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II SIGMUND FREUD

II.3. Investidura y elección de objeto amoroso

La cuestión más importante de esta dialéctica de construcción del deseo es la siguiente: la sexualidad y el objeto a buscar representaban una amenaza en el momento de su primera y originaria investidura, y esta intimidación originó la construcción de una pulsión de meta inhibida. La amenaza -alucinada o no- de la presencia del padre estableció la relación de ternura dirigida a la madre -y al padre194-. La desviación del deseo sexual y su transformación en ternura quedó por tanto anclada psíquicamente. Este proceso psíquico, responde a la definición de huella mnémica, que bien podía deberse a: a) Un desarrollo necesario de autoconservación inconsciente. b) A una represión necesaria, o bien a c) Una claudicación de objeto ante una posibilidad de peligro representada por el padre. Recordemos que respecto a esta última, no tenía porque corresponderse con una amenaza real; ya que puede responder a una elaboración fantasmática del poder que el niño atribuye al padre.

A su vez, aún siendo una amenaza real espacio-temporal, tampoco tiene porque responder a algo real que siempre acompañe al sujeto en su vida de otro modo que no sea el de huella mnémica -inconsciente por tanto-. Es decir, la atemporalidad de la huella mnémica, la instauración del deseo, la cual está al servicio de las esferas sociales que permiten la autoconservación del individuo hacen que este claudique respecto a su deseo. Será a partir de ese momento que lo convertirá en pulsión de meta inhibida.

Nótese que esto pierde vigencia en el mundo animal: el cachorro de león no puede reproducirse con su madre por desarrollo físico y a la vez por el impedimento real de la fuerza de su padre. Sin embargo, el león joven puede representar una amenaza para su propio padre, e incluso llegado el momento lo destronará consiguientemente para poseer a la madre y a las hermanas.

194Cabe leer esta cuestión como mero ejemplo para no pensar que toda investidura de objeto como pulsión de meta inhibida hará que por ejemplo, el padre, adquiera también ese estatuto ligado a la ternura. Esta cuestión es preferible dejarlo para los especialistas en la clínica. Es decir, a los casos concretos tratados por los psicoanalistas.

En la progenie humana la huella atemporal, la investidura del deseo por parte de la Ley, logra que el ideal del yo, el superyó, marque o señale un punto conflictivo. Ante el objeto-madre, ante la presencia del objeto del deseo195, frente la estructura de ese objeto que el pequeño quiere devorar se despertarán las alarmas del yo. Alarmas que al amparo de la moral, de la Ley, es decir, del superyó, evitarán que el pequeño se deje arrastrar por esa estructura que considera peligrosa, amenazante, un atentado a la autoconservación.

Ahora bien, eso sucede porque el individuo en cuestión, que considera su deseo como alarma, lo percibe de ese modo por ser semejante al remedo de una estructura lingüística concreta significante para el individuo. A la vez, obtener la consideración de lo deseado como alarma hasta el punto de identificar deseo y peligro, es algo que le sucede la individuo al quedar su huella mnémica atemporal anclada y sin actualización en base al principio de realidad.

Por el contrario, de producirse dicha actualización significante en el individuo, este entendería que: —esa mujer no es tu madre, pese a ello, la deseas porque la estructura que te lleva a ella, es un remedo de la construcción lingüística que instauró la huella mnémica de satisfacción originaria. Lo prohibido era tu madre no todas las mujeres cuya estructura desencadena tu deseo. Puedes sentirte atraído por esa mujer y mantener relaciones sexuales con ella.—196

Como hemos señalado al final del apartado II. 2. la cuestión es que la ley que prohibe no le pertenece al individuo más que como medida de protección anclada a su inmadurez, y que no será hasta que el individuo se haga con su deseo, es decir hasta autolegislarse y devenir autónomo que incluso su propio deseo alucinado le cree

195Cabe adelantar que la razón primera por la que el sujeto se ve impelido a desear a su madre es porque se produce un efecto metonímico consistente en confundir al objeto que sacia la nutrición, y por tanto sofoca la necesidad, con el que se lo procura: la madre. De ese modo la necesidad se confunde con la demanda en el niño. Y es que en esta primera instancia de organización oral de la libido tal como escribe Freud (1920/2010: 52): “el apoderamiento amoroso coincide todavía con la aniquilación del objeto.”

