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LA LECCIÓN DEL JUEGO.

In document Lecciones de Vida-Elizabeth Kubler (página 83-122)

DK.

Un día visité a Lorraine en el hospital. Le habían diagnosticado un linfoma. Tenía setenta y nueve años, el pelo blanco y llevaba pulseras. Cuando entré estaba sentada en la cama hablando con su familia.

A pesar de las malas perspectivas, sentí que interrumpía una reunión familiar feliz. Me presenté y le pregunté si podía regresar en otro momento, cuando no estuviera tan ocupada. «Desde luego, me encanta recibir visitas», me dijo con una sonrisa. Mientras me iba, me pregunté si ella sabía con exactitud la razón de mi visita. Pero lo cierto es que era plenamente consciente de lo que sucedía: se enfrentaba a un cáncer.

Cuando regresé al día siguiente, Lorraine tenía la radio en marcha y bailaba en la intimidad de su habitación con todo el entusiasmo de una chica de diecisiete años. Mientras la contemplaba, pensé en un tópico que, no obstante, en aquel momento era cierto: bailaba como si no existiera un mañana.

Lorraine me miró por encima del hombro mientras bailaba. Yo le sonreí y dije: -¿Qué está haciendo?

Para progresar, dejarnos de lado a nuestros seres queridos. Creemos que nuestro deseo es darles algo más cuando, en realidad, lo que ellos quieren es a nosotros.

En efecto, tener éxito y controlar la situación es importante, pero el juego también lo es. Sentimos un deseo innato de divertirnos y de liberar y disipar nuestras tensiones, pero por desgracia hemos reprimido esa necesidad de jugar y a veces hasta la hemos olvidado.

En muchas oficinas, se celebra el cumpleaños de los empleados e incluso se compra un pastel y unos globos. Éstos, a veces, quedan desperdigados por el suelo o se elevan al techo de la oficina y los pasillos. Si pudiéramos observar a los empleados mientras se dirigen a la fotocopiadora o al despacho de algún compañero, los veríamos jugar con los globos, impulsarlos hacia arriba con la punta de los dedos, hacerlos bajar tirando del cordel para verlos subir de nuevo hasta el techo o atar el cordel en sus dedos. Pero lo harán de una forma discreta, cuando crean que nadie los ve.

Esos empleados altamente productivos tienen una gran necesidad de jugar. Muchas personas son como ellos: niños sin globos.

Nos hemos olvidado de jugar, hemos olvidado cómo se juega y también en qué consiste jugar.

Tenemos que recordarnos a nosotros mismos que jugar es hacer las cosas que nos proporcionan placer por el simple hecho de experimentar placer. El juego consiste en experimentar una diversión que trasciende todas las fronteras. Todos podemos jugar con personas del mismo sexo o del opuesto, de distinta raza, religión o edad. Incluso

podemos jugar con seres de otras especies: muchos de nosotros disfrutamos muchísimo jugando con nuestras mascotas.

Jugar es expresar nuestra alegría interior mediante la risa, el canto, el baile,nadar, ir de excursión, cocinar, correr, jugar a un juego o cualquier otra cosa que nos proporcione una diversión.

Jugar hace que todos los aspectos de nuestra vida sean más significativos y agradables. El trabajo resulta más satisfactorio y las relaciones mejoran. El juego hace que nos

sintamos más jóvenes y positivos. Es una de las primeras cosas que los niños aprenden a hacer: es natural e instintivo.

¿No resulta triste que en la mayoría de las vidas haya existido tan poco juego? Cuando alguien me pregunta cómo puede permitirse el lujo de dedicarle tiempo a jugar, le contesto que lo que no puede permitirse es no jugar. El juego aporta equilibrio a nuestra vida y mejora nuestro estado mental. Si hemos jugado en nuestro tiempo libre,

trabajaremos mejor. Cuando alguien dice que se siente harto de su trabajo, podemos preguntarle qué le gusta hacer en realidad. Si responde que el cine, preguntémosle cuándo fue la última vez que fue a ver una película. Es probable que nos conteste que hace un par de meses. Si no hacemos lo que nos gusta, es muy probable que nos sintamos hartos.

