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E L DISCURSO DE LA CULTURA OFICIAL

La vocación fascista y las luchas por el poder (1939-1945)

2.4. E L DISCURSO DE LA CULTURA OFICIAL

El nacionalcatolicismo no era un producto ideológico de nuevo cuño, sino más bien la adecuación a los nuevos tiempos de los postulados del conservadurismo anti- parlamentario español, lo que no contradecía en absoluto la teoría del caudillaje. El discurso nacionalcatólico, compatible con la fraseología edificada por el régimen, era heredero de la idea castellanizante de la Historia de España y de la valoración de la idea de Imperio, como piezas maestras de la propaganda de la época que asociaba la idea de Imperio a la idea de «Imperio católico mundial», en palabras de García Mo- rente. El nacionalcatolicismo encontró su principal instrumento de reproducción en el control de la enseñanza que marcó a las generaciones de españoles nacidas después de la guerra. Una educación en claves nacionalcatólicas que quedó estructurada por la Ley de Educación Primaria de 17 de julio de 1945. Y también la Universidad, pre- viamente reorientada por la Ley de Ordenación Universitaria de 27 de julio de 1943. En el ámbito científico, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, creado el 24 de noviembre de 1939, era el organismo que sustituía, en claves muy distintas, a las personas y las instituciones, como la Junta de Ampliación de Estudios, que ha- bían representado la riqueza intelectual, la cultura y la ciencia crítica, abierta y cosmo- polita del primer cuarto de siglo, y que en su mayor parte habían nutrido la hemorra- gia del exilio. En el preámbulo de la creación del nuevo organismo se decía: «En las coyunturas más decisivas de su Historia concentró la Hispanidad sus energías espiri- tuales para crear una cultura universal. Ésta ha de ser la ambición más noble de la Es- paña del momento... Tal empeño ha de cimentarse, ante todo, en la restauración de la clásica y cristiana unidad de las ciencias, destruida en el siglo XVIII.»

La cultura española había recibido un golpe traumático con la guerra civil. El fin de ésta supuso el cierre de la «edad de plata» de la cultura española que había exten- dido su esplendor a lo largo del primer cuarto del siglo XX. Al exilio exterior de mu- chos de sus protagonistas se unió el exilio interior. Este trauma hay que entenderlo no únicamente en términos literarios y humanísticos, sino también como la desapa- rición de un tejido científico e investigador receptor de las innovaciones del exterior, con una visión cosmopolita y un espíritu —en sus preocupaciones y en sus iniciati- vas— de trabajo científico, que habían creado las condiciones necesarias para un ul- terior despegue de la producción científica. Hubo un retraso general del saber en Es- paña, en términos epistemológicos, conceptuales y prácticos, que mutiló las posibili- dades de desarrollo cultural y científico. La concepción de saber quedaba apartada de la tradición liberal y de la cultura crítica ligadas a la idea de formación integral del in- dividuo, con sus instrumentos de debate y reflexión. Sin embargo, para el régimen la socialización de la cultura se entendió como un aprendizaje memorístico y de cultu- ra enciclopédica al servicio de las pautas marcadas desde el Estado, es decir, instru- mentalizada con los valores que de la Patria, la religión y el Imperio se proyectaron desde el régimen.

Así, intentó configurarse una cultura oficial que hasta 1945 pretendió tomar una impronta de carácter fascista, pero que, de hecho, estaba más sustentada en valores de un catolicismo tradicional y antiliberal que permitió posteriormente la preponderan- xxxxxxxxxx

cia del nacionalcatolicismo. La propia visión de la historia de España, en la que se ha- cía hincapié en las gestas de las glorias imperiales, en la misión civilizadora en claves de un catolicismo inexpugnable, en el concepto de Hispanidad y en la crítica de cual- quier heterodoxia, perfiló una idea de nación unilateral que de forma maniquea juga- ba con el binomio España-anti-España. Todo ello, convenientemente regulado por una férrea y burocratizada censura, cuya pieza maestra fue la ley de 22 de abril de 1938, que actuó hasta límites de tal ortodoxia que rayaron a veces en lo esperpéntico. Las revistas Vértice, Arbor o Escorial, esta última con un tono algo más abierto, fueron el barómetro de la cultura oficial. Las revistas índice, fundada en 1945, o ínsula, en 1946, actuaron como tímidos contactos con el exterior, aportando un balón de oxígeno en el contexto de asfixia cultural. La familia de Pascual Duarte de Cela en 1942, Nada de Carmen Laforet en 1945, La sombra del ciprés es alargada de Delibes en 1948 o Historia

de una escalera de Buero Vallejo en 1949, destacaron en la producción literaria de la

época. Estas obras tendían a describir las realidades de la posguerra y abrían nuevas lí- neas expresivas y, con dificultades, se apartaban de las cánones marcados por el ofi- cialismo cultural. También desde fuera de los circuitos oficiales, la labor de Ortega y Gasset, Marañón, Zubiri o Marías, significaron los primeros pasos de lo que se ha de- nominado reconstrucción de la razón y de la tradición liberal.

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