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LA AMÉRICA DEL NORTE

In document AMÉRICA DEL NORTE, (página 36-77)

CAPITULO PRIMERO.

CONFIGURACIÓN ESTERIOR DE LA AMÉRICA DELNORTE.

}A Aimirka tlfil Norte dividida endos vastas reji&ncs , una li'ieia «1 po!n y k otra biela <;! candar. — Valle dcL >í¡Sífiipí. — Vcitijloí qua alt ü íjicnentraii tic l¡is ifi-volncionos del gloLo. — ilLLcra de-l Atlá»ti*Mi cu üouilfi están tbrniailás las cült>nias iri^k-sas- ^— A-spc-cto difcreaie que prcteit lalian la Ankéríca del Siidy laAuíéi-ica d«l Km'te á tiempo de Su JeftCtihi'imieiito. — Selvas de la Aiinítlcjdel INni-tí. —Praderas, — Tribus errantes ¿e. iiniijenaJ. — Su stiaLlanle f sus cosLunibrea y suí idloinab. — Eastroi de un puebla dfswnocido.

La América de! Norte en su (Configuración esterior présenla caracteres ¡reneralcs que al pronto-se pue-den divisar fácilmente, pues allí existe un orpue-den melódico, digámoslo así, en Ja separación de las tierras y aijuas. de los montes y valles} descubrían-dose hasta en la confusión de objetos y entre la suma variedad de coloridos de los cuadros que resaltan íí la vista, una coordinación sencilla y majestuosa.

1 !'

HN LA AMJÍHFCA TlEL NORTE, 35

una de por si forma una vasta copa llena hasta el liorde, y las mas leves mudanzas en la estructura del globo precipitarían sus ondas del Jado del polo ó hacia c! mar Trópico.

La segunda rejion está sita mas ventajosamente y esinejoraeomodada para ser el albo-jjuepennanerite del hombro, pues dos largas cordilleras de moníes la dividen en toda su Joajitud : una llamada los Alegames sigue las orillas del Atlántico, y la otra corre paralelamente ai mar Sud. El espacio com-prendido entre estas dos cordilleras abraza 238,843 Icffuas cuadradas'. Su superficie es pur consiguiente cerca de seis veces mayor que la de Francia a. Con lodo eso este vasto territorio no forma mas que un solo valle, el cual bajando de la redonda cumbre de los Alegames sube sin encontrar obstáculos hasta las cimas de los montes Rocallosos. En la hondo-nada da este valle lleva su corriente lili rio muy cau-daloso , al que acuden de todas partes las aguas que se despeñan de tas montañas, Eu otro tiempo le llamaban los Franceses el rio San Luis en me-moria de la patria ausente. y los Indios en fiu pom-poso lenguaje le han apellidado el Pariré delasaguas ó el Misisipí.

Este rio tiene su nacimiento en los lindes de las

' 1,541,649 milla,.Tea,»Dtrty'l«twoflhc UnteiStaKS,p. 469.

Están reducidas las millas ií leguas de S,000 toejas.

1 í.a Francia lionft 35,+ Kl leguas «Medradas.

ó.

56 I>E I.A miíftíocr.Ar-.TA

grandes rejíones arriba mencionadas., hacia la paríe superior de la platea que Lis separa, y junto^í ¿I nace oíro f que desagua en las mares polfires. Se^nn parece, el MLsisipí osla vacilante sobre el camino que ha de "seguir, pues después de haber andado un trecho retrocede, y solo amansada su comen U?

en el seno de lagos y pantanos es cuando por fin toma su resolución > y describe pausadamente su rumbo hacia Mediodía.

-El Misisipí, tun pronto pacifico en lo hondo del Jecho arenoso que le ha surcado naturaleza , tan pronto creciente con las tormentas y tempestades} va bañando mas de mil leguas cu su curso2. A seiscien-tas3 por_cima de su embocadero tiene una profun-didad merlia de quince pies, y naves de oehocíeníñs toneladas le van subiendo cu un espacio de docica-tas leguas.

