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MEDIA VUELTA A LA DERECHA Y CONVERSION A LA IZQUIERDA

Dos hechos recientes sirven de indicio a la verdad de nuestras afirmaciones a pesar del fracaso inicial de las tendencias que encarnaban: la Apen y la Unir.

Constituyó la primera un movimiento de carácter marcada y excesivamente capitalista, condenado a muerte desde su nacimiento mismo por la falta de elación espiritual de sus programas. La Asociación Patriótica Económica Nacional (Apen) implicaba, en pleno siglo XX, una reacción demasiado violenta hacia formas jurídicas que las necesidades de los tiempos actuales deben atemperar para abrir campo a nuevas imposiciones de los deberes sociales. Olvidaron también sus promotores – como lo olvidan

muchos socialistas – que el alma de las multitudes no se agita sólo por los intereses económicos, sino que requiere para exaltarse una dosis profunda de abstracciones conmovedoras. El voto no se conquista con los asientos ateridos de un libro de cuenta y razón.

También le hacía falta un jefe. Su empresario espiritual, el doctor Camacho Carreño, dejaba la impresión de un hombre temporalmente alojado en las tiendas del campamento apenista, de viaje para otras latitudes. Ni su psicología, ni su historia, ni la misma abundancia de su literatura romántica, coincidían con las rústicas tesis de los fundadores de la Apen. Era en el movimiento familiar como huésped extraño que se sentía incómodo.

Sin embargo, a pesar de su fracaso, de su esterilidad inmediata, de su muerte por consunción, la Apen tiene más importancia que la que muchos imaginan. Dígalo si no el grito de espantada alarma con que fue recibida en el campamento liberal, y las exortaciones de amistosa reconvención con que la conjuró el doctor Eduardo Santos en una conferencia electoral.

Es porque en las filas de la Apen figuraron y rigieron liberales pur sang, de los que habían dado a su causa en épocas de tribulación, hacienda, tranquilidad y sangre; no advenedizos de última hora, sino próceres respetables por su altísima posición social y política, por sus tradiciones de familia, por su inteligencia y su desinterés. Al general Ruperto Aya no lo podía tachar nadie de poco liberal, cuando ensayaba para sus angustias de pensamiento un nuevo clima en el veraneo de la Apen.

El liberalismo tuvo la zozobra natural de quien en plena juventud, dueño aún de la totalidad de sus fuerzas, creyéndose soberano del porvenir, descubre de repente los gérmenes antes ignorados de una dolencia incurable. Por ahí, por esa puerta aún estrecha, por esa hendidura del antiguo muro, podía escaparse una porción considerable de su caudal humano, y sobre todo del más escogido, más poderoso, más prestante.

El hecho de que trascurridos tan pocos años desde la anhelada toma del poder, hubiera ya veteranos que se sentían asfixiados en el gobierno, debía tener y tuvo una profunda significación para los liberales de pensamiento. Sucede a veces que al recorrer el arquitecto las naves de una construcción imponente, descubre junto al capitel de una columna la sombra, imperceptible para el ojo inexperto, una grieta minúscula, y comprende que aquella fisura microscópica indica que los cimientos han cedido y que se acerca el día del hundimiento total.

Porque la fallecida Apen es el principio de un movimiento que tiene que llegar inexorablemente: el que anunciábamos en el capítulo anterior. Ante la influencia creciente de Moscú los hombres que profesan un credo distinto, han de buscar tarde o temprano la concentración de esfuerzos.

El ojo avizor de los señores liberales de la Apen comprendió, con la sagacidad del hombre de negocios, para dónde iban las corrientes desatadas de la revolución, y mucho antes de que el doctor

Alfonso López se sumara al Frente Popular, quiso preparar los diques que contuvieran la invasión funesta de las aguas.

Creer que el significado político de esa evolución ha muerto porque murió la Apen, resulta tal vez demasiado ingenuo. Viven aún, y las circunstancias actuales se encargan de avivarlos, los gérmenes que la produjeron, y ella ha de surgir mañana, más pronto tal vez de lo que muchos imaginan, desprovista de sus errores iniciales, preparada para la lucha, menos plutocrática y más grávida de contenido espiritual.

