• No se han encontrado resultados

Modernidad como concepto y Modernidad como crisis: ¿Lucha de soberanías? Ser modernos es encontrarnos en un entorno que nos promete aventuras,

poder, alegría, crecimiento, transformación de nosotros y del mundo y que, al mismo tiempo, amenaza con destruir todo lo que tenemos, todo lo que sabemos, todo lo que somos. (…) Pero es una unidad paradójica, la unidad de la desunión: nos arroja a todos en una vorágine de perpetua desintegración y renovación, de lucha y contradicción, de ambigüedad y angustia. Ser modernos es formar parte de un universo en el que, como dijo Marx, ―todo lo sólido se desvanece en el aire‖ (Berman, 1994:1).

Como se advirtió, es preciso estimar algunas de las características que permitan advertir la criminalidad de Estado como fenómeno en el contexto de la modernidad, que con posterioridad permitan aclarar el sostenimiento de esa modernidad y la vinculación del concepto de crimen de Estado con el Derecho. Esto además se suma a la necesidad de sentar las bases para discernir la incidencia que pudiera alcanzar un tribunal penal internacional permanente. Dos discusiones permitirán determinar las posibilidades de la actuación de un tribunal penal internacional de carácter permanente frente a la criminalidad de Estado. La primera se refiere a la caracterización de la soberanía como una construcción moderna que se configura como limitada, y la segunda es relativa a las condiciones bajo las cuales los derechos humanos han consistido, o pueden constituir un límite a la soberanía. Ello implica considerar, a su vez, que los derechos humanos también constituyen un constructo de la modernidad, (Jelin, 1996; Papacchini, 1997) por ello, a partir de estas reflexiones, podrá discernirse si se asiste a una crisis del concepto de modernidad, o, si por el contrario, la crisis es un atributo de la modernidad como fenómeno.

1. La modernidad como proceso y su devenir.

We live in times marked by a profound disorientation, and a perplex reorientation towards the world and its, our future. Many a leading thinker renegotiates her cognitive counters:

wether they be the end of ideology, the end of history, the end of politics. The more valiant amongst us have moved suddenly and swiftly from a worship of plural, heterogeneous world to an obscene sycophancy of a unipor world and encouraging the process whereby the dreams of a solitary superpower threaten to become the nightmare for the world of nations, especially the South. How else do we understand the possibility of near-universalization of McCarthyism even in the land of Lenin? How is it that our languages, and with these those, our visions of the world, seem to have been so irrecoverably transformed? (Baxi, 1992:3 y 4)

La modernidad no se limita a constituir un momento histórico en su variante eurocéntrica, pues también implica una forma de pensamiento, conducción y transformación que se expresa frente a un pasado, y no ha sido de unívoca comprensión. (Echeverría, 2009; Villoro, 1992)

Por ello no debe confundirse, a pesar de su cercanía conceptual, con la rama europea de la modernidad, cuyo proyecto ha sido frustrado. Desde Echeverría (2009), a finales del siglo XIX, se reencuentran las ramas europea y norteamericana de la modernidad, separadas desde el siglo XVII. La primera buscaba ―cumplir la meta histórica de la modernidad capitalista: la subsunción o el sacrificio del principio básico y fundamental de la forma natural de la vida, bajo la forma de la acumulación‖. Esta modernidad fracasó por las múltiples resistencias que afloran con fuerza a partir de la Revolución Francesa. La modernidad norteamericana presenta la ilusión del sueño americano, expresando una forma de vida puesta a disposición de la humanidad, pero que en realidad se ha puesto en exclusivo al servicio de la acumulación del capital, determinando que el ser humano es prescindible. (Echeverría y Rojas, 2012, minuto 12:35 ss)

