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Música: Alejandro Sanz, Tú no tienes alma

In document Alejandro Sanz VIVE (página 75-81)

debe atravesar una etapa heavy-rock a lo largo de su vida. Barón Rojo, Leño, Judas Priest, Deep Purple, Obús o Medina Azahara conviviendo con Camarón, Los Chichos, Alameda o Triana. Así era la banda sonora de Alejandro en la recién amanecida década de los ochenta en el instituto Mariana Pineda. Cada uno de los jóvenes, casi sin querer, se encasillaban en determinados tipos de música o movimientos de manera que heavys, rockers, punkis, mods y calés convivían en los mismos pasillos.

Bien pensado, la proliferación de géneros y tribus sigue igual que hace treinta y cinco años. Para comprobarlo hoy solo hace falta echar un vistazo a cualquier calle de barrio o subirse a un vagón de metro.

CARLOS RUFO: En el instituto, aparte de que él era un tipo mono y guapete,

Alejandro tenía ese magnetismo, esa simpatía que solo tienes si naces con ella. En la clase, si había alguien que hacía gracia hasta a los profesores, era él.

JESÚS (HERMANO): Después del instituto estuvimos un par de años en los

que nuestra madre no podía con nosotros. Nos sacó del instituto y fue cuando habló con Vicente Ramírez para que echara una mano a Alejandro. Durante un par de años anduvimos muy despistados. Nos llevó al colegio allí en la plaza Mayor, al Teide Mayor, y llegamos con el curso empezado.

CARLOS RUFO: Andábamos muchísimo por Madrid, hacíamos kilómetros,

siempre cantando canciones de AC/DC, y de este y del otro. Y a veces pasábamos por una tienda de instrumentos de la calle Hermosilla, Adagio, que sigue ahí, y nos quedábamos mirando las guitarras del escaparate. No teníamos dinero para comprar ninguna, y ahí nos quedábamos, con la nariz pegada. Me recuerda a esas películas en las que hay unos niños pobres que miran con hambre el escaparate de la pastelería: «¿Te imaginas que llega alguien y te regala esa guitarra?». Cuando veo dónde está ahora Alejandro, que ya no se puede estar más arriba, me vuelven todas esas imágenes.

JESÚS (HERMANO): Durante aquellos años las drogas hicieron estragos en

Moratalaz y murieron amigos de la pandilla. Alejandro se ganó el respeto del barrio solo tocando la guitarra española, en cualquier sitio, con cualquier excusa, como cuando íbamos a la iglesia del párroco don Mario, la de la escalera de avión.

CARLOS RUFO: Hicimos primero de BUP juntos, el año más improductivo

de toda nuestra vida, no aprobamos ni una sola, y además Alejandro era un bicho muy bicho. Nos expulsaron a los dos. Yo ese año me apunté a formación profesional de Electrónica, y él repitió curso, entonces coincidió con mi hermana y algunas amigas más del barrio.

ALEJANDRO: Antes de llegar al instituto, en EGB, tuve un profesor de

lengua y de inglés que dividió mi clase en tres grupos: A, B y C. Y dijo: «De los del grupo A solo los tres primeros llegarán a algo en la vida, de los del B probablemente ninguno... y de los del C estoy seguro que ninguno llegará a nada». Imagínate en qué grupo estaba yo. Así era la educación de algunos profesores en aquella época.

CARMEN LORENZO: Alejandro estuvo en el instituto en el curso 82/83 y

83/84. Era mal estudiante, suspendió. Sin embargo, desde el principio ya le gustaba la música, aquí hizo algunos conciertos para los chavales, tenemos buen recuerdo de él.

ALEJANDRO: Siempre aprobaba Historia y Literatura en el instituto, pero

después suspendía hasta el recreo. Pasaban lista en el recreo y no estaba tampoco. Los institutos públicos en aquella época eran un poco difíciles, tenías que estar al día con la gente...

De aquellos años bárbaros surgió una figura crucial en la vida de Alejandro, Vicente Ramírez, su profesor durante un lustro y el hombre que fue capaz de transmitir confianza y, sobre todo, ofrecerle el apoyo que aquel joven necesitaba mediante el uso de las palabras justas. Un hombre cabal, inteligente y noble que quiso a Alejandro como si fuera su propio hijo.

JESÚS (HERMANO): Vicente era amigo de la familia. Nació en Alcalá de los

Gazules, muy amigo de mi tío Pepe. Mi madre se acordó de que él estaba de director, le habló de nosotros y allí empezó el cambio radical.

ALEJANDRO: Vicente Ramírez, que era amigo de la familia y lo era desde

antes de que yo entrara en la academia, se encargó de aquella rebeldía con la que yo venía del instituto, de donde salí rebotado.

VICENTE RAMÍREZ PUERTO: Me lo enviaron porque andaba descarriado,

haciendo novillos en el instituto. Le dije: «Un hombre puede convertirse en un chulo en un minuto, pero un chulo puede no llegar nunca a ser un hombre. No hace falta tener cuarenta años para ser un hombre. Con quince ya puedes serlo». Ese año fue el primero de la clase, pese a que solo vivía para la música y las chicas.

JUAN RAMÓN RAMÍREZ: Nos conocemos desde niños, porque nuestras

familias eran amigas, veraneábamos juntos, etcétera. Mi primer flash es de un día comiendo en casa de mis padres. Alejandro ya era alumno de mi padre o estaba a punto de serlo. Venía con su guitarra, él tendría unos quince años y yo doce o trece. Le pedí un autógrafo «para cuando fuese famoso», ¡y me lo firmó! Posiblemente es uno de sus primeros autógrafos, si no el primero.

