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La fortaleza de nuestros cimientos

In document No Estamos Solos (página 107-115)

por Leonardo Melos*

Se dice que la fortaleza de un edificio reside en la tierra sobre la que asienta sus cimientos. Esta verdad es aplicable a todas las construcciones humanas. Un estudio jurídico, y los valores que lo sustentan, también deben asentar- se sobre un cimiento sólido. No cabe duda alguna que Nahum Bergstein fue por más de 50 años la piedra fundamental sobre la que se edificó nues- tra firma. La visión de Nahum permitió el nacimiento de una firma que ha perdurado, sorteando aguas que no siempre fueron tranquilas. Y es que Nahum tenía una tenacidad inquebrantable cuando se proponía la realiza- ción de un objetivo.

La misma dedicación que tan brillantemente lo destacó en los ámbitos públicos, sociales y de su querida comunidad judía, hizo carne en un pro- yecto que inició en 1957. Pero el rol de nuestro fundador fue mudando con el pasar del tiempo. Con la llegada de las nuevas generaciones, Nahum supo asumir un rol menos protagónico pero igualmente relevante (propio de la humildad con que se condujo en la vida profesional). Su inagotable

* Leonardo Melos (Montevideo, 1976) es abogado. Graduado del Centro de Estudios Judiciales del Uruguay, fue Juez de Paz Departamental en el Departamento de Maldonado. Es integrante del Estudio Bergstein, cuyo Departamento Contencioso dirige. Forma parte de la Comisión de Asuntos Judiciales del Colegio de Abogados del Uruguay

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experiencia permitía crecer, aprender e imitar a quienes tuvimos el privile- gio de trabajar y de formarnos a su lado.

Para quienes conocimos a Nahum en una etapa en la cual para otros colegas el amor por la abogacía comienza un inexorable declive, nos sor- prendía día a día con su llegada a la oficina pletórico de energía, su vigencia y el interés por todo lo que concernía a la firma. Nahum no podía asumir una tarea a medias. Esa misma idea-fuerza la reflejaba diariamente en la vida profesional. En palabras de Nahum “nosotros no tomamos un caso en el que no creemos que nos asista la razón”. Y si bien la expresión pue- de parecer un tanto vaga, todos sabíamos a lo que se refería. Imbuido de un insobornable sentido de la justicia, éste valor debía estar forzosamente presente detrás del caso y de la postura de nuestro cliente. El “Doctor” -tal como le llamábamos en el Estudio- era un liberal, en el sentido más amplio (y genuino) de la palabra, un hombre que creía que las libertades del ser humano estaban por encima del avasallamiento del Estado (y de cuales- quiera otros), y ésa era la forma en que entendía la actuación profesional. Jornada tras jornada los más jóvenes nos sorprendíamos con sus altos estándares de excelencia y compromiso profesional, el cual aplicaba en igual forma para con sus seres más queridos y, lo que es más importante, para consigo mismo. No pocas veces era el último en dejar la oficina bien entrada la noche. Recordamos con nostalgia que cuando nos retirábamos del Estudio antes que él lo hiciera, no dejaba de echar una mirada sarcásti- ca al reloj para sutilmente deslizar: ¿ya te vas? Y era moneda corriente que tras un largo viaje procedente del exterior, viniera de inmediato a trabajar a la oficina y ponerse al día. No había tiempo que perder.

La excelencia define la actuación de Nahum en el Estudio. Su amplio manejo del lenguaje, la adecuada selección de las palabras en cada presen- tación, eran las expresiones de una mente vivaz y brillante, la simbiosis perfecta de su rol de abogado y hombre público. Su modestia lo llevaba a dejar a los más jóvenes el análisis inicial del caso; de manera tal que cuando

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nos reuníamos con él y comentábamos preliminarmente nuestras conclu- siones, nos sorprendía la rapidez con la que había ido derechamente a la médula del asunto y con la cual había resumido los temas relevantes que debían plasmarse en la defensa de los intereses del cliente.

Más de una vez le oímos decir: “el abogado que nunca se despertó a la madrugada pensando en un caso, no sabe lo que es la abogacía”. Quizás esa frase sintetice su compromiso con la profesión y con el Estudio. Todos quienes lo componemos fuimos forjados bajo la impronta de ese espíritu. Todos tenemos la pasión por lo que hacemos, inspirada en el sentir del fundador. No era poco habitual ver a Nahum encerrarse en su escritorio y escuchar el teclado incesante de su vieja “Cónsul”, plasmando sus ideas y su pensamiento en continua ebullición.

