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La Higiene en México, estudio clave para el proyecto urbano/arquitectónico revolucionario

revolucionario

La higiene en la capital fue sin duda una de las reivindicaciones155 que los primeros gobiernos Revolucionarios, y los que los continuaron, asumieron como prioritaria en el

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Antonio Cortés, La arquitectura en México. Iglesias. Obra formada bajo la dirección de Genaro García, México, Talleres de Imprenta y Fotograbado del Museo Nacional de Arqueología, 1914, p. 2

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José Juan Tablada, “México tiene tesoros de arte colonial”, el Mundo Ilustrado, T.II, núm.24, México, 14 de diciembre de 1913, en Xavier Moyssén, La Critica de Arte en México 1896-1921, México, Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Estéticas, Tomo I, 1999, p. 628

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Ramón Vargas, “Las reivindicaciones históricas en el funcionalismo socialista” en Apuntes para la historia y crítica de la arquitectura mexicana del siglo xx: 1900-1980, v.1 y 2, México, Instituto Nacional de Bellas Artes, Cuadernos de Arquitectura y conservación del Patrimonio Artístico (20-21), 1982

orden urbano/arquitectónico. Era más que notorio el estado de insalubridad que guardaban algunas zonas de la ciudad de México a inicios de la Revolución en contraste con aquellas que se habían mostrado en las Fiestas del Centenario y que habían engalanado los festejos. Evidenciar esos contrastes y con ello el fracaso del “antiguo régimen” por proveer de una vida mejor a todos los mexicanos, así como terminar con el mal que aquejaba a la capital, fueron las razones que impulsaron al ingeniero Pani a emprender el estudio sobre la higiene en la ciudad de México, tan significativa y determinante para la vida de los capitalinos y el desarrollo del país.

La imagen urbana trasmitida a propios y extraños a finales del porfirismo se centraba en las calles de 5 de Mayo, Plateros, 16 de septiembre, Tacuba y avenidas como la Juárez y Reforma, en sus nuevas zonas de expansión como en las colonias Juárez, Cuauhtémoc y Roma, y por supuesto en sus novedosos palacios y edificios públicos que tanto la embellecían como la mostraban actual y renovada. Estas imágenes evidenciaban la dotación de servicios como el transporte público, la energía eléctrica; el equipamiento urbano de calles pavimentadas de asfalto, banquetas, jardines y camellones con árboles y zonas de esparcimiento, en general una infraestructura que de manera indirecta mostraba la higiene que imperaba en ellas.

Sin embargo, la imagen difundida fue relativamente ficticia. Es verdad que durante el porfirismo hubo una fuerte inversión en construcción de servicios y de infraestructura tendientes a mejor la calidad de vida de los capitalinos. Las obras de drenaje y las de abastecimiento de aguas fueron de las más importantes, como se vio en el capítulo anterior, ocupando la atención del mismo presidente de la República y la participación de cientos de profesionistas y empresarios que invirtieron cuantiosas sumas de dinero para que la capital estuviera tan equipada como las mejores del mundo. No había duda que a finales del siglo XIX la capital había transformado su fisonomía y quiérase o no fue la imagen con la que se identificó al porfirismo y con la cual también lo hicieron muchos mexicanos, como Alberto J. Pani.

Antes de la Revolución, los agentes de la producción urbano/arquitectónica se abocaron a la construcción de esas dos gigantescas obras que la capital demandaba para su higiene desde la época virreinal. La ubicación geográfica de la ciudad de México, en una cuenca endorreica, la hacía proclive a inundaciones constantes debido a que no

contaba con las características naturales que hicieran que sus aguas residuales fluyeran a los ríos aledaños que las condujeran al mar. Los efectos de las lluvias adquirían dimensiones catastróficas cuando las aguas se estancaban y permanecían en ella por largo tiempo; peores situaciones se vivieron cuando las aguas que la inundaban provenían del Lago de Texcoco. La diferencia de niveles entre la ciudad de México y el Lago había permitido por muchos años que las aguas de desecho fueran depositadas al Lago, pero el continuo hundimiento del suelo de la capital hizo que casi estuvieran al mismo nivel, al grado que, cuando ocurrían fuertes lluvias que aumentaban el nivel del agua del lago, éste se desbordaba en la ciudad inundándola de aguas negras, de sus propios desechos.