ALEJANDRO: Yo era un perroflauta, pero sin flauta. Me echaron del

instituto. Conocí a Vicente Ramírez, que era del pueblo de mi madre y el director de la academia. Me dijo: «Si tú me das problemas, te voy a dar una patada en los huevos. Yo sé que eres capaz de ser el número uno de tu clase, a ver si te atreves a demostrármelo». Yo le respondí: «¿Ah, sí?».

JUAN RAMÓN RAMÍREZ: Mi padre era un personaje muy especial, toda su

vida trabajó con gente joven y era capaz de interactuar con ellos, de ponerse a su nivel. La relación que tuvo con Alejandro se ha hecho muy visible, porque él es muy conocido, pero mi padre consiguió tener ese vínculo con muchos alumnos. Tenía la capacidad de orientar a la gente joven.

JESÚS (HERMANO): Cuando estabas con Vicente, aun sin quererlo, eras más

responsable. Cuando hacíamos algo, en lugar de chivarse a tu madre te llamaba al despacho y, por ejemplo, te ofrecía un cigarro, a lo que le decías: «Yo no fumo», y te desarmaba con un «cómo que no fumas si estoy harto de verte fumar». Y te soltaba un «a ver, ¿qué ha pasado?». Te hablaba de hombre a hombre, aunque fueras un niño, te pedía que fueras responsable y te ofrecía la mano. En mi pueblo dicen que cuando dos hombres se dan la mano no hacen falta contratos.

ALEJANDRO: Vicente me dijo una vez que enseñar es un arte. El que no

quiere ser maestro es mejor que lo deje. Porque ser maestro no es solo enseñar de una determinada manera, significa transmitir sensaciones, una forma de mirar la vida.

JUAN RAMÓN RAMÍREZ: Mi padre quería a Alejandro como a un hijo. Tenía

una gran sensibilidad, y era capaz de hablar el mismo idioma que él. A veces pienso que ejerció más de padre con él que conmigo y mis hermanos. Siempre estuvo muy encima de Alejandro.

JESÚS (HERMANO): Él depositaba la confianza en ti, lo hacía mirándote a

los ojos, y así era mucho más difícil traicionarle. Esa forma de tratarnos era la que en el fondo nos hacía responsables. Si hacíamos pellas, nos pedía que hiciéramos el trabajo. Si hacía buen día, te decía que no hacía falta que fuéramos... «Pero al día siguiente tráelo todo bien». Con él, Alejandro se convirtió en un estudiante estupendo.

ALEJANDRO: Vicente, mi maestro, decía que cada persona es en sí misma

una oportunidad, que todo ser humano tiene algo bueno que ofrecer, que no existen los casos perdidos, sino sociedades con poca paciencia. Era un caballero para enseñar, para luchar, para querer... Un buen maestro, un educador, puede cambiar el destino de una persona.

VICENTE RAMÍREZ PUERTO: Un día yo sabía que Alejandro necesitaba una

inyección de moral. Pasé por una tienda y vi que había un cartapacio de esos de cuero que se ponen encima del escritorio. Se lo compré para regalárselo. Pero antes de dárselo le escribí dentro: «Éxito = noventa por ciento de trabajo, cinco por ciento de genio y cinco por ciento de suerte». Y se le quedó grabado, porque lo ha repetido en alguna entrevista.

ALEJANDRO: Vicente tenía mucha razón, aquella frase me llegó muy

adentro, aunque le añadí algo de mi cosecha: «El éxito está compuesto de un noventa por ciento de esfuerzo, un cinco por ciento de talento y un cinco por ciento de originalidad».

Cuando a Alejandro empieza a llegarle el éxito, llamó a Vicente para que le echara una mano. La incorporación profesional de Vicente en los asuntos de Alejandro fue progresiva, en realidad él nunca dejó de ser educador. A medida que el volumen de trabajo de Alejandro demandaba más tiempo, dejó la dirección del centro, se quitó horas lectivas, etcétera, pero siguió dando clases hasta el final.

Después de nacer Manuela, la primera hija de Alejandro, Vicente cayó enfermo, justo en el momento en el que la carrera de Alejandro era cada vez más grande. Al poco tiempo, Vicente falleció.

La muerte de su mentor fue un duro golpe para Alejandro, que en 2004 dedicaría la canción inédita de su álbum de «Grandes éxitos» a su maestro.

Tú no tienes alma es una de las más hermosas canciones escritas por

Alejandro, un texto conmovedor que respira, suda y duele.

Tú no tienes alma

y yo no tengo el valor para ver cómo te marchas como si no pasara nada.

Tú no tienes ganas

y yo me muero por darte las fuerzas que hagan falta. Tú no tienes derecho a decirnos adiós

y yo no tengo el derecho a decirte que no, y si no tienes ganas yo no tengo nada.

ALEJANDRO: Tú no tienes alma es una reclamación a alguien que se

abandonó a su suerte, que fue perdiendo el gusto por vivir, un amigo que estuvo a mi lado durante todo este camino. Se trata de un reproche... injusto...

llorar, es una canción extraordinaria, pero durísima para mí, porque entiendo cada palabra de esa canción y lo que quiere decir. Es una canción maravillosa y el mejor regalo que nos pudo hacer tras la muerte de mi padre.

ALEJANDRO: Ya sabes, querido compadre, amigo, maestro, ilustrísimo

caballero, que sé perfectamente que si hay alguien que me demostró que tenía alma, ese fuiste tú..., solo que te extraño...

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La Tata

La Tata

«En el camino del éxito, en cualquier profesión, siempre hay momentos en los que pierdes la perspectiva».

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