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Identidad y comunidad: el valor del patrimonio inmaterial para la recreación de la memoria colectiva.

Ejes conceptuales para la Educación Patrimonial

CAPÍTULO 1: MARCO TEÓRICO.

I. 1. Memoria, identidad y comunidad: fundamentos en la conceptualización del patrimonio desde una mirada educativa.

I.1.3. Identidad y comunidad: el valor del patrimonio inmaterial para la recreación de la memoria colectiva.

Yo sé que existo porque tú me imaginas. Soy alto porque tú me crees alto, y limpio porque tú me miras con buenos ojos, con mirada limpia. Tu pensamiento me hace inteligente, y en tu sencilla ternura, yo soy también sencillo y bondadoso. Pero si tú me olvidas quedaré muerto sin que nadie lo sepa. Verán viva mi carne, pero será otro hombre —oscuro, torpe, malo— el que la habita...

(González, 1956, p. 21)

―Yo existo porque tú me imaginas‖, cobra fuerza esta afirmación cuando nos referimos a identidades y a las relaciones emocionales entre las mismas. En el apartado anterior hemos venido a desarrollar la idea de la creación de la identidad como parte del patrimonio cultural. Una estrecha correlación entre memoria, patrimonio e identidad, realzando los valores individuales que ahora ponemos en relación entre ellos para reflexionar acerca de la memoria colectiva.

Existo porque tú me imaginas‖, soy, porque tú me crees, me recuerdas, piensas

en mí, y en esas relaciones es donde existe el otro, la alteridad, y donde se establecen relaciones y lazos entre diversas identidades, pero con mismos valores comunitarios. Una comunidad se forma de ideas y valores representativos que generan vínculos entre los individuos, puntos en común entre diferentes personas que pertenecen a un mismo espacio, territorio, a un mismo núcleo, o bien, que comparten o han compartido una misma realidad.

―La memoria es una facultad individual, pero los colectivos también recuerdan. Lo hacen a través del recuerdo. Para ello, le atribuyen un valor simbólico a elementos del paisaje, crean artefactos para el recuerdo (monumentos, memoriales), establecen rituales para el recuerdo o crean narraciones que dan cuenta de acontecimientos significativos del pasado. Todo esto actúa como procedimientos para sintonizar a los miembros del grupo, para hacer que recuerden lo mismo, que sientan formas similares, que generen las mismas actitudes, que sus formas de actuación estén coordinadas, que compartan la misma moral. En definitiva, que pasen de ser

56 un conjunto de individuos a construir una comunidad, de ser un conjunto de

yoes a ser un nosotros‖ (Rosa, 2006, p. 45).

Siguiendo con estas consideraciones, presentamos un concepto de patrimonio cultural basado principalmente en el concepto de memoria, bien individual, bien colectiva, pero ambas crean identidades, de carácter individual, o bien identidades como pueblo, como comunidad. Existen diferentes mecanismos para formar parte de una comunidad, pero es el patrimonio el que vincula a los individuos y genera esas conexiones. De esta manera, si tomamos como ejemplo el patrimonio inmaterial, las tradiciones, las costumbres, observamos de una manera quizás más directa, cómo una comunidad se crea como tal, y cómo a través de la conservación de este patrimonio se perpetúa la misma idea de comunidad y valores comunitarios.

En un mundo globalizado y una sociedad que tiende a lo efímero, y a las relaciones y vínculos emocionales de carácter líquido (retomando la idea de una modernidad líquida, tomada de Bauman y ya expuesta con anterioridad), entendemos que la fluidez de los líquidos contrasta con la solidez.

Una solidez representada en forma de comunidad, una comunidad que otorga un punto de anclaje y arraigo que nos sustenta en el fluir de la vida. En este sentido, los valores comunitarios, no solamente los relacionamos con el concepto de comunidad como un conjunto de identidades que tienen valores en común, o bien, un patrimonio común, como puede ser un territorio, una lengua, etc. ; entendemos el concepto comunidad como un concepto más amplio y complejo, entendido desde las relaciones entre las personas. Por ello, una comunidad puede ser simplemente una familia, con valores comunes, con relaciones intergeneracionales que reafirmen un patrimonio común, una identidad colectiva, creada a partir de las relaciones entre los miembros de esa ―comunidad‖.

Una comunidad, por ejemplo, puede albergar otro tipo de núcleos, bien una aldea, un pueblo, una región, una comunidad, creando de este modo relaciones locales, autonómicas, nacionales, etc.; siempre, bajo una idea común, un patrimonio común, este patrimonio puede hacer referencia a valores intangibles e inmateriales, como tradiciones, fiestas, una lengua, una historia común, recuerdos, al fin y al cabo, que crean una memoria comunitaria o colectiva. Valores simbólicos y representativos de un colectivo. Nuestra vida como seres sociales incluye una serie de manifestaciones culturales que en muchas ocasiones se realizan en comunidad, fortaleciendo las relaciones y compartiendo un patrimonio común que, en su acción de conservación y recuperación, ya muestra unos valores comunes proyectados sobre el mismo.