Jugar también nos ayuda físicamente. Muchos estudios científicos han demostrado que la risa y el juego reducen la tensión y hacen que se liberen en el cuerpo unas sustancias llamadas endorfinas, con una composición química parecida a la de la morfina. Quizá sea gracias a estos atenuantes naturales del dolor y potenciadores del buen humor, los cuales aportan un bienestar natural a nuestra vida, por lo que nos sentimos mejor después de reír y jugar.

La risa es un medicamento que se autoalimenta, porque cuanto más reímos, más deseos tenemos de reír. Incluso ante una cuestión tan seria como la muerte, el humor tiene su papel.

EKR.

En una ocasión se permitió el acceso al público en general a una clase sobre la muerte y los moribundos para estudiantes de medicina y psicología. El profesor se sorprendió cuando una enferma terminal se apuntó a su clase, pues era algo que no esperaba. Como le preocupaba la intimidad de aquella mujer, no comentó su estado a los demás. Más tarde le dijo:

-Lo que más me inquietaba era que alguien hiciera una broma o algún comentario jocoso sobre la muerte, pues para usted, es una cuestión real y no un ejercicio intelectual.

La mujer le respondió:

-Las bromas y la diversión forman parte de la vida, y la risa es uno de los medios que utilizo para vivir esta experiencia. Si los estudiantes hubieran bromeado, no habría tenido ningún problema. Lo que más me ofende es que se evite hablar de esta cuestión o pronunciar palabras como muerte o cáncer. Prefiero bromear sobre estos temas porque la risa es mucho más divertida que el temor y mucho más auténtica que el disimulo.

DK.

Jacob Glass es escritor y conferenciante de temas espirituales. Una tarde me encontraba charlando en un bar con este viejo amigo, que me contaba que con frecuencia empezaba el día en aquel lugar, leyendo, disfrutando de su café y reuniéndose con amigos. Vive cerca de allí, en una casa sencilla que satisface muy bien sus necesidades.

Mientras hablábamos de sus escritos y conferencias, lo animé a que trabajara más y le expliqué cómo podía ampliar su horario de trabajo.

-¿Y qué conseguiría con esto? -me preguntó.

-Podrías dar más conferencias por semana, alcanzarías el sueño americano y algún día podrías retirarte.

-¿Y entonces tendría tiempo para sentarme en el bar relajarme y leer? -Desde luego, podrías hacer lo que quisieras.

-Pero si ahora ya lo hago. Dispongo de días libres y de tiempo para disfrutar de la vida, pasear, ir al teatro y comer sin prisas. ¿Por qué habría de dedicar todo mi tiempo a ser productivo y así poder disfrutar de la vida algún día si ya la disfruto ahora?

Había pasado por alto que Jacob ya tenía la vida que yo le decía que podría disfrutar algún día si trabajaba más. Y me di cuenta de que, en lugar de estar relajado y disfrutar del café, había caído en la trampa de pensar en la productividad y dar más importancia al trabajo que a la diversión.

El trabajo y la diversión no tienen por qué ser actividades totalmente separadas. Divertirse en el trabajo es bueno, y disfrutar mientras se realizan las tareas diarias nos ayuda a pasar el día y la vida. Lamentablemente, resulta muy fácil centrarse sólo en alcanzar metas y sentirse desgraciado cuando no se consigue.

Debemos buscar la diversión en el trabajo, pero también debemos separar el trabajo de la diversión. Por ejemplo, un hombre preguntó:

«¿Qué os parece mi solución? En lugar de trabajar todo el sábado y no pasar ningún momento con mi esposa, saco el ordenador portátil al jardín y trabajo allí cuatro o cinco horas. Así estamos juntos e integro el trabajo y la diversión en mi horario.»