Cincuenta y siete ríos grandes y navegables des-aguan en el Misisipi , entre los cuales se numera uno de mil trescientas leguas de corriente4 n uno cié novecientas S T uno de seic¡eiitasfi, uno de quinientas7,

1 El rio U ojo.

*2,500 millas, ó f,032 leguas. T^ase DescripcwR cíe los Estado*

Unidos , por Wardcn, Lom.I.p. J6S,

J 1,364 millas, o 5tí3 leguas. Véase tf.p. í$3.

íElMisurí. Vássct'cí. p. 132. (1878 Jepma.)

f"Él Ai-cansas, "Víase id. p. Igft, (S77 Iflguas.}

6 El r£a Rojo, feas» id. p. í 90. (S98 l^pjaa.)

•FElOhio. Véase í'tf.p.í 92. (491) leguas.}

I,M LA. AMÉRICA UEL HURTE. 57 y cuatro de decientas 1 V sin.hablar de la suma niul-liLud de arroyos que por todas partes acuden D per-derse en su seno.

Parece que el valle que rsega el Misisipi se ha criado para él solo? pues allí reparte á beneplá-cito suyo el bien y el mal f y es como su Dios.

Eu las cercanías del rio desenrolla Ja íiaturaleza una fecundidad inagotable, mas conforme se va uno alejando desús ribazos,, se quedan exhaustas las fuerzas véjeteles, están esquilmáoslos terrenos, y todo se marchita ó perece. En parte ninguna han dejarlo rastros mas evidentes, que en el valle de que hablnmos . las grande eouYulsioiics del globo. Allí todo oí flspeeto dol país atestigua el trabajo de las aguas, y así la esterilidad y abundancia de aquel tía obra de estas. Las oleadas del Océano primitivo han amontonado en lo hondo del valle capas enor-mes de tierra vejetal que aquellas han tenido lugar do nivelar allí. ELI eí lado derecho de la ribera exis-ten inmensos llanos, lisos como la superficie cíe un ('ampo que ha desterronado el labrador y pasado por cima su azada. Cuanto mas se acerca uno á las mon^-tañas , mas y mas desigual y estéril se le presenta el terreno , hendido, por decirlo .asi, en mil parajes ,

1 E! Hiñes , el san Pedro , al san tframjtsco y el Moiagulia.

Eu Has inc<liík5 mencionadas lié tomado pr>r básela milla legal (sltitute iiVsj y la Iftgua dü pfiata I?G 2,000 toesa.». rielados, que; equivalen. ¿ i^Lc píos ca.ttcllanos.

58 SE LA DEMOCfUUi

y percibiéndose ya acá , ya mas allá peñascos pri-mitivos á iiiauera de huesos do un esqueleto á quie¡i ya el tiempo lia consumido en derredor suyo las fibras musculosas. Cubren la supedieie del terreno un arenal sembrado depiedrasde figuras irregulares^

algunas plantas echan dificultosamente sus talfos por entre- estos obstáculos; y se diría que es mi campo feraz cubierto de los escombros de un vasto edificio. En efecto, al analizar esas piedras y ese arenisco, es fcál observar una analojía cabal entre sus sustancias y Jas da que se componen las áridos y requebradas cimas de Jos montes Rocallosos. Pre~

cipitada la tierra en la hondura del valle con motivo de las aguas, estus han llevado también tras sí una porte <íc peñascos, derrumbándolos por las mas in-mediatas pendientes; y desmenuzados c¡ue ban sido unos con. otros con la violencia de aquellas, se han desparramado por la basa de las montañas esos reslos desmoronados do sus mismas cumbres (AJ.

Considerado el valle de Misisipí eu su generali-dad -, es la mas magnífica mansión de todas IHS que Dios ha preparado para el hombre, y por lo tanto .se puede deeír que todavía no forma mas que uii vasto desierto. Por la parte oriental de los Alcfjanies, entre ei pie de estos montes y si Océano atlántico se estiende una Jarjja hilera de rocas y arena que se diría la olvidó la. mar al retirarse. Este territorio no tiene mas que. cuarenta y ocho leonas de laíitud

me-EB L.l ASlÉIlICi DBL NOKTE. 39

día ' , pero sí cuenta trecientas noventa leguas de IOH-jilurl í. En este paraje del continente americano , lio es muy propicio el terreno para los trabajos de labranza , y asi la vcjetacion es reacia y uniforme.

