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LA REPRESENTACIÓN DUPLICADA

In document Foucault – Las palabras y las cosas (página 74-78)

LA PROSA DEL MUNDO

4. LA REPRESENTACIÓN DUPLICADA

Sin embargo, la propiedad más fundamental de los signos para la

episteme clásica no ha sido enunciada todavía. En efecto, el que el signo pueda ser más o menos probable, estar más o menos alejado de lo que significa, que pueda ser natural o arbitrario, sin que resulte afectada su naturaleza o su valor de signo —todo esto muestra muy

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bien que la relación del signo con su contenido no está asegurada dentro del orden de las cosas mismas. La relación de lo significante con lo significado se aloja ahora en un espacio en el que ninguna figura intermediaria va a asegurar su encuentro: es, dentro del cono- cimiento, el enlace establecido entre la idea de una cosa y la idea de otra. Así lo dice la Logique de Port-Royal: "el signo encierra dos ideas, una la de la cosa que representa, la otra la de la cosa repre- sentada y su naturaleza consiste en excitar la primera por medio de la segunda".16 Teoría dual del signo que se opone sin equívoco alguno a la organización, más compleja, del Renacimiento; ahora bien, la teoría del signo implicaba tres elementos perfectamente dis- tintos: lo marcado, lo que marcaba y lo que permitía ver en aquello la marca de esto; ahora bien, este último elemento es la semejanza: el signo marcaba en la medida en que era "casi la misma cosa" que lo que designaba. Es este sistema unitario y triple el que desapa- rece al mismo tiempo que el "pensamiento por semejanza" y que es remplazado por una organización estrictamente binaria.

Pero hay una condición para que el signo sea esta dualidad pura. En su ser simple de idea, de imagen o de percepción, asociada o sustituida por otra, el elemento significante no es un signo. Sólo llega a serlo a condición de manifestar además la relación que lo liga con lo que significa. Es necesario que represente, pero también que esta representación, a su vez, se encuentre representada en él. Condi- ción indispensable para la organización binaria del signo, que la Lo- gique de Port' Royal enuncia antes de decir qué es un signo: "cuando no vemos un cierto objeto sino como representación de otro, la idea que de él se tiene es una idea de signo y este primer objeto es llamado signo".17 La idea significante se desdobla, ya que a la idea que remplaza a otra se superpone la idea de su poder representa- tivo. ¿Acaso no se tiene así tres términos: la idea significada, la idea significante y, en el interior de esta última, la idea de su papel de representación? Sin embargo, no se trata de una vuelta subrepticia a un sistema ternario, sino más bien de un desplazamiento inevitable de la figura hacia dos términos, que retrocede con relación a sí mis- ma y viene a alojarse por entero en el interior del elemento signi- ficante. En efecto, el significante no tiene más contenido, más fun- ción y más determinación que lo que representa: le está totalmente ordenado y le es transparente; pero este contenido sólo se indica en una representación que se da como tal y lo significado se aloja sin residuo alguno ni opacidad en el interior de la representación del signo. Es característico que el primer ejemplo de signo que da la

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Logique de Port-Royal, 1a parte, cap. iv. 17 Ibi d.

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Logique de Port-Royal no sea la palabra, ni el grito, ni el símbolo, sino la representación espacial y gráfica —el dibujo: mapa o cuadro. En efecto, el cuadro no tiene otro contenido que lo que representa y, sin embargo, este contenido sólo aparece representado por una repre- sentación. La disposición binaria del signo, tal como aparece en el siglo xvii, sustituye a una organización que, a partir de modos dife- rentes, fue siempre ternaria desde los estoicos y aun desde los prime- ros gramáticos griegos; ahora bien, esta disposición supone que el signo es una representación desdoblada y duplicada sobre sí misma. Una idea puede ser signo de otra no sólo porque se puede establecer entre ellas un lazo de representación, sino porque esta representación puede representarse siempre en el interior de la idea que representa. Y también porque, en su esencia propia, la representación es siem- pre perpendicular a sí misma: es a la vez indicación y aparecer, rela- ción con un objeto y manifestación de sí. A partir de la época clásica, el signo es la representatividad de la representación en la medida en que ésta es representable.

Esto tiene consecuencias de gran peso. Por lo pronto, la impor- tancia de los signos en el pensamiento clásico. En otro tiempo fue- ron medios de conocer y claves de un saber; ahora son coextensivos a la representación, es decir, al pensamiento entero, se alojan en él, pero lo recorren en toda su extensión: desde el momento en que una representación está ligada con otra y representa este lazo en sí mis- ma, hay un signo: la idea abstracta significa la percepción concreta de la que ha sido formada (Condillac); la idea general no es más que una idea singular que sirve de signo a otras (Berkeley); las imaginaciones son signos de las percepciones de las que han salido (Hume, Condillac); las sensaciones son signos unas de otras (Ber- keley, Condillac) y se puede decir finalmente que las sensaciones son de suyo (como en Berkeley) los signos de lo que Dios quiere decimos, lo que haría de ellas algo así como signos de un conjunto de signos. El análisis de la representación y la teoría de los signos se penetran absolutamente uno a otra: y el día en el que la Ideo- logía, a fines del siglo xviii, se interrogue por el primado que hay que dar a la idea o al signo, el día en el que Destutt reprochará a Ge- rando el haber hecho una teoría de los signos antes de haber defi- nido la idea,18 es el día en el que su pertenencia inmediata comenzará a enturbiarse y en el que la idea y el signo dejarán de ser perfectamente transparentes una a otro.