Entonces, aludiendo a la modernidad como concepto general, unas posturas la ubican en los inicios del siglo XVI; si bien existe consenso en identificar que la Revolución Francesa fue el momento donde resurge con mayor fuerza. Bolívar Echeverría (2009) sintetiza múltiples ubicaciones históricas que se han querido dar a la modernidad, como la llegada del siglo XX, el renacimiento, el descubrimiento de América por Europa, y la revolución industrial. También

alude a otra modernidad en la época antigua de occidente con sustento en Horkheimer y Adorno quienes la sintetizan en las figuras de Prometeo y Odiseo. (Echeverría, 2009) El autor méxico- ecuatoriano la determina con la llegada de la revolución tecnológica del siglo XI, donde surge como posibilidad que ―la sociedad humana pueda construir su vida civilizada sobre una base por completo diferente de interacción entre lo humano y lo otro o ‗natural‘, sobre una interacción que parte de una escasez sólo relativa de la riqueza natural (…)‖. (Echeverría, 2009:17; Villoro, 1992) la entiende como ―una época de la historia de Occidente que sucede a la Edad Media, como la forma de vida y de pensamiento propios de esa época‖. (:8)

Lo que resulta innegable es que para el siglo XX, la modernidad se habría expandido: ―para abarcar prácticamente todo el mundo y la cultura del modernismo en el mundo en desarrollo consigue triunfos espectaculares en el arte y en el pensamiento”. (Berman, 1989:3; Villoro, 1992) Es por tanto necesario revisar sus características, rasgos y transformaciones.

Las transformaciones a instancias de la modernidad, pueden sintetizarse en un sentido de novedad que anuncia cambios con cierta tendencia a la permanencia o a la variabilidad (Villoro, 1992) y que se alimentan de diversas formas: con el desarrollo de las ciencias físicas y la industrialización de la producción, mediante alteraciones demográficas, con el crecimiento urbano (Bauman, 2004; Echeverría, 2009; Villoro, 1992) ―rápido y a menudo caótico‖ (Bauman, 2004), el surgimiento de los sistemas de comunicación de masas (Berman, 1989), la política internacional y la democracia como discurso político estandarte. La existencia de Estados con sus poderes en expansión, los movimientos sociales y un mercado capitalista mundial en drástica dilatación y fluctuación, también ha contribuido al cambio. Todos estos procesos modificaron las imágenes del universo y del lugar de la humanidad en él, como se explicitará más adelante (infra cap. 2), ello ha tenido lugar creando nuevos entornos humanos; condensando una ―figura del mundo‖, una nueva forma de ser humano (Villoro, 1992:8) No en vano Villoro (1992) adscribe los rasgos de la modernidad a una creencia nuclear: ―el sentido de todas las cosas, incluido el del hombre mismo, proviene del hombre‖. (:91) Asimismo, han surgido transformantes formas de poder colectivo y de lucha de clases. (Bauman, 2004; Berman, 1989, 2004; Echeverría, 2009).

Entonces la modernidad es proceso (Bauman, 1996), y como resaltaría Bolívar Echeverría, (2009) también es un conjunto coherente o estructurado de comportamientos, que sustituyen otros considerados obsoletos por su incompatibilidad con la configuración del mundo previamente establecida, lo que no implica un abandono absoluto de la configuración anterior, sino su instrumentalización. (Villoro, 1992)

La modernidad ha postulado la liberación de la escasez y la eliminación de la autoridad no consentida, (Gallardo, 2006), la emancipación humana (Villoro, 1992), a través de sus tres grandes promesas: de la libertad, de la igualdad, de la paz perpetua, y de la dominación de la naturaleza (Sousa Santos, 2005). La oferta, aún no cumplida (Sousa Santos, 2003), ha implicado la masiva separación de personas de su hábitat ancestral, el aceleramiento del ritmo general de la vida, la reconcepción de la familia y de la política internacional. Ha tenido lugar una transformación de las condiciones de existencia humana, con claros efectos en la labor y el trabajo, en la acción (Orjuela Escobar, 2012), así como en la relativización de los espacios terrestre y culturales (Villoro, 1992) Al punto, que con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial se ha construido una especial y violenta forma de desarrollo occidental, de enormes dimensiones. (Rajagopal, 1999)

