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LA FAMILIA: SEGUNDO GRADO DE JURISDICCIÓN

In document Pierre Joseph Proudhon PRESENTACIÓN (página 85-88)

Sí, se dice, el himeneo, al igual que el amor, es un puro ideal; si su teoría, por su misma sublimidad, es inaplicable, o por lo menos inaplicado en la práctica cotidiana, no sería más simple, más seguro, más moral incluso permitir al vulgo la libertad de las uniones naturales. ¡Qué raro es que el amor, tal cual lo sueñan el joven y la muchacha, preceda el matrimonio! ¡Y

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cuántos vicios, decepciones deshonra a esa unión reputada santa! Del lado masculino, ¡qué brutalidad, qué egoísta pereza, qué cobarde tiranía, cuánta crápula! En la mujer, ¡cuánta ligereza, cuánta locura, y a veces cuánta insolencia! ¡Cuánta inepcia y verbosidad! ¡Qué blandura y qué abuso en su vana coquetería! ¿Qué esperar para el progreso de la Justicia y de las costumbres, de parejas tan lamentables?

La objeción es antigua; es la misma que antaño sugirió la idea de reservar a la aristocracia el privilegio del sacramento; mientras que la, vil multitud estaría relegada con los esclavos a la prostitución y al concubinato.

Los que no atreviéndose a denigrar la institución alegan sus riesgos, y acusan de indignidad matrimonial a la mayoría de esposos, olvidan que el matrimonio, necesario por otra parte a la sociedad, indispensable a los hijos, está hecho sobre todo para esas almas defectuosas que se quisiera descartar. Es así que se hizo la primera civilización, la cual comenzó por la abolición de la promiscuidad y del amor pasajero; y ese débil ideal que presentan en las naturalezas salvajes el amor y la mujer se vio súbitamente consolidado y acrecido por el matrimonio.

Si algo puede, en efecto, reanimar el amor saciado, elevar a la mujer que se ha entregado, recrear esa idealidad, siempre pronta a perecer en la posesión, es la idea, inherente al sacramento, y que se apodera de la conciencia de los esposos; que entre ellos hay algo más que el amor, algo que se halla por encima del amor como el amor se halla por encima del celo de los animales. Ese algo nos es conocido: es el culto que el hombre y la mujer se dan uno al otro, culto que, en el primero, se dirige a la gracia, al pudor y a la belleza, y, en la segunda, a la potencia.

En dos palabras, la misma persona, hombre o mujer, parecerá siempre mejor y más bella a la que le ama, en el matrimonio que fuera del matrimonio, Tendré lástima a quien, después de haber leído todo lo que precede, pidiese todavía la razón de ello.

El matrimonio es hasta tal punto la ley de la humanidad, en todos los grados de la civilización y en todas las condiciones sociales, que, apenas unidos en la Justicia, los esposos, por bárbaros que sean, se encuentran capaces de dar la iniciación jurídica a otros seres, y de elevarse aún por esa iniciación: es lo que ha previsto la naturaleza, y la experiencia prueba cada día que no se ha equivocado.

La humanidad está sometida a la ley de la renovación. A esa obra de reproducción concurren los dos sexos, facilitando el hombre el germen, la mujer dando al embrión la primera crecida. ¿Por qué esa división? ¿Por qué la mujer ha sido encargada con preferencia al hombre de las funciones de la maternidad?

La fisiología indica una primera causa: el cuidado de la tierna infancia conviene mejor al más tierno, al más sensible y al más compasivo de los cónyuges. La economía doméstica da un nuevo motivo: debiendo el hombre producir para toda la familia, importaba dejar sus movimientos en libertad. Pero la teoría del matrimonio nos da la razón suprema, a saber: la educación de los hijos.

El nuevo individuo no puede quedar en una inmovilidad anímica hasta la época en que recibirá por el amor la revelación de la Justicia: el orden de la familia, la dignidad de la infancia, exigen que esa joven conciencia salga de la inercia por una iniciación preparatoria. Esa primera iniciación del derecho y del deber, es la madre, quien la da bajo la sonrisa paternal.

Lo que la mujer, el sexo gracioso recibe por el matrimonio del sexo fuerte, y que ella idealiza hasta cierto punto, lo enseña a su hijo; ella se hace a su vez, por el amor maternal, educadora del nuevo hombre; el padre, por su autoridad, aparece como garante y guardián.