Quienes para entonces la encabecen, comprenderán sin duda que no sólo es preciso defender determinados principios económicos, sino que a la postre la economía depende de la dirección metafísica de las teorías de gobierno; que para salvar un orden de cosas que afecta la vida material de los individuos, es indispensable salvar también ciertas tesis de orden moral, de garantía religiosa, de cristianismo aplicado. Verán que si el marxismo se funda en la interpretación materialista de la historia, sus oponentes tienen que apoyarse en una concepción filosófica distinta, que sepa dar cabida en la dirección de la cosa pública a los imponderables del espíritu.

Será posible así la fundación de un partido de centro, sin influencia decisiva tal vez por sí mismo, pero capaz de orientar en determinados momentos la república, al agrupar en su bandera aquella opinión flotante que hoy nos hace falta para el funcionamiento normal de las instituciones democráticas.

Si como índice de una conversión a la derecha, tímida aún y vacilante, nos sirve la tentativa de la Apen, el movimiento de la Unir nos hace ver que también hacia la izquierda se efectúa un rápido deslizamiento de fuerzas.

En la literatura liberal caben todas las tendencias del pensamiento, pero es imposible pretender que quepan en su gobierno. Hay una mentalidad revolucionaria, más o menos moscovita pero fundamentalmente enemiga del individualismo, que busca cauces diferentes, y el doctor Gaitán supo comprenderlo cuando fundó la Unir, la Unión Nacional Izquierdista Revolucionaria.

Tuvo muerte parecida a la de Apen, aunque por motivos distintos. Su jefe sucumbió al señuelo de las tentaciones liberales, le faltó en los momentos de prueba la fe en la eficacia de su obra y en el poder de su doctrina, o – lo que sería un cargo más para el régimen imperante – en la verdad del sufragio. Es lo cierto que el doctor Gaitán abandonó sus huestes, aureoladas ya por el martirio, y fue a incrustarse en la cómoda ciudadanía gobernante que usufructúa el país.

En Gaitán, como en muchos de nuestros políticos, pudo influir para la institución de la Unir, la obra de Raúl Hay de la Torre, el peruano fundador del Aprismo; pero al no encontrar el éxito fulgurante de su modelo, se desanimó con las primeras dificultades y pensó tal vez que era más cómodo hacer la revolución contra el régimen dentro del mismo régimen.

Pero en todo caso, la Unir es tan sintomática como la Apen, hacia el otro polo del espíritu. El liberalismo experimenta un proceso de desintegración. Unido en la práctica por la posesión suculenta del gobierno, sufre en sus programas una crisis de desorientación e incertidumbre.

Tan cierto es lo que afirmamos, que el fenómeno político de la Unir surge ahora bajo otro aspecto: el Frente Popular.

Copia de movimientos y de nombres franceses y españoles, representa frente al liberalismo de Olaya Herrera, una tendencia de marcadísimo sabor revolucionario. El Frente Popular no es sólo anticonservador; es también y quizás con mayor acerbidad una plataforma contra el liberalismo clásico. Sus hombres dirigentes, los que saben de dónde vienen y para dónde van, obran con la aprobación de Moscú y siguiendo sus instrucciones terminantes. Se alían al gobierno del doctor López, porque ven en él una aproximación a sus verdaderos fines. Han disminuído el uso mismo del nombre comunista para no asustar a sus aliados burgueses; pero el día en que por medio de esa política de penetración lograran asentarse firmemente en el gobierno, ya veríamos en Colombia si sufren más los perseguidos conservadores que los incautos liberales. Si alguno lo duda, léase las obras de Lenín y verá en ellas cómo la cólera del revolucionario ruso se desborda con más acrimonia contra pequeños burgueses, fabianos y socialistas de centro, que contra las mismas clases capitalistas. Y léase también la historia de la Revolución Francesa, para que nos diga si la guillotina de Robespierre fue más clemente con sus antiguos compañeros que con los partidarios de la dinastía Capeta.

Los fenómenos que venimos analizando a la ligera, sirven de demostración a nuestra tesis de que en medio de los partidos colombianos empieza a formarse un proceso de sedimentación que creará a la larga, si no pronto, nuevos aluviones políticos donde se asiente la república. La división en dos partidos únicos no durará ya muchos años. Entre la serena afirmación conservadora y la violenta tesis socialista, florecerá toda una familia de agrupaciones medias. Pero desprovistas de sus modalidades peculiares, analizadas al espectroscopio, todas ellas darán como signo distintivo la predominación de uno de estos dos matices: Derecha, Izquierda.