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José Martínez Ruiz, Azorín , contra la barbarie taurina, esa fiesta cruel y estulta

6.2. La Generación del 98, una renovación cultural de España: la necesidad de más

6.2.2. José Martínez Ruiz, Azorín , contra la barbarie taurina, esa fiesta cruel y estulta

José Martínez Ruiz, más conocido como Azorín (1873-1967), ensayista, novelista, autor de teatro y crítico literario nacido en Alicante y fallecido en Madrid, ocupa un lugar destacado en el universo de las letras españolas. De hecho, el hispanista Justo Fernández defiende que es el autor «más representativo» de la Generación del 98.221 Es precisamente a Azorín a quien se le atribuye la acuñación de esta nomenclatura, que habrá de representar a lo largo de los años a los integrantes de este destacado grupo de escritores y pensadores.

Azorín estudió Derecho en Valencia, y luego, ya en Madrid, se dedicó a la literatura y al periodismo. Políticamente evolucionó desde posturas anarquistas hasta el republicanismo y, posteriormente, en las etapas finales de su vida, hacia el conservadurismo más monárquico.

De una destacada carrera periodística, Azorín contó entre sus primeros mentores con Vicente Blasco Ibáñez. El fundador y director de El Pueblo le abrió las páginas de su periódico dándole la oportunidad de publicar en él sus primeros artículos. A lo largo de su vida, el alicantino también escribió en otras cabeceras de muy distinto signo, como El País y El Progreso o ABC y La Vanguardia.

Autor de obras como, entre muchas otras, La Voluntad, La ruta de Don Quijote y Sancho, Las

confesiones de un pequeño filósofo o Los pueblos, Azorín, según nos cuenta Fernández López,

propugna en su obra la búsqueda del progreso, pero no se trataría de un progreso meramente material, sino de uno que se fundamenta en alcanzar y defender la sensibilidad humana.

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UNAMUNO, MIGUEL DE, «De mal gusto», en Obras completas, Tomo XI, Meditaciones y otros escritos, prólogo, edición y notas de Manuel García Blanco, Afrodisio Aguado S. A., Madrid, 1958, págs. 893-894.

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FERNÁNDEZ LÓPEZ, JUSTO, «José Martínez Ruiz-"Azorín" (1873-1967)», en Hispanoteca, consultado el 24 de octubre de 2016 en el portal web

http://hispanoteca.eu/Literatura%20espa%C3%B1ola/Generaci%C3%B3n%20del%2098/Azor%C3%ADn- Vida%20y%20obras.htm. N. del A. De esta página se han extraído todos los datos biográficos de Azorín.

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Enmarcado en esta reivindicación de la sensibilidad se podría ubicar el pensamiento antitaurino del que hace gala Azorín, al que, por cierto, y como se recordará, ya recurrimos anteriormente, en concreto cuando en nuestra investigación se trataron las figuras de los también antitaurinos Juan Bautista de Arriaza (véase capítulo 3) y Eugenio de Tapia (véase capítulo 5).

Así, y como ya tuvimos ocasión de referir en su momento, las dos primeras partes del capítulo titulado Los toros, que aparece en la obra de Azorín Castilla, están dedicadas a las obras antitaurinas de estos dos autores. El noventayochista alicantino aprovecha el análisis que hace de los textos de ambos para plasmar él mismo sus propias objeciones a la tauromaquia.

Al respecto de Juan Bautista de Arriaza, Azorín opina que la obra de este escritor resultó, en términos generales, fugaz. Sin embargo, sostiene el autor alicantino, «Sobre ese montón de versos frágiles, carcomidos, ajados —al igual que la percalina y los farolillos de papel— destaca el lienzo en que el poeta pintaba la corrida en el pueblo».222 Se refiere Azorín al poema de Arriaza ya analizado anteriormente y titulado A las ridículas funciones de Vacas que se hacían en una Ciudad (véase capítulo 3).