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Suprimid el matrimonio; la madre sigue con su ternura, pero sin autoridad, sin derecho. De ella a su hijo no hay más Justicia; hay bastardía; un primer paso hacia atrás, la vuelta a la inmoralidad.

Tal es, pues, según el orden de la naturaleza, el desarrollo orgánico de la Justicia. El aparato jurídico existe, funciona, pero su acción no pasa los límites de los esposos, que son el ideal. Por la generación la idea del derecho adquiere un primer crecimiento, primero en el corazón del padre. La paternidad es el momento decisivo de la vida moral. Es entonces que el hombre se asegura de su dignidad, concibe la Justicia como su verdadero bien, como su gloria, el monumento de su existencia, la más preciosa herencia que puede dejar a sus hijos. Su nombre, un nombre sin tacha, que hará pasar como un título de nobleza a la posteridad; tal es, en adelante, el pensamiento que llena el alma del padre de familia.

Hay en el amor un momento de entusiasmo que no conocen ni el sensualista voluptuoso, ni el amante platónico; es cuando, después de los primeros días de felicidad, el hombre, en el seno de los goces conyugales se siente embarazado por la idea de la paternidad. Releed en Milton la plegaria de Adán, llamando la bendición del cielo sobre su primer hijo: los sentidos, el ideal, el amor, todo ha desaparecido, sólo ha quedado la Caridad y la Conciencia, diosas de las uniones santas y de las concepciones inmaculadas. Todas las naciones han consagrado esa fiesta sublime de la paternidad por una institución, que una Justicia más rigurosa ha debido más tarde ahogar, la primogenitura.

Ha llegado el niño, Parvulus natus est nobis; es un presente de los dioses. Se le nutre con leche y miel hasta que aprenda a discernir el bien del mal; es la religión de la Justicia que prosigue su desarrollo. ¿Cómo el hombre no sentiría la nobleza del cumplimiento de ese deber sagrado? ¿Cómo la mujer no se haría espléndida? Del esposo a la esposa, la Justicia ha establecido ya, sin perjuicio para el amor, una cierta subordinación; del padre y de la madre a los hijos, esa subordinación aumenta todavía, y forma la jerarquía familiar, pero para debilitarse más tarde y resolverse, después de la muerte de los padres, en la igualdad fraternal. Esto quiere decir que, durante la primera edad, la Justicia es una fe y una religión, no una filosofía o una contabilidad: así el respeto del hombre por el hombre, libertado ahora de las excitaciones del amor y del ideal, alcanza a su apogeo en el corazón de los hijos, bajo el nombre para siempre consagrado de piedad filial. Padre de familia, tú debes ser un día el primero y el mejor amigo de tu hijo; no te apresures no obstante demasiado, si no quieres correr el riesgo de su ingratitud. La más sólida garantía que tú puedes darte de la amistad de ese hijo cuando será ya hombre, es la prolongación de su respeto.

Así el matrimonio, por la misteriosa relación de la fuerza y de la belleza, forma una primera jurisdicción; la familia; por la comunidad de conciencia que rige sus miembros, por la similitud de espíritu y de carácter, por la identidad de la sangre, por la unidad de acción y de interés, forma una segunda: es un embrión de República, donde la igualdad comienza a apuntar bajo la autoridad jerárquica, pero vitalicia, de la madre y del padre. En ese pequeño Estado los derechos y deberes para cada uno, se deducirán de la teoría del pacto conyugal: no es necesario reproducir las fórmulas.

La última palabra de esa constitución, mitad fisiológica mitad moral, es la herencia: ¿no es una vergüenza para nuestro siglo XIX que sea preciso todavía defenderla?

La humanidad que se renueva constantemente en sus individuos, es inmutable en su colectividad, de la cual cada familia es una imagen. ¿Qué importa ya que el gerente responsable cambie, si el verdadero propietario y usufructuario, si la familia es perpetúa?

Muy lejos de restringir la sucesionabilidad, yo quisiera extenderla todavía a favor de los amigos, de los asociados, de los compañeros, de los colegas y de los mismos criados. Es bueno que el

92 hombre sepa; que su pensamiento y su recuerdo no morirán; además, que no es la herencia lo que hace las fortunas desiguales, sólo las transmite. Haced el balance de los productos y de los servicios y no podréis alegar nada contra la herencia.

In document Pierre Joseph Proudhon PRESENTACIÓN (página 85-88)