• No se han encontrado resultados

Música: Leño, Sorprendente

In document Alejandro Sanz VIVE (página 66-75)

E

n 1980, Adolfo Suárez gobierna en España y las emisoras de radio nos regalan a diario canciones que huelen a clásicos. La chica de ayer, de Nacha Pop juega con las flores del jardín, Divina, de Radio Futura, baila con pegatinas en el culo, y Freddie Mercury canta Que otro muerda el polvo. En un año musicalmente memorable, Jesús, María y sus dos hijos cambian de aires y se mudan desde el piso de Vicente Espinel hasta la calle del Doctor García Tapia, en el madrileño barrio de Moratalaz. En realidad, las dos casas no están muy lejos entre sí, ambas se encuentran en el flanco este de la M-30. Para la familia Sánchez Pizarro, el cambio a un nuevo hogar representa un salto cualitativo en sus vidas ahora que las cosas empiezan a

ir un poco mejor.

Si bien es cierto que los primeros acercamientos a la música, Alejandro los vivió en el barrio de Pueblo Nuevo, técnicamente es Moratalaz el testigo definitivo del nacimiento musical de aquel muchacho que tocaba la guitarra.

Pocos días antes de que Alejandro cumpliera doce años, en una fría mañana de diciembre de 1980, John Lennon era asesinado en Nueva York a manos de Mark David Chapman.

ALEJANDRO: Aprendí muchas cosas en la calle, que, luego, si las catalizas,

están bien. No vas a encontrar el karma en la calle, pero sí puedes encontrar maneras de vivir, como decía Rosendo.

JESÚS (HERMANO): Después de terminar EGB nos mudamos a Moratalaz, y

allí fuimos al instituto. Alejandro iba a uno distinto al mío, justo enfrente de la casa. Delante estaba el barrio viejo con unas casas prefabricadas de lata y la piscina pública de Moratalaz, donde le presenté a Carlos Rufo.

CARLOS RUFO: Un día apareció en Moratalaz un chavalín un poco loco,

con su bicicleta y un tupé de seis metros. Pues eso, primero apareció su tupé, y como a la media hora llegó Jesús. «Hola, somos nuevos en el barrio, ¿te gusta el deporte?». «No, yo soy más de música», le respondí. Estaba empezando a tocar la guitarra. «Pues entonces te va a caer estupendamente mi hermano». Al día siguiente me presentó a Alejandro, y hasta la fecha... Teníamos doce años.

JESÚS (HERMANO): Cuando llegamos a la urbanización de la Osa Menor,

éramos todavía unos críos, bajábamos a jugar a los soportales con la bicicleta y Alejandro con la guitarra. La salida de humos de los garajes tenía forma de pirámide en medio de un parque con unos bancos de madera, y en torno a todo eso hacíamos la vida. Alejandro tocaba la guitarra, cantaba por Camarón y las niñas y los chavales se ponían alrededor a cantar.

CARLOS RUFO: Tocábamos canciones de AC/DC..., éramos heavys.

Empezamos a aprender los primeros acordes en octavo de EGB. Bajábamos al parque con aquellos loros gigantescos de los ochenta, y nuestras guitarras y las cintas, y las escuchábamos juntos. Ensayábamos en casa, y cuando grabábamos algo sacábamos el casete por la ventana y se lo poníamos a la gente. Esos fueron nuestros inicios con público, que al principio eran nuestros hermanos o amigos.

JESÚS (HERMANO): Carlos Rufo tocaba la guitarra eléctrica y, desde el

momento que los presenté, se pasaban juntos todo el día. Se subía el uno a la casa del otro. En la habitación de Carlos había una ventana que daba a la

pirámide y grababan sus canciones en uno de esos radiocasetes de play/rec. Y lo ponían desde la ventana para todos los que estábamos abajo y los de las bicis, un grupo de catorce hermanos que vivían con su padre en el mismo bloque de Rufo. Desde allí escuchábamos sus composiciones y nos metíamos con ellos, pero no paraban de componer, les daba igual.