57 Siguiendo esta idea, en la modernidad líquida de Bauman, el concepto de comunidad no tendría el sentido que le otorgamos, puesto que representaría, como venimos afirmando, esa idea de desarraigo y valores identitarios efímeros.

―Hay gran conmoción en torno de la necesidad de comunidad porque cada vez resulta menos claro si hay o no evidencias de las realidades que la ―comunidad‖ alega representar, y en el caso de que existieran, no se sabe si su expectativa de vida justificaría que se las tratara con el respeto que las realidades imponen. La valiente defensa de la comunidad y el intento de devolverle el favor que le negaron los liberales jamás hubieran existido si el arnés que une a sus miembros con una historia, costumbres, lenguaje o educación común no se deshilachara más cada año. En la etapa líquida de la modernidad, sólo existen arneses con cierre relámpago, su éxito de ventas se basa en la facilidad con la que uno puede ponérselos a la mañana y quitárselo a la noche (o viceversa)‖ (Bauman, 2003, p. 180).

Como citábamos con anterioridad, Bauman concreta una etapa líquida de la modernidad, donde el concepto de comunidad tiene unos vínculos como ―arneses con cierre relámpago‖, que se fundamentan en la ―facilidad con la que uno puede ponérselos a la mañana y quitárselo a la noche‖, un concepto de comunidad con vínculos efímeros, vínculos a los que se refieren como una historia, costumbres, lenguaje o educación común. Por nuestra parte, consideramos que quizás la necesidad de reforzar esos vínculos parte de una autoconciencia de un patrimonio común que habría que conservar como conformador de una memoria colectiva.

Umberto Eco (1998) argumentaba que cuando se pierde la memoria se pierde la identidad, por eso las sociedades han de contar con sistemas que permitan mantener y comunicar la memoria, puesto que ―nuestra identidad se fundamenta en la larga memoria colectiva‖ (p. 263). Es interesante reforzar esta idea a partir de la cual, el individualismo, y la creación de la propia identidad se genera a partir de las relaciones comunitarias, de la pertenencia a un núcleo, un grupo, o bien una comunidad más amplia.

Existen distintos tipos de memoria, relacionados con distintos aspectos de la identidad. Por un lado, está ―la cualidad de mundo-interior‖, y el trato en primera persona con el pasado que sustenta nuestras identidades como sujetos permanentes de experiencia; por otro, están las prácticas públicas, las prácticas en ―tercera persona‖ del recuerdo colectivo, vitales para nuestra identidad como sujetos de vidas vividas en el espacio social. A pesar de ambas conexiones entre la memoria individual

58 y la memoria colectiva o social, desde el punto de vista psicológico, se ha tendido a subordinar la dimensión social de la memoria a la individual, considerándola como la noción primaria. No obstante, existen otras teorías, que consideran que toda memoria, aun en sus aspectos personales más íntimos, está imbuida en lo social (Bakhurst, 2000).

Somos como somos dependiendo del espacio de cotidianeidad en el que hemos nacido, somos por cuanto nos han transmitido. Valores, ideas, pensamientos, reforzando cada una de las relaciones personales y sociales que hemos ido estableciendo a lo largo de nuestras vidas. El legado y herencia de unos valores familiares nos han hecho pensar de una determinada manera, ir fundamentando una identidad que se ha forjado también al amparo de la colectividad, no solamente como un proceso continuo de autoaprendizaje, sino a partir de un patrimonio legado desde nuestros abuelos, pasando por nuestros padres, así como el resto de miembros de una comunidad que, elegidos por ellos, han influido y determinado nuestra vida, nuestra memoria y patrimonio común.

Por consiguiente, el relato de las abuelas como sustancias patrimoniables, se revelan como potencias simbólicas que relacionan el ayer, el hoy y el devenir. Son la propia ciudad, la propia sociedad, la propia cultura, la propia humanidad que invisiblemente da sentido a toda manifestación visible. Son energías mágicas y enigmáticas que vivifican, son memorias vivas que potencian la vida social de todos los días. Por ende, su hablar es causa ancestral, es patrimonio vivo e intangible que mueve, que gestiona afectivamente todos los dinamismos ordinarios. (Falcón, 2010, p. 3).

Según las palabras del profesor Falcón Vignoli (2010), se reafirma la idea del relato de las abuelas como una sustancia patrimoniable, un hilo que conecta el ayer, el hoy y el porvenir, hilvanando memorias e identidades que crean una red social como núcleo de una pequeña comunidad, que se amplía en la interacción social, con acciones que entendemos educativas a través o a partir del patrimonio cultural, entendido este bajo las múltiples aristas del trinomio memoria, identidad y comunidad.