Debe aclararse en este contexto que Boaventura de Sousa Santos se ubica en un posmodernismo de oposición al considerar el incumplimiento de las promesas de la modernidad. Estima que la promesa de la dominación de la naturaleza en realidad se verificó ―de manera perversa‖. (Sousa Santos, 2003:27 y 2005) El posmodernismo de oposición de Santos encuentra que la modernidad no puede realizar sus promesas, (Sousa Santos, 2003, 2005, 2007, 2009 y 2009a) y exige una redistribución para que se presente el reconocimiento (2009a). Se distancia del posmodernismo celebratorio en que las posturas de este último, al ―centrarse en la deconstrucción y la exaltación de la contingencia, abandonan la tarea de pensar alternativas a lo que se critica‖ (Sousa Santos, 2007:15 y 2009a). El posmodernismo de oposición tiene coincidencias con el poscolonialismo, pero Santos se distancia del último pues: (i) la relación colonial es una de las relaciones de poder desigual que fundan el capitalismo moderno, como el

racismo, (Quijano, 1999) el sexismo y la explotación de clase; pero no es la única; además, (ii) el análisis de la cultura no puede soslayar el de la economía política; (iii) y, finalmente, el poscolonialismo se limita a una observación del mundo desde una única posición binaria: lo colonial y lo poscolonial. (Sousa Santos, 2009a)

Entonces, además de proceso, la modernidad es un conjunto de paradojas (Echeverría, 2009; Habermas, 1999), que surge a la par ―de la disolución de vínculos sociales basados en el parentesco directo o las matrices simbólicas tradicionales‖ (Žižek, 1999):

Puede decirse, entonces, que en su versión capitalista -que proveniente de Europa se ha impuesto en el planeta-, la modernidad, esto es, la revolución civilizatoria en la que se encuentra empeñada la humanidad durante esta ya larga historia, sigue una vía que pareciera haberla instalado en un regodeo perverso en lo contraproducente, en un juego absurdo que, de no ser por la profusión de sangre y lágrimas que ha costado, parecería llevarla, como en una película de Chaplin, a subir por una escalera mecánica que funciona en la modalidad ―descenso‖ (y que es más rápida que ella). (Echeverría, 2009:27)

El reconocimiento de sus paradojas no permite desconocer la estructura de la modernidad. Los pilares de la modernidad capitalista pueden sintetizarse en la construcción y acción de una razón instrumental, que se expresa en estructuras como la soberanía nacional, así como en una concepción individualista de la libertad y de la dignidad que usa al denominado interés general como contención. (Sánchez, 2001a) Para Beatriz Sánchez (2001a) los pilares de la modernidad se constituyen por las categorías de sujeto, el principio de la igualdad y el interés general, y se han visto afectados por el multiculturalismo. El concepto de sujeto individual se ha disputado con el de sujeto colectivo, la igualdad se reinterpreta bajo una perspectiva material, y el principio de interés general se transformó para dar cabida a ―los intereses particulares de los grupos minoritarios‖. (:24) Sobre esta temática y sus implicaciones en la construcción de una genealogía de los sujetos del Derecho Internacional al Derecho Penal Internacional, se ocupará el segundo capítulo. Desde luego, ya se advierte que dichas expresiones dependen de la ruta y el estadio de la modernidad de que se trate, lo que condiciona la visión y el impacto del Derecho y sus

condiciones de aplicación hegemónica. En efecto, a propósito de la existencia de una América Latina, Ackerman (2005) encuentra matices de conformidad con ―los diversos grados de influencia que han tenido las culturas invasoras en cada uno de los hoy distintos países y, aun, a las diferencias dentro de cada país (…), se suma que el llamado descubrimiento de América se tradujo en algunos casos en un predominio de la conquista (…), en tanto que en otros la colonización prevaleció sobre aquélla (…)‖. (:4)

El carácter adaptativo de la modernidad capitalista, implica que no ha constituido ni una etapa ni un proceso uniforme. (Bauman, 2004; Villoro, 1992) Esto puede ser observado a partir de la idea de las diversas expresiones de la modernidad, como en relación con los mecanismos y formas de ingreso a la modernidad. En el primero de los sentidos, Bauman aclara la existencia de varios estadios de ―liquidez‖ moderna (usando su metáfora de la fluidez como adjetivo y como proceso de la modernidad). En la actualidad, se observaría el momento de la modernidad líquida, o en términos de Ulrich Beck citado por Bauman (2004), una segunda modernidad o la ―modernización de la modernidad‖, donde se redistribuyen y reasignan los poderes de disolución. Este es un sentido diverso del habermasiano, que comprende la necesidad de una nueva modernidad, como una expresión de la necesidad de búsqueda de corrección de sus errores (Habermas, 1993).