Arriaza no revelaba el nombre de la ciudad en donde se celebró la corrida por él denunciada. Azorín entiende a la perfección esta imprecisión porque, en el fondo, asegura, el lugar da igual. A juicio del alicantino las escenas que críticamente describe Arriaza podrían tener lugar en cualquier municipio de la Meseta en primavera o en verano: «¿Qué pueblo es? Vaciamadrid, Jadraque, Getafe, Pinto, Córcoles»,223 se pregunta Azorín. La localidad es lo de menos, porque lo cierto es que, se celebren donde se celebren, estas corridas se desarrollan en un ambiente rudo, tosco y seco. Eso sí, siempre en el marco de las fiestas con las que se honra al patrón del pueblo.

Partiendo del ya de por sí relato crítico que Arriaza plantea de la corrida de toros en su composición, Azorín profundiza más en la atrocidad y crueldad que considera propia de estos espectáculos. También señala la cobardía del torero, del cual dice que «Corre despavorido el truhan», cuando el toro se le acerca, generando todo tipo de iras, mofas y voces en las gradas.224

Además, Azorín muestra una gran empatía y compasión ante el sufrimiento del toro. Esta cuestión se aprecia a la perfección cuando, por ejemplo, el alicantino relata que, ante los ataques de "la canalla" que desde las gradas, sintiéndose a salvo, asesta golpes y cuchilladas al toro, el animal muestra tristeza y pavor. El escritor dice que «le descargan tremendos garrotazos sobre la cabeza; le pinchan con moharras y navajas; le detienen cogiéndole por la cola. Los anchos y tristes ojos del animal miran despavoridos a todas partes».225 Afligido por este maltrato, Azorín se compadece abiertamente del toro refiriéndose a él como «mísero animal».226

Su deseo por ir más allá que el propio Arriaza en la crítica a la tauromaquia lleva a Azorín a concluir que:

Lo que Arriaza no nos ha pintado son esas cogidas enormes, en que un mozo queda destrozado, agujereado, hecho un ovillo, exangüe, con las manos en el vientre, encogido; esas cogidas al

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MARTÍNEZ RUIZ, JOSÉ, AZORIN, «Los toros», en Castilla, Tip. de la Revista de Archivos, Madrid, 1912, pág. 49. 223 Ibídem. 224 Ibíd., págs. 51-52. 225 Ibíd., pág. 52. 226 Ibíd., pág. 53.

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anochecer, acaso con un cielo lívido, ceniciento, tormentoso, que pone sobre la llanura castellana, sobre el caserío mísero de tobas y pedruscos, una luz siniestra, desgarradoramente trágica. Lo que no nos ha dicho son las reyertas, los encuentros sangrientos entre los mozos; las largas, clamorosas borracheras, de vinazo espeso, morado; el sedimento inextinguible que en este poblado de Castilla dejarán estas horas de brutalidad humana…227

Se evidencia que el espectáculo taurino es para nuestro autor una muestra de «brutalidad humana».

Azorín dedica la segunda parte del texto, como ya adelantamos, a otro antitaurino, Eugenio de Tapia, y a su poema antitaurino titulado Los Toros (véase capítulo 5).

El escritor alicantino repasa esta composición y, a medida que la va desgranando, subraya algunos de sus pasajes con los que acentúa, al parafrasear determinados versos, su propio pensamiento contrario a las corridas de toros.

Así, Azorín, recreándose en las rimas de Tapia, destaca la muerte de un caballo corneado y, a continuación, relata que «Salen los banderilleros y clavan sus palitroques en el pobre toro».228 Como vemos, nuevamente el alicantino toma partido por el "pobre" toro, martirizado y herido por las banderillas. También se aprecia este sentimiento a favor del bovino cuando Azorín escribe que «El toro jadeante, extenuado, chorreando sangre, vuelve al redondel. Tornan a pincharle de nuevo», o cuando, acto seguido, se refiere al toro una vez más como «mísero animal» cuando éste es atacado en la arena por perros de presa.229

Finalmente, Azorín dedica la tercera parte de este capítulo incluido en Castilla al viajero inglés Robert Semple (1766-1816), quien a comienzos del siglo XIX viajó por España en dos ocasiones. Durante su primera estancia en nuestro país en 1807, escribe Azorín, este «viajero inglés curioso y sencillo», y cuyos libros «están escritos con agudeza y discreción», no pudo asistir a una corrida de toros. La segunda ocasión, unos años después, en 1809, tampoco acudió a ver una corrida pero sí tuvo la curiosidad, estando en Granada, de conocer por dentro la plaza de toros de la localidad. Martínez Ruiz relata que el viajero inglés recogió sus impresiones a este respecto en el libro A second journey in Spain in the Spring of 1809.230

