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en la integración de políticas de desarrollo Blanca Rebeca Ramírez Velázquez *

In document Políticas de desarrollo regional (página 125-140)

Hoy más que nunca vivimos en un mundo donde la valoración de la dimensión territorial ha sido uno de los ejes clave en la transformación de los paradigmas que rigen el conocimiento en los ámbitos eco- nómico, político y también en el académico. Con el surgimiento del neoliberalismo, la globalización y la redefi nición posmoderna de la sociedad, la dimensión territorial se ha reafi rmado en sus diferentes es- calas, y a partir de alguna de ellas se le ha dado prioridad a elementos fundamentales para la producción como algunas regiones, o bien para el consumo como lo son las ciudades y, sobre todo, las metrópolis. Partimos de que en una agenda de desarrollo para el país, comprender ahora más que nunca la relevancia que tiene el territorio para reconocer la complejidad que adopta la tarea que tenemos por realizar es, sin duda, impostergable. Así, esta dimensión es de vital importancia para conformar una estrategia de desarrollo integral que permita disminuir la brecha existente entre los territorios nacionales, desarrollo por tantos años anhelado pero aparentemente cada vez más alejado de la posibilidad de alcanzarlo.

Con el fi n de resaltar dicha importancia primero analizaremos el papel que desempeña el te- rritorio en la visión que la modernidad y el neoliberalismo han tenido del concepto futuro, y des- agregaremos la que nos dejó la posmodernidad de fi nales del siglo XX, que le da prioridad al cambio

a partir de la dimensión local del territorio. En segundo lugar haremos un recorrido rápido por las visiones contemporáneas que favorecen la vinculación agentes-territorio, enfatizando los problemas de manejo metodológico y político. En un tercer momento expondremos la propuesta metodológica que hemos trabajado y que enfatiza la posibilidad de manejar las diferencias territoriales como un ele- mento fundamental para construir las relaciones que permitan imaginar y llevar a cabo una política de desarrollo integral, más distributiva e incluyente. El ensayo concluye con una agenda de desarrollo que

* Profesora del Departamento de Teoría y Análisis, División de Ciencias y Artes para el Diseño, Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco.

proponemos en términos generales con el fi n de integrar, junto con las de otros colegas, una agenda de asuntos territoriales que permita vislumbrar el futuro del país.

Modernidad, posmodernidad, neoliberalismo y territorio

La modernidad que el capitalismo prometió desde sus orígenes suponía que las regiones atrasadas, si querían dejar de serlo, tenían que adoptar el modelo de producción que la industrialización promovía, con la esperanza de que en el corto o mediano plazo alcanzarían la igualdad y el desarrollo para todos los agentes involucrados en el proceso, pero también los territorios que lo adoptaran como pros- pección de su futuro. Pero la modernidad con relación a cómo la sociedad contempló su evolución, transformación y expectativas, que integraba necesariamente a su historia, así como la vinculación con los recursos naturales de su entorno y del territorio en donde se asentarían los nuevos procesos de transformación y cambio (Ramírez, 2003: 17). En esta visión se mezclaron dimensiones económi- cas, pero también políticas y culturales a través de las cuales la sociedad, en concreto la mexicana, se reprodujo y evolucionó.

Si bien la modernidad tiene diferentes acepciones y momentos para considerar su inicio, de- pendiendo del autor, en México la industrialización del capitalismo modernista llegó en la década de 1930-1940, cuando se vislumbró la salida del atraso nacional para conformar una nación próspera y por lo tanto desarrollada por medio del modelo de sustitución de importaciones. Este modelo se de- sarrolló a partir de una fuerte intervención estatal, promoviendo mecanismos de política macroeco- nómica y un papel activo en la recomposición de los equilibrios que el mercado no pudo resolver, los cuales eran fundamentales para la favorable reproducción social del país. Estos elementos de política y de visión del Estado trastocaron, a su vez, las dimensiones sociales y culturales de la nación. Inde- pendientemente de los adelantos y el crecimiento que el modelo trajo, no se resolvieron todos los problemas del atraso, y tampoco se resolvieron las diferencias regionales que al interior de nuestra nación se generaron y que eran parte de los objetivos de la intervención estatal. Por el contrario, estas diferencias se agudizaron y han sido motivo de análisis diversos, no sólo de las implicaciones de diferenciación territorial generadas, sino de la pobreza social y condiciones de marginación que han originado (Boltvinik, 1995).