En el segundo sentido, los contrastes de la modernidad en países como Colombia, no han debilitado e.g. el poder de Estado y su entidad no neutral, pues se observa: ―una historia estatal de dominación y exclusión social en el cual el atropello y la felonía, en beneficio de las oligarquías nacionales, ha sido la regla‖. (Sousa Santos y García Villegas, 2001:xxi) Evidencia de ello se encuentra en el desarrollo actual del DPI. No deja de ser sugestivo reconocer e.g. que la CPI, haya tenido aplicación en situaciones y casos relativos a Estados aún en tránsito a la modernidad, como las diferentes actuaciones en África. Esto resalta igualmente, el carácter adaptativo de la modernidad capitalista y de sus estructuras hegemónicas, que se atempera con el sostenimiento de la soberanía y el individualismo como elementos basales.

Calificativos como Proyecto a futuro (Masías Núñez, 2012), proyecto inacabado (Habermas, 1999), o proyecto incompleto (Echeverría, 2009), orden y caos como gemelos modernos (Bauman, 1996) confirman la naturaleza de devenir de la modernidad, por oposición a las relaciones de fijación en referencia a un centro (político y espiritual) a partir de la específica concepción espacio-temporal que tuvo lugar con anterioridad al Renacimiento (Villoro, 1992). Este devenir se sitúa en el campo de las posibilidades humanas, en el hecho de que el ser humano se expone al riesgo de perder su libertad, por lo que se le ofrecerá una tendencia a buscar condiciones fijas. (Villoro, 1992) De nuevo la paradoja: la libertad como instrumento de ubicación en las nuevas celdas, las propias de la modernidad, mientras se sostiene el devenir. En la Dialéctica de la Ilustración, Horkheimer y Adorno (1998) llaman la atención sobre las limitaciones de esa nueva visión de libertad:

Hoy, la industria cultural ha heredado la función civilizadora de la democracia de las fronteras y de los empresarios, cuya sensibilidad para las diferencias de orden espiritual no fue nunca excesivamente desarrollada. (…) Pero la libertad en la elección de la ideología, que refleja siempre la coacción económica, se revela en todos los sectores como la libertad para siempre lo mismo. (…) la entera vida íntima, ordenada según los conceptos del psicoanálisis vulgarizado, revela el intento de convertirse en el aparato adaptado al éxito, conformado, hasta en los movimientos instintivos, al modelo que ofrece la industria cultural. Las reacciones más íntimas de los hombres están tan perfectamente reificadas a sus propios ojos que la idea de lo que les es específico y peculiar sobrevive sólo en la forma más abstracta: ‗personalidad‘ no significa para ellos, en la práctica, más que dientes blancos y libertad frente al sudor y las emociones. Es el triunfo de la publicidad en la industria cultural, la asimilación forzada de los consumidores a las mercancías culturales, desenmascaradas ya en su significado‖. (:212)

Esa libertad, que termina en la escogencia de todos, se sintetiza apropiadamente por Fromm (1962) cuando subraya que el ser humano moderno se ubica: ―en una posición de la que mucho de lo que él piensa y dice no es otra cosa que lo que todo el mundo igualmente piensa y dice‖. (:136) En síntesis: ―La modernidad se enorgullece de la fragmentación del mundo como su

realización principal, este es el primer foco de su vigor‖. (Bauman, 1996:87) Esta fragmentación surge, por tanto, del devenir de la modernidad, constituye uno de sus dispositivos de poder y como advierte Berman (1989) hace que los códigos y reglas sean cada vez más escasos, hasta llegar a un proceso de licuefacción que se trasladó del sistema al micronivel social. El resultado es un individuo sobre el cual recaen los pesos de la construcción y el fracaso de las pautas. (Berman, 1989) Todo ello, no obstante, mantiene el estado de permanente devenir de la modernidad, aun cuando acentuado, al punto que en la actualidad la humanidad ya no hace contacto con las raíces de la modernidad. (Berman, 1989)