CARLOS RUFO: ¿Sabes cómo empezamos a tocar? Yo estaba dando clases

de guitarra y me aburría, la verdad. Había un tipo en Moratalaz que tenía una iglesia, muy famosa, que se conocía como una Casa de Juventud, una ludoteca. Era un sitio muy interesante, porque si normalmente el futbolín costaba cinco pesetas, pues allí valía una. Un día vimos que estaban tocando y nos acercamos porque daban clase de guitarra gratis. Tocaban los cuatro acordes con los que se hacen todas las canciones, y eran las canciones de misa. Y Alejandro y yo tocábamos el Alabaré y todas las demás, y de paso aprendimos los acordes del Smoke On the Water.

JESÚS (HERMANO): Armado con su guitarra española, Alejandro se ganó el

respeto del barrio. Iba con ella a todas partes desde niño, a cualquier sitio, incluyendo a la iglesia del párroco don Mario, a la que se subía por la escalera de un avión.

CARLOS RUFO: La primera guitarra que yo tuve me la regaló Alejandro, me

dijo: «Para ti. Yo no la utilizo, toco más la española», él siempre ha sido supergeneroso. Y la tuve mucho tiempo. Yo soy lutier, y le hice una guitarra especial, con el toro del Guernica que él lleva tatuado, y le dije: «Esta es la devolución de aquel préstamo». De esto hará ocho o diez años.

El barrio de Moratalaz se levanta en el anillo exterior de la M-30, la vía de circunvalación con forma de almendra que rodea la ciudad de Madrid. En sus calles, mientras los niños pedaleaban y jugaban a la Vuelta Ciclista con sus chapas, emulando al ídolo de la bicicleta Marino Lejarreta, Alejandro tocaba sus primeras canciones en la plaza del Encuentro y en los parques Zeta y la Osa Menor.

CARLOS RUFO: Un año después de conocernos ya fuimos al mismo cole y

formamos nuestro primer grupo, Jinete Inmortal. La primera guitarra eléctrica de Alejandro fue una réplica de una Gibson SG que le vendió el que iba a ser nuestro bajista, porque éramos tan ignorantes que el tío fue a comprarse un bajo y se compró una guitarra, no sabía la diferencia...

ADOLFO CANELA: Igual que Alejandro, yo tuve mis grupos de heavy, el

primero se llamó Descarga y el siguiente Hades, los típicos nombres de la época.

CARLOS RUFO: La nuestra es una de esas amistades en las que, aunque te

pases años sin verte, te juntas y es como si no hubiese pasado el tiempo. Se fragua de una manera especial, hay un vínculo bien forjado, porque musicalmente nacimos juntos. Descubríamos todo de la música, en ese aspecto éramos vírgenes: Deep Purple, AC/DC..., la vida.

ALEJANDRO: A mí lo que me gustaba era el rock sinfónico andaluz, el rock

duro y el flamenco. Durante algún tiempo dejé de tocar flamenco, y un día volviendo del colegio me sentí muy deprimido porque se me había olvidado tocar la guitarra flamenca, llevaba un mes sin tocarla, la había abandonado por el pop y el rock. Así que volví con la guitarra flamenca.

CARLOS RUFO: Alejandro siempre fue más de guitarra flamenca, eso

siempre lo llevó dentro. El grupo, que se llamaba Walkiria, debutó en una fiesta de instituto. Todos enchufados al mismo amplificador, no habíamos ni ensayado... Un desastre (risas).

ALEJANDRO: Participamos en un concurso de rock organizado por la

concejalía de festejos entre los de Moratalaz, los de Vicálvaro y los de San Blas en un escenario que se montaba en el Alcampo de Moratalaz. Los de Triple Onda, que ponía el equipo, empezaban a descargar, pero, al ver lo que se reunía allí, volvían a meterlo en el camión. Al final nos dejaban cuatro amplis de nada. En uno de esos concursos nos tocó actuar a nosotros a las tres de la madrugada y ya solo quedaban los coleguillas.