La perspectiva de evolución hacia la homogeneidad a través de hacer también homogéneos a los territorios a partir del modelo tecnológico de la industrialización, se agotó y no cumplió las ex- pectativas prometidas. Por el contrario, lo que se manifi estó fueron las desigualdades territoriales entre ciudad y campo, y entre ciudades y campos, y las presentes al interior de ellos generadas en lo económico, social y cultural, manifi estas en lo político a partir de la falta de democracia. Por estas razones, aunada al cambio de paradigmas a partir de la crisis del capitalismo y la caída del socialismo soviético, en el ámbito de la refl exión fi losófi ca en la década de los noventa se dio una fuerte crítica a los postulados y promesas de la modernidad, argumentando que ésta había quedado inconclusa en

algunos lugares, ausente en otros, que provocaron un cambio hacia la posmodernidad en la cual el culto por la diferencia, la crítica a los metarrelatos y generalidades en el comportamiento de la mo- dernidad, concluyeron en una exaltación del aquí y el ahora de los individuos y no de las sociedades; planteando que si las promesas no se cumplieron, no valía la pena estar esperando el tiempo ni los territorios del futuro. Sólo el presente, el espacio local y los individuos era lo que valía la pena resaltar (Ramírez, 2003: 14-23).

Al mismo tiempo, en el ámbito de lo político, la salida de la crisis económica que se inició en la década de los setenta, llevó a la implantación de un nuevo modelo de desarrollo económico que, a diferencia del de sustitución de importaciones con carácter endógeno que le daba prioridad al mercado interno, promueve la apertura del mercado al comercio internacional y, como al inicio del siglo XX, el Estado se vuelve garante de las condiciones del mercado (Vilas, 2002), generando un

quiebre que implicó un cambio importante en las formas de intervención del Estado en el territorio. La globalización nos alcanza en un afán de resolver los desequilibrios generados por el mercado. Sin embargo, argumentan algunos autores, con una desterritorialización de los procesos económicos y sociales (Vilas, 2002: 662), la globalización neutraliza la dimensión real de sus efectos territoriales, eliminando en verdad la dimensión política del territorio y escondiendo su visión concreta: la de un neoliberalismo rampante que nos pone otra vez en la carrera por alcanzar el desarrollo, pero ahora a través de la inserción internacional y de la efi ciencia en el trabajo, eliminando también sectores en la intervención estatal, que fueron cruciales en el modelo anterior (Ramírez, 2003).

Visiones sobre la vinculación agentes-territorio

¿Qué implicaciones tienen estos cambios a nivel de la discusión Estado-mercado-territorio? En mi opi- nión, aparecen dos visiones diferentes de esta tríada. La primera corresponde a la visión neoliberal de la llamada “globalización”, en donde todos los territorios que adopten el modelo efi ciente de compe- tencia en el mercado internacional, lograrán el desarrollo. Con ella se sobredimensiona la visión macro y abierta (hacia fuera) del territorio, basándose en una concepción neoliberal en la cual la retirada del Estado es fundamental para su reproducción, incluyendo las acciones donde actuaba dentro de la circulación y la competencia mercantil. Con la retirada del Estado se incrementó el papel del mercado en la acción del desarrollo y se le dio una importancia defi nitiva, sin tomar en cuenta la aparición de nuevos agentes interesados y con él involucrados: individuos, agentes privados y otras instituciones como las ONG, que tienen visiones diferentes sobre los procesos económicos, sociales y hasta políticos

que se han insertado de diferentes formas, o quieren hacerlo, a los diversos mercados.

Esta opinión se articula con la de otros visionarios que aceptan la globalización como alter- nativa de transformación en el futuro, en la que parece que en la realidad se perciben no sólo dos agentes (el Estado y el mercado), que son parte de una gama de agentes sociales, mismos que pue- den independizarse de los procesos de corte general (políticas y tendencias macroeconómicas, entre

otras), y solucionar el problema de desarrollo desde sus territorios que se ubican en la escala de lo local. Con esta visión se restringe la responsabilidad de la transformación económica, sustentable o de gestión del territorio al ámbito de los agentes locales y del sector privado, que puede adoptar también diversas facetas. Se elimina la responsabilidad estatal y pública, nacional o regional de dar respuesta a la necesidad de transformar los entornos y los lugares. Esta perspectiva, motivada por las discusiones de la posmodernidad, remite a una concepción de agentes sin contexto que puedan defi nir y cambiar sus formas de negociación, en sus territorios locales. Se sobredimensiona lo local en relación con un contexto territorial más amplio (regional o hasta nacional), adoptando una concepción de territorio micro (local) y cerrado, que en sí puede resolver el entorno generando los vínculos directos sin mediaciones.