Esta característica tan particular de la ciudad hizo impostergable la construcción del Gran Canal ya que en gran medida su falta de higiene se debía a las constantes inundaciones. Y si bien fue cierto que las obras contribuyeron al saneamiento también hay que decir que gran parte de ellas fueron mejor aprovechadas por los sectores que contaron con los recursos para introducir el agua potable y conectar el drenaje de sus residencias, lugares de trabajo y esparcimiento. Buena parte de esos sectores se localizaron al poniente de la capital, zona que por otro lado estaba considerada como la más salubre por sus condiciones geográficas. Así, no es de extrañar que a pesar de las grandes inversiones en infraestructura, los beneficios de éstas hayan llegado sólo a unos miles y no a la mayoría de los capitalinos. Por eso es que, aún con ellas, las condiciones antihigiénicas prevalecían en innumerables lugares de la capital de toda índole, accesorias, fábricas, expendios de comidas, mercados, rastros, plazas públicas y en la mayoría de las viviendas.

La situación en el porfirismo se explicaba en razón de la pobreza de los habitantes y su falta de “educación”, pues existía el consenso de que “con educación”, el pueblo aprendería hábitos de higiene que ayudarían a elevar la calidad y el tiempo de sus vidas. Esto, sin embargo, no fue suficiente para considerar que también lo malsano de muchas zonas se debía a la localización geográfica de la ciudad entera y de la ubicación particular de las mismas, lo que favorecía la propagación de enfermedades contagiosas y defunciones que podían ser evitadas. En su calidad de promotor de obras, el gobierno licitó algunas para pavimentar colonias populares y exhortó a empresarios a construir viviendas higiénicas para ser rentadas a obreros o empleados de escasos recursos,

favoreciéndolos, claro está, de la exención de los impuestos correspondientes. En general puede decirse que durante el porfirismo se anotaron las condiciones de higiene de los barrios bajos, de las colonias y establecimientos de la capital; hubo registros pormenorizados y análisis que detectaron las causas y las posibles medidas para remediar las malas condiciones higiénicas. Las frecuentes revisiones a los Códigos Sanitarios fueron implementadas para controlar, mejorar y obligar a los habitantes y dueños de establecimientos y de negocios a preservar las condiciones higiénicas para garantizar la salud de todos, pero ante la falta de supervisores, la negligencia de muchos de ellos y la corrupción de autoridades, el asunto parecía no prosperar. Llegó a proponerse inclusive que colonias enteras, como La Bolsa, debían destruirse por sus malas condiciones físicas para la vida que a la vez originaban actitudes antisociales entre sus miembros y la falta de moral.

La higiene fue tan importante en el proceso modernizador que se estableció una disciplina propia, científica, ejercida por profesionistas educados en ella, los higienistas o médicos higienistas. Desde finales del siglo XVIII, pero más a mediados del XIX, los gobiernos mexicanos apoyaron la implementación de la higiene y aplicaron los conocimientos más avanzados en este rubro en las principales ciudades del país y en los conglomerados de ciertas densidades de población. La Higiene era una disciplina que no sólo se limitaba a “indicar los medios para evitar las enfermedades y saberse precaver de la influencia de los medios”, sino que estaba relacionada con la idea de la superación personal y la formación de más y mejores individuos tanto en el aspecto físico como en el intelectual y moral.

“Conservar la salud del individuo, dice Proust, prevenir la enfermedad y retrasar el instante de la muerte, no es sino una parte de la misión que debe proponerse el higienista. Su fin debe ser más elevado y su programa debe confundirse con aquel que resume todas las aspiraciones de la humanidad todas esas tendencias hacia un perfeccionamiento continuo y definido, y que se formula en una solo palabra: progreso” 156

Los primeros profesionistas en el mundo moderno que se abocaron a estudiar la disciplina de la higiene desde el punto de vista científico y social fueron los médicos, y la importancia social, cultural y política de esa profesión aumentó tanto como la de los

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ingenieros durante el siglo XIX. Dentro del rubro de las profesiones, los médicos constituían uno de los grupos más numerosos. El primero lo conformaban los abogados, el segundo los ingenieros y el tercero los médicos. Dentro de los círculos sociales y familiares de los personajes que se tratan en esta tesis había médicos. El abuelo del ingeniero, el italiano Ricardo Pani fundador de la familia en el país y el padre de Carlos Obregón Santacilia, Lauro Obregón, lo eran. Los médicos al igual que los ingenieros y arquitectos integraban las comisiones que regulaban la administración pública. El médico Eduardo Liceaga junto con el ingeniero Roberto Gayol solucionaron la red de drenaje para la ciudad, eran integrantes del Consejo de Salubridad y por si fuera poco proyectaron el Hospital General. Como dato anexo que hace ver las redes sociales y profesionales, el doctor Eduardo Liceaga y Lauro Obregón eran amigos, se frecuentaban dentro de los círculos familiares al grado que el doctor fue padrino de bautizo de Carlos Obregón Santacilia.

