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CENTRO OCUPACIONAL

1.7. IMPLICACIONES PARA LA ADQUISICIÓN DE COMPETENCIAS

La concepción de competencia se relaciona con la capacidad para realizar una función determinada. Si asumimos alguna de las actuales definiciones que conceptualizan las competencias, podemos decir que se refieren a un conjunto de elementos interrelacionados, conformados por conocimientos, capacidades, habilidades, actitudes, valores y normas que se complementan para conseguir realizar una actividad (función) con un nivel de eficacia determinado. Por ello, un conjunto de capacidades puede conferir una competencia global, como por ejemplo, la matemática. Las capacidades están compuestas por determinados mecanismos cognitivos que permitirán la realización de una competencia.

Cuando hablamos de discapacidad intelectual observamos que ésta no se refiere a una incompetencia en un área determinada, sino que el sujeto presenta una baja competencia general que le confiere una pobre autonomía personal y social y, en consecuencia, una inadaptación en el entorno que está inmerso. El trabajo de rehabilitación, que se lleva a cabo en los centros ocupacionales con sujetos que presentan esta clase de discapacidad, se centra en la adquisición de competencias que lleven a realizar una mejora de su

conducta adaptativa y de su calidad de vida, con el objetivo de mejorar su autodeterminación e inclusión en el entorno inmediato.

En los casos, que la persona con discapacidad intelectual no pueda adquirir por sí misma las competencias necesarias para poder desarrollar con plenitud una autonomía, necesitará de apoyos que le ayuden a desarrollar su competencia personal. Todo ello llevó a la estructuración y secuenciación de los objetivos de trabajo, así como un cambio en la metodología de trabajo y el sistema de evaluación. Peters y Heron (1993) afirman que los esfuerzos en la rehabilitación y educación de una persona puedan producir un cambio en su vida está en función de los objetivos de desarrollo y crecimiento y las oportunidades que se han establecido como prioridades en la vida de esa persona.

Así, la relación de competencias con las conductas adaptativas tomará una gran relevancia para el trabajo terapéutico en personas con discapacidad intelectual. Estas competencias serán descritas en currículos individuales de intervención conteniendo estos los objetivos de aprendizaje. Schalock y Kiernan (1990) afirman que se han de tener en cuenta 4 criterios a la hora de plantear objetivos: funcionalidad, relevancia, interactividad y dirigidos a obtener resultados.

La definición propuesta por Luckasson et al, en 1992 definía 10 habilidades adaptativas en las que eran necesarias una intervención en caso de discapacidad intelectual. Estas se concretaban en: Comunicación, Académicas Funcionales, Autodirección, Salud y Seguridad, Habilidades Sociales, Ocio, Autocuidado, Vida en el Hogar, Uso Comunitario y Trabajo. Esto suponía que además de presentar unos objetivos claros que permitieran adquirir las habilidades descritas, debía haber un buen diagnóstico de las mismas. En este último sentido, había el inconveniente de la inexistencia de instrumentos estandarizados que proporcionaran una medición fiable, ni tampoco había una investigación que fundamentara la propuesta individualizando y diferenciando las 10 áreas (Verdugo y Gutiérrez, 2009).

En referencia a las técnicas de instrucción en habilidades conductuales, Schalock (2001) recuerda que han de estar basadas en cuatro factores: competencia; cognición y movimiento físico; motivación y fluidez en la participación, socialización, comunicación e interacción; y generalización en todos los entornos. Además, este autor propuso 4 áreas en las que se deben dedicar esfuerzos para mejorar el nivel de competencia personal: formación en habilidades sociales; apoyos; ayudas técnicas; y proporcionar oportunidades y posibilidad de elegir.

La definición de la AAMR de 2002 especifica con claridad que para diagnosticar limitaciones significativas en la conducta adaptativa se debe realizar “por medio de medidas estandarizadas con baremos de la población general” (Verdugo y Gutiérrez, 2009:23). En la siguiente tabla (1.7.1), adaptada de Luckasson et al, (2003) en Verdugo y Gutiérrez (2009:51), se muestran las relaciones entre las áreas de habilidades de adaptación de 1992 y 2002. Áreas de Habilidades de la Conducta Adaptativa en la definición de 2002 Habilidades representativas en la definición de 2002

Áreas de Habilidad incluidas en la definición de 1992 Conceptual Lenguaje. Lectura y escritura. Conceptos monetarios. Autodirección. Comunicación. Académicas funcionales. Autodirección. Salud y seguridad. Social Interpersonal. Responsabilidad. Autoestima. Ingenuidad. Inocencia. Sigue reglas. Obedece leyes. Evita la victimización. Habilidades sociales. Ocio. Práctica

Actividades para la vida diaria. Actividades instrumentales de la vida diaria.

Habilidades Ocupacionales. Mantiene ambientes seguros

Autocuidado. Vida en el hogar. Uso comunitario. Salud y seguridad. Trabajo.

Como puede observarse en esta tabla la definición de Luckasson et al, (2002) completa las áreas de habilidades de la conducta en habilidades representativas que aclaran los objetivos a trabajar en esta materia. Resumiendo lo anterior, la competencia social pobre (en personas con discapacidad intelectual) es con frecuencia el resultado de limitaciones específicas que son necesarias para una interacción social y consecuentemente, para mejorarlas es necesario educar tanto las habilidades sociales como la conducta adaptativa.

Otros dos factores que se utilizan para desarrollar las competencias son los apoyos que se puedan dar y las ayudas técnicas que se puedan realizar. En primer lugar, es necesario un buen diagnóstico del sujeto con descripciones de situaciones relacionadas con el funcionamiento humano y sus restricciones. En este aspecto, la Clasificación Internacional del Funcionamiento de la Discapacidad y de la Salud, realizada por la OMS (2001), sirve como marco de referencia para conocer los componentes de funcionamiento y discapacidad y los componentes de factores contextuales de sujetos con discapacidades.

Con este sistema de evaluación obtendremos un nivel base de las competencias y las restricciones que tiene un determinado sujeto, pudiendo establecer una primera aproximación para poder desarrollar objetivos de conducta adaptativa, de habilidades sociales y planificar sistemas de apoyo. Si bien, luego se deberían de emplear instrumentos de evaluación más concretos como por ejemplo: el Inventario de Conducta Adaptativa (Montero, 1999), la Escala de Intensidad de Apoyos (Verdugo, Arias y Ibáñez, 2007) o el TACD (Castelló, Carrillo y Barnosell, 1996 y Castelló y Carrillo, 2010) para aptitudes cognitivas. La presión de programas de entrenamiento en habilidades sociales sirvió para crear programas alternativos a los académicos superando las rutinas curriculares (Verdugo, Arias y Ibáñez, 2007 y Verdugo y Gutiérrez, 2009).

Otro elemento importante son las ayudas técnicas que tienen por objetivo facilitar o posibilitar competencias del sujeto bien adaptando el entorno vital o bien adaptando el entorno laboral. Verdugo (en Verdugo y Gutiérrez, 2009) afirma que las habilidades sociales son un área de gran relevancia en el comportamiento interpersonal y la inclusión social de las personas con limitaciones cognitivas por lo que se ha dedicado gran atención en diversos contextos (trabajo, educación, ocio, etc.).

2.

EL CONSTRUCTO DE LA INTELIGENCIA EN LA