CARLOS RUFO: Con Jinete Inmortal nos presentamos a un concurso en

Moratalaz, ya con canciones compuestas por nosotros. Estábamos en el instituto Mariana Pineda y ya llevábamos como un año con las guitarras. Cuando cruzábamos el puente de Moratalaz a la Estrella, por encima de la M- 30, sentíamos que estábamos en un escenario, y hacíamos como que estábamos tocando. Los focos eran los faros y los coches nuestro público.

ALEJANDRO: En el primer concierto del Calderón, en 2001, estaba muy

nervioso, ningún artista español había tocado en el Vicente Calderón antes, yo había visto allí a los Rolling a finales de los ochenta. Pensaba: «Vengo de Moratalaz, un barrio de aquí al lado». Cuántas veces me he puesto en el puente de la Estrella, pensando que toda la M-30 era público, haciendo que tocaba la guitarra con mi amigo Carlos Rufo. Y de repente me veo en el Calderón, con tantas ganas de que todo salga bien, el público cantando... Se me pasó rapidísimo.

RAMÓN SÁNCHEZ GÓMEZ: En Moratalaz tenía cintas de discos de pizarra

sevillano de los años cuarenta que cantaba por fandangos muy bien. Otros discos que escuchamos sin parar esos veranos fueron «Pipa de kif», de Ketama; «Blues de la frontera», de Pata Negra; «Tauromagia», de Manolo Sanlúcar. Todo el día estábamos escuchando flamenco.

ALEJANDRO: Soy muy ecléctico, me gusta la Música con mayúsculas. Todo

el mundo conoce mi predilección por el flamenco y también por el rock duro. Yo era muy heavy y me siguen gustando AC/DC, Whitesnake y Motorhead. Una de las cosas con las que no estaba de acuerdo era eso de que si te gustaba el heavy ya no te podía gustar nada más. En mi caso me gustaba también Paco de Lucía, Camarón..., Rachmaninoff. Escuchaba de todo, esa es la grandeza de la música.

RAMÓN SÁNCHEZ GÓMEZ: Lo que componía no se parecía a nada de lo que

escuchábamos, eran más baladas. Pero yo le escucho y muchas veces me sale un «ole» de dentro, sin ser flamenco suena flamenco.

ALEJANDRO: Cuando cumplí cuarenta, mi mujer me hizo una fiesta de

cumpleaños heavy, trajo un palé de litronas, tocó Medina Azahara, todos mis amigos vestidos de heavy metal, incluso algunos políticos y empresarios... Si les hago una foto y la cuelgo en Expansión, los hundo (risas).

En Moratalaz, Alejandro siguió dos caminos musicales diferentes pero paralelos. Por un lado, el que compartía con Carlos Rufo, la parte más heavy, con un Alejandro de muñequera de pinchos que cantaba en el grupo Jinete Inmortal. Por el otro, la parte más flamenca y rumbera que seguía desarrollando con Alonso Arenas y el primo Javier, aquel joven llegado desde Alcalá de los Gazules enviado por el hermano de María con el objetivo de cambiar de rumbo y que a punto estuvo de cambiar el de los demás...

JAVIER PIZARRO: Carlos Rufo era muy amigo de Alejandro. Formaron el

grupo de rock, pero yo me iba a las casas prefabricadas a cantar flamenco. Cada vez que había una fiesta allí, nos íbamos a la pirámide de la urbanización y se montaba una buena.

CARLOS RUFO: Cuando llegó el primo de Cádiz, yo estaba totalmente

desconectado de lo que era Andalucía, Alejandro no, porque pasaba ahí todos los veranos. Su primo era el tío con mayor desparpajo y vicios (risas). Vino a Madrid y, lejos de arreglarse, casi nos convierte a todos. Era un auténtico personaje.

JAVIER PIZARRO: El año que estuve en Moratalaz hice el mismo curso que

Jesús y yo salíamos mucho los sábados, pero Alejandro estaba todo el día componiendo. Mis recuerdos de aquella época son todo felicidad.