En estas dos visiones se integran modernistas y planifi cadores que tienden a ver la posibilidad de cambio exclusivamente a partir de una adecuación de los territorios a la globalización o bien a la acción de gestión de los gobiernos locales en su necesidad de integrarlos al mercado global. ¿Cómo se ha resuelto esta aparente dualidad y oposición entre los territorios y las funciones de los agentes? Encontramos al menos cuatro formas:

a. Articulando mecánicamente territorios independientes, con el uso de categorías que dicen poco y hacen menos para resolverla (globalización, desarrollo local en la globalización, etcétera).

b. Generando más concentración económica al interior de las ciudades y de las regiones (centros comerciales como Santa Fe y enclaves “globalizados”).

c. Adecuando y rediseñando las economías nacionales, que se articulan con las necesidades y dictados de los escenarios internacionales (Vilas, 2002: 653), sin considerar como básicas las necesidades internas de agentes.

d. Promoviendo el desarrollo a escala local, fundamentalmente por las ONG que se integran

con agentes en el ámbito territorial micro, involucrados en general con proyectos susten- tables que favorecen el desarrollo de los agentes en la escala local.

En suma, en la visión que hemos construido (o más bien, que otra vez nos han construido) de futuro de nuestros entornos nacionales, urbanos, rurales o regionales, los recursos con los que contamos y los territorios en donde se asientan son de vital importancia para defi nir las formas económicas y políti- cas que se requieren para su reproducción social, económica, política y cultural y para la del sistema. En la actualidad, en la conjunción de la tríada territorio, Estado y mercado, se presenta una dualidad compleja que fragmenta la posibilidad de encontrar una forma integral de vislumbrar el desarrollo futuro de la humanidad en general y de nuestro país en particular: o bien se nos argumenta que la globalización y sus territorios internacionales circulan aterritorialmente en el ámbito del mercado o de los circuitos internacionales; que la importancia local se da a partir de su vínculo con lo global,

como es el caso de los hiperglobalistas, o se encuentra en una desvinculación importante y sólo lo local defi ne los procesos de cambio (Ramírez, 2003: 71-72).

En esta aparente oposición global-local, el territorio se defi niría aisladamente uno del otro a través de sus fronteras o límites, por sus superfi cies estáticas o por los fl ujos aterritoriales que gene- ran. Hemos argumentado que en esta desarticulación del territorio y en la falta de consideración de sus múltiples escalas y dimensiones, la complejidad que presenta la realidad territorial así como la posibilidad de integrar la dimensión política del mismo se elimina, restringiéndola exclusivamente a la simple acción del Estado, lo que limita la potencialidad de generar un desarrollo integral multidi- mensional del mismo. ¿Cómo darle este carácter amplio y abierto que se requiere para terminar con esta oposición? Veamos un poco de metodología para explicarlo.

Territorio como proceso diferencial

Con la importancia que se le dio al espacio con la tradición posmoderna, una serie de autores se dieron a la tarea de refl exionar acerca de cómo concebirlo y reestructurarlo desde los parámetros de cambios conceptuales que se originaron en su momento. Para Nogué, por ejemplo, la reestruc- turación del capitalismo contemporáneo pasa por una nueva concepción del tiempo y del espacio (1991: 42), es decir, por la forma como se construye y transforma el territorio en y con el tiempo. De los múltiples debates que se originaron, que no son motivo de este ensayo, las conclusiones más importantes para los problemas que nos ocupan, son las siguientes:

Primero, el espacio (territorio) y el tiempo no pueden ser categorías que se fraccionen y trabajen por separado. Pensar sobre el espacio implica necesariamente referirnos al tiempo que lo caracteriza y viceversa. Por lo tanto, pasar de la concepción de binomio, de conjunción-oposición, a otra que considere elementos estrechamente vinculados es de vital importancia para pensar el futuro y el desarrollo de las naciones, las regiones o las comunidades. Algunos autores han propuesto la inte- gración de las categorías, denominándolas TiempoEspacio (Wallerstein, 1998; May y Thrift, 2001). Sin embargo, en la opinión de otros, esta redefi nición va más allá de una simple conjunción de categorías porque es una concepción diferente de espacio, ya que de ser el tiempo el que se movía y el espacio el que contenía el movimiento y el cambio, ahora son ambos los que conjuntamente se transfor- man en una dualidad sin opuestos. En esta visión integradora los territorios también se mueven, se transforman y cambian, por lo tanto son un elemento fundamental para reconocer y transformar procesos, ya que está conformado por relaciones (Massey, 2005).1 En ese sentido deja de ser el simple contenedor de recursos, elementos, personas o actividades, y constituye parte fundamental de la transformación y el cambio de agentes y territorios.

Segundo, si en la modernidad se daba prioridad a la tendencia a homogeneizar los espacios a partir del desarrollo, ahora el reconocimiento de las diferencias no sólo entre regiones como tradicio- nalmente se había contemplado, sino al interior de las mismas, es un elemento fundamental del aná- lisis. El reconocimiento de la diversidad dentro de un mismo territorio se ha constituido en elemento fundamental para dar concreción a la vinculación espacio-sociedad y territorio agente (Ramírez, 2003: 122). De esta manera, si éste también cambia y se transforma, lo hace en la conjunción de los elementos que lo componen, donde el espacio hace la diferencia en tanto concreción específi ca de procesos y relaciones (Ramírez, 2003: 122).