En esta costa no hospitalaria se concentraron á los principios los conatos de la industria humana.

JEü esta lengua de tierra nacieron y medraron las colonias inglesas que debían ser un día los Estados Unidos de América. Allí se encuentra todavía al pre-sente el foco del poderío , siendo asi tpie en la parte trasera de este panto se agolpan casi en secreto los verdaderos elementos del grandioso pueblo d quien sin duda pertenece el porvenir del continente.

Cuando arribaron los Europeos á las Antillas , y mas adelante á la Aniérica del Sud, creyeron ha-llarse trasladados ú las repones fabulosas tan de-cantadas por los poetas. Relucían eji el mar los refuljeutes albores del trópico ; ía peregrina tras-parencia de sus- aguas descabria por primera vez á los ojos del navegante la profundidad de los abis-mos 3. Acá y allá se veían islitas rebosando

fragancia-' Las agua&scm tan traspareiiíes eticl mar de las AuíiUftS, dice Mallc Bmn, tom. 5, p. 726, (Tic se ven los corales y los jjnscados á 00 brazas áe profundidad. EL barco que tas surca parece mecerse en el aire ; se queda deslumhrado el viajante cuya vi&u penetra por entre el flniíJa cristalino en tneiüin de Ic-s jardines submarinos en donde relumbran con-citas y pcscttilcs dorados eolru tas sutiles matas de luco yira sotiloa de alga*.

-SO J1E LA DEMOCRACIA

que parecían llotar (.mal ramilletes de liorcseii la apa-cible supei'ficie del Océano. Cuanto se presentaba á a vista en estos lugares encantados tenia asomos de estar preparado para las necesidades del hombre, ó calculado para sns placeres. Casi todos los árboles estaban cargados de fruta sustanciosa, y entre ellos los menos útiles al hombre sorprendían sns miradas cou el brillo y variedad de sus matices. En una ar-boleda de limoneros de olor, de cabrahigos, de mir-tos con hojas redondas, de acucias y adelfas, todos ellos entrelazados con enredaderas ó bejucos ítori-(los, ana infinidad de aves desconocidas en Europa hacían resplandecer sus purpúreas y añiladas alas, y mezclaban sus concertados ¡gorjeos con lo armonía de una naturaleza rebosante de moTÍrnien (o y de vida (15).

Y comoesta3>a embozada la muerte con esta recamada capa, no se la cebaba de ver por entonces, reinando a mas de eso en el ambiente de aquellos climas no se qué influjo enervante que apegaba al bombre á lo presente, y se le cía ha poco ó nada por lo venidero.

La América del Norte sepresentó lia jooíroaspecto:

todo allí era gravé, serio y solemne; se diriii ha-berse criado para ser imperio de la intelijencia , asi como la otra la mansión de los sentidos. Un océano proceloso y nublado circuía sus márjenes;

pénaseos <le granito ó playas de arpmi le servían de cintura ; las arboledas que cubrían sus ribazos esfendian un ramaje sombrío y melancólico . y

no-E7< U AttlílUC.1 HEL NORTE. -H

se veían erccer en ellas mas que el piuo , el alerce, la encina, el olivo silvestre y el laurel. Penetrado que se había CD este primer recinto, se iba á parar ú las umbrías de la selva central 4 en donde se bailaban confundidos los mayores árboles que crecen en am-bos hcmisí'cnos j el plátano oriental, el caialpa : el arce de azúcar y el álamo de Virjmia entrelazaban susrama's cün las del roble } haya y tilo silvestre.

Sucedía aquí lo misino qae en las selvas que es-tán en poder del homhre^ es decir .que la asóla-dora íjucsdana de la ittuerteaiidába-cortando iiXcesan-tcmentc el bilo do la vida; pero como nadie se cu-car^uha de llevarse los detraaos que había hecho, se amonLonabanvuos encima de oíros > y el tiempo ' DO podía díuv abasto para reducirlos con bastante celeridad PJI conizas y escampar los lugares para preparar oii'os nuevos. Con lodo en medio de es-tos residuos se proseguía síü «osar el trabajo de la reproducción: plantas de las que Human enreda-dermis y (.oda especie de yerbas arremetían por en-tre los tropiezos que les impedían el paso. Ireptmdo y enrodándose cu los adióles echados por tierra , in-troduciéndose en su polvo, levantando y rompiendo lacovtüztt muerta que todavía ios cubría , y abrién-dose un camino para su^ nuevos tallos 5 por manera qnela vida \enia, por decirlo así, al arrimo de .la muerte; ambas á dos estaban allí cucar acias •, y pare ciíi hftbrian querido meaclar y confundir sus obras.