JESÚS (HERMANO): A la gente de las casas prefabricadas, en el barrio

viejo, les gustaban mucho Los Chichos y esa onda, y a Javier y Alejandro les invitaban a su casa. Había una familia gitana y resto payos, todos con un punto agitanado, ya sabes.

ALEJANDRO: Yo era el trovador de la pandilla. Era una época convulsa en

las calles, peleas de un barrio contra otro y todo el día hablando de esas peleas como si fuera muy importante. Yo estaba con mi guitarra y a mí lo que me gustaba era tocar, y, afortunadamente, la música le gustaba a todo el mundo. Tocaba flamenco, mis rumbitas. Era una época en la que te criabas en la calle, allí aprendías todo. Gracias a eso, me mantenía al margen de muchas cosas. Moratalaz no era lo que es ahora. Ahora es un barrio normal de Madrid de clase media. En aquella época era un barrio conflictivo, estaba ahí en el triángulo de las Bermudas. Moratalaz, Vicálvaro, Vallecas, San Blas. Aquello era el extrarradio. Cruzar el puente era cruzar el Misisipi. Era otro mundo distinto. Si no eras lo suficientemente fuerte como para pelear, en el barrio no eras nadie. Te tenías que defender. La calle es una escuela que, si sabes salir a tiempo de ella, puede ser maravillosa. Convives con la realidad más cruda. Te hace comprender determinados estilos de vida y no pensar que todo viene regalado. Yo veo a compañeros que vienen de familias acomodadas y se les nota un poco, en el sentido de que no valoran tanto a los demás. No valoran determinadas acciones de la gente, el trabajo de otras personas. El barrio te da una visión más amplia de lo que hay alrededor. Te hace más sensible a determinadas cosas. Y te prepara para lo que pueda pasar.

CARLOS RUFO: Las viviendas prefabricadas era donde se habían realojado

a una serie de familias de bajos recursos. Alejandro se involucró musicalmente mucho con ellos, hicieron un grupito. Yo no tenía con ellos afinidad musical, me tiraba más el rock americano, y musicalmente nos separamos un poco, aunque seguíamos siendo muy amigos.

JESÚS (HERMANO): Mi primo Javier se ponía a tocar la palmas y se juntaba

con mi hermano y los del barrio viejo. Al principio les teníamos miedo, pero les encantaba lo que hacían mi primo Javier y Alejandro y les cogieron para cantar por allí. Eran uno más de la familia.

JAVIER PIZARRO: Era todo improvisado, empezábamos cuatro y al rato

éramos cuarenta, venga a cantar Romero San Juan y tocar la guitarra. Escuchábamos a Leño, Obús, Barón Rojo y AC/DC. Cantábamos por

Camarón, El Enano de Jerez, el Turronero...

JESÚS (HERMANO): En el barrio viejo cantaban las canciones de Los

Chunguitos y Los Chichos. Había unos billares con una taberna andaluza al lado con lo típico, el pescaíto frito y los choquitos, y allí iban mucho a amenizar a los clientes, allí pasaron muchas horas.

CARLOS RUFO: Era una parte del barrio más macarrilla. Musicalmente era

la rumba con matices sociales, canciones que hablaban de dejar la droga, Los Chichos, Los Chunguitos... Y eso era un acercamiento a sus raíces.

Los primeros pasos musicales en Moratalaz fueron difíciles. Alejandro, Álex en el barrio, viajaba siempre con su guitarra a cuestas y en cuanto podía desplegaba su arsenal de canciones delante del público que estuviera disponible. Pronto aprendió que el aplauso no es algo que regalen.

ALEJANDRO: No creo que haya nadie que haya cantado para menos gente

que yo. Había un bar en Moratalaz donde yo cantaba, que se llamaba Los Nardos, y allí había dos borrachillos y ya está. A veces venía a cantar el Yunque, un gitano del Rastro, y yo le tocaba, era muy chico, estaba aprendiendo a tocar y no daba una con la bulería. Y llegó una noche el Chaleco, que cantaba muy fuerte, con una voz agudísima. Empezó a cantar y cuando escuché esa voz tan fuerte me quedé acojonao, empecé a intentar tocar y me agarraba el mástil y me gritaba: «¡Eso no es así!»... Yo tendría trece o catorce años, me fui para casa con la guitarra. Yo, que estudiaba muchas horas todos los días, fracasado en mi primer concierto de acompañamiento... y no había nadie. Era un sitio nefasto, nunca funcionó, cambió de nombre varias veces, pero las cosas, cuando no tienen que ser, no son.