Los médicos conformaron en México las comisiones gubernamentales destinadas a reglamentar los Códigos Sanitarios que normaban la construcción de los establecimientos dedicados a la salud, beneficencias y hospitales, así como el ejercicio de ciertos trabajos, pero más importante, establecieron parámetros valorativos de la habitabilidad de los lugares públicos y privados: “los edificios del Mercado Terán y el Parián, tienen buenas condiciones higiénicas en relación con el objeto al que están destinados” advirtió el médico Jesús Díaz de León al analizar los principales edificios de Aguascalientes157. La higiene en efecto se convirtió en una categoría valorativa de la arquitectura y del urbanismo, conocida dentro de los círculos intelectuales del porfirismo. Junto con la aspiración a una sociedad mejor educada para participar del progreso conformó el imaginario moderno de aquellos que vivieron el fin del siglo. Con ellos traspasó aquel momento histórico y permaneció en quienes se auto representaron después como revolucionarios, en quienes serían los promotores de la que se consideró nueva arquitectura del siglo xx, como fue Alberto J. Pani.

Hay una notable diferencia, sin embargo, entre los estudios sobre la higiene del siglo XIX con los que se producen durante la fase armada de la Revolución y después. Si se realiza un análisis comparativo entre la Higiene en México (1916) de Alberto J. Pani y

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Apuntes para el estudio de la higiene en Aguascalientes (1894) del médico Jesús Díaz de León, maestro de Alberto en el Instituto Científico y Literario de Aguascalientes, se advertirá esa diferencia tanto como las continuidades conceptuales que ambas generaciones comparten y que a la vez estaban siendo trasmitidas a las nuevas que se preparaban en los recintos académicos, la de Carlos Obregón Santacilia, Carlos Tarditi y de José Villagrán García.

Ambos estudios revelan la preparación positivista, científica, de sus autores. Tanto el médico como el ingeniero se apoyaron en los estudios que hasta el momentos se habían realizado en las disciplinas convergentes con la higiene, los avalados por la comunidad científica del medio nacional y los expuestos en los medios extranjeros, para lo cual el conocimiento de idiomas como el inglés, francés e italiano fue más que necesario. Al basarse en los conocimientos generados en las comunidades científicas europeas y estadounidenses participaban de la cultura occidental y con ello en la construcción del mundo moderno.

En ambas épocas la higiene era un indicador de progreso material, espiritual y moral de los habitantes, así como del lugar físico. La ciudad, el pueblo o la vivienda que se caracterizara higiénica obtenían otro status o rango ya que con ella se medía “el grado de civilización de un pueblo”. Representaba la educación de sus habitantes y en gran medida las buenas costumbres que se aspiraba tuvieran toda la población. Las revistas, magazines, periódicos y manuales que leían familias de mediana y alta cultura reconocían el “status” de sus lectores por qué tanto habían incorporado la “limpieza”, “higiene” y buenas costumbres en sus hábitos cotidianos. “La clase media se representó socialmente como un grupo limpio”158 y con ésta caracterización también se identificaron los gobernantes, pues como se ha dicho, éstos provenían de esos sectores.

Además, referidos a la política moderna -el promotor de ambos estudios fue el gobierno- una característica de ella era la de promover la “igualdad” entre los ciudadanos, que visualizada en el orden de las garantías individuales, establecía el derecho a la salud y a la educación de los integrantes de la sociedad, entre otras medidas. Los gobiernos mexicanos que se representaron portadores de las ideas de democracia, igualdad y

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Angélica Herrera Basterra y Ma- Eugenia Ponce Alcocer, “La limpieza, una práctica de identidad social de la clase media mexicana del siglo XIX” en Historia y Grafía, revista semestral del Departamento de Historia de la Universidad Iberoamericana, Núm. 19, año 10, 2002, p. 45

fraternidad impulsaron dentro de sus políticas la atención a la higiene de los lugares así como la de los pobladores. Es por eso que el gobierno de Madero, también democrático, participó de aquella preocupación de sus antecesores y en este sentido fue su continuador.

Los términos y conceptos empleados por Díaz de León y por Pani en sus respectivos estudios comparten estas nociones, sin embargo, en el del segundo se advierte un cambio significativo. Éste se refleja en la manera como trata la higiene con respecto a los sectores bajos o populares. En ello recae que el estudio del médico se considere bibliografía porfiriana mientras que el Pani sea parte ya del acervo revolucionario.

“Y considerada en sus mismos elementos ¿que cosa es la higiene, sino el concurso de todas las ciencias que se relacionan con la vida del hombre, para aprovechar en su beneficio todos los elementos de la naturaleza con sujeción a las leyes que rigen al mundo físico y al mundo orgánico?”159

El ingeniero Pani inició su investigación sobre la Higiene cuando ocupó su segundo cargo con el presidente Madero y lo terminó cinco años después, con Venustiano Carranza.