Por tanto, el refuerzo de las conexiones entre los miembros de una sociedad, el establecimiento de un vínculo mayor, donde se refuerce el valor como comunidad, es posible recrearlo a partir de una educación patrimonial que genere relaciones entre las personas y el citado patrimonio común o memoria colectiva. En este sentido, entendemos que una comunidad será fuerte en los vínculos establecidos entre sus miembros cuando sus valores se conecten de manera multidireccional entre los

59 individuos que la forman, pero también, en una conexión que la conecte con los valores patrimoniales desde el pasado, generando por ello una continuidad hacia el futuro.

―Y uno de los perfiles imprescindibles para desembarcar venturosamente en el porvenir es la plena conciencia del origen. Para decirlo mejor, la total vigencia de la memoria. Esa que nos identifica, nos dice quiénes somos y qué buscamos, nos torna irremplazables como comunidad, no por ser mejor ni peor que ninguna otra, sino por ser distinta y, por tanto, capaz de integrarse, complementariamente, con otros pueblos hermanos en busca de un futuro mejor para todos. Quien no sabe de dónde viene no puede conocer hacia dónde va‖. (Schiavoni, 2005, p. 8).

En el prólogo de la obra Memoria e identidad. Cultura y pensamiento. Las paralelas del destino, de Sbarra Mitre, encontramos trazada la idea de la conciencia del origen, retomamos de nuevo la idea de la memoria, que hemos venido desgranando en apartados anteriores. La vigencia de una memoria que nos identifica, que conforma nuestra identidad, nos dice quiénes somos y qué buscamos, pero no sólo como individuos, sino que nos refuerza nuestra idea de comunidad. ―Nos torna irremplazables‖, puesto que reafirma unos valores que comunes, que no se pueden reemplazar porque son únicos, son distintos al resto, son parte de una comunidad, desdibujada por sus miembros, creados asimismo al amparo de la conservación de esa memoria colectiva.

La conservación de la memoria colectiva, pues, determina el crecimiento y desarrollo local de una comunidad. Cuando una comunidad empieza por valorar su patrimonio como un nexo en común entre las diferentes individualidades, se refuerzan los vínculos de conexión entre los individuos que las forman, de tal manera, que la inercia de este tipo de acciones será seguir conservando aquello que los crea como comunidad, recuperando, reforzando y manteniendo esos valores, a partir de la transmisión como legado intergeneracional.

60 Imagen 1. Mural del artista marroquí Simo Mouhim en la populosa plaza de Bab El Had, en Rabat (Marruecos). Fuente: El Viajero. El País Digital.

―Cuando una comunidad lleva tiempo viviendo junta, ha desarrollado ya sus formas de simbolización, de emoción, de recuerdo compartido, de celebración de la identidad propia. En las comunidades llamadas primarias, en etnias constituidas desde hace mucho tiempo, esta identidad es ya fuerte, ha desarrollado sus sistemas de cohesión. No necesita de aparatos externos para hacer más fuerte su identidad, su cohesión interna. Pero, ¿qué sucede cuando esa comunidad se hace más grande, cuando se funde con otras, cuando cambian los modos de gestión de sus recursos, de sus conflictos, cuando aparecen nuevas formas de autoridad? Entonces, hay que generar nuevos artefactos para la constitución del nosotros‖ (Rosa, 2006, p. 46).

¿Qué sucede cuando la sociedad cambia, cuando la modernidad se torna volátil y líquida? Que la comunidad puede desaparecer, deshacer los nudos, deshilachar los hilos que una vez fueron fuertes, pero ahora son débiles y pueden correr el peligro de romperse. Por ello, es importante la creación de mecanismos de relación, de unión, el ser conscientes de un patrimonio común que conservar, que vivir, manifestaciones culturales que sean parte de la comunidad y que, en el simple hecho de existir, se conviertan en la base de una conexión entre pasado y presente, para afianzar esos lazos comunes.

61 Un patrimonio inmaterial, germen de la creación de comunidades, que se conserve a partir de la educación patrimonial, ese ―nuevo artefacto‖ que pueda seguir manteniendo el nosotros, un nosotros que participe de esos valores de comunidad, y que, por sentirlos propios y valorarlos, los transmita generacionalmente para crear una comunidad fuerte, no sólo de carácter relacional de manera horizontal, sino para crear relaciones desde el pasado al presente, con la intención de afrontar un futuro en el cual se asegure la pervivencia de ese patrimonio.

I.2. Reminiscencia, identización y “vinculización”. Cuando la educación hace

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