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MANERAS DE LOGRAR EL AFECTO Y SENSIBILIDAD AL DESPRECIO

Teniendo en cuenta cuán imperiosamente necesitan los neuróticos del afecto ajeno, pero cuán arduo les resulta aceptarlo, cabría suponer que el mejor clima emocional para ellos debiera ser el de temperatura apacible y templada. Mas aquí interviene otra complicacion, pues los neuróticos son dolorosamente sensibles a todo rechazo o mero desprecio, por leve que sea; y una atmósfera tibia, aunque tranquilizadora en cierto sentido, les produce el efecto de una repulsa. Es difícil calificar el grado de su sensibilidad al desprecio. Una cita aplazada, una larga espera, la ausencia de inmediata respuesta a una carta, el desacuerdo con sus opiniones; en suma, cualquier falta de satisfacción de sus deseos: todo lo sienten como un rechazo. Además, éste no sólo les precipita de nuevo en su angustia básica; también lo consideran equivalente a una humillación, actitud que explicáremos luego. Dado que el desprecio tiene esta connotación degradante, suscita tan grande ira en el neurótico, que inclusive es susceptible de llegar a manifestarse, como, verbigracia, en una niña que se enfureció porque su gato permanecía insensible a sus caricias y lo arrojó violentamente contra la pared. Si se les hace aguardar unos minutos, lo interpretan como que se les juzga tan insignificantes que no vale la pena ser puntuales con ellos, y en ciertos casos esta «ofensa» puede provocar reacciones de odio o terminar con todo sentimiento, mostrándose fríos y herméticos, aunque minutos antes hubiesen esperado impacientes el momento del encuentro.

Es más común que el nexo entre el sentimiento de repudio y la irritación consecutiva permanezca inconsciente; con mayor razón en vista de que el rechazo puede haber sido tan leve que no haya alcanzado la conciencia. En tal caso, el sujeto se sentirá irritado, se tornará despectivo, rencoroso, fatigado, deprimido, o sufrirá dolor de cabeza, sin que ni remotamente sospeche el motivo. Por otra parte, la reacción hostil no sólo puede aparecer frente a un rechazo o ante lo que siente como tal, sino también frente a la mera intuición anticipada de la repulsa. Así, acaso pregunte de manera airada porque mentalmente ya anticipa la respuesta negativa; o desista de enviarle flores a la novia por presumir que ella sospechará ocultos motivos en el regalo desinteresado. Por idéntica causa podrá experimentar sumo temor en expresar cualquier sentimiento positivo, sea de cariño, gratitud o aprecio, apareciendo, en consecuencia, ante sí y ante los otros, como una persona más fría y dura de lo que realmente es. Por último, puede hacer escarnio de las mujeres, vengándose así, de antemano, del presentido desdén.

Si el miedo al rechazo adquiere intensidad, es susceptible de conducir a evitar todo riesgo de una probable frustración. Esta abstinencia puede variar desde el no pedir fósforos, hasta renunciar a solicitar un empleo. Quien tema un probable desaire se cuidará de hacer requerimientos amorosos a la persona amada mientras no esté absolutamente seguro de no sufrir una negativa. A los hombres de este tipo suele resultarles embarazoso invitar al baile a una muchacha, pues temen que podría aceptar por mera cortesía, y están persuadidos de que las mujeres se hallan en mejores condiciones en esa situación, ya que no deben tomar la iniciativa.

En otras palabras, el temor al rechazo puede llevar a una serie de graves inhibiciones que entran en la categoría de la timidez, sirviendo ésta como defensa contra el peligro del rechazo. También el convencimiento de ser indigno de amor se aplica para idéntica protección. Sucede como si las

personas de este tipo se dijeran: De todos modos, la gente no me quiere;

y por lo tanto, mejor es que me quede solo, en mi rincón, a salvo de todo posible desprecio. El deseo de cariño se ve así profundamente

obstaculizado por el miedo al rechazo, pues éste le impide al neurótico dejar que otros sientan o perciban que él anhela su simpatía. Además, la hostilidad provocada por el sentimiento del rechazo contribuye poderosamente a mantener la angustia y hasta a reforzarla, aportando un apreciable factor a la formación de un «círculo vicioso» casi insoslayable.