Vale la pena recordar uno de los casos más recientes en los cuales par- ticipó. Se trataba de una apelación que involucraba una pretendida usura, figura delictiva que a lo largo de la historia jurídica del Uruguay ha sufrido múltiples vicisitudes. No obstante, y con una reciente ley dictada en la materia, Nahum no eludió el desafío y -junto con el colega a cargo del patrocinio en primera instancia- asumió la defensa del cliente, persuadido, según nos decía, de que “la fiscalía se había ensañado, por otros moti- vos…”. Una vez asumida la defensa, Nahum pidió una copia de la nueva ley. Al cabo de un breve análisis, Nahum retornó rebosante de alegría, con los ojos rebosantes de luz, propios de quienes sienten apasionadamente lo que hacen: ¡Eureka! Casi de inmediato el “Doctor” había encontrado la clave de su defensa y con ella la libertad de su cliente. Según su interpre- tación -coadyuvada por una deficiente técnica legislativa (habitual en los tiempos que corren)- la nueva ley derogaba el delito en lugar de modificar su articulado, con las consecuencias que eso conllevaba desde el punto de vista del Derecho Penal. Con esa redacción, y con una convincente argumentación en base al “principio de eventualidad” (el delito se habría configurado según los informes de los peritos contables por un porcentaje

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inferior al 1%), logró que el Tribunal ratificara la inocencia de su cliente. Nahum, nuevamente, había logrado convencer al Tribunal.

El sentido del deber cumplido se podía vislumbrar en la mirada de Nahum. No era la mirada de quien se hubiera entregado al paso del tiem- po. Bien por el contrario, era la de quien se realiza en lo que hace y abra- za el fuego sagrado de la abogacía para no abandonarlo jamás. Esa era la manera en que el “Doctor” entendía el ejercicio profesional. Era un voca- cional que inspiraba, que nos contagiaba su alegría de vivir y de estar ahí, sintiendo la profesión en toda su dimensión. No había tema concerniente al Estudio que no cayese bajo su órbita: tenía esa rara capacidad de estar en todos los detalles. Era minucioso y precavido: una y otra vez nos recordaba que el diablo está en los detalles (the devil is in the details). Jamás se desco- nectaba: cualquiera fuera el lugar donde estuviera, no dejaba de interesarse sobre la marcha del Estudio. Era también un trabajador incansable: hasta su último día en el país no dejó de venir al Estudio tal como si fuera su primer día de trabajo.

No era un amante de las formas -aunque tampoco las menospreciaba- porque persuadía con la lógica de sus argumentos, la riqueza de su pluma, y el brillo de su oratoria. Fue nada menos que Eduardo J. Couture -tan admirado y citado por Nahum- quien escribiera que la abogacía es “al mismo tiempo arte y política, ética y acción”. La frase pareciera haber sido escrita pensando en Nahum: porque nos cuesta pensar en un abogado que reuniera y amalgamara tantas cualidades: sólida formación, lúcida inteli- gencia, rápida captación de la sicología humana, personalidad exuberante, reciedumbre en el carácter, negociador consumado. En fin, la lista podría continuar. Todo ello cimentado en una sólida base ética sin la cual -como tantas veces sucede- ese dechado de condiciones pierde su norte.

Precisamente por su visión ética de la abogacía -tenía claros los límites éticos de su accionar-, jamás concibió su actuación pública como un tram- polín al servicio de la profesión. Justo es recordar que mientras se desem-

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peñó en la Sub-Secretaría de Educación y Cultura, el Estudio no patrocinó asuntos penales. Eso fue una decisión inamovible de Nahum, que entendía que la dependencia jerárquica de los Fiscales Penales al Poder Ejecutivo a través del Ministerio de Educación y Cultura, inhibía -a él y a su Estudio- de asumir un patrocinio profesional en ése ámbito. (El siguiente episodio lo pinta de cuerpo entero en esta faceta. Cuando hace ya varios años el Colegio de Abogados del Uruguay elaboró un ante-proyecto de Código de Ética -Nahum era firme entusiasta de cuerpos normativos de esta na- turaleza para múltiples ámbitos-, el mismo incluía una disposición que, por su rigidez, le inhibía de actuar profesionalmente. Nahum no vaciló. A sabiendas que se trataba tan sólo de un ante-proyecto, y no obstante sus dudas sobre la conveniencia de la previsión proyectada, Nahum entendió que la sola circunstancia que se proyectara una disposición que le restrin- giera el ejercicio profesional, para él era motivo suficiente para renunciar a ese ejercicio. Y sin vacilar así lo hizo, cursando una carta al Colegio ex- plicando su punto de vista discrepante e informando de su acogida a los beneficios jubilatorios. Recibida la carta de Nahum, el Colegio se hizo eco de sus planteos y la norma contemplada fue excluida del Código de Ética finalmente aprobado; entretanto, Nahum ya había renunciado al ejercicio liberal de la profesión).