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Estos bosques encubrían una oscuridad pro-funda ; mil arroyos, do cuya corriente aun nú se iiabia enseñoreado la industria humana, conser-vaban en ellos una humedad sempiterna; y apenas se veian algunas flores, algunas frutas silvestres y algunos aves. El goJpazo que pegaba un árbol al ve-nirse abajo á causa de su avanzada edad, la cala-rata de «u río, el rnujido de los búfalos y el sil-bido de los vientos eran los únicos que, turbaban ;i la siempre acallada naturaleza.

Al Este del gran rio desaparecían en parte los bosques, y en lugar suyo se estendian praderas á nunca acabar.. Ahora pues, ¿1a naturaleza en su infi-nita variedad había denegado acaso la sementera de los árboles a estas fértiles campiñas, ó antes bien la Selva que las cubría la babia destruido la mano del hombre? Ni las tradiciones, ni las investigacio-nes científicas han podido desenmarañar semejante cosa.

Por tanto estos inmensos desiertos no estaban en-teramente privados déla presencia del hombre; al-gunas poblaciones andaban vagando hacia siglos en las sombras de la arboleda ó por los pastos de la pradera. Asomando por el desembocadero del rio san Lorenzo basta el Delta del Misisipí, desde el Océano atlántico hasta el mar Sud, estos salvajes lenian entre sí caracteres de semejanza que .atesti-guaban su orijen común. En lo demás se

diferencia-FJi tA AX&UGA I>£L TSÜHTE, ^5

han de ludas lus castas conocidas ' : ni eraa blan-cos como los Europeos, ni amarillos como la mayor parte de los Asia ticos > ni negro* como los. Negros, Su piel era rojiza, sus cabellos largos y relucientes sus labios delgados y tos juanetes de sus/mejillas muy sobresalidos. Las lenguas que hablaban Jos pueblos salvajes dü América se diferenciaban por los nombres; mas todas ellas estaban sujetas ¿i las mismas regios gramaticales, las cuales se apartaban en muchos puntos de las que basta entonces líabian rejido al parecer la formación del lengua je entro los hombres. l£l idioma de los Americanos parecía electo de nuevas combinaciones, ^ anunciaba por 'parte de sus wvontor.es un arranque de;mtelijeuciu de que son' poco capaces los Indios de boy día (€).

El estado social de estos pueblos se diferenciaba también bajo (le varios aspectos de loque se veia eji el antiguo mando , y se dii'ia haberse multiplicado libremente eu el seno de sus desiertos sin contacto con estirpes mas civilizadas que la suya, y asi 110

' Dcsje entonces acá su barí des&nlrafíado algunas settiblamas untie U ennformación iisicu . la fcngna y los lüílaüii ds los Judias dft la América óel TS'oTlu y las «!« I<1S Ton-usrs , ManiíllUS, Mongolas, filiaros y otras tribus noiuafes iltl Asia.EsiOS ÚltLilsas ocupan una posición aprd .imada al CSteceílQ Ji? Ilcring , lo que da marjcn á suponer ^uC en Una cpoca ru-mo t a han poditto \cnir á poblar *1 conlLúente desierto ¿e América; pero U cien ña no ha logrado loilavia adarar csíe punte, Y(ÍMe sobre cs<a cues-tión á llall^Rnin, tooi. $ ; I» obras Jcl Sv. de HiimboWtj Con-jecture tiirl'orrgine des Aniérkaifi}, Arlair, Hif '

4$ JDE LA DEMOCRACIA

se encontraba nutre ellos esas nociones dudosas é incoherentes del bien y del mal, esa corrupción pro-funda que Je ordinario se mezcla con la ignorancia y Jo rusticidad de costumbres en las naciones cultas que han vuelto á ser bárbaras. El Indio tocio se lo debía á sí mismo : sus¡ virtudes, sus vicios, y sus preoeupacíoiies eran su propia obra- y había cre-cido en la independencia bozal de su naturaleza.