Según narra el escritor de Alicante, Semple acudió a la plaza y en su visita fue guiado por el «guardador del edificio». Este hombre, a medida que le iba mostrando al viajero inglés el coliseo, revelaba «un ardoroso entusiasmo» que llegó al paroxismo cuando, en el palco real de la plaza, y ante un retrato de Fernando VII, el conserje se «quitó respetuosamente el sombrero y hasta se arriesgó a besarle la mano a la pintura». El inglés debió quedarse atónito, ya que Azorín cuenta que relató este episodio como una gran muestra de lealtad y de sumisión.231 La visita prosiguió y el entusiasmo del conserje iba incrementándose a medida que recorrían el recinto vacío. Azorín destaca que el inglés no entendía nada, «reconoció que no se explicaba él tal fervorosa efusión».232

Azorín termina el texto añadiendo una sentencia crítica al escribir que «Si Roberto Semple hubiera presenciado una corrida de toros, es posible que tampoco hubiera podido explicarse el entusiasmo desbordante de millares y millares de españoles».233

227 Ibídem. 228 Ibíd., pág. 55. 229 Ibíd., pág. 56. 230

MARTÍNEZ RUIZ, JOSÉ, AZORIN, op. cit., pág. 57.

231 Ibídem. 232

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Pasando a otro de sus trabajos, el crítico alicantino también muestra sus opiniones contra la tauromaquia en su artículo Toritos, barbarie, publicado originalmente en el periódico La

Vanguardia.234 A lo largo del texto, en el que, como ya hiciera Miguel de Unamuno, el autor

elogia las campañas antitaurinas y antiflamencas de Eugenio Noel, Azorín subraya una vez más su reprobación hacia las corridas de toros.

El comienzo del artículo ya es de por sí suficientemente elocuente. Dice el autor que «Asistimos en estos tiempos a un renacimiento de la barbarie taurina».235 A continuación nuestro escritor lamenta que «Se ensalza fervorosamente a los toreros. Se llenan planas enteras en los diarios con las hazañas y peripecias del estúpido espectáculo».

Ante esta simpatía generalizada ante la tauromaquia, Azorín responde que «En un tiempo en que tal exaltación se produce, cuantos no amamos esa fiesta cruel y estulta, cuantos detestamos los toros, debemos ver con viva complacencia la campaña que contra los toros y el flamenquismo viene haciendo desde hace tiempo un independiente escritor. Aludimos a Eugenio Noel […]».

Así que, si recopilamos, tan sólo en el primer párrafo del texto Azorín se refiere a las corridas de toros como un espectáculo de barbarie que, además de su crueldad, o precisamente por ella, resulta estúpido; se coloca a sí mismo en el "bando" de los que detestan esa sanguinaria diversión, y, además, apoya con satisfacción la campaña que contra la tauromaquia ha puesto en marcha Eugenio Noel.

A partir de este punto del texto, el articulista se dispone a comentar el libro que Noel acaba de publicar, titulado Escenas y andanzas de la campaña antiflamenca y que, según escribe Azorín, «Se halla editado en edición económica, al alcance de los más modestos lectores». En el libro de Noel, según apunta Azorín, entre otras cosas hay «invectivas contra los toros».

Tras haber celebrado y aplaudido las campañas antitaurinas de Noel, Azorín, sólo en cuanto a la política —Noel era republicano, Azorín no— pone distancia entre los dos, llegando a asegurar incluso que son «adversarios políticos». Resulta importante remarcar estas diferencias ideológicas entre ambos autores ya que, precisamente, ponen en valor el pensamiento antitaurino de Azorín, en tanto en cuanto él mismo lo sitúa por encima de las insalvables distancias políticas que le separan con el antiflamenquista.