Segunda consecuencia. Esta extensión universal de! signo en el campo de la representación excluye aun la posibilidad de una teoría de la significación. En efecto, el interrogarse sobre qué es la signi-

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ficación supone que ésta sea una figura determinada en la conciencia. Pero si los fenómenos no se dan nunca sino en una representación que, en sí, y por su representabilidad propia, es por completo signo, la significación no puede ser un problema. Es más, ni aparece si- quiera. Todas las representaciones están ligadas entre sí como signos; entre todas forman como una red inmensa; cada una se da, en su transparencia, como signo de lo que representa; y sin embargo —o más bien por este hecho mismo— ninguna actividad específica de la conciencia puede constituir alguna vez una significación. Sin duda porque el pensamiento clásico de la representación excluye el análi- sis de la significación, nos cuesta tanto esfuerzo —a nosotros que no pensamos los signos sino a partir de esto— el reconocer, a pesar de la evidencia, que la filosofía clásica, de Malebranche a la Ideo- logía, fue, de un extremo a otro, una filosofía del signo.

Nada de sentido exterior o anterior al signo; ninguna presencia implícita de un discurso anterior que habría que restituir a fin de sacar a luz el sentido autóctono de las cosas. Pero tampoco acto constitutivo de la significación ni génesis interior a la conciencia. Entre el signo y su contenido no hay ningún elemento intermediario, ni ninguna opacidad. Empero, los signos no tienen otras leyes que las que pueden regir su contenido: todo análisis de los signos es, al mismo tiempo, y con pleno derecho, un desciframiento de lo que quiere decir. A la inversa, el sacar a luz lo significado no será más que la reflexión sobre los signos que lo indican. Lo mismo que en el siglo xvi, "semiología" y "hermenéutica" se superponen, pero en for- ma diferente. En la época clásica, ya no se reúnen en el tercer elemento de la semejanza; se ligan a este poder propio de la repre- sentación de representarse a sí misma. Así, pues, no habrá una teoría de los signos diferente a un análisis del sentido. Sin embargo, el sistema otorga cierto privilegio a la primera por encima de la segun- da; puesto que no da a lo que se significa una naturaleza diferente de la que le otorga el signo, el sentido no podrá ser más que la totalidad de los signos desplegada en su encadenamiento; se dará en el cuadro completo de los signos. Pero, por otra parte, la red com- pleta de signos se liga y se articula según los cortes propios del sen- tido. El cuadro de los signos será la imagen de las cosas. Si el ser del sentido está por completo del lado del signo, todo el funciona- miento está del lado de lo significado. Por esto, el análisis del len- guaje, de Lancelot a Destutt de Tracy, ha sido hecho a partir de una teoría abstracta de los signos verbales y en la forma de una gramática general: pero siempre toma como hilo conductor el sentido de las palabras; por ello también la historia natural se presenta como aná- lisis de los caracteres de los seres vivos, por más que, a pesar de ser

LA IMAGINACIÓN DE LA SEMEJANZA 73 artificiales, las taxinomias tienen siempre el proyecto de reunir el orden natural o de disociarlo lo menos posible; por ello, el análisis de las riquezas se hace a partir de la moneda y del cambio, aunque el valor se funde siempre sobre la necesidad. En la época clásica, la ciencia pura de los signos tiene el valor del discurso inmediato de lo significado. Finalmente, última consecuencia que llega, sin duda, hasta nosotros: la teoría binaria del signo, que fundamenta, a partir del siglo xvii, toda la ciencia general del signo, está ligada, de acuer- do con una relación fundamental, con una teoría general de la representación. Si el signo es el puro y simple enlace de un signifi- cante y un significado (enlace arbitrario o no, impuesto o volunta- rio, individual y colectivo), de todas maneras la relación sólo puede ser establecida en el elemento general de la representación: el signi- ficante y el significado no están ligados sino en la medida en que uno y otro son (han sido o pueden ser) representados y el uno re- presenta de hecho al otro. Asi, pues, fue necesario que la teoría clá- sica del signo tuviera como fundamento y justificación filosófica una "ideología", es decir, un análisis general de todas las formas de re- presentación, desde la sensación elemental hasta la idea abstracta y compleja. Fue igualmente necesario que, volviendo al proyecto de una semiología general, Saussure diera una definición del signo que pudo parecer "psicologista" (enlace de un concepto y de una ima- gen) : pero es que de hecho redescubrió allí la condición clásica para pensar la naturaleza binaria del signo.

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