Carácter, por tanto, es una palabra-síntesis que comprende valores, principios, hábitos y maneras de ser de la persona; expresa la asimilación consciente de que la vida conlleva un imperativo de autorrealización y aceptación del esfuerzo como necesario. (…). Una buena educación debiera dejar la convicción de que la vida es para algo” (Latapí, 2006, Pp. 43).

Otro rasgo es la Inteligencia, ya que “pertenece sin duda al concepto de un hombre educado el haber desarrollado su inteligencia. (…). La inteligencia debe ser educada” (Latapí, 2006, Pp. 45). En tercera instancia el autor hace referencia a los sentimientos: Los griegos utilizaron la palabra metis para describir la relación cuasi-intrínseca entre inteligencia y

sentimiento, “esa palabra designaba un conjunto de actitudes, sentimientos o juegos del espíritu que acompañan la actividad de pensar” (2006, Pp. 45), de tal manera que si se sitúa esta dicotomía en la cotidianidad del proceso de aprendizaje en la persona, se puede afirmar que “pensamos con el corazón, al grado que no aceptamos como verdaderas sino aquellas cosas que previamente hemos amado. (…) Los sentimiento invaden los territorios de la inteligencia y una buena educación debiera incluir la conciencia de este hecho” (Latapí, 2006, Pp. 45).

Tal es la relación entre la razón y los sentimientos, que Lonergan ha constituido un estudio sobre lo que en teoría ha llamado el insight (Schmelkes, 2004). Edgar Morín en su libro

Los siete saberes necesarios para la educación del futuro, menciona que, “la afectividad puede asfixiar el conocimiento, pero también puede fortalecerlo. Razón y emoción se apoyan y necesitan. Alimentan y previenen los errores y las ilusiones” (2001, pp. 27).

El último de los cuatro rasgos planteados por Latapí es, la libertad. “Educar para la libertad posible y para la libertad responsable es finalidad ineludible de una buena educación;

por ella nos instalamos en el mundo ético, donde nos construimos a nosotros mismos y construimos con otros la sociedad” (2006, Pp. 48).