Este círculo vicioso, establecido por las múltiples consecuencias de la necesidad neurótica de cariño, puede reducirse al siguiente esquema elemental: angustia; exagerada necesidad de cariño, incluyendo demandas de amor incondicional y exclusivo., sentimiento de ser despreciado si tales demandas no se cumplen; reacción de hostilidad intensa frente al rechazo; necesidad de reprimir la hostilidad ante el temor de perder el afecto; tensión debida a la rabia difusa; angustia exacerbada; necesidad aumentada de recuperar la seguridad... y así sucesivamente. De este modo, los propios medios utilizados para protegerse de la angustia crean, a su vez, nueva angustia y nueva hostilidad.

La formación de un círculo vicioso no sólo es típica de las condiciones expuestas, sino que, en términos generales, constituye uno de los procesos de mayor trascendencia en las neurosis. Todo mecanismo protector puede tener, además de su virtud reaseguradora, la cualidad de engendrar nueva angustia. Una persona se entregará a la bebida para aplacar su angustia, y luego temerá que también el alcohol puede dañarle; o bien se masturbará para aliviar su ansiedad, y después quedará dominada por el temor de que la masturbación pueda perjudicarle; o, por fin, se someterá a algún tratamiento contra la angustia, angustiándose al poco tiempo porque aquél podría causarle

mal. La formación de los círculos viciosos es el principal motivo de que las neurosis graves tiendan a empeorar aunque las condiciones exteriores no hayan cambiado. La revelación de los círculos viciosos, con todas sus derivaciones, es una de las tareas más importantes del psicoanálisis, que al neurótico no le es posible cumplir por sí solo. Únicamente percibe sus consecuencias, sintiéndose preso en una situación desesperada. Este sentirse atrapado representa su reacción frente a conflictos que no logra superar, pues cualquier camino que le prometa una salida lo precipita en nuevos peligros.

¿De qué arbitrios dispone, pues, el neurótico a fin de obtener el cariño, que está resuelto a alcanzar pese a todas las rémoras interiores que se le opongan? En verdad, dos son los problemas que debe solucionar: primero, cómo conseguir el afecto que ha menester; segundo, cómo legitimar esta necesidad ante sí mismo y ante los demás. Los distintos expedientes posibles para lograr cariño pueden reducirse a los siguientes términos: soborno; llamado a la caridad; invocación a la justicia; y por último, amenazas. Como toda enumeración escueta de factores psicológicos, ésta no es, por supuesto, estrictamente categórica, sino sólo un esbozo de los rasgos generales que distinguen la necesidad de cariño. Todos estos medios de satisfacerla no se excluyen entre sí; varios de ellos son susceptibles de utilizarse en forma simultánea o alternante, según la situación, la estructura global del carácter y el grado de hostilidad. En efecto, la sucesión en que hemos indicado estos cuatro procedimientos para obtener cariño corresponde a los grados crecientes de hostilidad.

El lema al cual se ajusta el neurótico que intenta ganar cariño mediante

el soborno podría enunciarse así: Te amo entrañablemente; por lo tanto,

debes amarme a tu vez y abandonarlo todo en aras de mi amor. El

hecho de que en nuestra cultura la mujer emplee esta táctica más a menudo que el hombre, obedece a las condiciones particulares en las cuales ha vivido. A través de largos siglos el amor no sólo fue el dominio especial de la mujer en la vida, en realidad constituía el único o el principal recurso merced al cual le era dable realizar sus deseos. En tanto el hombre se educaba en la convicción de que para progresar debía acometer ciertas obras, la mujer comprendía que por el amor, y únicamente por él, le sería posible alcanzar la felicidad, la seguridad y el prestigio. Esta diferente posición cultural de ambos sexos gravitó decisivamente sobre el desarrollo psíquico del hombre y de la mujer. No sería oportuno tratar aquí la magnitud de esta influencia, pero señalaremos que uno de sus efectos es que, en las neurosis, la mujer acude al amor como recurso estratégico con mayor frecuencia que el hombre. Al mismo tiempo, el convencimiento subjetivo de ser querida la justifica en sus demandas.

Muy en particular las personas de esta clase se hallan expuestas a caer en dolorosa dependencia en sus relaciones amorosas. Supongamos, por ejemplo, que una mujer neuróticamente necesitada de cariño se aferre a un hombre de tipo psicológico similar, el cual, sin embargo, se aparta en cuanto ella pretende conquistarlo; la mujer reaccionará ante semejante rechazo con intensa hostilidad, si bien la reprimirá por temor de perderlo. Pero si trata de separarse, él comenzará a cortejarla otra vez, ante lo cual la mujer no sólo reprimirá su hostilidad, sino que la encubrirá con exaltada devoción. De nuevo se verá desechada y reaccionará una vez más como antes, con amor de mayor violencia aún, llegando a persuadirse así, poco a poco, de que está poseída por una indomable «gran pasión».