196Esto no es óbice para que en realidad la estructura desencadenante de esa alarma se refiera a un remedo de estructura significante que representa una amenaza real para el sujeto, el cual se queda anclado siempre a una estructura desencadenante que le despierta el deseo de una falta nociva. Pero esta cuestión se desvía hacia la clínica, y por tanto la dejamos.

malestar al individuo. Y es que decíamos que la autolimitación no puede ser más que una síntesis responsable entre el deseo individual y el afuera circundante, de lo contrario no sería autolimitación sino obligación o imperativo externo sin más.

La preeminencia del principio de realidad por encima de las leyes del superyó facilitan y propician la desaparición de esa neurosis en el individuo197. De facto, el hecho claro que pone de manifiesto que hay un seguimiento de la Ley anclada al superyó y no a la actualización del principio de realidad se basa en el hecho de que el hombre joven podría, -a nivel físico y de modo más complejo a nivel psíquico- igual que el león, poseer a su madre o hermanas.

Sin embargo las normas que rigen al superyó, le hacen decantarse por la autoconservación y abandonar el colmo de lo pretendido por el ello. Creando pulsiones de meta inhibida y la posibilidad de realizar investiduras de objeto, no en base al objeto deseado sino, a la estructura lingüística que lo desencadenó en la madre. Pero este proceso no es consciente, no es el del sujeto al uso que piensa en no poseer a su madre, sino que el hombre como sujeto del inconsciente no necesita plantearse aquello que culturalmente ya había sido asimilado por el pequeño.

El hombre llegado a este punto parecería ser ese animal que como apuntaba Heidegger, habita en el lenguaje. La posibilidad de identificar al objeto a merced a una estructura lingüística y no como objeto sin más, permite al hombre construir sociedades y librarse por tanto al placer poiético198 de la cultura en el que existen claudicaciones

197Recordemos que la personalidad intacta no está libre de las limitaciones que tiene el sujeto enfermo ya que tal como señala -citando a Freud- Honneth (2009: 142): ““la frontera entre norma y anormalidad nerviosas es fluctuante” y que todos, como dice lacónicamente, somos un “poco neuróticos”.”

198Podríamos postular que para cada instinto existe una meta inhibida que permite velar por el desarrollo de lo social en lugar del disfrute individual apelando del mismo modo al placer. Así, para el instinto de reproducción existe el placer sexual que de no ser sublimado se convertiría en un intento de posesión de toda fémina (en el hombre), en su sublimación deviene el establecimiento de vínculos tiernos. Respecto al instinto de protección tenemos el placer poiético al que el hombre se entrega desde niño mediante su gusto por realizar construcciones, el construir deviene sublimado en habitar, lo importante no es el mero construir sino el habitar lo construido. En cuanto a la conservación existe el placer del gusto que se extiende a todos los sentidos y el cual sublimado deviene placer estético. Así sucede también con el refinamiento culinario por ejemplo. (Lowenfeld, (2009), Apunta a que los niños no solo obtienen placer copiando, prueba de ella son los garabatos sobre un papel o una pizarra, ya que en realidad lo que se obtiene es puro placer motor. A su vez Dutton, (2010.) Plantea la cuestión instintiva respecto a la belleza y el arte.

como las que se refieren, a por ejemplo el incesto, pero que ofrecen la posibilidad de investiduras sexuales de otro tipo: las tiernas. Sin embargo, la entrada al mundo y por ende al lenguaje es la que crea el inconsciente y hace que la estructura tome preeminencia en el sujeto y confunda de modo metonímico una estructura pasada con una estrcutura presente como si los protagonistas fueran los mismos199.

Llegado a este punto cabe introducir la siguiente cuestión: la pulsión yoica va ligada al amor por sí mismo, mientras que el deseo, va ligado a la amenaza de la Ley, a aquello que desvela el sentido trágico de la existencia, a la claudicación originaria del placer que instituye el deseo.

199Nos referimos a que ante una estructura similar a la edípica el individuo puede tener dificultades de entregarse a su deseo al estar anclado este en el triángulo que lo instauró entre padre y madre.