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2. Marco Teórico

2.10. El sentido

desequilibrio, un problema que pone en crisis lo canónico y lo moralmente aceptado, también obliga a tomar una postura frente a los hechos o los elementos que se

problematizan; el “paisaje dual” (Bruner, 1991, p. 67) que pone en simultáneo las acciones del mundo real y la consciencia del protagonista, además en ocasiones desde el mismo narrador que sabe que es real y que acontece solo en la mente de los protagonistas.

Bruner (1991) se refiere a la narración como la “manera típica” de organizar la experiencia, para que trascienda en el tiempo y se vincule con lo conocido, referentes institucionales que obtenemos a través de la historia de vida, de los grupos sociales en los que se crece. Una vez más está presente el elemento dual en el que juega no solo los elementos interiores, intenciones, creencias y valores, sino las instituciones históricamente establecidas que se encargan de inculcarlos, esto genera una predisposición principalmente canónica y normalizada. Y entre todo, no sobra nombrar el elemento afectivo de la

instauración de dichos elementos internos, esto se da a través del desequilibrio interno que permite la reorganización de la memoria en torno a los significados que se le atribuyen y cómo nos afectan profundamente.

entiende como “acción espiritual […] porque está motivada por el valor que sobrepasa el ámbito de lo puramente instrumental y salta al ámbito de lo sustantivo: lo valioso en sí mismo” (Maurial, 2009, p. 41). Así pues, es por la dimensión espiritual del hombre que Frankl (1988, citado por Maurial, 2009) dice que es un ser por naturaleza autotrascedente, es decir, que además de buscar satisfacer sus necesidades básicas, pretende encontrarle sentido a su vida.

En esta perspectiva es fundamental la libertad para la responsabilidad, los valores principales son aquellos que motivan al sujeto a proyectarse y trascender más allá de sí, de modo que se deja de lado el ámbito instrumental y se buscan valores que interroguen al sujeto y lo confronten con sus decisiones para asumirlas.

Según Frankl (1991), la búsqueda del sentido de la vida es una fuerza primaria que moviliza la vida del ser humano. Este sentido es único y propio de cada persona, de modo que cada quien debe encontrarlo por sí mismo, ya que sólo de esta forma el significado que le atribuya cumplirá y satisfacerá la propia voluntad de sentido, constituyendo así

principios e ideales que rigen el trayecto de la vida. De esta manera, Frankl (1991) entiende el sentido como un descubrimiento que se ve “arrastrado” por los principios morales, partiendo de que existe una voluntad y libertad inherente al hombre que le permitirá elegir y tomar decisiones en esa búsqueda del sentido potencial. No obstante, hay que resaltar que el planteamiento anterior no debe ser entendido como un impulso hacia la conducta moral, pues lo que mueve el actuar moral son las decisiones que se toman en cada momento en pro de ese sentido vital que se ha identificado.

Sumado a esto, la voluntad de sentido del ser humano puede resquebrajarse y llevar al hombre a experimentar una frustración existencial. La frustración existencial es de gran

importancia en tanto es una tensión que refiere al núcleo o dimensión espiritual de la existencia humana, es decir a los conflictos entre principios morales los cuales pueden llegar a devenir en la angustia espiritual o desesperación, momento en el que se da la oportunidad para hacer conscientes la voluntad de sentido y el sentido potencial de la existencia que han de realizarse (Frankl, 1991). De este modo el momento de crisis cobra gran significado pues evidencia la confrontación entre lo que se es y lo que se debería ser, entre lo que se ha logrado y lo que aún no se ha alcanzado, dando lugar así a procesos

“noodinámicos”, es decir, a “la dinámica espiritual dentro de un campo de tensión bipolar en el cual un polo viene representado por el significado que debe cumplirse y el otro polo por el hombre que debe cumplirlo” (Frankl, 1991, p. 60). Es así que, una vez se pone en evidencia este conflicto, es posible trabajar sobre el sentimiento que se desencadena: el vacío existencial o carencia total de sentido.

Así pues, la pregunta que atraviesa el planteamiento de Frankl (1991) es por el sentido de la vida. Este sentido, como se dijo en párrafos anteriores, es particular en cada ser humano, pues cada existencia es singular y, por lo tanto, también lo es el cometido o misión a cumplir. De esta manera, es la vida misma la que inquiere al ser humano en cada momento y situación, es decir que “a cada hombre se le pregunta por la vida y únicamente puede responder a la vida respondiendo por su propia vida; sólo siendo responsable puede contestar a la vida” (Frankl, 1991, p. 62). Por ende, el sentido de la vida tiene una gran responsabilidad intrínseca que se manifiesta a través del ser consciente de la capacidad de modificar y corregir el pasado y de por decidir por qué, ante qué y quién se considera responsable. Así la esencia del sentido potencial debe ser aprehendida desde la responsabilidad y debe hallarse en el mundo, de modo que, en tanto el hombre se

comprometa con el cumplimiento de su sentido, se estará auto realizando como

consecuencia secundaria de su propia trascendencia. Es importante recalcar que el sentido de la vida va cambiando, y puede ser descubierto mediante: la realización de una acción, teniendo un principio o mediante el sufrimiento; sin embargo, Frankl (1991) propone que existe un sentido último que se sobrepone a la capacidad intelectual del ser humano: el supra sentido, en el que se le exige al hombre hacer uso de su razón para comprender su propia capacidad de aprehender la sensatez de la vida.

En últimas, Frankl (1991) plantea la necesidad de siempre tener presente la transitoriedad de la vida, pues es esta condición vital la que desemboca en la carencia de significado, empero, si se asume desde la responsabilidad será posible comprender que las posibilidades que se presentan en la vida son principalmente transitorias, de modo que en cada instante se está decidiendo y, consecuentemente, creando la forma del monumento de su propia existencia.

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