• No se han encontrado resultados

El lenguaje simbólico de los niños

Otra madre, cuya hija de dieciséis años murió al caerse de un caballo, nos mostró un dibujo que su hija había realizado. El simbolismo de ese dibujo lleva a preguntarse si la niña sabía que iba a tener una

inminente lesión craneal; lo mismo puede decirse de los poemas que escribió, que no sólo son conmovedores, sino también muy reveladores. La primera poesía, sin título, la encontraron el día después de su muerte. Estaba en un trozo de papel, entre las páginas de su diario, que se había llevado de vacaciones.

Soy una niña aún

perdida entre encajes y azucenas y nunca en la vida

me acerqué a ti sin un miedo inicial.

Es mejor que crea por ti, en cualquier caso. Espera, verás lo que quiero decir

cuando me rompa en mil pedazos Nunca habrás tenido tanto miedo en tu vida ni una compensación tan grande.

Madre

¿Cómo tocarte?

Eres tan frágil, te rompes con tanta facilidad... Sí, te quiero, pero estoy en la edad de la rebelión ¿y cuál es mi revuelta?

Si te dejo ahora, ¿qué será de nosotras? ¿No ves que debo quererte desde lejos? No puedo seguir siendo tu soporte;

mis hombros están dolidos por mi propio peso. Me asustas, llorando por tus hijos...

¿Qué harás cuando a mí, tu única hija,

me toque el turno? Tu amor es fuerte, pero el rechazo surge con facilidad. ¿Cómo puedo dejarte y saber que me sentirás contigo? Si me pides que te acaricie, y no puedo hacerlo,

¿lo comprenderás?

Sueño que he tenido más de una vez

Camino por un gran aparcamiento, frente a un supermercado con veinte o treinta tiendas. Estoy sola y aún es de noche. Oigo el eco de mis pasos. Hace frío.

Veo a un hombre a lo lejos y, por una milésima de segundo, nos encontramos en un soleado campo, pero luego regresamos al mismo lugar. Todo ocurre con tanta rapidez que me da la impresión de que sólo lo imagino. Me acerco a él, es alto, rubio y con los ojos muy oscuros. Está muy cansado. Es Jesús. No sé por qué lo sé, pero lo sé. Me detengo a dos palmos de él. Viste téjanos y no lleva camisa. Tiene la piel muy suave. Está muy triste, como si se despidiese de mí. Me coge las manos y rompe a llorar. Yo también lloro, porque no sé desde cuándo no lo he visto e incluso ahora lo echo de menos. Sus lágrimas me mojan el dorso de las manos. Luego se va, diciendo: «No tienes

que venir hacia mí, para que yo esté aquí. Estaré aquí para ti cuando me necesites». Cuando vuelvo a quedarme sola me siento en una esquina y lloro sin consuelo. Sigo ahí hasta que sale el sol. Luego me levanto y me alejo poco a poco...

Deseo

Deseo la vida cuando la vida se acaba, deseo la muerte cuando la muerte llega. Pero estando al borde de ambas y de ninguna sólo quiero terminar lo que empecé.

Soy un mito, la visión de una visión, soy una sombra errante que disminuye, una extensión de precisión mecánica, un llanto, un grito..., un salto antes de caer.

Esto lo escribió Mary Hickman la primavera anterior al verano en que murió. Lo encontraron después de su muerte.

Una madre de la Costa Este se ofrece a compartir su experiencia con nosotros. Me limitaré a transcribir su carta: habla por sí sola.

«Mi hija se despertó una mañana en un estado que sólo se puede describir como de "extrema excitación". Esa noche había dormido en mi cama, y me despertó abrazándome y zarandeándome, diciendo:

»—¡Mami, mami, Jesús me ha dicho que me voy al Cielo! Estoy contenta de irme al Cielo, mamá. Allí todo es bonito, dorado, plateado y resplandeciente, y Jesús y Dios están allí...

»Y así siguió. Estaba eufórica y hablaba tan rápido que apenas podía entenderla. Al principio me asusté. Me parecía extraño, pues no se puede decir que sea un tema corriente de conversación.

