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La negación de la personalidad : Entendemos por teorías “negadoras de la personalidad” las formuladas por J.B Watson (1878-

1958) y B.F. Skinner (1904-1990), principalmente. Una parte de un texto del primero puede servir de ilustración de la aplicación de las técnicas de aprendizaje a la modificación de conducta:

Ahora desearíamos ... decir: “Dadnos una docena de niños sanos, bien formados y un mundo apropiado para criarlos, y garantizamos convertir a cualquiera de ellos, tomado al azar, en determinado especialista: médico, abogado, artista, jefe de comercio, pordiosero o

ladrón, no importa los talentos, inclinaciones, tendencias, habilidades, vocaciones y raza de sus ascendientes”. Lo confesamos: rebasamos lo hasta hoy establecido por nuestras experiencias, pero también lo han hecho así durante miles de años los defensores de la parte contraria. (Watson, 1930, pág. 109)

La teoría formulada por Watson podría ser entendida como la combinación de, al menos, los siguientes elementos: (a) la defensa, por parte de Morgan (1852-1936) de que la vida mental era una hipótesis construída por el psicólogo a partir de su propia vida men- tal, y la conceptualización del monismo o imposibilidad de separar el cuerpo del alma cuya conjunción forma la “experiencia”; (b) el pen- samiento de Thorndike relativo a la emergencia de todos los hechos a partir de la matriz de la experiencia pura, que una vez configurados y convertidos en objeto de la ciencia, parecen escindirse por un lado en hechos objetivos de conciencia y por otro en hechos físicos obje- tivos (Thorndike, 1911); (c) el desarrollo y la aplicación del modelo de condicionamiento clásico o respondiente de Pavlov; (d) la idea de la importancia de la supervivencia emanada de la teoría evolucionis- ta de Darwin que fue rápidamente incorporada por el funcionalismo americano; y (e) el afán del propio Watson por convertir a la psicolo- gía en una verdadera ciencia, lo que derivó en la eliminación, de raiz, de la conciencia para sustituirla por la conducta, haciendo de ella el objeto de una ciencia natural, positiva y experimental (Watson, 1919).

Los objetivos concretos que perseguía Watson, al investigar cómo aprenden los individuos, se centraban en las conductas adaptativas y desadaptativas, aquellas que permitían la supervivencia

y aquellas otras que la perjudicaban o incluso la ponían en peligro. Por lo tanto, era necesario poder predecir y controlar ambos tipos de conductas y facilitar así el cambio de las últimas siguiendo los mismos procedimientos que explicaban la adquisición de las primeras. Y para ello, el método que permitía el conocimiento era la inducción a través de la observación. La lógica que subyacía era: la conducta está integrada por reacciones al medio ambiente; entonces, al conductista experto (el científico que estudiaba la conducta) le será posible inferir, desde los estímulos, cuál será la reacción; o dada la reacción, cuál ha sido la situación o estímulo que la ha provocado. El esquema que surgía de aquí es el conocido E-R (estímulo-respuesta), según el cual, la personalidad no era otra cosa que el producto final del sistema de hábitos (respuestas aprendidas) de una persona, no existiendo ni facultades mentales ni disposiciones hereditarias (cfr. Carpintero, 1978; Hergenhahn, 1980). En palabras del propio Watson, la personalidad era the sum total of one's behavior (Watson, 1930), excluyendo los instintos (emociones básicas, reflejos de succión, etc.) que eran respuestas de origen congénito. La personalidad, tal y como se entendía hasta ese momento (facultades temperamentales o motivaciones desde la psicodinamia), no se refleja en esta conceptualización.

Este conductismo watsoniano fue modificado y radicalizado por Skinner. El esquema E-R se tornó en otro R-R (respuesta- refuerzo), la conducta operante adquirió más importancia y la perso- na dejó de ser digna y de tener libertad (ambos términos, al igual que el rasgo, no eran más que constructos hipotéticos). El ambiente

controlaba la conducta vía su reforzamiento diferencial. Cualquier conducta podía ser controlada, y por lo tanto modificada su probabi- lidad de aparición. La personalidad no era otra cosa que patrones de conducta consistentes que habían sido fortalecidos mediante un condicionamiento operante. Y, finalmente, sólo se llegaría a la pre- dicción y control de la conducta si esta se descomponía en sus uni- dades más simples y se ponían en relación directa con el refuerzo que los mantenía (esto es, en esencia, un análisis funcional de con- ducta).