La esposa de aquel hombre seguramente estará de acuerdo en que su marido no se divierte mucho y es probable que se sienta desatendida. Si bien es cierto que está con su cuerpo, no está con su mente ni con su corazón. ¿La mente y el corazón de aquel

hombre están divirtiéndose en el jardín o están concentrados en planificar la reunión del lunes? Aquel hombre no se divierte: trabaja en un entorno distinto.

El omnipresente teléfono móvil ha convertido gran cantidad de tiempo de ocio en tiempo laboral. Tenemos conversaciones de trabajo mientras comemos en los

restaurantes, y ya no sólo conducimos, sino que conducimos y hablamos por teléfono al mismo tiempo. La gente ya no va simplemente de compras, sino que pasea de un lado para otro del centro comercial con un teléfono pegado a la oreja. Algunas personas incluso hablan por teléfono en el cine, y hubo una mujer que fue haciendo llamadas con su móvil mientras estaba de parto.

Algunos de nosotros acabamos convirtiendo nuestras aficiones y entretenimientos en trabajo. Una noche, una mujer que había superado un cáncer comentó con su esposo el ingente trabajo que suponía organizar la fiesta anual del instituto de enseñanza

secundaria local. Estaba agotada y se acordó de lo que se había prometido a sí misma cuando estaba enferma.

«Creí que organizar aquella fiesta me divertiría -dijo-, pero ahora estoy demasiado ocupada. Me encargo de todo y no pienso ni hablo más que de mis obligaciones.

Cuando tenía miedo de que me quedara poco tiempo, me prometí que, si me curaba, me divertiría más. Pero esto no es diversión, es trabajo. Si el cáncer se reproduce, no podré decir que he disfrutado del tiempo que se me ha concedido.»

Hemos olvidado cuál es la finalidad de nuestras aficiones. Supongamos que nos gusta fabricar muebles por el simple placer de hacerlos y un día se nos ocurre convertir esta afición en un negocio. Resulta fantástico trabajar en algo que nos gusta, pero, por definición, una afición es algo que hacemos por placer sin que importe el resultado. Si fabricamos muebles para venderlos, ya no se trata de una afición, sino de un trabajo. Sin darnos cuenta, hemos convertido una actividad que nos gustaba en algo que no

disfrutamos ni realizamos por el simple placer de hacerlo.

Nos olvidamos de jugar cuando nos tomamos la vida demasiado en serio. Debemos recordar los tiempos en que jugábamos de una manera auténtica, antes de que

aprendiéramos a jugar pensando en producir; un tiempo en el que nuestros corazones eran receptivos y en el que jugábamos sin sentirnos culpables después. Pero la idea de vivir para divertirse se contempla con recelo. Cuando somos jóvenes, nos dicen: «La vida es seria, borra esa sonrisa de tu rostro. ¡Haz algo, conviértete en alguien de provecho!» Entonces, cuando vemos a alguien que, simplemente, practica el surf, nos preguntamos que por qué no hace algo con su vida.

Pero ¿de verdad resulta tan horrible reducir al mínimo las propias necesidades para poder hacer lo que nos gusta durante todo el día? Menospreciamos a los surfistas porque dicen que viven en un mundo en el que la diversión nunca acaba. La verdadera cuestión es, ¿por qué tantas personas viven en un mundo en el que la diversión nunca empieza? Hay quien dice que el ocio es la madre de todos los vicios o que es «antes la obligación que la devoción». Y conforme vamos subiendo peldaños en la escalera del éxito

dejamos de divertirnos. Consideramos que la vida es difícil y queremos «progresar» de forma constante y dejarlo todo bien atado, pero entonces no encontramos tiempo para divertirnos. Perdemos la costumbre de disfrutar de la vida y cuando lo hacemos nos sentimos culpables, pues consideramos que es una pérdida de tiempo. Quizás esto explique por qué muchas personas con éxito se divierten a escondidas o por qué el deseo natural de divertirse se manifiesta de formas poto sanas en determinadas personas (algunas incluso aparecen en los noticiarios por esta causa). Muchos de nosotros somos como los empleados de la oficina y los globos. Hemos reprimido la necesidad de jugar durante tanto tiempo que cuando surge nos induce a tener múltiples aventuras amorosas, tomar drogas o comer o comprar de forma compulsiva. Sentimos que no nos merecemos divertirnos o ser felices, de modo que boicoteamos nuestra vida. Tenemos que aprender a permitirnos «ser malos» y divertirnos.