»Me inquieté sobre todo por su excitación. Era una niña tranquila, casi contemplativa, muy inteligente, pero no era tan "inquieta" ni hacía las tonterías propias de los crios de cuatro años. Hablaba con corrección y tenía un vocabulario muy preciso. No estaba acostumbrada a verla tan excitada, tartamudeando y trabándose al hablar. De hecho, creo que no la había visto nunca así, ni por Navidad, ni en su cumpleaños, ni en el circo.

»Le dije que se calmara, que no hablase así (más que nada porque sentí un temor supersticioso: desde que nació tuve el "presentimiento" de que no estaría mucho tiempo conmigo y sólo lo comenté a una íntima amiga). No quería recordarlo, ni quería escuchar lo que decía, mucho menos de forma tan repentina. Nunca en la vida había hablado de morir, ni de su muerte; sólo había aludido al tema en sentido abstracto.

»No conseguí calmarla. Siguió explicándome "lo bonito que era el paraíso dorado, con cosas preciosas y ángeles resplandecientes y diamantes y piedras preciosas. Y lo feliz que iba a ser allí y lo bien que lo pasaría. Jesús se lo había dicho. Lo decía entusiasmada; estaba tan excitada que apenas podía decir lo que quería. Recuerdo más sus gestos y su alegría que sus palabras.

»—Cariño —le dije—, un momento, tranquilízate. Si te vas al cielo, te echaré de menos. Me alegro de que hayas tenido un sueño tan feliz, pero cálmate y relájate un poco.

»Fue en vano, ella insistía:

»—No era un sueño, era real —con el entusiasmo con que hablan los niños de cuatro años— . Pero no te preocupes, mamá, porque Jesús dijo que podría cuidarte, y te daré piedras preciosas, y no tendrás que preocuparte por nada, las piedras preciosas te encantarán... —Y siguió hablando de lo mismo. (Cito o pongo entre comillas lo que recuerdo con bastante exactitud palabra por palabra; el resto de la conversación sólo la recuerdo en esencia.)

»Esto es básicamente lo que dijo. Prosiguió hablando sobre lo maravilloso que era el paraíso, calmándose poco a poco, y, cuando volví a felicitarla por su hermoso sueño, dijo que no era un sueño sino que era "real, realísimo". Descansó en mis brazos un momento, me dijo que no me tenía que preocupar "porque Jesús [la] cuidaría", saltó de la cama y se fue a jugar.

»Me levanté y preparé el desayuno. El día transcurría normalmente hasta que, a primera hora de la tarde, entre las tres y las tres y media, la asesinaron: la ahogaron.

»La conversación con mi hija me había sorprendido tanto que esa misma mañana comenté por lo menos con una persona lo que llamé "el sueño de mi hija". Esa persona recuerda la conversación. Cuando se enteró de su muerte, enseguida se preguntó cómo pudo saberlo.

»Personalmente creo que, según las leyes físicas, una persona no puede conocer el futuro. Era

imposible que supiese que se "iba al Cielo".

»Y, sin embargo, así fue. Mi hija se levantó en un estado de excitación inusual y dijo que Jesús le había dicho que se iba al Cielo (la verdad es que no recuerdo si dijo «hoy»). Y murió esa misma tarde. No sé explicarlo.

»En casa no somos muy practicantes. Mi hija nos acompañó un par de veces a la iglesia; por supuesto, leíamos pasajes sobre Moisés y Jesús, María y José. Mis hijos asistían algún domingo a catequesis. Traté de inculcarles amor, respeto y amabilidad hacia los demás, en vez de enseñarles una religión, porque no les podía enseñar algo que no conocía. He estudiado, rezado y meditado, y, no obstante, es muy poco lo que sé al respecto.

»Cuando las niñas me preguntaban cosas sobre el Cielo, siempre les decía que no sabía qué pasa cuando morimos. Oyeron la palabra "Cielo" en otro sitio. Que yo sepa, mi niña nunca había oído nada sobre "calles doradas del paraíso", ni algo parecido. Nunca habíamos hablado sobre eso.

»Y una mañana se levantó diciendo que había visto a Jesús y me habló del "Cielo" diciéndome que se iba allí. Y murió al cabo de unas siete horas.

»No me lo explico.»