La tosquedad dei populacho en los países coitos no consista sofamentc en qne son ignorantes y po-bres , sino en que siendo tales, se rozan diariamente con hombres ilustrados y ricos. La vista de su infor-tunio ¡'debilidad, que cada dia forma contraste con la fortuna y poderío (le alguno de sus semejantes, mueve al mtsuw tiempo en su corazón rencor y te-mor, y la aprensión que tienen cíe su inferioridad y dependencia los irrila y humilla, cuyo estado in-terior del alma so reproduce así eo sus costumbres como en. su lenguaje, siendo insolentes al par que bajos;Layerdad de este aserto se prueba fácilmente por medio de k observación : la gente del pueblo es mas tosca.cii los paises aristocráticos que en otra cualquier parte; en las ciudades opulentas nías que en los campos. En esos lugares en qne se encuentran su jetos.tan poderosos y ríeos, los débiles ypobres se miran como agobiados con su inferioridad, y no descubriendo ningún punto por donde puedan lle-gar á la igualdad, desconfían enteramente de ellos

EN LA AMlíuir,\ PKL NOfiTE. 4í>

miamos y se dej.'m caer t!ii un jjrailo üiGmo á la dig-nidad humana.

E&tfitcrribUí etw.to del (.'onlraslo do clases lio se hallo en In vida salvaje ; los indios, al mismo tiempo que son iodos ignorantes y pobres, todos también son iguales y libros. A la licuada ríe los Europeos, el indíjeno. de ía América del Norte ignoraba todavía oí precio de las riquezas, y se mostraba indiferente al bienestar .qne con ellas adquiere el hombre civili-zado, y con todo eso nuda se veía en él de grosero ; por la contraria reinaba en el modo de portarse mía reserva hiibituül y ti na especie de política ari.stocrá-íic-íi. El Indio, dalí'6 y Iiospitalario en la paz, ijíi-ptaeoblc on la ¡guerra, aun nías a 11 ¿i de los limites conocidos de la ferocidad l i u m n n a , se espomo á mo-rir Je hambi-e por socorrer al estranjei-o que lln-irnba por !a noche ú Ja puerta de su cíibaíif), y des-pedazaba con sus propios míanos los miembros de su prisionero que todavia estaban palpitando. T;asmas famosas repúblicas antiguas nunca habían admirado animo mas varonil y firrojudo . almas mas orgullo sa&, y mas intiatíihle amor de independencia que los que entonces ocultaban los bosques salvajes del Nuevo Mundo ', Los Kuropeos causaron poca

¡m-1 « En las Iroque&es aíai'ados por fuerzas sijfítriores. dice el Jeííei'son (Piolas sotre \irjiaraj p. HS) , se vio 4 io« viejos e\ no ijué recurrir ¡i he fw¿i\ A .wWevivir á la fleslruncíon iíc SEI pais, y arrostrar junen c , como losaiiii5iioE"Rnmanosi¡u«] .süquci>^c I\OEiiaporlos<ialos

presión al arribar .en la América del Norte, y &u pre-sencia no orijinó envicia ni espanto, pues ¿(juó HS-cendieulíj podían tener en semejantes hombres? El Indio sabia vivir sin necesidades, sufrir sin quejarse y morir cantando£. Por lo demás, estos salvajes ci'eianj como todos los otros miembros de la fami-lia humana, en la existencia de un inundo major, y adoraban con difereníes nombres al Dios criador del universo* Sus nociones acerca do las grandes verdades intelectuales erun por lo general sencillas y filosóficas (D).

Por mas primitivo que parezca el pueblo cuyo carácter trazamos aquí f no se podrá dudar no obs-tante que íe haya precedido en las mismas rejio-nes otro mas civilizado y m3S adelantado que clon todas eosas. TJna tradición oscura, pero esparcida

Un poquito mas allá en la p, J.Í0 se Ice también : ¿No hay ejemplar de un Indio mido cu poclcr do sus enemigos <Juc baya iíe¡naiic!ailc> la viJa.