El autor de Castilla también reprende a Noel por sus apasionadas intervenciones públicas, en las que en ocasiones, a juicio de Azorín, se muestra con demasiada vehemencia. Nuestro autor deplora los incidentes que han surgido a raíz de algunos mítines antitaurinos de Eugenio Noel. Efectivamente, como veremos cuando estudiemos su figura y su obra, Noel llegó a ser atacado verbal e incluso físicamente por taurinos que trataron de reventar sus conferencias y encuentros públicos.

Ante estos incidentes e intentos de agresión protagonizados por taurinos, que por cierto Azorín condena, nuestro autor dice que tal vez se podrían haber evitado «con una poca más de

233 Ibídem. 234

MARTÍNEZ RUIZ, JOSÉ, AZORÍN, «Toritos, barbarie», en La Vanguardia, Barcelona, martes, 8 de julio de 1913, pág. 8.

235 Ibídem. N. del A. Desde este punto las citas que se refieran corresponderán, mientras no se diga lo

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mesura y de flexibilidad (no de hipocresía) en la palabra. Todo se puede decir, sin protesta de nadie, cuando se sabe decir».236

Asimismo, y ejerciendo ahora de crítico literario, nuestro autor opina acerca del estilo del Noel escritor. A Azorín no le acaba de convencer. A su juicio, en su prosa faltan transiciones, ritmo y elementos unificadores, y, por otra parte, asegura, sobran aspectos redundantes.

Otro reproche que Azorín plantea al antiflamenquista resulta muy interesante para nuestra investigación precisamente porque muestra la profundidad del pensamiento antitaurino del alicantino. El escritor y crítico literario se refiere a que Noel, de tanto que quiere condenar la tauromaquia y el flamenquismo, a veces parece que exalta lo que pretende censurar, con lo cual sus palabras no surten el efecto deseado. Así lo explica el propio Azorín:

Nadie duda que Eugenio Noel es un adversario acérrimo de los toros y el flamenquismo. Mas la lectura de sus trabajos a las veces nos produce el efecto de una exaltación de lo que se trata de deprimir y condenar. No sabemos cómo explicar esto; pero el hecho es exacto. Si fuéramos amadores de los toros, acaso encontráramos, leyendo los libros de Noel, más gusto que encontramos siendo adversarios.

Como señalamos, resulta interesante que al maestro Azorín le moleste esa supuesta ambigüedad mostrada por Noel, que, en todo caso, nos sirve para acentuar una vez más que el autor alicantino se incluye a sí mismo en el "bando" de los adversarios de la tauromaquia.

El efecto contradictorio que a juicio de Azorín causan los escritos de Noel se debe a que éste «sabe menudamente todo lo referente a los toros: historia, bibliografía, biografía de toreros, gestos de toreros, dichos de toreros, andanzas de toreros. No hay nada que se le escape».

En todo caso, Azorín lamenta que se produzca este fenómeno porque, como él mismo dice, en las obras de Noel «Veníamos a buscar una triaca contra la ponzoña taurina y nos encontramos con una morosa delectación. En verdad, en verdad que son algo peligrosos estos libros contra los toros y el flamenquismo».

No obstante, el crítico alicantino también elogia desde un punto de vista literario «numerosas páginas» del libro que Noel acaba de publicar. Como por ejemplo las líneas que éste dedica a describir el llamado toro de la Vega, que se celebra en Tordesillas (Valladolid). En este entretenimiento un toro es soltado en el campo y es perseguido por mozos a caballo y a pie, quienes, armados con lanzas, se divierten matando al animal a lanzazos.237 «Eugenio Noel ha recordado que en ese pueblo se lancea un toro en campo abierto», escribe Azorín.

Parece que Azorín ya tenía conocimiento de la existencia de esa diversión, ya que refiere que en el Semanario Pintoresco del 9 de septiembre de 1849 ya se recogía la descripción de este

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N. del. A. No es de extrañar este comentario al respecto de las apasionadas maneras de Noel si se entiende el carácter personal de Azorín. Justo Fernández asegura de él que el de Azorín «es ante todo un temperamento contemplativo. Su capacidad es la sensibilidad, la capacidad de percibir el valor emotivo y poético de las cosas. No es apasionado y tormentoso (o atormentado) como Unamuno, sino de espíritu fino y delicado». Véase FERNÁNDEZ LÓPEZ, JUSTO, op. cit. Su carácter fino y delicado, tímido, le situaban en las antípodas del de Noel que, como veremos más adelante, era más vehemente, directo y pasional.