Tercero, el espacio no es estático sino que tiene dinámica y está usado, apropiado o imaginado por un conjunto de agentes que no sólo son diferentes en cuanto a las condiciones económicas, políticas, sociales y culturales que les son propias, sino que están ubicados territorialmente en dis- tintas escalas y con posicionamientos diversos frente a otros agentes con quienes comparten o no el territorio en donde se encuentran. Es importante reconocer las escalas de ubicación de los procesos y de los agentes, desde la internacional o global, la nacional, la local, la municipal, la de los agentes en sociedad, hasta la del individuo que se reproduce socialmente en un territorio dado. La diferencia tiene un factor de relación en la medida en que cada escala de agentes guarda una posición frente a los pro- cesos, que varía en función de dónde y cómo se ubica. El espacio que antes se veía como plano, ahora se abre y deja de ser bidimensional (si alguna vez lo fue), pues se reproduce en múltiples trayectorias o dimensiones, con movimientos diversos que favorecen articulaciones, convergencias, diferencias o un sinnúmero de posibilidades, dependiendo de la escala y la posición que guarde frente al proceso (Ramí- rez, 2003: 123). A partir de reconocer y evidenciar diferencias y posicionamientos, las relaciones pueden reconocerse; éstas son múltiples tanto en sus características como en sus variaciones.

Tomando como referencia estos parámetros de cambio en la discusión sobre el territorio, ¿cómo podemos acercarnos entonces al estudio de la tríada que ahora nos ocupa: territorio-Estado-mer- cado? La propuesta metodológica que se ha manejado con anterioridad podría particularizarse de la manera siguiente. En primer lugar, es necesario aceptar que el Estado y el mercado, así como los territorios, no son uno ni homogéneos, sino que presentan muchos agentes que los representan y diversas visiones que los manifi estan. Cuando hablamos de mercado estamos refi riéndonos a un ente muy genérico que no permite evidenciar los diferentes agentes que intervienen en los procesos con los que se vincula, sean éstos industriales, agrícolas, comerciales, de servicios u otros; ni la categoría que tienen en función de la magnitud del intercambio o la forma de vincularse, es decir, mercado pequeño o desarrollado en condiciones de monopolio, etcétera, a las que habría que agregar los dife- rentes territorios del mercado, donde podemos encontrar en un mismo territorio el mercado formal y el informal, así como en el centro histórico de la ciudad y en otros muchos lugares donde se articula una parte del mercado internacional con el local (la “fayuca” en el mercado informal, por ejemplo).

El mercado tiene diferentes ubicaciones: el internacional, el nacional, el local con productos que se mueven solamente en algunos de ellos, así como los agentes que lo organizan y desarrollan en

cada una de sus escalas. La escala a la que se manejen y la posición que guarden con cada uno de ellos, los agentes diversos que se integran al mercado son parte fundamental de una serie de diferen- cias que es preciso manejar y desagregar para identifi car las relaciones que entre ellos se desarrollan. Éstas pueden ser también diversas: acuerdo, desacuerdo, vinculación, comercial, de confl icto, entre otras, que es preciso reconocer y evidenciar.

El Estado puede tener diferentes variantes y sedes dependiendo de su función y la adscripción específi ca a la que obedezcan. El Estado es también una categoría genérica que hay que desagregar en sus diferentes tipos de adscripción gubernamental, que tiene necesariamente una vinculación con te- rritorios específi cos: federal, estatal y municipal, derivando de ello responsabilidades diversas a las que hay que responder. Sin embargo, para percibir muchas de esas diferencias hay que reconocer el lugar que ocupan en el territorio y su jerarquización. No es lo mismo hablar de un Estado federal con obligaciones de Estado nación, que del estatal cuya jurisdicción política está muy bien demar- cada y diferenciada de la municipal, que adquiere una condición local. Sin embargo, en ocasiones hay representaciones institucionales que no pasan por el Estado pero que gestionan en conjunto para solucionar problemas comunitarios o de barrio, instituciones que es preciso reconocer y evidenciar para encontrar sus vínculos y relaciones.

En ese sentido se plantea una concepción que, al considerar un territorio conformado por múl- tiples diferencias en continua relación y movimiento, concibe la diversidad de espacios marcados por la diferencia, que confl uyen en trayectorias también múltiples con direcciones variadas, siguiendo ve-

In document Políticas de desarrollo regional (página 125-140)