Se ve por el contrario al prisionero an-dar inquiriendo , digífiíoslo asi , la mwerie de mano lie sus vencedores, íusultándoloa y provocácJoJ.js de todos uiai3os4í

Lo qao refiere JcETerson di loslnáios es de gran pesoá causa del mé-rito personal del escmé-ritor; cte su posiaiíiii particular y del siglo positivo y eiacli> *n que -vivía,

'Véase ClunrlavaLx, Historia de Hueva Francia; los riajes del ítíTOM de ¿¡u Hanta» ; la füsloría de la fj¿i$iana , ñor te&afje-Da1

-^ir*tz^ la Histeria gtnetal de Virginia., por ei capitán Jolin Saiilh j irf.,pflr BefÉrleyj 1& Historia déla Carotina , pnr Jcjjn Lawáon; !a Htfinria de Tfüeva York, por Wilfiani SmllJi- las Carias del R.

ffecwelder; Tra.n$actions afilie amencaii pkiíosophical só&'ety 5 y vn fin las notas soLrc Vírjifíia arriba mencionadas.

ES LA AMKK1C.1 PF.L NOÍITF.. 47

en las mas fie las tribus indianas de las orillas del Atlántico , uos enseña que en tiempos pasados estas mismas poblaciones habían existido en el Oeste del Misisipi. A lo líu'go de las márjenes del Ohio y en todo oí valle central se encuentran aun hoy en.dk nionltícillos que lian hecho las manos del hombre.

Cuando se cavo hasta el centro de estos monumentos, no se dejan (Jo hollar, según dicen, huesos hnina-nos, instrumentos raros, 'armas , utensilios de toda especie hechos de metal, ó que recuerdan usos igno-rados de las razas actuales.

Los Indios de nuestros tiempos no pueden dar ninguna información acerca de la historia de ese pueblo desconocido; los que vivían hace trecientos años, á tiempo del descubrimiento de América, tampoco han dicho nada cíe que se pueda, siquiera inferir una hipótesi; las tradiciones, que son mo-numentos perecederos y sin cesar renacientes del mundo primitivo, no dan luz ninguna; y sin em-bargo no se puede poner en duda que alli vivieron miles y miles de nuestros semejantes. ¿€nándo lle-garon pues ? cuál fue su orijen, su destino y su his-toria? ¿ cuándo y cómo perecieron ? Nadie lo podrá decir. ¡ Cosa estraordiuaria I hay pueblos que han desaparecido tan completamente do la tierra, que hasta se ha borrado la memoria de su nombro; se han perdido sus lenguas; su gloria se ha desvane-cido como un sonido sin eco; pero ignoro si existe

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uno solo que haya dejado por lo morios un sepulcro en recuerdo de su paso por esle mundo ¡ Ay I ¡ y que de todas las obras del hombre la. mas durable sea la que pinta aiejoi' su eALsltíiiiua perecedera y su desamparo !

Aunque el vasto país que se acaba de describir le hayan habitado numerosas tribus de indijenas, se puede decir con justicia que en la época del des-cubrimiento no formaba todavía mas que un de-sierto. Los Indios le ocupaban, pero no le poseían, supuesto que oí hombre so apropia el terreno por inc-dio de la agricultura, y los primeros habitadores de la América del Norte vivían del producto de la caza.

Sus implacables pi'eocupacioiics > .sus pasiones in-dómitas, sus vicios, y lo que tal vez es mas, sus virtudes ofjrestes, los entregaban á una destrucción inevitable. La ruina de e^os pueblas se lia enlabiado desde el dia en que arribaron allí los í¡¡iu:opeos;

desde entonces siempre ha ido continuando; y acabn de verificarse en nuestros tiempos. Improvidencia, colocándolos en medio de las riquezas del Píiicvo Mundo , no les habla dado al parecer sino un corto usufructo; y como que solo estaban alli interina-mente. Esas costas, tan bien preparadas para el co-mercio y Ifl industria, esos ríos tan hondos, esc inagotable valle tíel Mi sis i pi, eso continente todo entero, aparecían entonces como la curia aun vacia de una nación grandiosa.

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