El fino sentido del humor tampoco le era ausente; en medio de las más intensas y acaloradas negociaciones, sabía introducir una fina cuo- ta de humor. Quienes profesamos un credo futbolístico diverso, supimos padecerlo.

Alguna vez Nahum tomaba nuestros escritos forenses y nos decía: “pero esto ya lo dijiste, y los Jueces no son afectos a las reiteraciones innecesarias”. Nahum tenía el don de sintetizar las razones y fundamentos de sus ideas (se compartieran o no). Jamás nos recomendaba detenernos en formalismos si no trasuntaban una vulneración de un derecho fundamental; Nahum iba al corazón de las cosas, sin distraerse con el paisaje.

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Esta reseña estaría incompleta si no incluyera una breve mención a la generación de abogados que inspiraron a Nahum (y de la cual entiendo que él también formó parte).

El Doctor perteneció a una generación de abogados a carta cabal, abo- gados con nombre propio y conocidos más allá de la organización profe- sional que integraran. Me refiero a esa estirpe de abogados a quien todo cliente aspira a tener de su lado, y a quien sus colegas miran y respetan como un contendor implacable, digno de temer, si es que acaso ésta es la expresión adecuada. Por eso la cita de Simón Waksman es ineludible. El Doctor sentía una profunda admiración por éste último, a quien conside- raba el mejor abogado entre la generación de sus mayores.

El episodio a partir del cual nació la entrañable relación entre ambos creo que no tiene desperdicio.

Ambos estaban en lados opuestos en un juicio civil. Era la época en que los abogados patrocinantes, sin perjuicio de tirarse "con todo" en los escritos forenses -con altura y con respeto-, al mismo tiempo mantenían (fuera de los estrados) una relación plenamente armoniosa (El Doctor ja- más llevaba los pleitos al plano personal). El juicio estaba complicado y Nahum se las veía de figurillas ante el talento y la jerarquía de Waksman, muchos años mayor que él. Pero en el momento más impensado e inespe- rado, a Nahum le llamó la atención la cita de Couture que Waksman había transcripto en su escrito de alegatos: el instinto hizo dudar al Doctor de que Couture hubiera efectivamente escrito el pensamiento que Waksman le atribuía, o al menos tal cual Waksman lo había transcripto.

Nahum no era haragán. Fue a la biblioteca de la Facultad (no existía Internet) y encontró la cita. La larga frase aparecía tal cual: pero había una ligerísima discrepancia -no puedo precisar cuál, si fue una coma o acaso tan sólo el contexto- que hacía toda la diferencia.

El alegato de Nahum fue el más corto de su dilatada vida profesional. Tenía tan sólo una frase y un adjunto: el Doctor se había limitado a pre-

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sentar una fotocopia de la página de Couture, junto con la cita de éste tal cual había sido incluida en el escrito de Waksman.

No hace falta precisar cuál fue el resultado final del juicio.

Ahí nació la amistad con Waksman, y, por qué no decirlo, también la relación del cliente de Waksman con Nahum, que a partir de entonces co- menzó a confiar a éste último una buena parte de su asesoramiento legal.16

También desde el Estudio supo cultivar el respeto por los colegas; en el Estudio, decía Nahum, “hay cosas que no estamos dispuestos a hacer para ganar un cliente”. El respeto por el colega y el sustrato ético de nuestra profesión, son enseñanzas que habrán de perdurar. He aquí la esencia del Estudio. En los tiempos que corren, podemos decir con orgullo que perte- necemos a un Estudio en el cual la ética no es una palabra vacía de conteni- do. Y esa es una herencia de los cimientos que Nahum supo construir. Hoy es un orgullo haber compartido estas virtudes que destacaban a Nahum y que se proyectan en la manera en que actúa la firma.

Nahum Bergstein dio cabal cumplimiento al proverbio bíblico: “Con sabiduría se edificará la casa, y con inteligencia se pondrán sus cimien- tos…”. Su legado y el fuego de su antorcha han pasado ahora a nuestras manos. Toca a nosotros hacerle honor.

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16 Hoy los anaqueles del Estudio se ven enriquecidos con la biblioteca de Derecho Penal que la familia del Dr. Simón Waksman obsequiara al Doctor tras el fallecimiento de aquél.

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