JESÚS (HERMANO): Nuestros amigos de las casas prefabricadas eran el

Alonso, el Juanito, el Susi, el Choco. Paraban mucho a tocar y a cantar en Los Nardos, y el dueño encantado, porque animaban un poco el bar. De vez en cuando nos invitaba a algún botellín y unas patatitas.

ADOLFO CANELA: En Moratalaz, cuando entrábamos en algún pub, a él

siempre le conocían. Iban al banco de la calle a tocar y cantar, lo mismo que hacía yo en mi barrio, en la zona de Oporto en Carabanchel, y me saludaba todo el mundo.

ESQUIMAL: Más adelante, cuando Alejandro ya había tenido éxito, entré

con él al bar flamenco donde iba con sus colegas. Allí había gitanos y payos. El primer día que me llevó Alejandro, dijo: «Eh, este es de la familia», porque en esos días yo hacía la seguridad, allí no me conocían y aquello cantaba un poco.

JESÚS (HERMANO): Al lado del bar había unos billares, así que por esta

zona parábamos muchísimo, o nos sentábamos en los soportales si llovía. ALEJANDRO: Me contrataron en Los Nardos, me daban tres mil pesetas al

mes por tocar tres veces al día durante toda la semana: a las siete, a las nueve y a la una. Las de la una eran las más peligrosas porque pasaban por allí muchos de los que vivían en el Liang Sham Po[1]... Venían de fiesta y pasaban por allí y venían cargaítos, se mosqueaban unos con otros. Yo le preguntaba a la dueña que para qué ponía los taburetes de madera maciza pudiéndolos poner de plexiglas o algo más ligerito, porque cogían los taburetes para pegarse y pesaban como la madre que los parió.

ADOLFO CANELA: Los dos nos hemos criado en barrios y conocíamos la

calle y cómo sobrevivir en ella. Yo no me asustaba fácilmente, pero en alguna ocasión estuve con Alejandro en algún pub de Moratalaz donde había algunos personajes muy peculiares. Allí le saludaba todo el mundo.

CARLOS RUFO: Ya en aquellos años Alejandro tenía un magnetismo

especial. Fue capaz de fusionar la cultura de aquella gente, que venía de un poblado chabolista, con la suya. Conectaron a través de la música. Yo era incapaz, para ellos yo era un payo y un pringao. Estábamos muy lejos de ser nada parecido a niños pijos, de hecho íbamos a pegarnos con los del barrio de la Estrella, que estos sí eran pijos de verdad, pero para los de las casas prefabricadas éramos otra cosa. Allí iba a tocar flamenquito «el Álex», y era un tipo respetado. Había buena gente, pero otros ya apuntaban maneras y algunos tuvieron problemas serios o murieron por culpa de la droga.

La figura de Alejandro es indisoluble con la mía, no puedo separarme de él, prácticamente a diario, porque mi vida también es la música, es algo que se formó cuando éramos muy pequeños, y a partir de ahí por diferentes caminos. La música nos ha dado de comer en sentido literal, y también espiritualmente. Han pasado casi cuarenta años y ahí seguimos.

JAVIER PIZARRO: En las casas prefabricadas nos hicimos un montón de

amigos, el Miliki, unos mellizos..., por allí andaba Pedrito el Electrónico, el punki de la Elipa. De alguna manera vieron que teníamos arte y allí nos quedábamos hasta tarde, horas y horas, tanto que mi tía María tenía que ir a buscarnos: «Venga, que mañana hay cole», o cualquier cosa.

In document Alejandro Sanz VIVE (página 66-75)