Otro expediente, que puede conceptuarse como una forma de soborno, es el de procurar obtener cariño comprendiendo al prójimo, ayudándole en sus progresos espirituales o prefesionales, solucionándole todas sus dificultades, y así sucesivamente. A esta táctica echan mano hombres y mujeres por igual.

Un segundo modo de conseguir afecto es el apelar a la piedad. El neurótico exhibe sus sufrimientos y su desvalidez ante los demás,

ajustándose al lema: Debéis amarme, pues sufro y estoy indefenso. El

sufrimiento le sirve a la vez para justificar su derecho de exigirlo todo de los otros.

En ocasiones tal demanda puede hacerse con todo desembozo. Así, un paciente acaso pretenda que es el más grave de nuestros enfermos y que, por lo tanto, merece la mayor atención del analista, llegando inclusive a despreciar a otros que parecen gozar de mejor salud; en cambio, odia a quienes aplican con más éxito idéntica artimaña.

El llamado a la piedad podrá entremezclarse con mayor o menor hostilidad. En efecto, al neurótico le es dable apelar simplemente a nuestro buen corazón, o bien extorsionarnos con medios drásticos, como el de complicarse en situaciones desastrosas que nos obligan a socorrerle. Todo el que haya tratado con neuróticos á través de la asistencia social o el tratamiento médico reconocerá la magnitud de esta táctica, apreciando la diferencia entre el neurótico que expone sus sufrimientos con toda parsimonia y el que trata de mover a compasión representando sus achaques con toda dramaticidad. Iguales tendencias es posible encontrar en niños de cualquier edad, con idénticas variantes: ya tratan de ser consolados quejándose de algo, ya procuran extorsionar la simpatía de los padres produciendo inconscientemente un cuadro aterrador para aquéllos, como la incapacidad de comer o de orinar. Sólo recurrirá a la conmiseración quien esté persuadido de su ineptitud para obtener cariño en otra forma; mas esta convicción es susceptible de ser racionalizada bajo la forma de escepticismo general frente al amor, o

manifestarse como creencia de que en las circunstancias dadas no podrá conseguir afecto de otra manera.

El lema del tercer procedimiento para lograr afecto, es decir, del llamado

a la justicia, cabe enunciarlo así: He hecho algo por ti; ¿qué harás tú por

mí? En nuestra cultura, las madres suelen señalar cuánto han hecho por

sus hijos y que, por consiguiente, les asiste todo el derecho a exigir su inagotable devoción. En las relaciones amorosas, el haber cedido a los galanteos puede aprovecharse como fundamento de toda clase de pretensiones. Las personas de este tipo muchas veces se hallan muy dispuestas a hacer cualquier cosa por los demás, con la secreta esperanza de que en retribución obtendrán cuanto desean, sintiéndose profundamente defraudadas si los otros no se muestran, en igual forma, prontos a hacer otro tanto por ellas. No nos referimos aquí a las personas conscientemente calculadoras, sino a aquellas ajenas a toda expectativa consciente de una posible recompensa. Su compulsiva generosidad acaso podría calificarse mejor como un gesto mágico. Hacen por los demás cuanto querrían que éstos hiciesen por ellos. El doloroso aguijón del desengaño descubre su secreta esperanza de ver recompensados todos sus presuntos favores. A veces llevan una especie de contabilidad mental, adjudicándose en ella extraordinario crédito por sacrificios en verdad inútiles, como el de pasar una noche en vela, pero aminoran o inclusive desconocen cuanto se ha hecho por ellos, falsificando así la situación a punto tal que se sienten con derecho a exigir especiales atenciones.

Esta actitud repercute sobre el propio neurótico, pues es posible que se torne en extremo temeroso de contraer obligaciones. Como ins- tintivamente juzga a los otros con arreglo a sí mismo, recela que puedan explotarle si acepta algún servicio de ellos.