Muchos de nosotros hemos crecido en familias que nos preguntaban con regularidad qué habíamos hecho ese día. Como respuesta teníamos que enumerar todos nuestros logros para demostrar que habíamos sido productivos y no habíamos perdido el tiempo. Incluso ahora, de adultos, nos sentimos más cómodos citando las tareas que hemos realizado que explicando que hemos hecho algo por puro placer. Ronme Kaye, que había sobrevivido a un cáncer, nos contó en un seminario que tuvo que aprender a admitir ante los demás que había pasado la tarde simplemente escuchando a Beethoven. Ronnie dijo:

«Tuve que aprender a contar con orgullo que me había pasado toda la tarde escuchando la Sexta Sinfonía de Beethoven porque me proporciona un inmenso gozo. Algunos de mis amigos comprenden la importancia de esa alegría, y cuando les digo que he estado escuchando música, se sienten felices por mí. Pero hubo un tiempo en que me habría

avergonzado no realizar cientos de cosas en una tarde. Ahora me doy cuenta de lo importante que es la música para mí.»

Tengamos la edad que tengamos y sea cual sea nuestra situación, podemos volver a jugar. Siempre podemos encontrar de nuevo el sentido del juego porque reside en nuestro interior.

Los niños saben jugar. En la escuela disponen de un tiempo para el juego porque todo el mundo está de acuerdo en que el trabajo escolar debe equilibrarse con un tiempo de diversión. Lo mismo ocurre con los adultos. ¿Por qué no habríamos de quedar con otras personas para jugar?

Primero tenemos que aprender a valorar el juego y el tiempo que le dediquemos, y después concedérnoslo a nosotros mismos. Quizá tengamos que programar ese tiempo para el juego, y a veces incluso forzarnos a hacerlo. Siempre hay trabajo pendiente, pero eso no es una razón para no jugar. Si no nos concedemos tiempo para divertirnos, al final no tendremos nada que ofrecer a los demás. Si no nos permitimos disfrutar de un tiempo de ocio de calidad, empezaremos a lamentar el tiempo que dedicamos a nuestro trabajo o incluso a nuestra familia. Se trata de jugar ahora o pagar las consecuencias después.

Debemos recordar que el juego es algo más que un momento de alegría aquí y otro allá: es tiempo real dedicado al juego. Tenemos que distanciarnos del trabajo y del lado serio de la vida. Disponemos de miles de maneras para introducir de nuevo el juego en

nuestra vida. Por ejemplo, en lugar de comprobar el estado de la bolsa a primera hora de la mañana, podemos leer la tira cómica. También podemos ver una película de risa, comprarnos ropa divertida o una corbata vistosa. Si nuestra vida y nuestro trabajo son muy formales, podemos vestir ropa interior original. Debemos practicar diciendo que sí a las invitaciones que recibamos y siendo más espontáneos. De vez en cuando, hay que hacer algo absurdo.

Todo puede ser un juego, pero hay que estar alerta, porque podemos convertir cualquier pasatiempo en algo productivo. Si damos paseos porque realmente nos gusta, se trata de un juego, pero si caminamos a diario porque es el ejercicio rutinario que creemos que debemos realizar, ya no es un juego.

Los deportes y los juegos de mesa son fuentes maravillosas de diversión. Con ellos dejamos salir al niño que llevamos dentro. Correr por un campo de fútbol o

concentrarnos en una partida de bridge puede ayudarnos a construir nuestra identidad, liberar tensiones y relacionarnos con los demás.