Skinner propuso su tecnología de la conducta en un momento histórico en el que la sociedad reclamaba ayuda rápida y efectiva a los psicólogos. Las secuelas psicopatológicas de la primera guerra mundial, la agudización de los problemas “psicológicos” con niños en edad escolar, crisis económica y problemas laborales, crisis existenciales que conducían a alcoholismo y drogadicciones, delincuencia juvenil, fobias, etc., son algunos ejemplos de problemas a los que el conductismo, en su versión aplicada de modificación/terapia de conducta, podía "poner remedio". Y ello, reiteramos, porque subyacía un isomorfismo por lo que se refiere a los principios de adquisición de las conductas adaptativas y las no-adaptativas.

Haciendo un breve resumen de algunas de las principales ideas skinnerianas utilizadas por aquellos que encontraron en el conductismo la estrategia eficiente para la modificación de la con- ducta, vamos a entresacar algunas que tenían una relación directa con la psicología de la personalidad:

1. Para explicar la conducta no hace falta recurrir a actividades in- termedias como los sentimientos o los estados de conciencia61. 2. Los rasgos de personalidad, o las facultades mentales, emocio-

nales e intelectuales, no son más que artefactos del psicólogo de la personalidad, que recurre al "hombre autónomo" para explicar lo que no puede entender. Sólo mediante el estudio de las con- ductas observables se puede llegar a su comprensión y control.

3. El control de las acciones, pensamientos y sentimientos no radica en las personas sino en el ambiente y en las contingencias que ofrece. Es ingenuo tratar de demostrar la coherencia y la estabili- dad conductual si no es en términos de la similitud de los estímu- los que controlan una única conducta. Sólo en un caso se puede aceptar que la causalidad radique en la persona: cuando nos es- temos refiriendo a aspectos puramente fisiológicos, y en ese ca- so es la fisiología quien ha de estudiarlos y no la psicología.

4. Las sensaciones, que hasta entonces eran consideradas como causas de la conducta, se conceptualizan ahora como ciertas si- tuaciones/estados de nuestro cuerpo asociados a la conducta. Sin embargo, podemos realizar una conducta C tanto si experi- mentamos como si no esa sensación.

61Es necesario, aunque sólo sea en memoria de Skinner, dejar constancia escrita en este trabajo, como ya lo han hecho algunos autores (Huteau, 1989; Pelechano, 1992), de que él nunca negó la existencia de los estados internos, sino que estos estados exigieran un procedimiento de análisis particular o que fuesen cualitativamente distintos de los estados “externos”.

5. Finalmente, las “diferencias individuales”, como ya había men- cionado Watson, realmente se deben a y son diferencias de la si- tuación. Por ello, lo importante es un enfoque totalmente idiográ- fico en el que el centro de atención sea el individuo único, pero único en sus situaciones, y el análisis ha de hacerse en función de cada una de las situaciones. No se trata de un análisis de in- dividuo global, sino en partes no necesariamente relacionadas.

En resumen, conceptual y metodológicamente hablando, se pasó de la utilización de rasgos para explicar el comportamiento humano al manejo de esquemas simples de estímulos y respuestas; el ser humano era un organismo vacío, que no tenía ningún control sobre sus actos (pensamientos, sentimientos, acciones) ni sobre lo que le rodeaba; se defendió la existencia de reglas generales y universales por lo que respecta a la relación respuesta-refuerzo; y a la vez, el enfoque adoptado era el idiográfico, cada individuo era único (en su forma de ser controlado por el ambiente), lo que evidentemente fue bien acogido por los terapeutas del momento, que como muchos otros psicólogos, habían comenzado a trabajar con aspectos internos del organismo (procesos mentales y fisiológicos) pero que se sintieron decepcionados por la falta de espíritu científico y su poca aplicabilidad a la terapia (el propio Skinner fue uno de ellos).