En los años que median entre 1913 y 1918 sucedieron acontecimientos en la vida de Pani que le llevaron al exilio y a unirse al grupo político que comandaba Carranza que enriquecieron sus relaciones interpersonales, su visión del país y la pluralidad de la gente. Entre las personas que lo acompañaron al exilio estaba Martín Luis Guzmán. Conoce e interactúa con Francisco Villa y la gente que lo secunda, trata con políticos poco escrupulosos. Se establece por breve tiempo en Nueva York y Chicago, entabla negocios con extranjeros para la causa revolucionaria, se percata de la imagen de la Revolución, de los mexicanos y de la cultura en Estados Unidos. Es tesorero de la nación y director de los ferrocarriles constitucionalistas y entre todo, aprovecha sus pocos ratos libres para estudiar economía y sociología y de la reestructuración del mundo occidental después de la Primera Guerra Mundial y la manera de ejercer el presupuesto público.

La reunión de estas experiencias y acontecimientos le dotó de una perspectiva privilegiada del complejo fenómeno que era México y su Revolución que se manifiesta en Higiene en México; en sus términos y enfoques se encuentra definida la ideología revolucionaria, misma que era ya trasmitida a mexicanos y extranjeros.

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En efecto, entre 1913 y 1917, acontece lo que a nivel histórico se ha caracterizado como la etapa más cruenta de la Revolución, lo que hizo que los que antes se identificaban políticamente con los postulados de Madero se fraccionaran y se reubicaran en diferentes facciones, con otros líderes políticos/sociales, acordes a sus intereses. Al parejo de los acontecimientos políticos que son de sobra conocidos como el golpe de Estado de Victoriano Huerta, el asesinato de Madero y del vicepresidente Pino Suárez, el levantamiento zapatista desconociendo al gobierno usurpador, la separación de Francisco Villa de ejército Constitucionalista a mando de Venustiano Carranza, la fallida Convención de Aguascalientes, la toma de la ciudad de México por parte de zapatistas y villistas, las constantes amenazas del gobierno norteamericano de invasión al territorio ya por el ataque de Villa a la ciudad norteamericana de Colombus o porque aquellos veían amenazados sus intereses económicos, y el triunfo del movimiento Constitucionalista, la población civil participaba con ideas y proyectos que nutrieron a la Revolución y conformaban su ideología e imaginario. Algunas ideas en torno al mejoramiento social se radicalizaron así como el papel que el pueblo adquiriría en la nueva política/cultura mexicana; muchas de estas ideas estaban nutridas por el socialismo y anarquismo que en Europa y en Estados Unidos se propagaban a raíz del inicio de la primera guerra mundial y de la revolución Rusa.

Gerardo Murillo, Dr. Atl, a quien el ingeniero Pani conocía desde su infancia en Aguascalientes coincidió con él en el ejército pre-constitucionalista. El pintor afirmaba que “Nuestra Revolución, es una revolución social, la revolución social más grande de nuestros tiempos” en la que se luchaba por altísimos principios de justicia y por necesidades económicas más que por principios políticos. Si para conseguirlos había que destruir “instituciones, las leyes, los prejuicios, (y) los intereses creados” se haría con tal de no permitir “modificaciones parciales o contemplaciones debilitantes”; se luchaba por los “principios que nos darán el bienestar material y la libre acción de la inteligencia, las dos más grandes conquistas a que puede aspirar el género humano”160

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Gerardo Murillo (Dr. Atl), “La importancia mundial de la Revolución Mexicana”, en Folleto de las Conferencias Públicas en el Teatro Arbeu, México, Confederación Revolucionaria, 1915, p.5 y p. 16. Gearado Murillo había permanecido en Europa de 1911 a 1914. en esa estancia conoció la primera etapa de la pintura futurista además de concebir su primer proyecto de la ciudad ideal para las artes. Olga Sáenz, “Los panoramas esotérico en la modernidad” en Cuadernillo de Síntesis de la ponencia presentada en el XXXI Coloquio Internacional de Historia del Arte, El Futuro, p. 11

“Nosotros no estamos delante de un problema ideológico, estamos delante de necesidades reales que es necesario analizar firmemente, sin miedo. Es indispensable encontrarles, no una solución arbitraria, según el deseo de tal o cual grupo, sino según las necesidades ineluctables de la Nación toda entera” 161 Para 1915 se había conformado la idea de que la Revolución era apoyada por el pueblo, la masa, y en consecuencia la población civil para obtener un futuro bienestar, un trabajo remunerado y constante, el pan y la felicidad para todos, “por estos ideales ha combatido el pueblo mexicano”162 En medio de la sociedad civil el movimiento político fue reconstruido como social, era el medio para implantar la justicia y el progreso de los mexicanos. En el movimiento se depositaron las aspiraciones sociales de tal forma que se le exigió tomar el papel de salvador del pueblo, “los progresos que la evolución no pudo