El llamado a la justicia también puede fundarse en lo que el neurótico haría por los demás, si se le ofreciese la oportunidad. Señalará, entonces, cuán amable o abnegado sería si estuviese en la posición ajena, y considera justificadas sus demandas porque no pide del prójimo sino lo que él mismo haría. En realidad, la psicología de tal justificación es de mayor complejidad que lo que el propio neurótico cree. Tal imagen que se forma de sí mismo resulta de asignarse inconscientemente la conducta que exige de los demás. No todo es engaño en esa actitud, pues en verdad lo animan ciertas tendencias abnegadas, procedentes de las mismas fuentes que su falta de autoafirmación, su identificación con los miserables y su inclinación a ser tan indulgente con los otros como quisiera que éstos fuesen con él.

La hostilidad que puede ocultarse en la apelación a la justicia se expresa con máxima claridad cuando se sustenta semejante demanda con la

has hecho sufrir o me has dañado; tienes, pues, la obligación de ayudarme, de cuidarme y de apoyarme. Esta táctica es similar a la

empleada en las neurosis traumáticas. Carecemos de experiencia personal con tales neurosis, pero nos imaginamos que también estos neuróticos pertenecen a dicha categoría y que aprovechan el perjuicio sufrido a título de pretexto de las exigencias que de todas maneras propenderían a establecer.

Agregaremos algunos ejemplos que revelan cómo un neurótico es capaz de despertar sentimientos de culpabilidad o de obligación a fin de que sus aspiraciones parezcan justas. Una mujer se enferma como reacción a una infidelidad del marido, sin hacerle reproche alguno, e inclusive acaso sin sentirlo conscientemente. No obstante, su enfermedad entraña una especie de reproche viviente, destinado a suscitar sentimientos de culpabilidad en el marido y a predisponerle a que le consagre toda su atención.

Otra neurótica del mismo tipo, mujer con síntomas obsesivos e histéricos, solía insistir en ayudar a sus hermanas en las labores do- mésticas, pero al cabo de un día o dos se quejaba amargamente de que ellas la explotaban, viéndose obligada a guardar cama por la agravación de sus síntomas, de modo que las hermanas no sólo debían desempeñarse sin su cooperación, sino que afrontaban el trabajo adicional de cuidarla. Igualmente en este caso, el empeoramiento expresaba una acusación y permitía exigir reparaciones de los demás. La misma persona se desmayó en cierta ocasión cuando una de sus hermanas la criticaba, demostrando así su resentimiento y forzándola a tratarla con mayor amabilidad.

En cierto período del análisis, una de nuestras pacientes se agravó cada vez más, y produjo la fantasía de que el tratamiento, aparte de que la dejaría lisiada, también le robaría todo su dinero, de suerte que en el futuro nosotros nos veríamos impuestos a tomarla. bajo nuestra entera protección: Las reacciones de esta índole son corrientes en toda clase de tratamientos clínicos y suelen acompañarse de amenazas declaradas contra el médico. Asimismo, sobrevienen reacciones más leves, como la siguiente: el estado psíquico de un paciente sufre una acentuada agravación cada vez que el analista se toma un descanso, actitud con la cual, implícita o explícitamente, el paciente trata de expresar que ha empeorado por culpa de aquél y que por consiguiente tiene especial derecho a su atención. Este ejemplo podría trasladarse fácilmente a la experiencia cotidiana.

Conforme lo demuestran tales casos, estos neuróticos se hallan prestos a pagar el precio del sufrimiento -aun del sufrimiento más intenso-, pues en esa forma logran expresar incriminaciones y demandas sin tener conciencia de ello, conservando así la idea de actuar en su derecho.

Cuando una persona utiliza las amenazas como arma táctica a fin de obtener cariño, puede amargar con herir tanto a los demás como a ella misma. Por ejemplo, cometer un acto desesperado: arruinar su reputación o agredir físicamente a otros o a sí misma, Las advertencias o aun los intentos de suicidio son casos familiares para todo el mundo. Esgrimiendo tal amenaza, una de nuestras pacientes conquistó dos maridos. Cuando el primero le hizo sentir que se encontraba a punto de dejarla-se arrojó al río en una parte concurrida y céntrica de la ciudad; cuando el segundo se mostró reticente al casamiento, abrió la llave del gas en un momento en que estaba segura de ser descubierta. Su evidente intención era demostrar que le era imposible vivir sin ese hombre.

Dado que el neurótico espera obtenerla satisfacción de sus exigencias mediante conminaciones, no las pondrá en práctica en tanto conserve esperanzas de lograr ese fin, pero si las pierde podrá cumplirlas, impulsado por la desesperación y el afán de vengarse.

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PAPEL DE LA SEXUALIDAD EN LA NECESIDAD