Algunas contracríticas podrían hacerse a este planteamiento, desde una perspectiva que aunara la psicología de la personalidad y la terapia de conducta (la contemporánea, no la conductista radical), que,

aún pensadas al final del siglo XX, intentan recoger las realizadas pero no sistematizadas durante cincuenta años:

1. La eficacia de algunos tratamientos es diferencial en función de las variables de personalidad implicadas y su estructuración (Pelechano, 1981a), y sin embargo, la modificación de conducta radicalmente skinneriana, no lo consideró así y gran parte de sus resultados terapéuticos reflejaban la debilidad del modelo.

2. Se han logrado aprendizajes sin necesidad de aplicar refuerzos y se han explicado por variables motivacionales y emocionales (Pelechano y Botella, 1987; Pelechano y Darias, 1990a y b).

3. La posibilidad de autoestimulación simbólica no fue considerada en este tipo de enfoque, lo que impedía la explicación de algunos problemas como las obsesiones, la imaginación o el delirio. Es decir, el control, en contra de lo supuesto por el conductismo radical, puede realizarse desde dentro (autocontrol) y no siempre es posible hacerlo desde fuera (control por contingencias ambientales) (Ruiz, 1985a y b).

4. Los enlaces causa-efecto eran solamente bivariados, y sin embargo, las conductas humanas tienen una pluricausalidad psicológica. El propio Skinner (1953) sugirió que se podía predecir mejor sobre la base de una respuesta simple que usando una configuración de rasgos; estos últimos, como mucho, eran medidas de una "variedad" de conductas que parecían tener algunas características descriptivas comunes. En otras palabras, el

evaluador y el terapeuta (bien siendo la misma persona, bien siendo distintos) no podían conocer las múltiples variables que explicarían las diversas respuestas que englobaba un rasgo y que estaban influenciadas por la historia pasada del individuo. Por ello, el análisis funcional de conducta debía considerar, preferiblemente, una respuesta específica y después, a partir de las variables conocidas por el investigador, predecir qué experiencia condujo a la emisión de la respuesta (Lundin, 1969). Sin embargo, esta falta de consideración de la pluricausalidad conductual, condujo a la sustitución de síntomas, tan criticada en principio por parte de los conductistas radicales contra las terapias de origen cuasi-médico (psicoanálisis y terapia centrada en el cliente).

5. La utilidad práctica de las conexiones causa-efecto que permitían suponer que al eliminar la causa se eliminaba el efecto, no ha llegado hasta la delineación correcta de la etiología de los trastornos de conducta y los de personalidad (Pretzer, 1998); esto supone que los esfuerzos realizados en la terapia, poco resultado van a obtener, además de que en el momento actual, e incluso ya en tiempos del propio Skinner, al psicólogo clínico, las compañías aseguradoras de Estados Unidos, por ejemplo, le piden un pronóstico que difícilmente podrá hacer de una forma más o menos exacta. Y, situados en una perspectiva académico-científica, ahora mismo interesa a partes iguales la comprobación mediante la contrastación empírica y la simplicidad expositiva62.

6. Finalmente, las intervenciones grupales o comunitarias no se pueden realizar utilizando la modificación de conducta skinneriana, puesto que sólo es aplicable a casos individuales para situaciones concretas. Lo otro, lo comunitario, no es más que una "aplicación metafórica", porque las personas, según el conductismo, serían iguales si estuviesen bajo el control de las mismas situaciones, pero desde luego, esta idea ya no es ni siquiera una utopía, sino una falacia.

Afortunadamente para la psicología de la personalidad y la terapia de conducta, no todos los conductistas siguieron a Watson y, por lo tanto, a Skinner, sino que formularon otro "conductismo" en el que se incorporó la subjetividad. Nos referimos a aquel segundo grupo de teorías que no negaban la personalidad.

2. La aceptación de la personalidad: El bloque de teorías del