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N. del A. Efectivamente se trata del llamado Toro de la Vega, de Tordesillas (Valladolid). Por primera vez en su historia esta polémica y criticada diversión taurina no se pudo celebrar en 2016 tal y como tradicionalmente se venía haciendo, debido a que la Consejería de Castilla-La Mancha prohibió mediante decreto-ley la muerte en público de animales en espectáculos populares. Visto el 25 de

octubre de 2016 en

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entretenimiento taurino. Asegura que en la citada publicación se cuenta que el alanceamiento del toro era «el último número de una variada serie de espectáculos taurinos», que incluía entre otros elementos corridas de toros y una «mojiganga taurina». Azorín dice aquí que el cronista del Semanario Pintoresco asegura que se lidiaban «"toritos"», de ahí el título del artículo azoriniano: Toritos, barbarie.

Asimismo, nuestro autor cuenta que, tal y como se recoge en el Semanario Pintoresco de aquel día de 1849, en una crónica firmada por un tal Juan de la Rosa,

El prólogo de esas fiestas taurinas, era la vaca encohetada. Se celebraba ese espectáculo la noche antes de la primera corrida. La plaza del pueblo se llenaba de una inmensa muchedumbre. «Cuando el concurso empieza á manifestar su impaciencia —dice el señor Rosa— sueltan la vaca, la cual lleva puesta sobre el lomo una manta impregnada de un combustible que se inflama con facilidad, y sembrada de cohetes bien sugetos [sic], y que á su tiempo se incendian». «Apenas el animal —añade el autor—siente el calor de la manta que arde, empieza á dar brincos lanzando quejidos de dolor».

En esto consistía la diversión de este pueblo, y la crueldad se celebraba ante un impaciente público ávido de contemplar a la vaca morir padeciendo grandes sufrimientos.

Azorín prosigue narrando que el citado colaborador del Semanario Pintoresco describía en aquel número de la revista el resto de espectáculos taurinos de las fiestas de Tordesillas, que terminaban con los mozos persiguiendo al toro por el campo, hasta darle muerte a lanzazos.

Al final, Azorín critica que

Todo esto conmueve profundamente á don Juan de la Rosa. Estos parajes le parecen encantadores. «Así es—escribe—que al separarse de ellos, al darles el último adiós, siente uno renacer en su espíritu un vago deseo de tristeza, y no puede menos de envidiar á los moradores de aquellos sitios destinados á la felicidad».

El crítico y autor alicantino no sale ni de su asombro ni de su indignación al reseñar estas palabras del cronista del Semanario Pintoresco. No es de extrañar que Azorín termine su artículo diciendo: «¡Oh, ingenuidad peregrina! ¡Una Arcadia donde se tuesta viva a una vaca enfundándola en una manta embreada y cubriéndola de cohetes! Si viviéramos en 1849 diríamos, llenos de fervor: Señor, líbranos de esa Arcadia».

Estos comentarios sarcásticos no están dirigidos a una corrida de toros propiamente dicha, aunque sí a una diversión taurina que se celebra en el marco de unas fiestas taurinas, y ante un público taurino. En todo caso resultan muy interesantes pues manifiestan sin ambages la profunda sensibilidad de Azorín, así como su rechazo al sufrimiento de los animales en el marco de estos divertimentos tauromáquicos, y que ya pudimos observar en su obra Castilla, cuando se ponía en el lugar del toro y se afligía por su padecimiento.

Otro de los trabajos de Azorín con contenido crítico hacia las corridas de toros es el que lleva por título Eugenio Noel. En él, como se puede inferir, el alicantino se dispone nuevamente a glosar la persona, la obra y, sobre todo, las campañas antitaurinas del escritor y conferenciante madrileño.

El representante de la Generación del 98 comienza recensionando la actividad de Noel como escritor, como conferenciante y como orador antitaurino y antiflamenco: «[…] da conferencias