Habermas (1993) reconoce la modernidad como un proyecto inacabado, cuya razón se encuentra separada de forma sustantiva, en tres esferas autónomas: la ciencia, la moralidad y el arte. En El discurso filosóficio de la modernidad, aborda las dos primeras, concluyendo la necesidad de reconstruir una nueva ilustración, que teniendo como base normativa a los derechos humanos, corrija los fallos de la modernidad(1990). Echeverría (2009) lo crítica, sosteniendo que el carácter inacabado del proyecto moderno se refiere a contenidos más amplios: ―Es como si algo en ella la incapacitara para ser lo que pretende ser: una alternativa civilizatoria ‗superior‘ a la ancestral o tradicional‖. (:13) Este devenir coincidiría con la descripción de la actual modernidad como un sistema donde los sólidos, esto es, los vínculos entre las elecciones a título individual y los proyectos y acciones desde el colectivo; se están derritiendo: tanto ―la modernización de la modernidad‖, como sus poderes de disolución siguen en permanente redistribución. (Bauman, 2004:12)

Como se advierte, y subraya Echevarría (2009), la modernidad está signada por el conflicto. Este subyace a los fenómenos que sintetizan su voz: La ―técnica científica y su pretensión de dominio, la secularización de lo político y el individualismo‖. (:8) Además de ellos, como advierte Enrique Serrano (2009) su determinación central es la conjunción entre la revolución técnica y el mercado, a lo que se agrega con Villoro (1992), el concepto de historicidad humana, esto es, la construcción social de un sentido sobre el decurso histórico.

Rousseau, el primer autor en utilizar la palabra moderniste, fue un hombre de profundos conflictos (Berman, 1989), que emanaban de la tensión entre su propia vida y las condiciones sociales de la época. El conflicto continuó durante el siglo XIX como lo reporta Marshall Berman (1989):

De hecho, dice Marx, ―la atmósfera en la que vivimos ejerce sobre cada uno de nosotros una presión de 20.000 libras (pero) ¿acaso la sentimos?‖ Uno de los objetivos más urgentes de Marx es hacer que la gente ―la sienta‖; ésta es la razón por la que sus ideas están expresadas en imágenes tan intensas y extravagantes –abismos, terremotos, erupciones volcánicas, aplastante fuerza de gravedad- imágenes que seguirán resonando en el arte y el pensamiento modernista de nuestro siglo. Marx continúa: "Nos hallamos en presencia de un gran hecho característico del siglo XIX, que ningún partido se atreverá a negar‖. El hecho fundamental de la vida moderna, tal como Marx la experimenta, es que ésta es radicalmente contradictoria en su base. (:5 y 6)

En la conexión entre la técnica científica y la secularización de lo político, el individualismo sintetiza la realidad humana moderna (Echeverría, 2009), y se inocula a través de un particular discurso de la libertad. Se concibe que el ser humano ―es lo que se hace, es por lo tanto fundamentalmente libertad‖ (Villoro, 1992:32). Se trata de un ingreso que tuvo lugar con anterioridad a la modernidad, como destaca Erich Fromm (1962) al señalar que las teorías religiosas de la Reforma, mostraban un sentimiento de aislamiento del individuo ―empujándolo hacia nuevos tipos de sumisión y hacia actividades irracionales y de carácter compulsivo‖ (:134). Entonces, el ―proceso de crecimiento de la libertad‖ (:135) tiene un sentido dialéctico que se que se profundizó en el desarrollo de la sociedad capitalista, por lo que el protestantismo preparó al individuo para su rol en el sistema industrial moderno. Un nuevo aumento de la libertad generó nuevas especies de dependencia (From, 1962), por lo que la modernidad capitalista es un sistema que moldeó la personalidad humana, generando un individuo cada vez más desamparado y por lo tanto, dependiente. (From, 1962)

Ese nuevo modelo de libertad respondió a una sociedad estamental que en el Antiguo Régimen intentaba sostener una jerarquía social, pretextada ideológicamente como natural.

(Echeverría, 2009; Fioravanti, 1996; Peces-Barba, 1995; Villoro, 1992) Lo que en el antiguo régimen constituía la naturalización ideológica de los órdenes sociales, en la modernidad se