Muchas personas se reúnen para jugar a algo. Invitan a los amigos para jugar al

Monopoly, al Trivial Pursuit o al Risk, y los invitados se sorprenden de lo bien que se lo pasan y de los recuerdos maravillosos que estos juegos despiertan en ellos. La

competición suele ser un componente esencial de los deportes y los juegos de mesa, y puede constituir una motivación estupenda. Sólo si nos lo tomamos demasiado en serio perdemos la alegría del juego. ¿Ha jugado alguna vez a un juego de mesa con alguien que se lo tomaba demasiado en serio? No resulta nada divertido, y tampoco lo es la vida si nos la tomamos así.

En una ocasión aprendí una lección de Emma, mi ahijada de cuatro años. Estaba jugando con su amiga Jenny a un juego llamado Candyland. Cuando Jenny estaba a un paso de ganar, Emma saltó con entusiasmo y dijo: «¡Oh, Jenny, espero que ganes!»

Emma no comprendía el concepto de vencer al otro jugador. Para ella, la diversión consistía en jugar. Todavía no era consciente de que si su amiga ganaba, ella perdía. Era feliz simplemente jugando. Todos deberíamos aprender de su inocencia.

Las celebraciones constituyen oportunidades evidentes de diversión, pero no debemos reservar nuestra alegría sólo para las ocasiones especiales: debemos celebrar todas las ocasiones que se nos presenten. Ya concedemos bastante tiempo a los sucesos

negativos; debemos dedicar un tiempo igual o mayor a los positivos. Podemos celebrar la visita de un amigo, una buena comida o que es viernes. Podemos celebrar la vida. Y también podemos acicalarnos porque sí o utilizar la vajilla de los domingos para comer con la familia. En general, no dudamos en cocinar una buena comida para unos

desconocidos, pero para nosotros nos preparamos una lata de atún, el abrelatas y un trozo de pan. Los funerales son un ejemplo especialmente interesante. Todo el mundo se arregla y se reúne en la casa del difunto, donde se sirve la comida en la vajilla de

porcelana y se sientan en el salón que nunca se utiliza. Pero ¿llegó a disfrutar el difunto de todo esto en vida?

Por último, debemos dedicar cierto tiempo a nosotros mismos. Casi todos estamos de acuerdo en que es necesario compartir un tiempo de calidad con nuestros seres queridos. Pero también tenemos que dedicar un tiempo a estar solos; un tiempo que sea sólo para nosotros y que no consista simplemente en los ratos que nos quedan cuando todo el mundo se ha ido o esos momentos en los que por casualidad nos encontramos a solas, sino un tiempo que habremos reservado para nosotros, un tiempo que dedicaremos a nuestra persona y a nuestra felicidad. Durante ese tiempo no debemos comprometernos a ver una película determinada, comer ciertos alimentos o hacer algo concreto.

Debemos dedicar ese tiempo a nosotros mismos y a estar con nosotros mismos; a hacer lo que queramos, cuando queramos y de la forma que queramos.

EKR.

Joe, un próspero hombre de negocio», me habló de su cáncer del sistema linfático: «Tenía un bulto de gran tamaño en el cuello que crecía con rapidez. Visité a un oncólogo y dispuso que me lo extirparan de inmediato. A continuación me administraron quimioterapia. Pasé de ser un trabajador eficiente a ser un paciente eficiente: controlaba las pruebas del laboratorio, compraba los medicamentos y acudía a las visitas del médico. Nunca me imaginé que estar enfermo supusiera tanto trabajo. «Mientras recibía uno de los últimos tratamientos de quimioterapia, pensé en volver a trabajar. Mi trabajo era algo muy serio, y en aquel momento, con el cáncer, mi vida también se había convertido en algo muy serio. Pero se trataba de sobrevivir y, gracias a

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